Putin se prepara para una guerra larga, pone un economista como ministro de Defensa, detiene militares y avisa que se acaba la corrupción en ese área.
Cuando los rusos volvieron a cruzar la frontera ucraniana, el pronóstico era de una guerra corta, cruenta y fácil. Eso fue hace más de dos años y la campaña resultó larga y difícil, aunque sí fue cruenta. El ejército ruso cometió errores notables como poner a vagar por ahí a sus tanques sin escolta de infantería y no saber que el aeropuerto de Kharkov tenía buenas defensas antiaéreas, incluyendo los flakwagen alemanes, letales contra los helicópteros.
Pero en esta primavera boreal despunta algo nuevo, con una ofensiva exitosa al este y al noreste que aprovecha el cansancio de los ucranianos. El ejército ruso parece reenergizado, está usando muy bien sus armas electrónicas y haciendo cosas originales como andar en motos enduro para cruzar campos minados, un deporte de riesgo si los hay. Algo cambió allá en el Kremlin, y cambió a la manera de Vladimir Vladimirovich Putin, un tipo al que le gusta dar sorpresas.
Lo que más llamó la atención fue que saltara el ministro de Defensa, general Serguei Shoigu, y fuera reemplazado por Andrei Belousov, largamente un asesor de confianza del jefe en materia económica. Shoigu fue promovido al consejo de seguridad, donde no toca ni canta pero tiene un asiento honroso, cosa que indica que lo sacaron por incompetente pero no por desleal.
Belousov no está en su flamante sillón para conducir la guerra, que para eso hay militares, sino para organizar la producción. Un dato clave, fundamental, es que el presupuesto militar está tocando el treinta por ciento de todo el gasto público, niveles soviéticos de la guerra fría. Putin puso al frente de esa enorme bola de rublos a alguien que considera un buen organizador.
Por algo, de lo primero que habló Belousov como ministro el lunes 13 fue de la atención a los soldados, que no cobran a tiempo sus beneficios como veteranos y tienen que hacer cola en hospitales públicos para atender sus heridas. “Es inaceptable”, dijo el flamante ministro, que criticó el enorme papeleo que deben hacer los veteranos para que los atiendan. La burocracia es un tema que lo apasiona: cuando se dedicó a reducirla en la fabricación de drones, la producción dio un salto.
La señal interna
Lo que no dijo el ministro es que su nombramiento es también una señal al interior de la intrincada economía dirigida que construyó Putin en sus 24 años en el poder. El líder nunca creyó en la economía abierta, como nunca creyó que había que volver al sistema soviético, y creó una estructura compleja dirigida desde el Kremlin. La economía rusa es encabezada por 300 grandes empresas, algunas estatales, otras semi y todas con participación de oligarcas reciclados -que aprendieron a obedecer- o de gente de confianza de Putin.
Lo que fuera de Rusia llamaríamos corrupción es algo inmenso, vasto. Pero controlado, porque el límite es que no afecte el poder político y no se note. Cuando la crisis financiera de 2008 golpeó duramente a Rusia, el Kremlin no sólo tenía la capacidad de sostener bancos y fogonear el consumo, sino la de obligar a los privados a invertir y gastar, aunque fuese a pérdida. De todos los países desarrollados, Rusia fue de los que más rápido se recuperó.
Con los años, muchos fueron pasados a retiro o perseguidos por resistir este tipo de intervención estatal, generalmente por la venta forzada de paquetes accionarios a la corona o a amigos de la corona. Pero otros cayeron por pasarse de rosca, robando tanto que crearon distorsiones. La lógica es que si vos ponés internet en una zona y recibís privilegios impositivos y de importación, la levantás con pala, pero el servicio funciona y bien. Si no…
Las fuerzas armadas fueron, hasta ahora, una excepción. Las cosas que se notan, funcionan, con lo que los aviones despegan, los submarinos emergen y los misiles dan en el blanco. Pero las cosas que se ven menos… Cuando empezó lo de Ucrania, los militares se extrañaron de lo que pasaba con las armaduras reactivas de los tanques, que no explotaban cuando les daba el enemigo, como corresponde. Revisando tanques destruidos, descubrieron que en varios casos, en vez de explosivos había cartón prensado.
En este contexto se entienden dos recientes defenestraciones en el área de defensa. La primera es la de Timur Ivanov, el mes pasado, por corrupción agravada. Ivanov era uno de los viceministros de Shoigu y un protegido suyo. Pero, más importante, era un histórico de Putin, de ésos a los que raramente le cae la guadaña.
El otro ahora preso es el teniente general Yuri Kuznetsov, jefe de personal de las fuerzas armadas, por los mismos cargos. Lo de Kuznetsov estaba como más anunciado por las extravagancias de su mujer, que tiene gustos caros y parece considerar a Imelda Marcos como un modelo de conducta. En el allanamiento a su casa les encontraron un millón de dólares en efectivo y demasiadas joyas. Lo interesante es que duró tres años en el cargo y trece en el Comando Central sin que nadie lo molestara. Luego vino Ucrania.
En el frente
En Moscú, los cambios y las detenciones electrizaron el ambiente. Putin está evidentemente convencido de que la guerra no puede ganarse rápido, con movimientos de blitzkrieg, y que va a tener que desgastar al enemigo. Rusia es por supuesto más grande en todo sentido, con más población y una plataforma industrial que deja enana a Ucrania. Los exitosos ataques recientes muestran la nueva doctrina: concentración de fuerzas, mucha artillería, masivos ataques aéreos, objetivos limitados y cuerdos.
Los ucranianos llegaron a esta etapa desgastados. Estados Unidos se empantanó en discusiones internas y los dejó meses sin recibir avíos, especialmente misiles de defensa antiaérea, que tuvieron que ser racionados. Los rusos se dieron cuenta y arreciaron con sus ataques por el aire, con misiles y con aviones también.
Pero el principal problema de Kiev es la falta de soldados. El gobierno también demoró en hacer aprobar una nueva ley de servicio militar que permitiera reclutar más soldados más jóvenes, el entrenamiento está en crisis y las fuerzas armadas tienen su propia tradición de corrupción e incompetencia. Lo que lograron las tropas hasta ahora es, en muchos casos, más por heroísmo que por eficiencia.
Lo que hay que observar en las próximas semanas es si Rusia puede explotar a su favor el hecho de que ahora tiene la iniciativa estratégica. El oso está peleando mejor, aprendió su lección y va consiguiendo que su industria militar sea más eficiente. Esto no termina ahora, pero puede asomar una dirección a futuro.