Hay una metáfora usada para frenar las reivindicaciones salariales, que por cierto son necesarias para el crecimiento.
El lugar común dice que si uno quiere mejorar el poder compra de los salarios “hay que aumentar el tamaño de la torta”. Por mayores sueldos se entiende que las familias de los asalariados van a consumir más bienes y servicios. Entonces esos bienes y servicios deben estar disponibles y hay que producirlos primero. Para producirlo primero hay que invertir. Para invertir hay que dejar de consumir. Es decir, ahorrar. Menos consumo ahora para más en el futuro porque la torta, o sea el Producto Interno Bruto (PIB), se agrandó. El crecimiento es clave para el bienestar de las personas o, al menos, para curar el malestar que significa no poder consumir.
Suena lógico lo de la torta, pero no tiene nada que ver con la lógica con la que realmente se producen bienes y servicios. Y en dos sentidos. Uno, el inmediato, que tiene que ver con lo que viven cotidianamente ahora los argentinos, el otro de más largo aliento. En lo inmediato, el problema es –por así decirlo figuradamente- como volver a un salario que compraba cien y ahora compra 60 y con suerte. Es decir las máquinas, están, los bienes que hacían esas máquinas están estoqueados o, mejor dicho, sobre estoqueados porque las empresas estaban produciendo para salarios de 100 que ahora compran 60. Los 40 sin vender los tienen almacenados. Si se trata de poner nuevamente en movimiento seres humanos y máquinas (emplear lo que está desempleado) y adelgazar stocks muy engordados, entonces hay que previamente aumentar el poder de compra de los salarios. Ese es el camino de salida de la aciaga situación actual de la Argentina. La metáfora de hacer primero la torta para luego repartirla no aplica, porque la torta está hecha y en el freezer. Hay que descongelarla y repartirla.
¿Y qué pasa cuando esa torta se reparte? No se acaba como si fuera un tesoro. Continuamente se reproduce. De ahí que sea tan importante para el cuerpo social el crecimiento del PIB, porque además crece la población: hay más bocas que alimentar. ¿Entonces aplica la metáfora de para repartir al torta primero hay que hacerla? Tampoco. Eso sería pertinente para los egipcios, o el imperio Romano. También para el feudalismo. Pero no para la economía moderna.
En esos anteriores regímenes económicos, que en la jerga son conocidos como modos de producción, se produce antes en función de los recursos de los que se dispone. Se consume enseguida en función del volumen de la producción efectiva y según un patrón de distribución dado. Los factores limitantes están entonces representados por los recursos; un subempleo de los medios de producción, como lo que sucede hoy en la Argentina, es inconcebible.
Por el contrario, una disminución primaria eventual de los recursos no solamente no puede desencadenar ninguna pérdida secundaria ni ningún proceso acumulativo, sino que el sistema reacciona al hecho intensificando el empleo de los recursos que le quedan, reduciendo así al máximo la propia pérdida primaria. Todo lo que puede ocurrir, en este caso, es una crisis de penuria. Pero aunque así fuera, el mismo término “crisis” sería un abuso del lenguaje.
En el sistema capitalista, al contrario, ninguna persona se puede poner a producir lo que quiera, si no toma en cuenta una salida previa, un poder de compra preexistente. Pero como ningún poder de compra puede existir sin una producción correspondiente anterior, el sistema se encuentra forzosamente en contradicción con sus propias condiciones de existencia. Todos los días sortea esa contradicción mediante el mecanismo del crédito. Haga ahora pague después es la clave del asunto. Si le hicieran caso a la metáfora de la torta, de primero agrandarla mediante el ahorro, no se agrandaría nunca, porque si no hay quien consuma no hay quien produzca. Imaginar que la sociedad ahorra y hace una fábrica de lavarropas, es un mal sueño porque ese ingreso ahorrado para el conjunto social significa que no hay ropa para lavar, ni plata para comprar jabón y suavizante para la poca vestimenta disponible y menos el lavarropas.
Incluso, el célebre e inquietante intríngulis de qué fue primero, si el huevo o la gallina, aquí tiene que encontrar una respuesta porque si no había fondos previos nadie invierte nada y si no hay consumo tampoco. ¿De dónde históricamente salieron esos fondos que pusieron en marcha las ruedas del moderno sistema económico en que vivimos?
Para responder a esta pregunta hay que empezar considerando todos los beneficios de las empresas remiten a algo de capital preexistente, y por lo tanto a una acumulación de beneficios anterior. Empero, si los salarios reproducen a los trabajadores y el beneficio reproduce a los empresarios, y si una vez establecidas estas relaciones se reproducen a sí mismas de forma automática (la violencia sólo sirve para proteger el orden existente contra la violencia de los que tratan de perturbarlo), tiene que haber habido un momento dado de acumulación original o primitiva del «capital», que fue el producto de algo más que un beneficio capitalista anterior, así como un primer trabajador que se vio constreñido por alguna cosa diferente al sistema de salarios.
Como muchas de las páginas de la historia, las de este capítulo se escriben con mucha sangre y violencia. Así fue el despojo directo o saqueo que en el plano internacional fue un acto inicial de expoliación directa de ciertas naciones sobre las demás: es decir, una acumulación originaria. Espejo de colores por oro también juega. Cuando el capitalismo se constituye en alguna parte, los seres humanos y las naciones que ya existen están siendo explotados sin violencia, porque han sido privados de todo por un acto anterior de violencia.
Regresando a nuestros días, en la práctica esto de que la inversión sea una función creciente del consumo se traduce en que la producción efectiva es constantemente inferior a la producción potencial. Y puede por lo tanto variar independientemente de esta última. Es lo que mide el indicador Utilización de la Capacidad Instalada (UCI). Regularmente nos dice que las empresas utilizan entre el 65% o 70% de su capacidad instalada. En recesión, como ahora, la bajan. Son estas variaciones, este «ciclo» entre un más y un menos en el subempleo del potencial, esta movilización y desmovilización de la reserva, las que hacen posible la variación simultánea en la misma dirección del consumo y la inversión, asegurando así el equilibrio coyuntural sobre la base misma de un desequilibrio estructural en el que el crédito juega un papel decisivo.
Debería quedar claro, entonces, que la metáfora de primero hacer la torta para luego comerla es propia de la repostería como práctica culinaria. “Primero la torta” es una pésima idea del funcionamiento de la economía. Y la repostería como negocio necesita glotones con plata en el bolsillo con ánimo de gastarla. En función de los intereses de toda la sociedad, bregar por mayores salarios es bregar por mayor crecimiento.