Qué semanita, ¿no?

La semana fue una montaña rusa donde los mercados perdieron dos trillones de dólares. La marcha atrás norteamericana, la estupidez de los cálculos y la recesión que se viene. Y una perlita irlandesa a la que vale la pena prestarle atención.

Qué semana… pocas veces en la historia hubo tanto lío, tanto dinero perdido, tanta hostilidad y tanta inestabilidad por el capricho de un hombre solo. Estados Unidos es la primera potencia financiera del mundo, una posición construida con cuidado desde el fin de la segunda guerra mundial. Europa estaba arruinada, la URSS arrasada, China en guerra civil, el Imperio Británico y el Francés en inminente liquidación, y Estados Unidos con lo que era entonces la mitad del PBI planetario. Harry Truman, ninguna lumbrera intelectual, pudo armar un nuevo orden mundial con facilidad: el que puchereaba, se ligaba un Plan Marshall y se alineaba.

Y aquí vino Donald Trump, el proverbial elefante en el bazar, a romper el delicado sistema internacional que tanto le rindió a su país.

Una de las características de siempre de la derecha es la paranoia resentida, la idea de que otro te anda cagando. Serán los judíos, los capitalistas financieros, la reina de Inglaterra, los masones, los subversivos, o una combinación de todos, como la alianza secreta entre la reina, los banqueros y los comunistas, un disparate famoso. Trump, que es un hombre en el fondo simple, cree que lo cagan los países que venden barato en su país. Si China hace un electrodoméstico, un vaso o una remera más barata que EE.UU., es porque hacen trampa. Si Canadá, Argentina o Brasil venden granos a mejor precio, son unos bandidos. El Donald parece sinceramente no saber que su país hace añares que pone barreras arancelarias y de las otras a todo lo que compita con intereses vitales. Y que si China produce tanto y tan bien -como Vietnam y una larga lista de Planes B en Asia- es porque las multinacionales de su país se mudaron ahí para pagarle menos a los obreros y no tener que aguantar sindicatos.

Es por eso que era más fácil vender una camisa que un choclo en el mercado del Norte.

Habiendo elegido su nuevo enemigo, insidioso y tramposo como corresponde, Trump empezó a poner aranceles de importación. Los anuncios hicieron caer las bolsas del mundo, que perdieron dos trillones de dólares, dos millones de millones, en cosa de días. Elon Musk, paradójicamente, expresó la opinión de tantísimos empresarios cuando dijo que Peter Navarro, asesor económico de Trump y arquitecto de los aranceles, era “más tonto que una bolsa de cascotes”. Se entiende, porque Musk perdió 30.000 millones de dólares por la caída de las acciones de sus empresas.

La disrupción fue vertical, con Land Rover y Jaguar suspendiendo sus exportaciones a Estados Unidos, Google y Apple promocionando celulares menos inteligentes, “básicos”, pero más baratos, y una infinidad de empresas avisando que sus precios van a subir en proporción a las tarifas de sus productos o insumos. En Manhattan y otros barrios ricos del país hubo un festival de liquidaciones de licores y vinos importados, en tiendas que piensan dedicarse a otra cosa.

Los economistas se hicieron un picnic con la tontísima manera de calcular las tarifas de su gobierno. Mary Lovely, una economista senior en el Instituto Peterson de Economía Internacional, fue tajante: ese supuesto cálculo que hicieron “sólo sirve para darle un supuesto argumento lógico a lo que esencialmente es un capricho ignorante”. Lovely apuntó además al error de meter a todos los gatos en una misma bolsa, lo que puede dañar de mala manera al mercado interno. Una cosa, dijo la economista, es hablar de maquinarias europeas y otra es del cacao de Costa de Marfil. Uno es un producto terminado y el otro un insumo para la industria nacional.

Otros economistas señalaron que los impuestos de importación van a desviar las exportaciones a países menos sancionados, como el caso de empresas chinas operando desde África. Esto no cambiaría el famoso déficit de exportaciones norteamericano, que Trump considera la marca de la estafa y no una prueba de la riqueza de su país. Si los aranceles logran reducir el déficit, señalan estos economistas, va a ser porque crean una recesión tal que la gente reduce su consumo.

Hay quien dice que el miércoles, cuando anunció que los aranceles punitorios quedaban suspendidos por noventa días, hubo quien se esperanzó en que Trump había reculado, había escuchado a quienes le señalaban el peligro de sus actos. Difícil, diría el gaucho, pensando en chanchos con faja. El Donald hizo el apriete global y disfrutó de como tantos vinieron al pie, a negociar, palabra que él interpreta como una rendición. Para que quede claro, le subió las tarifas de importaciones a China otra vez, con lo que quedaron en un 145 por ciento. China respondió con la mayor altanería subiendo las suyas al 125 y avisando que no iba a participar más en esta chiquilinada, que al final la economía mundial no es el patio de un colegio. Las acciones, que habían subido con entusiasmo ante la suspensión, se volvieron a hundir.

El problema es que en este momento sabemos qué pasa -todos los países tienen que pagar un diez por ciento de arancel, China un 145- pero nadie sabe qué va a pasar la semana que viene. La Unión Europea había anunciado tarifas retaliatorias a partir del martes, pero las suspendió, por ahora. El resto del mundo no supo si respirar o atragantarse…

Todo esto muestra la falta completa de un plan y de voces dentro del gobierno trumpista que le paren el carro al Donald. Al contrario que en sus primeros cuatro años, esta vez el presidente se rodeó de sicofantes, gentes seleccionadas por su lealtad personal y su falta de espina dorsal. Trump parece tan obsesionado con los aranceles que ni habla de las bosas, su parámetro principal entre 2016 y 2020, y no parece importarle la inflación combinada con recesión que se viene.

Altanero e incapaz”

El columnista David Brooks, un tipo usualmente lapidario, explicó a Trump y sus aranceles en una columna básicamente sobre la estupidez y sus raíces. Para Brooks, todo el plan está basado en suposiciones incoherentes, sin argumentos sólidos ni evidencia empírica. “No participó ningún experto de derecha, de izquierda o de centro” y el resultado es la misma definición del capricho. “Trump es la misma personificación de las características de la estupidez: es altanero e incapaz de ver las fallas en su manera de pensar”.

Algo que no señaló mucho en estos días, fue qué le va a pasar a países industrializados pero débiles, como el nuestro. El planeta va a estar en liquidación, con productos chinos y europeos que se fueron de precio para Estados Unidos y necesitan venderse. Será el famoso dumping, que nuestro Javier Milei no parece entender y no está haciendo nada para prevenir.

Un freno en la Corte Suprema

Otra mala para Trump, de este jueves, es que la Corte Suprema se le dio vuelta y le puso un límite. Fue en el notable caso del inmigrante salvadoreño Kilmar Armando Abrego García, al que agarraron en una razzia, acusaron sin la menor prueba de ser miembro de una mara y deportaron a la notoria prisión de terroristas en El Salvador. La familia y abogados amigos demandaron a Migraciones, mostraron que García no tenía antecedentes penales en ningún país y exigieron ver la evidencia en su contra. Como no existía, los abogados del gobierno admitieron que había sido un error, pero que no podían traerlo de vuelta…

Ante el disparate, el juez ordenó que lo trajeran de vuelta o probaran por qué no se podía, sabiendo que eso último era imposible. El gobierno hizo un per saltum, a la menemista, y apeló a la Corte. Los supremos no se quieren pelear con Trump, en parte por afinidad republicana y en parte porque se ven venir un conflicto de poderes que van a perder. Por eso, el fallo no tenía firmas, era un memo que le daba la razón al juez de primaria instancia cuando decía que el gobierno tiene que “facilitar y hacer efectiva la vuelta” del deportado.

No hubo una orden.

El homenaje irlandés

Ya que hablamos de presidentes, una comparación odiosa, que son las mejores. Esta semana la pasamos aturdidos por el griterío de Milei ninguneando el paro del jueves y de Trump diciendo que no importa lo que hagan las bolsas. En el medio del griterío, se supo que había muerto la escritora irlandesa Jennifer Johnston, finísima observadora de lo que hacen y sienten sus compatriotas. Johnson escribió por décadas novelas mostrando las grietas mentales y culturales de las clases dirigentes y de la surgiente clase media de su país. Varias décadas, porque se murió a los 95.

El homenaje del presidente de Irlanda, Michael Higgins, mostró que además de ser un progre de aquellos, un hombre simpático y honesto, le gusta leer. Los libros de Johnston, dijo Higgins, son un “profundo y significativo examen de la naturaleza y los límites de la identidad, la vida familiar y las conexiones personales de nuestro país en el siglo veinte”.

¿Alguien puede imaginar a los otros dos escribiendo una frase así?

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