La grasa de los capitales

El escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald sostenía que los ricos eran gente muy diferente. Su colega y amigo Ernest Hemingway, irónico, le daba la razón argumentando que lo que los hacía tan distintos era que tenían plata. De manera que lo único que impulsa, a largo plazo, el crecimiento sostenido de un país que ambiciona vivir en democracia es el aumento del consumo popular por el también único expediente que lo hace posible: aumentar el poder de compra de los salarios. El problema de la supuesta fuga es por falta de oportunidades para invertir. Si la política económica se empeña en estrolar los salarios, baja el consumo y con esa caída declina más fuerte la inversión, y con eso el producto bruto decrece.

¿Sería un paraíso la Argentina si no expatriaran capital fugándolo? Vaya misterio, misterioso en busca del capital perdido, cuya memoria de la ruta de salida no la dispara el aroma del choripán, a guisa de remedo nac&pop de la afrancesada madeleine. En el trance en que se van disipando los vahos, de todas formas no es un interrogante que se pueda responder por sí o por no, si a modo de prolegómenos no se considera cómo entra el capital en el crecimiento y cuál es la lógica de las cuentas externas del país, que es donde se registran los flujos comerciales y financieros que van y vienen entre naciones.

En tal contexto interesa escarbar qué impulsó a fines del ’70 cierto interés por la categoría “fuga de capitales”, hasta entonces prácticamente ignorada. En paralelo, esto tiene su importancia porque hay cierta confusión en el debate público sobre su uso y aplicación. No se agota ahí el asunto en vista de que, para la contestación de la inquietante cuestión, también cabe reflexionar sobre el grado de racionalidad del comportamiento de los que emprenden la huida pavorosa a puro billete. El viernes 19 de abril el Presidente de la Nación, en el discurso que pronunció en el Foro Llao Llao en la ciudad de Bariloche, afirmó que el que fuga divisas «no es un delincuente, sino un héroe». Otra muestra más de que la heroicidad trama el decir presidencial.

Mientras se deshoja la margarita de villanos para unos, héroes para otros, se repara en que el crecimiento anual del producto bruto de cualquier país es proporcional a lo que aumenta el capital por efecto de la inversión en el año que se trate. Si el producto cae es porque la inversión que se hizo ese año ni siquiera reemplazó los equipos y edificios que se desgastaron por su uso. Con un rasgo a destacar: cuando se aguarda que aumente la demanda agregada, la inversión tiende a acelerarse. Crece más que la demanda. Así como acelera, en reversa la inversión desacelera. Es decir que cuando se cae la demanda, como ahora en el paraíso libertario argentino, la inversión cae más que el producto bruto.

Entonces, lo que importa es la cuantía de la inversión. Y la inversión depende de que la producción que genera tenga mercado. Que se venda. El gasto para comprar lo que esa inversión produce puede provenir del consumo de los ricos, de las exportaciones o del consumo masivo popular. Las pulsiones del crecimiento del consumo suntuario de los ricos y exportaciones suelen venir acompañados de regímenes autoritarios y sus efectos duran un tiempo y se estancan. Las exportaciones suman al crecimiento siempre y cuando sean mayores que las importaciones. Sin son iguales a las importaciones, no suman al crecimiento. Si son menores a las importaciones, esa diferencia, que es el llamado déficit comercial, resta al crecimiento.

Las exportaciones son más o menos fijas y los ricos son pocos y es gente fina, en extremo renuente a compartir el sabot. El escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald sostenía que los ricos eran gente muy diferente. Su colega y amigo Ernest Hemingway –irónico- le daba la razón argumentando que lo que los hacía tan distintos era que tenían plata.

De manera que lo único que impulsa a largo plazo el crecimiento sostenido de un país que ambiciona vivir en democracia, es el aumento del consumo popular por el también único expediente que lo hace posible: aumentar el poder de compra de los salarios. Para que ese aumento sea real (es decir que el sueldo compre más bienes y servicios) tiene que comenzar por ser nominal, es decir que el salario en moneda vaya también incrementándose más que lo que –eventualmente- suben los precios.

Esto es muy importante tenerlo en cuenta porque el Señor Presidente ha devenido en profeta de la deflación. Significa baja generalizada de los precios, que incluye a los salarios y que, vaya a saber por cuál razón, Milei los exime de la caída. Aunque los salarios nominales no cayeran, una situación donde se registra una baja en el nivel general de precios indica que hay ventas de liquidación y salida del negocio de las empresas los precios. En otra palabras, caída del producto bruto y aumento del desempleo. La debacle en los números recientes de la actividad industrial lo confirma.

Factor limitativo

Lo cierto es que en el país de que se trate a la inversión la impulsa la realización de proyectos rentables en sí mismos. En otras palabras, el capital aparece si hay un horizonte de proyectos factibles porque suponen un buen rendimiento. En el año ’30 la Argentina, que por esas épocas contaba con 11 millones de habitantes, era el quinto mercado mundial consumidor de automóviles. Juan Manuel Fangio, ganó cinco mundiales de Fórmula 1 entre 1951 y 1957 sin que hubiera prácticamente producción nacional de automóviles. Más bien, entonces, que había un mercado importante para ser abastecido. La Argentina entre 1959 y 1960 consiguió el capital que hacía falta para la producción masiva de automotores y se implantó el sector en el país, siendo uno de los motores del gran desarrolló que lo modernizó. No tuvo más inconvenientes que los propios de una implantación prácticamente de la nada, los cuales no son pocos.

Como advertía el economista Albert Hirschman, reflexionando sobre los importantes desequilibrios que supone un proceso de desarrollo, en el sistema capitalista no se trata de economizar factores pero si de incitar al empresario a emplearlos. (Al afamado profesor de Princeton que fue Hirschman, la serie de Netflix “Transatlántico” le hace honor a su historia previa de héroe de la resistencia judía anti nazi en Francia). Volviendo al capital, éste no es más el factor limitativo. Depende del volumen de producto perteneciente al proyecto, y de la técnica elegida, en lugar de que sea esta última la que dependa de su “escasez”.

Visto así, el problema de la supuesta fuga es por falta de oportunidades para invertir. Se entiende. Si la política económica se empeña en estrolar los salarios, baja el consumo y con esa caída declina más fuerte la inversión (como ya fue señalado: sobre reacciona para arriba o para abajo) y con eso el producto bruto decrece.

¿Y entonces por qué le reprochan al período 2003-2015 (donde ocurrió lo contrario, es decir se impulsó el consumo popular) de no haber detenido la “fuga”? Encima, según esta óptica, fue particularmente voluminosa. Por un coctel en el que se mezclan una incomprensión de cómo realmente funcionan las cuentas externas de la nación, un asimilación impropia a la actualidad de circunstancias inherentes al vetusto enfoque de las reservas durante la época del patrón oro y una serie de supuestos que no están o bien esclarecidos o quedan en la nebulosa. Y particularmente porque se confunde –y mal aplica- el concepto de formación de activos externos (FAE) con el de fuga de capitales.

El entrevero se avizora con cierta claridad cuando se encuadra la época en que tomó cierto auge la literatura sobre fuga de capitales y la fórmula que se alumbró para medirla, que es la que la define. Al concluir el orden de Bretton Woods (definitivamente en 1973) que había regido desde finales de la Segunda Guerra Mundial, el dólar continuó siendo la moneda mundial, ahora sin el respaldo en oro, y se habilitó la financiación privada de los déficits de la cuenta corriente de la balanza de pagos, los que estaba inhibido de hacer. Hasta 1973 solamente el FMI tenía capacidad legal para financiar las cuentas externas de la naciones adheridas (prácticamente todas, incluidas las socialistas de jure o facto) y los tipos de cambio eran acordados con la autoridad monetaria mundial, la que podía permitir o no una eventual devaluación.

Los grandes países industriales –y enseguida el resto de los países- adoptaron desde 1973 un sistema híbrido y singular respecto de las reglas clásicas del tipo de cambio: mantienen el dólar como moneda de reserva y al mismo tiempo lo dejan flotar. Con posterioridad, el euro –en los países que circula- vino a poner un poco más de orden en estos menesteres.

Pero cuando se deja flotar (suciamente) a la divisa norteamericana, el equilibrio del mercado es obtenido mediante el alineamiento de la cotización del dólar tanto a nivel del demandante “libre” marginal como a nivel de la intervención, en principio imprevista, del banco central. Lo único que las autoridades monetarias pueden obtener de este pseudo mercado es el reflejo subjetivo de su propio comportamiento.

Pero en cualquier caso, los interesados necesitan saber con cuantos dólares cuentan en las reservas para medirle el aceite al banco central y calibrar su capacidad para intervenir y aquietar las fluctuaciones del dólar. A eso se aboca la llamada fórmula residual de medición de la fuga de capitales. La fuga de capitales disminuye cuando aumenta la deuda externa neta (más dólares en la reservas), cuando entran dólares de la Inversión Externa Directa (IED) y cuando hay un saldo positivo de la cuenta corriente de la balanza de pagos, o de su componente la cuenta comercial (exportaciones menos importaciones). La inversa es cierta.

La fórmula residual suma y compara el cambio en los stocks en un año y los saldos del flujo comercial para saber cuál es la capacidad de fuego de cualquier banco central para intervenir en el mercado y domar al dólar si anda corcoveando. De esa fórmula se agarraron los que se lamentan de que no hay una burguesía nacional para darle un sabor más amargo a su letanía y los que hacen sentir su queja moral de que hay más de 400.000 millones de dólares en el exterior pertenecientes a los argentinos, que se fueron y son renuentes a volver.

Al encularse de esa manera se olvidan de dos cosas. Una, que es absolutamente irrelevante lo de los 400 mil millones puesto que hay muchísimo más capital en el mundo dispuesto a invertir en el país, a condición de que haya proyectos rentables en sí, en los que talla el punto de vista de una sociedad integrada y democrática. Esto es: el aumento de la demanda es por el incremento del consumo popular generado por el alza del poder de compra de los salarios. El escenario incluye –y no contradice- los proyectos de inversión –en el sector que sea- con miras al mercado mundial. Para la sociedad no es en absoluto indiferente pagar salarios escandinavos en lugar de africanos y crear una trama productiva que los sostenga. Para el connubio Estado- sociedad civil esa es una decisión política decisiva.

La segunda, es que si esos son activos nacionales en el exterior, hay activos del exterior puestos en la Argentina los cuales -siguiendo la lógica de la doble partida- se denominan pasivos. Esa cuenta de stock se llama Posición de Inversión Internacional y regularmente es calculada y publicada por el INDEC.

Con mayor precisión se lee que hay 437 mil millones de dólares de argentinos invertidos en el exterior y 328 mil millones de dólares del exterior invertidos en la Argentina. Tenemos una PII favorable como saldo de 108 mil millones de dólares. En casi todos los países es así, salvo los Estados Unidos (emite la moneda mundial) y entonces le entran más capital del que tienen afuera, aunque estén en bonos del Tesoro en las reservas de los bancos centrales y Francia, por la añeja zona del franco en África, ahora zona del euro, pero suministrado a esos países por el déficit comercial francés. Los galos como el zorro perdieron el pelo (el franco a manos del francfort: el euro) pero no las mañanas colonialistas.

Ya que suceda en todo los países lo mismo, pero acá hay sectores que insisten con el supuesto problema de la fuga de capitales, da para desconfiar. Máxime cuando, analizada más de cerca la inversión directa en la PII, se constata que los extranjeros triplican el stock argentino. No es que confíen más en nosotros que nosotros mismos. Más sencillo y directo: encuentran proyectos más rentables.

Ese es uno de los puntos más oscuros de los heraldos anti-fuga (HAF). Nunca explicitan el supuesto clave: que el gentilicio determina el comportamiento empresario. Claro que no es así, que todo demuestra que el capital no tiene bandera, pero les guste o no a los HAF ese extravagante supuesto es el único que estabiliza y justifica sus filípicas contra la “extranjerización” de la cúpula empresarial. Si así no fuera, ¿qué otro sentido tendría denunciar la extranjerización?

Tampoco da una mano con relación a toda esta problemática postular como eje del comportamiento empresario depredador, ávido de endeudar siniestra y externamente al país, a la llamada “valorización financiera del capital”. Hace un siglo y medio Karl Marx, un verdadero malévolo anti héroe según la óptica paladina de Milei, dedujo que la secuencia dinero-mercancía- dinero ampliado (por la ganancia), o en símbolos D-M D’, define la dinámica de los empresarios en el capitalismo. Más claro: ponen efectivo para sacar más efectivo. En tanto que por el absurdo rumiamos que, si no fuera así, todo la superestructura financiera que se creó y recreó en los últimos seis siglos sería un vicio poco común, venir a descubrir a esta altura de los acontecimientos que el capitalismo ha evolucionada hacia un comportamiento caracterizado por la “financiarización”, da derecho a sospechar que si no es un ejercicio de logomaquia pega en el palo.

También colabora con el desaguisado la muy amañada comprensión de la categoría Formación de Activos Externos (FAE). La FAE se puede aumentar por superávit comercial o por endeudamiento externo. En el primer caso sube un activo y baja un pasivo. El superávit comercial contablemente es idéntico a la salida de capital. Es como si le prestáramos al resto del mundo. En el segundo caso, aumenta un activo por el aumento del pasivo: la deuda externa. Ambos disminuyen la fuga de capitales, según la fórmula residual. Pero los HAF –insólitamente- calculan que la aumenta.

Con esto a la vista, el reproche a la etapa 2003-2015 porque no se frenó la fuga no tiene ni pies ni cabeza. Aumentó la FAE por el superávit comercial y disminuyeron los pasivos externos porque con el aumento de las reservas se pagó la deuda externa. O sea que con un activo se pagó un pasivo que disminuyó. ¿De dónde creerán que salió la plata para el desendeudamiento? Magoya y Mongo Aurelio no cuentan como pagadores. Por cierto, desendeudar significa salida de capitales.

El vetusto patrón oro

El endeudamiento o desendeudamiento de un país, es decir, la entrada o salida de capital en un período dado, resultan estrictamente iguales, según sea el caso, al déficit o superávit de la cuenta corriente de la balanza de pagos. La entrada o salida de capital en un período dado generan –respectivamente- una variación positiva o negativa de las reservas. Para calcular la posición neta de un país hay que considerar que la entrada aumenta el pasivo, y la salida el activo.

Desde que se abandonó definitivamente el patrón oro, tal modo de cálculo lleva a falsear la realidad. Las divisas, que hoy en día constituyen las reservas, son un activo sobre el extranjero, dotadas mediante dicha operación de constitución, del rasgo de perpetuidad de la que antes carecían. Por lo tanto, es necesario, por un lado, sumarlas a los activos físicos y financieros en la “posición neta” y registrarlas como activos en el país tenedor y pasivos en el país emisor. Empero, por el otro lado, esta asimilación impide acumular sus variaciones con el saldo de la cuenta corriente. Esto debido a que el envío al extranjero disminuye el activo del país considerado, exactamente en la misma suma que el ajuste efectuado disminuye el pasivo. Un afluir de divisas que aumentan las reservas tiene el efecto inverso de auto-cancelación.

Por las mismas razones, sería igualmente equivocado contabilizar en la posición neta de un país los movimientos autónomos de capitales. Cuando un residente chino o uno norteamericano invierte en la Argentina, esta operación, cualquiera sea la moneda fiduciaria utilizada, es neutra en cuanto a las posiciones globales ya que en las mismas los activos monetarios son sumados con los activos financieros (o créditos). Para el país inversor, la operación representa a la vez un crecimiento de los activos por la adquisición de títulos extranjeros y la disminución equivalente de los mismos activos por el uso de la moneda para adquirirlos. Para la Argentina representa un crecimiento de su pasivo por ceder los títulos en cuestión y un crecimiento simultaneo equivalente de sus activos por esta entrada de divisas comprendidas en el precio de esta cesión.

Nada cambia si la divisa utilizada es la moneda nacional de uno de los dos países. Si es el país inversor que se beneficia de esta situación, el envío de su propia moneda genera pasivos por la misma cantidad de derechos en el extranjero que los títulos adquiridos generan en su activo. Si es el país receptor, la entrada de su propia moneda disminuye su pasivo en el mismo valor en que aumenta la venta de títulos en cuestión.

De esta dinámica se sigue que en el mundo contemporáneo la importación neta de capital de un país –que equivale a endeudamiento- es igual al saldo negativo de la cuenta corriente de la balanza de pagos. Por su parte, la exportación neta de capital de un país –lo que equivale a desendeudamiento- es igual al saldo positivo de la cuenta corriente de la balanza de pagos. De la misma forma la exportación neta de capital (cancelación del endeudamiento) de un país es igual al saldo positivo de la cuenta corriente.

Así que el quid de la cuestión está en la cuenta corriente de la balanza de pagos. O sea, hablando en plata en serio: si se hace o no sustitución de importaciones. Culpar de freno al desarrollo al comportamiento avieso y sibilino a los fugadores de capital es un notable sinsentido, que conjuga lecturas travesadas de las cuentas externas de la nación con marcados prejuicios. Para colmo en el mundo tal cual es un país siempre tiene una FAE positiva, le guste o no. La condición de existencia no determina el tipo de existencia.

Llegados a este punto más de uno se estará preguntando ¿y lo de Macri y el FMI qué fue? ¿Qué onda con lo de Alberto, que se fumó 40 mil millones de dólares de las reservas (sumatoria de los superávits comerciales), estropeó la sostenibilidad del dólar y le abrió el camino al Príncipe de las Motosierras, en medio de una suspensión de pagos de los bonos soberanos en manos privadas? Que banana Alberto consiguió los años de gracia a cambio de dejarle sacar los dólares. El ridículo de Martín Guzmán alegó deuda comercial. Por más deuda que hubiera, que fue el mecanismo para desplumar las reservas, no podía alcanzar a las reservas que se formaron con superávit, salvo en una pequeña porción de los intereses de esa deuda.

Respecto de la preocupación del crecimiento, este no se frenó porque fugaron, se fueron porque se frenó el crecimiento. Fue una consecuencia, no una causa. Además está lo que se conoce como “ataque a la balanza de pagos”. El carry trade (bicicleta) que facilita un gobierno necesitado de dólares lo aprovecha Wall Street poniendo una suma inicial y reinvirtiendo los rendimientos hasta que llega un punto en que hay que acudir al FMI para facilitar la salida. El momento del sudden stop (freno repentino). Digamos como el desenlace esperado de la situación actual, expediente que se bien perfeccionando desde la crisis rusa de 1998.

En otras palabras, para que el resultado de la balanza de pagos no frene sino que, al contrario, aliente el desarrollo, no hay que perder el tiempo equivocándose de Paraíso perdido o tratando de corregir el incorregible comportamiento empresario. Mejor emplear el tiempo en edificar la conciencia política de la clase trabajadora que resulte capaz de forjar una alianza de clases para la cual no haya sustitutos posibles para la democracia industrial que se articula en el mercado interno, porque se le va la vida. Seguir con el ofertismo sentimentalmente encubierto de la monserga de la fuga de capitales es, simplemente, debilitante.

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