A treinta años de la elección de Nelson Mandela, el miércoles 29 de mayo su partido puede perder el poder.
En enero de 1912, Pixley ka Isaka Seme fundó en Sudáfrica el Congreso Nacional Africano, el primer movimiento continental de liberación. No era “sudafricano” sino “africano”, porque en un continente donde sólo Etiopía era independiente, hacía falta un parlamento de ideas y de activismo para todos los africanos. Sudáfrica, recién transformada en una Unión bajo la corona británica, era el centro por una muy simple razón: tenía la única universidad que admitía negros. Las primeras elites continentales se formaron, se conocieron y se educaron políticamente bajo el paraguas del partido.
Con lo que no extraña que el CNA abriera la campaña para las elecciones del miércoles que viene en el aniversario del partido. Cyril Ramaphosa, el presidente que busca su reelección, organizó un acto con toda la enorme mística del movimiento: banderas cubanas y palestinas, estandartes y representantes de los movimientos independentistas de Angola, Mozambique, Namibia y Zimbabwe, aliados históricos. Ramaphosa recordó a Nelson Mandela, criticó a la oposición diciendo que eran “víboras”, y acusó al mayor partido de la contra de querer restaurar el apartheid.
Y también se ocupó de que no se cortara la luz en el evento.
Es que hace más de veinte años que Sudáfrica no amplía su capacidad generadora y todo el mundo se acostumbró a los cortes programados, y a los inesperados también. Como se acostumbraron a que los ferrocarriles anden tan mal que las exportaciones disminuyen por las demoras del transporte. Y a que la tasa de homicidios sea siete veces la de Estados Unidos. Y a que el desempleo siga siempre en el cuarenta por ciento, un nivel histórico que campea desde los años cuarenta. Y los salarios…
La crisis no sólo es profunda sino perenne, parte del paisaje. Por eso, por primera vez en treinta años, las encuestas muestran que el partido de Mandela puede quedar por abajo del cincuenta por ciento de los votos. El CNA sigue siendo la mayor entidad política del país, por mucho, pero el miércoles puede terminar con la necesidad de formar un impredecible gobierno de coalición.
La economía
Sudáfrica es la mayor economía africana, tiene la mayor base industrial del continente y un sector bancario que, post apartheid, se extendió por toda la región subsahariana. El motor original de la economía fue la minería, el oro y los diamantes que aparecían por todo el Transvaal, al norte del país, que causaron la guerra inglesa contra las repúblicas boer y que el país eventualmente se unificara bajo bandera británica como la Unión Sudafricana, con voto para todos los blancos, afrikaner y británicos.
Los diamantes financiaron el reemplazo de importaciones, creando una base industrial que le permitió a los afrikaner rebelarse, ganar el poder en 1948 y sacarse de encima a los detestados británicos. La República nació con la capacidad única por esos pagos de fabricar autos y camiones, acero y cemento, y pudo desarrollar más tarde su propia base industrial-militar. Y también pudo crear esa crueldad que se llamó apartheid, donde con rango constitucional se declaró a la mayoría negra como sujetos del Estado sin derechos ni voz.
El apartheid es conocido en su lado político, en sus interminables opresiones y ofensas cotidianas. Pero resulta que si bien era un mecanismo para controlar y explotar a la mayoría, también era un estado de bienestar para la minoría. En esos años, había buenos sueldos y pleno empleo para los blancos, colegios y universidades, excelente hospitales y largas vacaciones. El nivel de vida era europeo, con el agregado de sueldos miserables para los trabajadores negros. Las mineras hicieron fortunas, el campo disponía de ejércitos de mensús, y un dentista medianamente exitoso podía tener hasta un mayordomo en su inmaculado chalet.
Esto es lo que no cambió en 1994, apenas se amplió a la clase media profesional negra. Con la libertad, un dentista negro pasó a ganar lo mismo que uno blanco y pudo tener su mayordomo, las empresas contrataron ejecutivos negros -en general, bien conectados políticamente- y el país vio sus primeros entrepreneurs africanos. La concentración de la riqueza varió ligeramente: antes el diez por ciento blanco tenía el noventa por ciento de todo, ahora el veinte por ciento mixto tiene el ochenta de todo. La mayoría siguió igual.
El pacto constitucional de 1993, que negoció en buena medida el actual presidente Ramaphosa, fue clarísimo en la economía. Nada de estatizaciones, nada de reforma agraria, nada de demagogia inflacionaria. Para dar una idea, en treinta años de democracia el rand apenas se devaluó en un cien por ciento. En 1994 valía once, luego osciló por los diez y sólo en los últimos años anda arañando los veinte. Medalla de honor del FMI.
La elección
Quienes vieron esa Sudáfrica en transición pueden reconocer los cambios, arrancando con tomarse un trago charlando con negros que antaño no podían ni estar en la calle después de las siete. Pero también va a reconocer las interminables villas miseria, los townships que no paran de crecer. Y los mendigos. Y los que viven de changas. Y los que consideran cien dólares mensuales un sueldazo. Y la violencia brutal, incontrolable.
Como el CNA gobierna desde la histórica elección de 1994, que llevó a Mandela al poder, ya es visto como el establishment. Los primeros años fueron de gran optimismo y cambio social, si no económico, y la segunda elección, la de 2004 -los presidentes allá gobiernan cinco años- fue la del pico de popularidad. Desde entonces, la incapacidad para solucionar problemas fue limando la popularidad del partido. Y después vino Zuma.
Jacob Zuma acaba de cumplir 82 años y fue depuesto como presidente por una suerte de golpe palaciego. Sucede que el parlamento sudafricano puede reemplazar a un presidente y nombrar en su reemplazo básicamente a cualquiera. A Zuma le sacaron primero la presidencia del CNA, con lo que sus diputados se sintieron libres de sacarle la del país. Zuma, zulú, había llegado a un nivel de corrupción tal que hubo que inventar un nuevo término para describirla, la “captura del Estado”.
El hombre no ayudó con su peculiar vida privada, que incluyó tener sexo con una ahijada cuarenta años más joven. Zuma explicó públicamente que para evitar un contagio de sida, se había dado una ducha caliente y se había lavado bien las partes… Esto, en un país con cifras astronómicas de contagio. Finamente, fue procesado, condenado por corrupto y encerrados por unos meses, hasta que alguien encontró un tecnicismo para liberarlo.
Pero en una política todavía étnica, Zuma mantuvo apoyos entre los suyos en la provincia de Kwa Zulu-Natal. En diciembre lanzó un nuevo partido y le puso de nombre nada menos que uMkhonto weSizwe, la Lanza de la Nación, el viejo nombre de la rama armada del CNA. Es como si Martín Menem lanzara un partido propio y le pusiera Montoneros…
La justicia sudafricana acaba de prohibirle a Zuma presentarse como candidato porque fue condenado a más de doce meses de prisión, pero su foto va a seguir en las boletas para arrastrar votos. El cálculo es que esos votos se los puede sacar al CNA, lo mismo que los de otro partido escindido del movimiento, el de los Luchadores por la Libertad, que usan boinas rojas y piden una reforma agraria sin indemnizaciones.
Como este jueves se presentan cincuenta partidos, es importante marcar a estos dos de origen negro, y al tercer partido relevante en la ecuación, la Alianza Democrática, que gobierna desde hace treinta años la provincia del Cabo. La Alianza es el viejo partido blanco de oposición al apartheid, que explotó en 1994 formando una alianza con muchos votantes negros y “de color” -mulatos e indios, más que nada- que sigue firme. Si mantiene su voto esta semana, es uno de los candidatos a formar una alianza incómoda con el oficialismo.
Con lo que este jueves podría llegar el fin del poder absoluto del movimiento de liberación más antiguo de África, y uno de los más ilustres. Hay que ver si Sudáfrica, la tierra amada de la canción, cambia de rumbo y tiene un futuro de algo de felicidad para su gente.