Entre los países como entre trabajadores y empresarios la pobreza condiciona la explotación y la explotación reproduce a través de sus efectos su propia condición. La coalición por los salarios bajos malversa la meta clave de aumentar la productividad.
El ex presidente ingeniero Mauricio Macri, en su discurso de relanzamiento del Pro el jueves 1° de agosto, en el modesto acto a la altura de las descafeinadas circunstancias políticas que atraviesa, acontecido en un recinto de dimensiones reducidas ubicado en el barrio porteño de La Boca, refirió a la productividad como el eje de su accionar potencial en materia de política económica. Eso, claro, si los dioses escuchan sus ruegos y una mayoría ciudadana lo vuelve a votar.
En el ínterin -hasta que los ditirambos hagan efecto, si es que lo hacen-, Macri va por la hipótesis de mínima e intenta que las expectativas que genera el presidente Javier Milei no le fagociten su menguada ristra de seguidores. Para inflar su volumen político, parte del discurso que pronunció se articuló en el reclamo por los derechos de paternidad de los fervores anti-Estado de la actual política oficialista. Al respecto señaló: “Por primera vez se entendió que pusimos en agenda la importancia de reducir el gasto público y tener un presupuesto equilibrado. En definitiva, aportamos sensatez a la Argentina y conseguimos respeto en el mundo entero pero, a pesar avances, la macro no actuó a tiempo”.
Antes que un pecador de vanidad por medallas desangeladas que no ganó, el ingeniero es un desmemoriado que en su afán de reivindicarse olvidó que la llamada Ley de Déficit Cero (25.453) fue aprobada por el Senado de la Nación el 30 de julio de 2001 y promulgada el 31 de julio. El ministro de Economía de entonces, Domingo Cavallo y su segundo, Federico Sturzenegger, festejaron. El 1 de diciembre el Decreto 1570/2001 estableció el llamado “Corralito”. Un mes después –ya despuntado 2002- para la sociedad civil el gobierno de Fernando de la Rúa que había sido eyectado en esos días era una reminiscencia amarga que aconteció en un repudiable pasado efímero. Se ve que la macro es recurrente en eso de no actuar a tiempo y Federico Sturzenegger de festejar el déficit cero. La gente, que es mala y comenta, dice que no hay dos sin tres.
Un día después de su acto en La Boca, durante una entrevista en un programa televisivo afín de streaming, el ingeniero redondeó el concepto del núcleo de su propuesta recordando que «Como decía el general Perón, la estrella polar de un país es la productividad y cada uno tiene que generar al menos lo que consume».
Lo que está implícito en lo afirmado por Macri, es que el empobrecimiento en que está sumergida el 70% de la población argentina, de los bajos salarios, de la retranca de la participación de los trabajadores en la producción que pasó del 48,3% del primer trimestre de 2023 al 45% en el primer trimestre de 2024, la más apocada desde 2016, de la caída del PIB (Producto Interno Bruto), de la perspectiva del desempleo en alza hacia una tasa endémica, tienen el origen común a todas en una baja productividad de los trabajadores argentinos. Ergo, el único camino infalible a transitar para la salida del pantano es el pavimentado por el alza de la productividad. El rebato a Juan Perón, es un intento de volver respetable e indiscutible para los trabajadores el aserto “productividad”.
Cinosura equivocada
La estrella polar de Macri es la marca indeleble de que está reclamando la jefatura política de la coalición argentina por los bajos salarios. Precisar de qué se habla cuando se habla de productividad, es un primer aval para el acceso a ese lúgubre sitial.
Para eso hay que distinguir dos conceptos: unidad de producción y empresa. La unidad de producción se define como un conjunto de factores –seres humanos e instrumentos- relacionados orgánicamente en un proceso de apropiación de la naturaleza. Por su parte empresa se categoriza como un conjunto compuesto de una pluralidad de unidades de producción, dotada de autonomía comercial y financiera, que opera en vista de captar una parte, la mayor posible, del producto social.
La productividad es el criterio y medida de eficacia de la unidad de producción. La eficacia de la productividad, entonces, se establece a partir de la cantidad de insumos utilizados para la obtención de una unidad adicional de un producto. O, a la inversa, cantidad de productos obtenidos con una unidad adicional de un insumo. Estamos hablando en términos físicos y en criollo se dice que una unidad productiva, por ejemplo: un trabajador, aumento su productividad si en una hora con la misma maquinaria produce cuatro sillas y antes producía dos. Hubo un 100% de aumento de la productividad. Pasó de dos sillas a cuatro por hora.
La rentabilidad es el criterio y medida de eficacia de la empresa. La rentabilidad viene dada por precio de adquisición de los insumos con relación al precio de venta de los productos. O, a la inversa, precio de venta de un producto con relación al costo de adquisición de los insumos. Estamos hablando en términos de valor.
La rentabilidad diverge, en consecuencia, de la productividad y puede devenir en antinómica. De dos empresas, la más rentable no es necesariamente la más productiva. Una buena organización comercial y financiera puede compensar y asimismo sobre compensar las deficiencias en la organización técnica y productiva.
La productividad se corresponde necesariamente con el óptimo social, porque lo que mide o pondera es el grado en que los seres humanos se apropian de la naturaleza. No es así con la rentabilidad. Porque además de esta apropiación, mide la participación en el producto social, en otras palabras: la transferencia de valor desde un sujeto económico a otro. Entre las unidades de producción no hay antagonismo, y bien puede haber emulación. Entre las empresas sólo hay competencia y antagonismo.
En el marco de la hipótesis de un mercado perfecto y de pleno empleo de los factores, las escuelas marginalistas y neoclásica, identifican rentabilidad con productividad. A esa escuela de pensamiento lo sepa o no, adscribe Macri. Y para volver más rentable una empresa hay que bajar sus costos, principalmente los salarios.
Lo que vuelve ilegítimo el razonamiento neoclásico no es el planteo abstracto –en todos los casos los modelos abstractos son absolutamente necesarios para que las cosas aparezcan con claridad- sino que es una pésima abstracción: no hay mercado de trabajo, porque el salario no se fija donde se cortan la oferta y la demanda. En el sector laboral no existen como fenómenos económicos ni la oferta ni la demanda, en razón de que el salario es un precio sui generis, que se establece con antelación a todos los demás precios por medio de la lucha política que entablan las clases que concurren a generar el producto bruto.
De ese acuerdo tácito-cultural, alcanzado por las clases surge el salario de equilibrio, aquel monto de bienes y servicios mediante el cual reproducen sus vidas los trabajadores y sus familias. En la periferia ese monto es bajo. En el centro es alto. La productividad no interviene en su fijación. Y Macri al cacarear “productividad”, aboga por la “rentabilidad”. Objetivamente toma posición contra los salarios.
Está teniendo éxito. La más reciente “Cuenta Generación de Ingresos e insumo de Mano de Obra” del INDEC, además de mostrar la caída de la participan de los salarios en la producción en el primer trimestre del año respecto de igual período del año anterior –tal como fue señalado unas líneas arriba- constata para el mismo lapso, el aumento de los beneficios que embolsan las empresas pasó de comerse el 38,7% de la torta a masticarse el 40%.
No hay que perder de vista que de la PEA (Población Económicamente Activa: 29 millones de argentinos de entre 13 y 65 años) un millón y medio son empresarios, lo que además de desmentir a los que suelen amargarse por la inexistencia de una burguesía nacional indica que repartirse 2 punto más del PIB es un pedazo importante. Pero como nunca la felicidad es completa, aumentó la rentabilidad pero el bajón del PIB para 2024 se proyecta alrededor del 4%. Torta más chica peor repartida. Y el aumento en el cierre de empresas está en la orden del día.
Rationale de la maldad
No falta las buenas personas –y en un número considerable- que son partidarios decididos de la coalición por los bajos salarios y -a su vez- aceptan como lo más normal del mundo que para que la economía funciones “tiene que haber plata en la calle”, esto es que desde arriba y hasta el morochaje (la pobreza en la argentina –por lo general- viene matizada con melanina y eso que no nos consideramos racistas), toda esa gente tenga billetes en el bolsillo para gastar. Es más, miran como si se tratara de un extraviado al que plantea la cuestión. Cuando se les hace ver la flagrante contradicción, niegan que haya dirigentes tan malas personas que quieran bajar los salarios y dicen o dan a entender que eso es una aviesa patraña populista para engañar giles.
Razonan suponiendo que cualquier “político” que busque bajar los salarios es un imposible. No va a ser tan estúpido –barruntan en su decir o en su soliloquio- de jugar para perder seguro una elección. Cómo hacen para disociar la mentira descarada, el encomio y la apología a la austeridad, la marca en el orillo de la coalición por los salarios bajos, es una situación que sobrepasa largamente el entendimiento promedio. No hay cretinos ni atroces redentores en esta historia nacional de la infamia.
Macri es un buen ejemplo –reciente- de que los hay, los hay. Milei un arrested development. El encule monumental con Macri de parte de una porción considerable del que fuera su electorado proviene de sentirse engañados. ¿Sobre qué les mintió? Ni lo encuestadores preguntan acerca de este misterio muy misterioso. El poder de compra de los salarios, evidentemente es un gran tabú.
¿Pero cuál es la convicción teórica real de la coalición por los bajos salarios que los induce al comportamiento de tirar la piedra y esconder la mano? La baja productividad del trabajador argentino implica un bajo salario. El populismo lo subvierte pagando más de lo que se debería, indicado por la productividad. Eso redunda en inflación y una balanza comercial deficitaria que obliga a tomar deuda externa para financiarla. El interrogante de porque no seguir con el juego para arriba sustituyendo importaciones, en vez de para abajo prohijando la austeridad, es respondido señalando que los beneméritos teoremas del librecambio marcan que eso es puramente ineficiente, que hay que mantener la economía abierta para maximizar la productividad aunque resulte baja y acostumbrarse a vivir pobre sino queremos inflación y problemas con el dólar. Si queremos más inversión hay que subir la rentabilidad; en esta lógica asimilable a productividad, porque no hay mercados. Que esperen sentados nomás.
El drama de todo esto es que los de la coalición por los bajos salarios no dice la verdad por el lógico temor de perder favores electorales y hasta el presente ha sido exitosa en alienar a sus seguidores con el mito –con ciertas bases reales- que han explotado hasta la náusea, de que las cosas andan mal en la Argentina porque los populistas son todos ladrones. Colabora en la tarea el sentimiento del electorado gorila de clase media y clase media baja, que son tan pelotudos y cínicos que no conciben que haya semejante grado de hijos de puta con fundamentos teóricos inconfesables.
La causa está en la inversa
Lo que está implícito en la afirmación de Macri, extensible a toda la derecha gorila con cierto grado de consciencia, es una secuencia que vuelve necesario derrotar al poder de compra de los salarios. Entienden que el estado de la demanda internacional determina los precios de productos de exportación, los precios de estos productos determinan el nivel de ingresos nacionales, el nivel del ingreso nacional, es decir, el total de los ingresos de los factores, junto con la escasez relativa de estos factores, determinan la distribución de los ingresos y, finalmente, por lo tanto, los salarios y beneficios.
Se es pobre o rico porque lo que se vende es barato o caro. Si los países productores de cacao, son pobre es a causa de que se especializaron en esta materia prima que tiene una demanda de bajo precio. Si Suecia y Canadá son ricos, esto es debido a que producen y venden madera cuyos términos del intercambio mejoraron constantemente durante el mismo período, y así sucesivamente. Los precios son la causa, los ingresos de los factores (tierra, trabajo, capital), el efecto.
Al razonar así la coalición argentina de os bajos salarios ignora dos hechos históricos.
1) Un muy eficiente movimiento sindical en los países desarrollados, hacia finales del siglo XIX, coincidente con la represión de actividades similares en los países subdesarrollados bajo regímenes coloniales o semi-coloniales y el dragado por medio del el pillaje de la acumulación primitiva a escala internacional, que podrían haber permitido la negociación de aumentos salariales en estos países.
2) La creciente movilidad del capital en el mismo período, que puso en marcha el mecanismo de nivelación de la tasa de ganancia a escala internacional.
Estas circunstancias históricas generaron salarios rígidos, ya sea al alza o a la baja, en los países desarrollados y en los subdesarrollados respectivamente, que no responden a los impulsos del mercado. Además, la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia en el plano mundial impidió que las disparidades salariales sean apropiadas por las ganancias, es decir, que impidió que los salarios bajos de los países de bajos salarios se compensen con altos beneficios a fin de retener en el país la plusvalía extra exprimida a sus propios trabajadores. La regla simple de las leyes del mercado y la competencia interna de los capitalistas de cada país subdesarrollado, así como la competencia entre estos países, eliminó esta plusvalía adicional en beneficio de los consumidores de los países desarrollados.
Como la internacionalización de la tasa de ganancia impedía que los diferenciales de salarios nacionales percutan sobre los beneficios nacionales, estas diferencias tuvieron que repercutir sobre los precios. Por lo tanto, no hay determinación del precio de la fuerza de trabajo por el mercado. Hay una determinación extra-económica, institucional, de los salarios, por efecto de la relación de poder entre las clases sociales en cada país y en cada época. Lo que si hay es una relativa movilidad de capital, suficiente para dar lugar a una tendencia a la igualación mundial de la tasa de ganancia, y una relativa inmovilidad de la mano de obra la que posibilita considerables disparidades predeterminadas en las tasas del salario entre los países. Por esta razón, Macri nunca vio los brotes verdes y Milei está frito con la RIGI, más allá de algún dudoso negocio puntual.
La causalidad se encuentra al revés: el precio ya no es el dato y el salario lo desconocido, sino que es el salario la referencia y el precio lo desconocido. Desde este punto de vista, el cacao en sí no empobreció en su momento a los africanos, más de lo que la madera había enriquecido a Suecia. Es porque el cacao es producido por personas que recibían un salario de subsistencia pura que su precio se estuvo cayendo continuamente en comparación con el de las manufacturas, y es porque la madera era el producto de países como Suecia, Finlandia, Canadá, donde factores históricos e institucionales, a saber, la eficiente acción sindical, habían establecido salarios 20 o 30 y en algún momento 40 veces mayores que en los países subdesarrollados, que su precio relativo venía constantemente aumentando durante el mismo período. Uno no es pobre porque vende barato, vende barato porque uno es pobre.
Lo anterior significa que el relativamente alto nivel de vida en los países industriales se debe, al menos en parte, al hecho de que el resto de los trabajadores del mundo trabajan por salarios exinanidos para producir algunas de las materias primas y algunos de los bienes de consumo que absorbe el mundo desarrollado. En última instancia, se debe al hecho de que existe un grupo particular de personas, básicamente dotadas con las mismas facultades físicas y mentales que poseen sus pares del centro y por lo tanto capaces de manejar las herramientas modernas, sin tener las necesidades actuales o sin ser capaces de sacar el máximo provecho de la situación. Eso es a lo que se llama explotación de un país por otro y eso es lo que lleva a afirmar que las clases trabajadoras de los países industriales participan de tal explotación.
Una vez activado, este proceso denominado de intercambio desigual se hace acumulativo. Los bajos salarios dan lugar a una transferencia de valor desde los países atrasados a los países avanzados, y esta pérdida reduce, a su vez, el potencial material de una futura mejora en sus salarios. En contraste, esto provee, en los países receptores, con la necesaria potencialidad para que las concesiones de los empleadores amplíen aún más la brecha entre los salarios nacionales. Esta ampliación de la brecha empeora la desigualdad del intercambio comercial, y, eventualmente, el valor resultante transferido. Cuanto más pobre es uno, más explotado es, y más explotado uno es, en más pobre se convierte. Como en las relaciones entre trabajadores y empresarios dentro de una nación, del mismo modo entre los países, la pobreza condiciona la explotación y la explotación reproduce a través de sus efectos su propia condición.
Macri tampoco se enteró que el modo de producción capitalista tiene como rasgo característico de reproducción que los trabajadores necesariamente producen más de lo que consumen. Eso diferencia se llama plusvalía o excedente y es clave subir los salarios –que se cayeron por decisión política de los últimos tres gobiernos- para yugular su cesión gratuita vía intercambio desigual, situación aciaga que nos mantiene en el subdesarrollo.