Jair Bolsonaro hizo docencia mientras en Camboriú veía con Javier Milei cómo el seleccionado brasileño quedaba afuera de la Copa América 2024, al tiempo que en Buenos Aires el flamante ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger, simulaba una pelea con las palomas mensajeras.
El socialismo, esa versión con sordina del comunismo, pese a las advertencias y recomendaciones del presidente argentino Javier Milei sigue avanzando a pasos agigantados. Ahora resulta que durante el primer cuatrimestre de 2024 las exportaciones venezolanas de petróleo crudo a los Estados Unidos aumentaron el 51%, según cifras difundidas por una fuente inobjetable, la Agencia de Información de Energía estadounidense (EIA, por sus siglas en inglés). Es la máxima posición que ha logrado Venezuela desde que a fines de 2022 el gobierno de Joe Biden flexibilizara las sanciones impuestas a comienzos de 2019, lo que se tradujo en un aumento interanual del 49%. En otro orden, como la política de sanciones impuestas contra el gobierno de Nicolás Maduro derivó finalmente en un bloqueo atemperado, ha sido posible correr el velo de una suerte de conspiración izquierdista que requeriría para resolverla, desde la perspectiva del pensamiento libertario vernáculo, las victorias electorales de Edmundo González Urrutia o cualquiera de los otros ocho candidatos opositores en Venezuela, y de Donald Trump en los EE.UU.
El aflojamiento relativo del bloqueo permitió que desde mediados de 2023 el país caribeño, según reportes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, incrementara de forma sostenida la producción (de nuevo entraron en funciones las cuatro principales refinadoras del país) y que la empresa estatal PDVSA (Petróleo de Venezuela S.A.) recuperara gradualmente su participación en el mercado internacional. Es previsible entonces que, además de un mejoramiento general de la economía, merced al incremento de las exportaciones de hidrocarburos Venezuela disponga en el futuro cercano de un mayor flujo de divisas, que pueda reducir la fragilidad externa propia de los países subdesarrollados, reducir el déficit fiscal, desplegar programas sociales y financiar obras de infraestructura.
Mientras algunos de los datos referidos más arriba ocupaban espacio en medios especializados, se advertía que podrían estimular el arribo al país caribeño de nuevas inversiones extranjeras, incluso de PYMES, como en su momento fue el caso de Aldyl Argentina S.A. que opera mediante una alianza integral de servicios de hidrocarburos en el campo Morichal Pesado, estado de Monagas, y lleva producidos 600.000 barriles. Pero se advertía también que los datos debían analizarse en el marco del proceso electoral en curso, habida cuenta de que el próximo 28 de julio el dictamen de las urnas dirá quién ejercerá la presidencia de la República Bolivariana de Venezuela durante los próximos seis años, demostrando de paso la complejidad del escenario histórico y la resistencia perenne a todo reduccionismo ideológico de la geopolítica y la política internacional.
En ese marco Javier Milei, pese a la fluidez de los acontecimientos, pareció decidido una vez más a no bajar los brazos y a poner los puntos sobre las íes. Viajó a Brasil (en visita personal o proselitista o cuasi oficial, habrá que ver, porque se reunió con miembros de la Federación de Industrias del Estado de Santa Catarina) para juntarse con los Bolsonaro y participar de una cumbre de la ultraderechista y neonazi Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC). En ese encuentro organizado por el diputado Eduardo Bolsonaro, hijo de Jair y amigo de Milei, la exposición del presidente argentino titulada “La receta económica y cultural del socialismo en América” fue agendada para el domingo 6 de julio, convirtiéndolo así en el virtual encargado de clausurar el cónclave.
Habrá que prestar algo de atención a las palabras de Milei en Brasil, país que visitaba por primera vez desde que llegó a la Casa Rosada sin gestionar siquiera un encuentro con el presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Pero antes de discursear a los entusiastas ultraderechistas en la CPAC, el sábado por la noche Milei tuvo la experiencia de estar sentadito al lado de Jair Bolsonaro y con gran parte de su clan alrededor, viendo la derrota por penales del seleccionado de fútbol brasileño frente a Uruguay.
Es sabido que Milei aprende rápido, y como Jair estaba rígido como una estatua hizo lo propio con facilidad porque lo estatuario es una de las cosas que mejor le salen. Los demás, los vulgares, la base de sustentación de semejante cualunquismo binacional de entrecasa, se atrevían a mostrar la hilacha pegando gritos, poniendo los ojos en blanco para implorar la asistencia de las fuerzas del cielo, o tirando la gorra al piso mientras masticaban una puteada espesa, viril y amarga conforme Brasil quedaba afuera de la Copa. Pero el anfitrión veía la catástrofe impávido y su invitado le hacía juego, ambos animando sin saberlo el título de la gran novela Tough Guys Don’t Dance, de Norman Mailer (otro zurdo, aunque se autodefiniera “conservador de izquierda”) que en distintas ediciones se tradujo al español como Los hombres duros no bailan, o también Los hombres duros no lloran. Para el caso, y dadas las circunstancias, llorar o bailar no harían diferencia alguna, pero sí la haría cierta distancia entre la vida burguesa sin encantos y atributos y las pantanosas aguas de la megalomanía, distancia necesaria para definir el ámbito propio de los superhombres nietzscheanos, silenciosos y con gestos adustos aunque pierda el equipo de fútbol que convenga. Y corresponde advertir que los superhombres por el estilo, aunque se permitan festejar los triunfos de cualquier índole hasta el paroxismo y como ningún mediocre puede siquiera imaginar, hacen esfuerzos ante la adversidad para generar también bastante miedo, y para que los crean dignos de los dos últimos versos del epitafio a un tirano que escribió el gran poeta W. H. Auden (otro zurdo): “Cuando reía, senadores respetables explotaban de risa, y cuando lloraba los niños morían en las calles.”
Mientras en Asunción, capital de Paraguay, los cancilleres de los países miembros del MERCOSUR preparaban la reunión de los presidentes del bloque para el lunes 8 de julio (cita que no contaría con Milei “por problemas de agenda”), en la ciudad brasileña de Camboriú tenía lugar una ceremonia trascendental. En efecto, Milei recibía de manos del ex mandatario de Brasil una “medalla de honor” con “tres letras i” para simbolizar las iniciales de tres muy significativas palabras gestadas por él a lo largo de los años. Más allá de su ordinariez prostibularia, las palabras en cuestión son imorrível, imbrochável e incomível, que toleran una traducción propuesta por Bolsonaro Jr. más o menos en los siguientes términos: inmortal, pero aludiendo también a la capacidad de superar un acuchillamiento como “papá Jair”; por imbrochável habría que pensar en la posesión de un pene siempre potente, duro y para arriba (jamás apuntando para abajo, como la brocha gorda de un pintor, según el gesto que acompañó a la explicación); y la última, incomível, ratificaría que el portador es imposible de sodomizar, idea también ilustrada con gestualidad ampulosa.
El domingo finalmente Javier Milei habló en la CPAC y dio satisfacción a las expectativas creadas, habida cuenta de que pendía como una espada de Damocles sobre las deterioradas relaciones diplomáticas con Brasil que fuera continente y no lanzara insultos y exabruptos contra Lula da Silva. Dio satisfacción al sentido común, disimulando las críticas, pero decepcionó las expectativas de sus anfitriones que aguardaban un avance en el sentido de la ruptura de relaciones entre ambos países, prologando un estallido del Mercosur y el regreso de las relaciones exclusivamente bilaterales con las principales potencias de Occidente; pero Milei se mantuvo en la crítica al socialismo injertado en América Latina en términos generales y sólo dijo que “lo vamos a sacar a patadas de todos lados donde esté”.
El presidente argentino se refirió con énfasis a los kirchneristas argentinos, animadores de una presunta variante del socialismo que aplica la receta económica y cultural basada en el desborde de las cuentas fiscales, y aseguró que además, según su apreciación, necesitan el fracaso de su gobierno porque “no se pueden permitir que a la Argentina le vaya bien, porque si es así a ellos les irá mal”. Luego adelantó un presunto análisis de otros gobiernos de la región, aclarando que “al socialismo le gusta atrincherarse en el palacio cuando afuera el pueblo reclama”.
Dijo que los opositores a su gobierno son golpistas, que son los mismos que se llenan la boca hablando de la democracia, el pluralismo y la opresión pero “están dispuestos a torcer las reglas e incluso a interrumpir el orden constitucional”, como quedó claro en ocasión de la marcha contra la Ley Bases, cuando mandaron “un pequeño ejército a sembrar el caos en las puertas del Congreso, incendiando autos y vandalizando la ciudad, en busca de extorsionar a los legisladores para que rechazaran nuestras reformas”. También puso a Venezuela en la mira, calificando a Nicolás Maduro como líder de una “dictadura sanguinaria”, al tiempo que en Bolivia estarían “dispuestos a montar un golpe de Estado para sumar un punto más en las elecciones”.
Finalmente llegó el momento del regreso para tomar un respiro y firmar a la medianoche del 8 de julio en la Casita de Tucumán (Casa Histórica de la Independencia) el Pacto de Mayo, documento no vinculante con diez puntos que fue suscrito por 18 gobernadores (o sea por todos, menos los gobernadores de las provincias de Buenos Aires, Formosa, La Rioja. Tierra del Fuego, La Pampa y Santa Cruz). En última instancia, dadas las características del trámite que condujo a semejante desenlace, si bien “la foto” puede ser considerada un logro político del oficialismo, lo cierto es que el propio Milei debió aclarar en su discurso que, más allá de su vocación fundacional, se trataba solamente de un “pacto de caballeros”.
Corresponde agregar entonces que al mismo tiempo en que todas estas cuestiones sucedían sin sosiego, hubo quien estrenaba un cargo ministerial, muy contento y proclive a bromear sobre temas delicados. Quien estaba de estreno era Federico Sturzenegger, flamante ministro de Desregulación y Transformación del Estado, y manifestó que propondrá derogar la ley que en el año 2015 dio jerarquía de deporte a una actividad, la cría de palomas mensajeras, practicada por alrededor de 5.000 aficionados en el país. O sea que Sturzenegger mostraba su pelea con las palomas mensajeras al tiempo que paralelamente aceleraba la desregulación, por el decreto 599, de la actividad aerocomercial, profundizando la política de cielos abiertos, modificando el Código Aeronáutico, limitando el papel del Estado en el otorgamiento de rutas, espacios aéreos y horarios, y dejando en manos del mercado muchas otras cosas que hasta ponen en juego a la soberanía.Pero las palomas mensajeras tienen lo suyo, así como también los colombófilos, y los que llegaron a la colombofilia no por conocer sus pasadas aplicaciones militares sino por una novela infantil, Rayo dorado, escrita por el argentino Rodolfo Bellani. Los libros de Bellani, autor prolífico, viajero incansable, aventurero y visitante de lugares insólitos, desde los títulos (El azote del Caribe, Morgan el filibustero, El muerto que reía, El vampiro ataca, La sonrisa del vampiro, entre tantos otros) expresan claramente que buscaban su destino más en los kioscos o las colecciones de libros de bolsillo que en las librerías. Escribió de todo, desde guiones para películas de bajísimo presupuesto hasta crónicas de deportes en la revista Goles. Pero lo mejor de su producción, tal vez porque allí volcó su propia experiencia de palomero impenitente, es Rayo Dorado, la novela que integró la colección Robin Hood y mereció varias ediciones. El personaje central de esa novela es una paloma mensajera llamada precisamente Rayo Dorado, ejemplo de inteligencia, sentido de orientación extraordinario, fidelidad y valentía como para cruzar el Océano hasta regresar a su nido. Bellani se las ingenia para vincular las peripecias de Rayo Dorado con cuestiones militares y de espionaje durante la Guerra del Pacífico, y para demostrar su inmensa capacidad de goce y de sufrimiento, y la manera en que anima la virtual totalidad de los sentimientos que los lectores pueden reconocer en sí mismos. Por eso es aconsejable que, antes de burlarse de los que practican la colombofilia y de quitarles una ley que los ampara, se lea lo que corresponde hasta saber de qué se trata.