La ilustración oscura

El tejido social y político argentino tiene que estar preparado para dar una batalla desigual que va más allá de los intereses nacionales, y que pone en tela de juicio a la humanidad misma. Y a toda su historia.

Para cierta élite tecnocrática, la humanidad vivió equivocada durante los últimos 230 años. Según ellos, la libertad, como valor fundamental, es incompatible con la democracia, y por ende “la edad de las masas ha terminado”. Pretenden evolucionar hacia una especie de monarquía con roles y jerarquías sociales prestablecidas, y reemplazar a los estados nacionales por corporaciones privadas a cargo de un CEO que reparta acciones y dividendos, de acuerdo al mérito individual. Creen que las instituciones democráticas son aparatos ideológicos, parafraseando a Louis Althusser, que oprimen a la población y garantizan los privilegios de una “casta” que se beneficia del poder del estado. Proyectan un futuro distópico y eugenésico, donde las máquinas se fusionen biológicamente con los seres humanos hasta lograr la singularidad tecnológica, ese proceso en el que la inteligencia artificial supera a la humana a un ritmo incalculable. Rechazan el igualitarismo racial, sexual y social: incluso llegan a considerar que ciertas razas “están mejor adecuadas para la esclavitud”. Niegan el progreso y la historia, a la que tildan de liberal y marxista. Se hacen llamar movimiento neorreccionario (NRx según su acrónimo) o La ilustración oscura. Y vienen creciendo exponencialmente en la alt-right estadounidense.

El término “ilustración oscura” lo acuñó el filósofo, escritor, y blogger británico Nick Land, en su libro homónimo. Es un juego de palabras entre el conocimiento adquirido durante la Ilustración, como crítica al proceso cultural europeo que propició la Revolución Francesa y la caída de las monarquías, y el conocimiento perdido durante los Años Oscuros, un período de transición entre la caída del Imperio Romano y el nacimiento del Romanticismo, entre los siglos V y XI, considerado de decadencia moral, histórica, demográfica y cultural. Para Land, la tendencia de las democracias contemporáneas conduce a que terminen restringiendo toda libertad individual y hundiendo a la sociedad en un control absoluto de sus actos.

En 1995, Nick Land cofundó, junto a la ciberfeminista Sadie Plant, la Unidad de Investigación de Cultura Cibernética (CCRU, por sus siglas en inglés), un colectivo interdisciplinario del departamento de filosofía de la Universidad de Warwick. De este proyecto, del que llegó a participar el filósofo k-punk Mark Fisher, nació el “aceleracionismo”, una teoría cuyo objetivo es llevar el capitalismo y la globalización al paroxismo para forzar cambios radicales en la sociedad. El aceleracionismo tiene una vertiente de izquierda, que plantea que la evolución tecnológica y el ulterior proceso de automatización del trabajo conducen al poscapitalismo y la obsolescencia del actual sistema económico (una especie de materialismo histórico marxista); y una vertiente de derecha, el “aceleracionismo transhumanista”, que busca propiciar avances biotecnológicos para que una legión de superhumanos biónicos haga colapsar las políticas de control estatal. Respecto a esto último, la empresa de biotecnología Neuralink, propiedad de Elon Musk, está progresando a paso firme en la materia: hace algunas semanas presentó Blindsight, un chip cerebral que promete curar la ceguera.

No es casual, ni tampoco original, el encono de Javier Milei con los medios de comunicación, las universidades, los artistas populares y los empleados públicos. Representan lo que Curtis Yarvin, ideólogo neorreaccionario norteamericano y colega de Land, llama “La Catedral”: una red interconectada de instituciones intelectuales que se ubican en el centro equidistante de la sociedad moderna, que colaboran entre sí para difundir y sostener una narrativa progresista, y que construyen un consenso ideológico que excluye visiones alternativas. El cambio climático y las políticas de género podrían ser dos ejemplos puntuales. Pero abarca a toda política inclusiva, asistencialista, a toda intervención del Estado en el bienestar común, a todo aquello denominado “de dominio público”.

Según Yarvin, “La Catedral” funciona como una religión secular que impone sus dogmas dinámicos y persigue a aquellos que se desvían de su ortodoxia contextual. La religión vendría a ser el progresismo (“la izquierda”, según sus propios términos, que es la sumatoria de todos los estratos políticos menos los neorreaccionarios), y sus cuatro elementos serían la cultura popular (por ejemplo, Taylor Swift), la prensa corporativa (Wahsington Post, New York Times son, entre otros, “fabricantes de consensos”), la academia superior (menciona a Harvard y Yale) y el Deep State (el estado profundo, la burocracia, la administración pública). 

Curtis Yarvin se empezó a hacer conocido a través de su blog Unqualified Reservations, donde publicó entre 2007 y 2016 bajo el seudónimo de Mencius Moldbug. Uno de sus mayores admiradores y promotores es Steve Bannon, creador del sitio web de ultraderecha Breitbart News, y estratega jefe de la campaña de Donald Trump. Otro de sus promotores es el multimillonario Peter Thiel, cofundador de PayPal junto a Elon Musk, inversor pionero de Facebook, reconocido libertario y aportante de las campañas de Ron Paul como candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Ron Paul, padrino intelectual del Tea Party republicano, fue aquel que en 2010 propuso eliminar la Reserva Federal, ya que la acusaba como responsable de la inflación y la crisis económica, para regresar al patrón oro. 

Volviendo a Peter Thiel: desde su fondo de inversión Thiel Capital, financia diferentes proyectos y startups relacionados con biotecnología transhumanista, como el Singularity Challenge. También es muy activo en política: es el principal inversor del Club for Growth Action, un think tank que financia campañas electorales de candidatos conservadores y libremercadistas, como, por poner un ejemplo, fue el caso de Ted Cruz en 2013. La misión declarada del Club es “derrotar electoralmente a los políticos partidarios de un gran gobierno y reemplazarlos por políticos partidarios del crecimiento económico y por conservadores partidarios de un gobierno limitado”. En síntesis, su objetivo es un gobierno minarquista. Thiel también es dueño de Palantir Technologies, una empresa especializada en análisis de big data y espionaje cibernético que es contratista de la CIA y de las 16 agencias de la Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos.

En 2008, Thiel se asoció con el informático anarcocapitalista Patri Friedman, ex ingeniero de Google y nieto de Milton Friedman, en un proyecto llamado Seasteading Institute. Friedman, confeso transhumanista, es un férreo defensor del concepto de “micronaciones”. Sobre eso trata el instituto: el objetivo es «establecer comunidades marinas permanentes, autónomas, flotantes, sobre plataformas marítimas, para la experimentación y la innovación con diversidad de sistemas sociales, políticos, y jurídicos».  Como considera que no hay un solo lugar o país libre en todo el planeta Tierra, opta por construir sus propias comunidades, alejadas de cualquier marco legal, para que las personas se autogobiernen en altamar, por fuera de la zona económica exclusiva de cualquier nación. Como su abuelo y su padre, cree que el estado se extinguirá en un futuro próximo y que será reemplazado por un mercado totalitario. 

Más allá de los intentos de Javier Milei de enmascarar su ideología con autores como Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y Murray Rothbard, está a la vista que sus ideales están fuertemente influenciados por los filósofos y militantes del movimiento neorreaccionario, con los que a la vez comparte mentores. Por poner algunos ejemplos:

  • La idea de que los vecinos de algunos barrios y municipios tendrían que ponerse de acuerdo y financiar las obras públicas necesarias, es un intento de segregar la organización territorial y fomentar las micronaciones.
  • Desde el minarquismo fomenta la idea del “gobierno limitado” del think tank de Thiel. Por eso delega las responsabilidades del Estado en el sector privado, y las de defensa en alianzas internacionales (OTAN).
  • No sólo hace una oda de la estética y de la juventud, sino que se asocia con los grandes jugadores del campo biotecnológico, como Elon Musk.
  • La derogación de la ley de tierras podría tener un corolario de “autonomía” o “soberanía” basado en el principio fundamental de la “propiedad”. Es decir, los dueños extranjeros de las tierras podrían quedar al margen del sistema jurídico argentino.
  • Construye los mismos enemigos (“La Catedral”) y apunta al mismo sentido: la fabricación de consensos que llevaron a la decadencia social de la mayoría para el beneficio de unos pocos.
  • Para Milei, la libertad es el valor fundamental. Por debajo se encuentran la democracia, la igualdad, la fraternidad, la solidaridad.

En resumen, los ejemplos abundan. En el caso de que Donald Trump vuelva a consagrarse este año como presidente de los Estados Unidos, el movimiento neorreaccionario va a tener una plataforma muy poderosa de difusión y financiamiento. El tejido social y político argentino tiene que estar preparado para dar una batalla desigual que va más allá de los intereses nacionales, y que pone en tela de juicio a la humanidad misma. Y a toda su historia.

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