La lógica de la globalización frente a la del desarrollo desigual y el intercambio desigual. El cuento neoclásico de que la protección desmejora el bienestar al perjudicar al consumidor. China y el resto del mundo, actores de reparto en el conflicto político interno norteamericano. La reacción de Wall Street. Las anomalías de los mercados del dólar, de las acciones y de bonos a la baja como síntoma de la fractura interna norteamericana.
El Presidente Of The United States 47 (POTUS 47) Donald Trump, el miércoles 9 de abril en la alocución que pronunció en la cena del Comité Nacional Republicano del Congreso a modo de balance e inventario de la guerra comercial dijo: “Sé lo que hago (…) Estos países nos están llamando, besándome el trasero. Se mueren por llegar a un acuerdo (…) ‘Haré lo que sea, señor’”.
Se le puede, y en todo caso se debe, reprochar a Trump que ese lenguaje procaz y sicalíptico no es el apropiado para un POTUS o cualquier otro mandamás del país que sea.
Pero la grosería, ¿falta a la verdad de la milanesa? No parece, si consideramos la lógica del desarrollo desigual, y las consecuencias políticas del intercambio desigual. La excepción entre los cariñosos sería China y parcialmente la UE. Nada amorosos ambos.
Revisando ciertas declaraciones y las anomalías en los mercados financieros y de divisas, el foco puesto en la pelea del POTUS 47 con China y el resto del mundo puede fungir de árbol que impide ver el bosque de Wall Street como expresión de los grandes intereses de la corporaciones norteamericanas en que todo siga tan globalizado como antes. Ahí hay para extraer interesante lecciones para la crisis argentina.
Particularmente hay que partir del sambenito de que el proteccionismo militante de Trump aumentará los costos y perjudicara a los consumidores de su país. Eso es cierto, pese a los datos de la inflación de marzo, publicadas el jueves, los que sugieren que el crecimiento de los precios en los Estados Unidos se estaban moderando. Las cifras fueron calculadas antes de la implementación de los nuevos aranceles a China. Con los gravámenes en alza, es solo cuestión de tiempo para que los precios en los Estados Unidos suban.
Por lo pronto, el miércoles el presidente Trump decretó una tregua de noventa días en sus aranceles recíprocos para todos los países excepto China, después de que Beijing no cediera y sancionó su tarifa aduanera de represalia a los Estados Unidos. El arancel actualizado del 145 por ciento sobre las importaciones chinas afecta a aproximadamente 600 mil millones de dólares en bienes que intercambian entre los dos gigantes.
No pasaron ni veinticuatro horas de la instauración del 145 por ciento que el viernes 11 de abril tempranito China anunció que aumentaría sus aranceles a las importaciones estadounidenses desde el del 84 por ciento a un 125 por ciento, que rige a partir del sábado. Pekín afirmó que no tendría sentido económico aumentarlos aún más y calificó la vertiginosa avalancha de aranceles de la administración Trump como “una broma”. Más allá del humo y las apariencias y que los medios estatales chinos publicaron recientemente un editorial que afirmaba que “ceder a la presión estadounidense era imposible”, ambas partes han insinuado que podrían estar dispuestas a negociar, pero esperan que la otra inicie la comunicación. Mientras tanto ojo por ojo, diente por diente.
Hay que considerar que China, vía Vietnam, hizo ciertos guiños negociadores, que por el momento fueron desdeñados por los norteamericanos. Según Peter Navarro, la eminencia gris del escudo arancelario, la administración Trump busca que países como Camboya, México y Vietnam impidan que China evada los aranceles estadounidenses transbordando exportaciones a través de sus territorios.
Estos aranceles con dirección a las nubes ya están afectando a las empresas. Las estadounidenses han comenzado a cancelar pedidos y algunas empresas chinas están dando licencia temporal a su personal. Las reservas de transporte marítimo transpacífico se han desplomado. En el ínterin, una masa imponente de analistas augura años muy oscuros para toda la economía mundial.
Hábiles declarantes
El citado más arriba Peter Navarro, en una columna de opinión del Financial Times de hace unos días, conceptualizó: “El sistema de comercio internacional está roto, y la doctrina arancelaria recíproca de Donald Trump lo solucionará. Esta reestructuración, largamente esperada, hará que tanto la economía estadounidense como la mundial sean más resilientes y prósperas al restaurar la equidad y el equilibrio en un sistema manipulado en su contra”.
En ese andarivel, Howard Lutnick, secretario de Comercio, argumentó en el programa “Face the Nation” de CBS News que las políticas económicas de Trump recuperarían empleos en el sector manufacturero nacional” e ilustró el punto invitando a imaginar al “Ejército de millones y millones de seres humanos atornillando pequeños tornillos para fabricar iPhones; ese tipo de cosas van a venir a Estados Unidos”.
“Wall Street es uno de nuestros mayores problemas. Son ellos los que realmente se están plantando y resistiendo al presidente Trump”, para el aquí y ahora, afirmó el senador Tommy Tuberville, republicano de Alabama, en un reportaje que le hicieron en Fox News cuando se le preguntó sobre la ola de ventas generalizada en los recintos bursátiles tras el drástico plan arancelario del POTUS 47. “Los estadounidenses que quieren jubilarse ahora mismo, los estadounidenses que ahorraron durante años, creo que no prestan atención a las fluctuaciones diarias”, apuntaló el secretario del Tesoro, Scott Bessent –que el lunes estará en la Argentina de visita oficial- , en el programa “Meet the Press” de NBC News, sobre el impacto de los aranceles en los mercados bursátiles y financieros.
Tras la caída en picada de los mercados desde la semana pasada, los pesos pesados de Wall Street comenzaron a hacer sentir su voz amarga. El director ejecutivo de JP Morgan, Jamie Dimon, a principio de semana en su carta anual a los accionistas sostuvo la obviedad que cuanto antes se resuelvan las disputas comerciales, mejor. Advirtió que los aranceles ralentizarán el crecimiento e insinuó que las acciones podrían seguir sobrevaloradas dado el creciente riesgo de recesión.
Por justificados que estén los aranceles, escribe Dimon, no hay que perder de vista que la forma en que se está desarrollando la guerra comercial podría causar dificultades a corto plazo y daños a largo plazo al orden económico mundial. Es demasiado pronto para afirmar que se avecina una recesión total, escribe Dimon. Si bien la economía estadounidense se había mantenido «bastante sana y estable» durante años, ya había comenzado a debilitarse antes del anuncio arancelario de Trump.
Dimon señala que aún hay mucha incertidumbre sobre cómo se desarrollará la guerra arancelaria, incluyendo cómo responderán otros países; los efectos en la confianza de los consumidores e inversores; qué podría suceder con el dólar; y más. A corto plazo, escribe, “es probable que veamos resultados inflacionarios, no solo en los bienes importados, sino también en los precios internos, a medida que aumentan los costos de los insumos y la demanda de productos nacionales. La forma en que esto se refleje en los diferentes productos dependerá en parte de su sustituibilidad y elasticidad precio”.
Dimon en su carta a los accionistas señala que la inflación ya estaba incorporada en su perspectiva global, dados los altos e “insostenibles” déficits fiscales, la remilitarización en todo el mundo y la necesidad de mayor inversión en infraestructura.
Dimon escribe que existen implicaciones en perspectiva. Entre ellas: si las alianzas económicas a largo plazo de Estados Unidos se verán afectadas. Las consecuencias podrían ser graves: “Nuestros objetivos estratégicos a largo plazo deben ser clarísimos: mantener la cohesión y la fortaleza del mundo occidental, incluidas sus economías. Si las alianzas militares y económicas del mundo occidental se fragmentaran, Estados Unidos se debilitaría inevitablemente con el tiempo”. En ese aspecto entiende Dimon que “America First está bien, siempre y cuando no termine siendo solo Estados Unidos”. Ocurre que la fragmentación de Europa y la ruptura de alianzas de larga data podrían obligar a las naciones a buscar alianzas con países como Rusia, Irán y China.
«La mayoría de los directores ejecutivos con los que hablo dirían que probablemente estemos en recesión ahora mismo», señaló Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock, quien agregó que «la economía se está debilitando en este momento». Fink afirmó que, personalmente, cree que los aranceles avivarán la inflación, manteniendo los tipos de interés elevados.
El lunes el gestor de fondos de cobertura Bill Ackman –partidario de Trump- sugirió que el presidente declare un “tiempo muerto de 90 días” en los aranceles, advirtiendo que una guerra comercial dañaría la reputación empresarial de Estados Unidos y podría desembocar en un “invierno nuclear económico autoinducido”. Le hicieron caso. También acusó al secretario de Comercio, Howard Lutnick, de tener un conflicto de intereses, alegando que la caída de las acciones beneficia sus inversiones en bonos, una afirmación de la que posteriormente se retractó.
“¿Un 46 por ciento a Vietnam? ¡Vamos! … Mejor les dicen: ‘Ni se molesten en llamar’”, ironizó el inversor Ken Langone, uno de los primeros patrocinadores de Home Depot. “Tengo mucho miedo de que abdiquemos nuestro papel de liderazgo para el mundo libre. Ese es el camino que estamos tomando”, advirtió Ken Griffin, financista multimillonario y megadonante republicano, quien calificó los aranceles como un “gran error político”.
Cambio cultural
Las palabras de Dimon, Fink y demás deudos reflejan la incertidumbre que domina Wall Street, que se ha estado preparando para un mayor caos. En buena y bastante medida se opone a dejar los viejos buenos tiempos de la globalización. Lleva agua a ese molino que los operadores y los fondos de cobertura han estado acumulando pérdidas. Sin embargo, los resultados de los balances de JP Morgan, BlackRock y Wells Fargo anunciados hoy viernes fueron positivos y con buenas perspectivas.
No luce que esta reacción de Wall Street los haya agarrado desprevenidos a los miembros de la banda del POTUS 47. Por caso, hace unas semanas atrás el secretario de Comercio, Howard Lutnick, disolvió el Comité Asesor Federal de Estadísticas Económicas (FESAC por sus siglas en inglés). El FESAC es desconocido por el gran público. Una de las responsabilidades oficiales del FESAC era “explorar maneras de mejorar los indicadores económicos de las agencias para que fueran más oportunos, precisos y específicos para satisfacer las demandas cambiantes y las futuras necesidades de datos”.
La Secretaría de Comercio señaló que esa tarea se había “cumplido” y disolvió el FESAC que ya carecía de objeto. Los 15 miembros del comité asesor no recibían remuneración. Funcionaron como un foro de consulta para la Oficina del Censo, la Oficina de Estadísticas Laborales y la Oficina de Análisis Económico, que elaboran gran parte de las estadísticas oficiales del país. Si las estadísticas no se adaptan a la evolución de la economía, pierden su utilidad. En su última reunión en diciembre, el comité se centró en medir el uso y la producción de inteligencia artificial. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Mientras tanto el POTUS 47 –siguiendo a Lenin- da un paso adelante, dos pasos atrás. Esta semana les pidió a sus conciudadanos que sean «valientes y pacientes», en vista de que los aranceles podrían causar dificultades económicas a corto plazo, pero que son necesarios para obtener beneficios a largo plazo. Creó el mote de “Pánico” para aquellos asustados por los vaivenes de Wall Street que se afilian a “¡un nuevo partido basado en gente débil y estúpida!”.
La columnista y miembro del consejo editorial del Financial Times, Gillian Tett (11/04/2025) subraya que el POTUS 47 parece estar llevando a cabo no sólo un experimento económico sino también “un experimento cultural fascinante” en tanto “los aranceles fueron presentados tanto a votantes como a los financistas de la campaña con una estrategia engañosa. El año pasado, Trump prometió que la economía estadounidense volvería a ser grande. Pero ahora les dice que deben aceptar dificultades transitorias -a corto plazo- para obtener beneficios a largo plazo. Esto es tan inesperado como profundamente irónico, dado el historial populista de Trump”.
El historiador inglés Adam Tooze, actualmente en Columbia, haciendo hincapié en lo apuntado por la columnista del Financial Times, reflexiona que “la política económica de Trump no es solo, como argumenta Gillian Tett, un experimento cultural para determinar si los estadounidenses están dispuestos a aceptar una medicina amarga. La tierra prometida de una América reindustrializada, el futuro por el que se les exige a los estadounidenses soportar el sufrimiento, es en sí misma un extraño sueño minoritario, muy alejado de la realidad y la vida cotidiana de la gran mayoría de la población”.
De esta situación Tooze deduce lo siguiente: “Algo ha sucedido en la cultura política estadounidense que la separa en gran medida de la realidad social. Como resultado, los ‘experimentos culturales’ como los que Trump y su pandilla están llevando a cabo con la economía estadounidense ya no se ven frustrados. La burbuja no ha estallado. La locura es ahora la realidad de todos”.
Y para ilustrar con tonos bien oscuros su punto Tooze rememora: “A principios de la década de 2000, un asesor de George W. Bush se jactó célebremente ante Ron Suskind [en ese momento principal columnista de The Wall Street Journal]: «Ahora somos un imperio, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras ustedes estudian esa realidad -con criterio, como lo harán-, actuaremos de nuevo, creando otras realidades nuevas, que también podrán estudiar, y así es como se resolverán las cosas. Somos actores de la historia… y ustedes, todos ustedes, se quedarán solo para estudiar lo que hacemos» (…) Eso fue entonces. Hablaban de arrasar Irak. En 2025, mientras el imperio se descompone, con Mar-a-Lago como la «Zona Verde», esa delirante sensación de una creación mundial desquiciada ha vuelto a casa”.
Aquellos días felices
Locura, despropósito, creación de realidades nuevas, o lo que venga a cuento de la realidad, hay dos cosas que son molestas de los detractores del POTUS 47. Uno de los fastidios es un asunto más bien abstracto –aunque de consecuencias políticas muy concretas- que tiene que ver con el método de análisis de la realidad que generalmente emplea la economía, enunciando supuestos de partida para sus modelos.
El otro, que el mundo modelado por la globalización era un encanto. Reconocen que no todo andaba bien, pero al mismo tiempo dicen que iba a ir mejor. Eso no tiene nada que ver con la realidad de un mundo fracturado en centro y periferia, donde la Organización Mundial del Comercio era parte del problema y no de la solución de las fuertes asimetrías que separan a las dos humanidades.
Pero, incluso, esto interpela a los mismos países desarrollados. La creciente desigualdad, un tema de todos los días en las economías avanzadas y semiperiféricas, es la gran razón en danza. El desempeño de la economía estadounidense ha sido en su mayoría excepcional durante décadas. Sin embargo, según Robert Reich, ex secretario de trabajo de Clinton los salarios medios, ajustados por la inflación, no se han movido desde la década de 1970 hasta Biden. Casi todos los beneficios del crecimiento han llegado al 1 % superior. Si no se es parte de esa élite, el crecimiento del PIB ha sido, en el mejor de los casos, irrelevante. Encima, en ese lapso las fábricas se fueron a China y aledaños. La Argentina de la convertibilidad en la década que duró, entregó una imagen inclusive un poco peor de crecimiento alto apropiado por pocos.
Acá es donde entra el asunto de los supuestos. Los que impugnan la política proteccionista en general y la del POTUS 47 en particular, suponen que el nivel del producto bruto (o ingreso bruto: producto o ingreso son sinónimos) es constante. O sea que la protección no hace crecer el PIB o –lo que es peor- puede llevar su tasa de variación a niveles negativos.
Es verdaderamente molesto que los neoclásicos nunca aclaren que su crítica a la protección “supone” que el ingreso es el mismo antes de la protección que después de la protección. Ahora, bien si antes de la protección la canasta costaba 100 pesos y los salarios eran de 100 pesos, después que entran en vigencia los aranceles la canasta cuesta 110 pero los empleos aumentaron y los salarios subieron a 115. Entonces, ¿dónde está la pérdida del consumidor? En la mente putrefacta del análisis neoclásico.
Los mercados
Pero los intereses de las grandes corporaciones de seguir con la globalización como siempre no se agotan en el plano de la ideología. Ni el de la sentida prédica de sus esbirros y dedicados amanuenses o de los boy scouts que no siendo ni lo uno ni lo otro se comen todos los amagues. El inédito funcionamiento de las bolsas y de los bonos del Tesoro, sin entrar en teorías conspirativas, resultan al menos muy extraños.
No faltan quienes se ilusionan –singularmente los sectores que son expresados por los columnistas del Wall Street Journal- que el oído atento que el POTUS 47 le pone al mercado de bonos lo induzca a comprender que ha perdido poder de negociación, especialmente con relación a la búsqueda de alianzas para enfrentar a China.
La Casa Blanca pretende imponerles condiciones a los potenciales aliados. El mercado de bonos en su bajón –el del Tesoro a 30 años se encamina a su peor semana desde la década de 1980, según un estudio de Deutsche Bank- sugiere –en el enfoque de los ilusionados- que los potenciales socios comerciales pueden exigirle cosas a los Estados Unidos y no al revés. En resumen creen que la única manera de que Trump salga de la encerrona es abandonar la lucha por completo.
A todo esto, la recuperación de los mercados el miércoles fue completamente fugaz. El jueves S&P 500 cayó un 3,5 por ciento, el Promedio Industrial Dow Jones cayó 1.000 puntos y el dólar perdió terreno frente a las principales divisas asiáticas. El yuan chino en el exterior cayó a un nuevo mínimo durante la noche, lo que llevó a los observadores del mercado a preguntarse si Beijing estaba devaluando intencionalmente su moneda (algo de lo que Trump se ha quejado) para disminuir el impacto de los aranceles.
El viernes, el euro se disparó hasta alcanzar su máximo en tres años frente al dólar estadounidense en medio de la volatilidad del mercado impulsada por los aranceles, ya que los inversores se deshicieron de activos estadounidenses y buscaron ir a divisas refugio. A pesar de las nuevas ventas masivas en Wall Street, las bolsas europeas abrieron al alza.
El oro al contado se disparó hasta los 3.218 dólares por onza, mientras que los futuros del oro en el COMEX alcanzaron los 3.238 dólares por onza, ambos máximos históricos. Los bonos del Tesoro, siempre afamados de ser los activos más seguros, reanudaron las ventas masivas el jueves y el viernes se calmaron poco. Los rendimientos de los bonos del Tesoro a 10 y 30 años subieron 11 y 21 puntos básicos, respectivamente. A medida que los precios de los bonos caen, los rendimientos suben, lo que refleja el costo del endeudamiento público. El crudo bajó. El West Texas Intermediate, el petróleo de referencia estadounidense, cotiza en torno a los 60 dólares el barril.
Además de todo esto, los senadores Adam Schiff, de California, y Elizabeth Warren, de Massachusetts, se encontraban entre los congresistas demócratas que plantearon preguntas sobre si la convocatoria del presidente Trump a la compra de acciones y el posterior anuncio de una pausa arancelaria, que disparó los mercados el miércoles, constituyeron manipulación y tráfico de información privilegiada.
Situación anómala
El secretario del Tesoro, Scott Bessent, declaró el 10 que no veía “nada inusual” en las fluctuaciones del mercado. Sin embargo, las caídas simultáneas del dólar, las acciones y los bonos del Tesoro a largo plazo son extremas, especialmente en Estados Unidos, y sugieren una posible fuga de capitales mayor de los activos financieros estadounidenses, señalaron los analistas. Viendo el contraste con el funcionamiento “normal” surge la anatomía de una situación muy anómala.
Contra las principales divisas el dólar desde enero hasta ayer cayó (se devaluó) 8,2 por ciento de acuerdo a los datos de la consultora FactSet. En lo que hace a los elementos del mercado del dólar, por el lado de la oferta, están los dólares ganados por los extranjeros por el excedente de sus ventas de bienes y servicios (incluidos los servicios financieros) a los Estados Unidos. Por el lado de la demanda, por los que quieren invertir sus ahorros en ese país.
A partir de allí, la explicación corriente de la larga marcha alcista del dólar previa a enero de 2025, por la confianza que inspira a los inversores la economía de los Estados Unidos con relación a los otros países industrializados. En el mismo orden de ideas, debemos explicar la reciente baja, al menos en la medida que el libre mercado acompaña las intervenciones voluntaristas en la misma dirección que la de los bancos centrales, por ciertos hechos o índices que debilitan la confianza.
Razonar en tal forma, es olvidar que la solvencia es sólo uno de los determinantes de la colocación de fondos. El otro es el rendimiento. En este caso, es olvidar la variable tasa de interés que separa un espacio monetario del otro en una dirección que contradice la supuesta superioridad del espacio norteamericano. Uno puede hacer una pregunta: si la perspectiva de los Estados Unidos es mejor, o al menos tan buena como las de, por ejemplo, Alemania o los Países Bajos, ¿por qué entonces se ven obligados a pagar una tasa de interés tanto más que éstos últimos países para atraer a los capitales?
Esto no quiere decir que en realidad la situación económica de los Estados Unidos no es buena. Esto significa que la correlación que se está buscando establecer entre esta situación y la cotización del dólar no es pertinente.
En primer lugar, los capitales de riesgo -la inversión directa, la compra de acciones, bienes raíces, etc.- para los cuales la calidad del entorno podría, en efecto, ser determinante, son, con relación al conjunto de las entradas y en saldo, es decir, teniendo en cuenta las salidas correspondientes, cantidades insignificantes. De lejos, la mayor parte de los cientos de miles de millones de dólares que ingresan a los Estados Unidos, al ritmo anual actual –o que ingresaban para considerar el raro momento actual-, en compensación del déficit de la cuenta corriente, se invierten en bonos tanto del gobierno como de las grandes corporaciones de ese país, cuyo rendimiento es fijo, por lo tanto, no condicionado por las fluctuaciones durante el “ciclo”, en cuya caso el reembolso depende de la solvencia del deudor y muy poco de la situación general, o -cuando se trata de empresas- de sus resultados operativos.
Por el contrario, las anticipaciones pesimistas sobre la coyuntura incitan generalmente a la adquisición de obligaciones negociables a causa de las ganancias de capital que genera una baja de la tasa de interés consecutiva a una recesión-deflación. Tenemos la oposición clásica entre las respectivas determinaciones de los dos mercados, el de títulos de renta variable y el de títulos de renta fija. Mientras un descenso de la actividad económica deprime el primero fortalece el segundo. Por el contrario, en la recuperación, se inflan los beneficios empresariales y los dividendos estimulan las acciones, mientras se va acrecentando la demanda en el mercado de capitales lo que provoca una tensión sobre la tasa de interés que hace caer la cotización de las obligaciones negociables ya emitidas con la tasa anterior.
Entonces, las variaciones de la tasa de interés de los Estados Unidos están condicionadas por la acción voluntarista de la Reserva Federal (la FED), ya sea directamente por la fijación imperativa de la tasa de descuento o indirectamente por sus operaciones monetarias en el “open market”. La tasa de interés deviene así en una variable exógena y no es el tipo de cambio, por lo tanto el valor intrínseco del dólar, presumido como reflejo de la salud de la economía norteamericana el que determina la tasa de interés, sino que son las expectativas sobre la evolución de ésta última la que determina el tipo de cambio.
En efecto, se debe entender que a excepción de las inversiones directas sobre las que se hizo abstracción más arriba, comprar dólares es comprar títulos de crédito librados en dólares que devengan intereses. Desde su creación fuera del espacio norteamericano, y salvo las pequeñas cuentas a la vista, transitorias y marginales, el dólar es de entrada un dólar prestado a un agente norteamericano, público o privado. En tanto remunerado, deja de ser por definición un activo monetario y se convierte en un activo financiero.
Esto que pasaba normalmente, ahora no pasó. No pueden los tres activos (dólar, bonos, acciones) irse para abajo a la vez, como ahora. El punto no es si el diablo metió la cola sino cómo la metió. Si la tesis Tooze-Tett se impone sobre la de los ilusionados, y no se ve por qué no, el despelote va a ser grande pero no por China, la UE o Juan de los Palotes, sino por la propia fractura norteamericana.