Milenarista y mesiánico

La abundancia de giros verbales con referencias místicas, siempre en el marco de un inventario de catástrofes insoportable, sugieren una impronta milenarista que llega de la mano de severas alusiones mesiánicas.

Le faltaban quince días para asumir, cuando el presidente electo Javier Milei visitó en el cementerio judío de Montefiore, al este de Nueva York, la tumba del rabino Menachem Mendel Schneerson, también conocido como “el Rebbe de Lubavitch”. Poco antes había recibido en Buenos Aires la bendición del rabino David Hanania Pinto Shlita, un francés de origen marroquí que lidera numerosos centros y un centenar de escuelas judías en Argentina, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, México, Israel y Brasil, entre otros países.

Transcurridas un par de semanas, el rabino Menachem Mendel Schneerson cobró renovada notoriedad cuando el 10 de enero grupos de judíos ortodoxos pelearon entre ellos y con la policía neoyorquina en la sinagoga que fuera su casa, ubicada en el número 770 de la Eastern Parkway Avenue. La trifulca obedeció a profundas diferencias internas entre el oficialismo de dicha sinagoga, que asegura que Schneerson murió efectivamente en 1994, y quienes plantean que no solamente sigue vivo, sino que además fue (y tal vez continúe siendo) el Mesías esperado desde siempre por el pueblo judío. Al margen de ciertos detalles anecdóticos, como la construcción clandestina de un túnel a cargo de jóvenes estudiantes opositores y las leyendas urbanas al respecto cargadas de antisemitismo, lo cierto es que aparece en la superficie la presión de grupos mesiánicos sobre conducciones algo menos radicalizadas.

En este caso, como en todos, la cuestión referida al mesianismo irrumpe desbordante de complejidad y contradicciones. Sabido es que una de las creencias fundantes del judaísmo plantea que en cualquier momento podría producirse la llegada del Mesías para salvar y liberar al pueblo judío. Pero hay quienes aseguran que Scheneerson descansa en paz desde 1994, en la tumba que visitó el presidente electo Milei, y que lo hace luego de haber sido el Mesías y operado en la historia como tal. Otros ponen en tela de juicio su muerte, e incluso aseguran que permanecería activo en su calidad de Mesías. Y hay quienes, trazando un asombroso enlace con el cristianismo, creen que ha muerto, pero resucitará para completar su obra. Esta última concepción anima una serie de derivaciones que ofrecen particular interés, sobre todo al contrastarlas con la experiencia cristiana, las visiones apocalípticas de Juan, el anunciado retorno de Jesús, el Juicio universal y la consumación de los tiempos.

Las referencias religiosas abundan en los discursos y manifestaciones públicas de Javier Milei, quien proviene de una familia cristiana y evolucionó, por la vía del estudio de la Torá y la admiración, hasta el judaísmo. Su interés por el estudio de la Torá comenzó cuando dictaba clases particulares de economía al joven Saúl Sutton, hijo de David Sutton Dabahh, dueño del Hotel Alvear. Y en más de una oportunidad aseguró que para completar su conversión solamente le faltaría el pacto de sangre, pero que por el momento y por razones prácticas habrá de postergarlo, dado que sus compromisos le impedirían cumplir con el shabat, el riguroso descanso obligatorio del séptimo día.

La primera vez que Milei habló como presidente, además de las referencias a las condiciones catastróficas en que se hacía cargo del gobierno, también ofreció matices místicos destacables. “No es casualidad que esta inauguración presidencial ocurra durante la fiesta de Hanukkah –dijo–, la fiesta de la luz, ya que la misma celebra la verdadera esencia de la libertad.” Agregó que la guerra de los macabeos simboliza el triunfo de los débiles sobre los poderosos, de los pocos sobre los muchos, “de la verdad por sobre la mentira, porque ustedes saben que prefiero decirles una verdad incómoda antes que una mentira confortable”.

Acababa de ganar el balotaje por el 55% de los votos y recordó que hacía dos años, al ingresar como legislador a la Cámara de Diputados acompañado por su compañera de fórmula presidencial, en un reportaje le habían advertido que “ustedes son 2 en 257, no van a poder hacer nada”. La réplica en aquella oportunidad, evocó Milei, “fue una cita del libro de Macabeos 3:19 que dice que la victoria en la batalla no depende de la cantidad de soldados, sino de las fuerzas que vienen del cielo. Por lo tanto, Dios bendiga a los argentinos y que las fuerzas del cielo nos acompañen en este desafío.”

La abundancia de giros verbales con referencias místicas, siempre en el marco de un inventario de catástrofes insoportable, sugieren una impronta milenarista que llega de la mano de severas alusiones mesiánicas. Son resonancias con un denso temario que no agotan los libros sagrados de las tres grandes religiones abrahámicas, ni la saga infinita de los sabios y eruditos que a lo largo de la historia ensayaron su estudio e interpretación, arribando muy pocas veces a los mismos resultados. En ese terreno cualquier asunto es controversial y con raíces profundas, como lo prueba la interna desatada en la sinagoga 770: quizá no todos aceptarían que Schneerson haya sido ungido Mesías; y habida cuenta de que solamente los judíos tradicionalistas y con inclinaciones místicas creen en la reencarnación y otros en la resurrección, lo cierto también es que, desde la perspectiva de la colectividad en su conjunto, los influenciados por el secularismo ni siquiera le llevarían el apunte a las posturas más radicalizadas.

Corresponde consignar que para una mejor celebración del fin de año el presidente había derramado sobre los argentinos un mensaje descriptivo, sembrado de cifras estremecedoras y conceptos alarmantes. “Se trata de una situación inicial peor que la del año 2001 2002 –dijo–, que fue la peor crisis de nuestra historia. Por lo tanto, estamos frente a una situación de emergencia nacional que requiere que actuemos de forma inmediata y contundente con la mayor cantidad de instrumentos posibles que exceden ampliamente los recursos que hemos utilizado en estas primeras semanas.” En otro orden, aseguró que “ahora nos dirigimos a una catástrofe económica de una magnitud desconocida para cualquier argentino vivo”. Y esa circunstancia justificaría el envío al Congreso de un megaproyecto de ley  que “brinda al Ejecutivo las facultades necesarias para actuar frente a esta situación de emergencia y evitar la catástrofe…”

En ese discurso Milei sostuvo que había sido ungido por la voluntad popular, porque “a pesar de que no les prometí un camino repleto de rosas, sino uno de esfuerzo y sacrificio, la gran mayoría de los argentinos me correspondieron con su voto”. Inmersos en la catástrofe, recibiendo mensajes sombríos y tributando a cierta vocación milenarista, los argentinos deberán entonces asimilar un año 2024 duro, pero que habrá de funcionar como preludio de la reversión de la situación heredada. Y por eso el presidente se refirió a la necesidad de que el megaproyecto de ley-ómnibus resulte aprobado, porque de lo contrario el Ejecutivo “no tendrá los instrumentos para evitar que la crisis se convierta en una catástrofe social de proporciones bíblicas”.

O sea que las palabras presidenciales denotaron un entorno catastrófico que eventualmente podría elevarse a la enésima potencia, y que con toda seguridad habrá de estirarse en el tiempo, hasta que se abra una larga etapa de prosperidad. En principio parecen inspiradas en un esquema intelectual milenarista porque, como escribió el gran historiador francés Jean Delumeau, especializado en cristianismo, “para los milenaristas de todas las épocas, el paso a los mil años de felicidad terrenal debe realizarse, conforme a las predicciones del Apocalipsis, mediante un periodo de catástrofes”. Y algo por el estilo planteó Milei en su discurso. Dijo que más adelante, transcurridas varias décadas de penurias, los argentinos disfrutarán, como en el mileniarismo “clásico”, un periodo de felicidad terrenal. Y cualquiera podría conjeturar, finalmente y como nota al pie, que así será, hasta que regresen los Mesías pertinentes, hagan los Juicios Universales que corresponda y opere la consumación de los tiempos.

Poco después, el 17 de enero, el presidente Milei pronunció en la 54º Reunión Anual del Foro Económico Mundial de Davos un discurso que, de acuerdo con la circunstancia y  por analogía, sonó ecuménico, aunque limitado en principio a un Occidente  en peligro porque aquellos que deberían defender sus valores “se encuentran cooptados por una visión del mundo que inexorablemente conduce al socialismo, en consecuencia a la pobreza”. Luego de repasar algunas cifras desde la Revolución Industrial hasta la fecha, Milei aseguró que “la conclusión es obvia: lejos de ser la causa de nuestros problemas, el capitalismo de libre empresa, como sistema económico, es la única herramienta que tenemos para terminar con el hambre, la pobreza y la indigencia, a lo largo y a lo ancho de todo el planeta”. O sea que, si bien peligra Occidente, el capitalismo de libre empresa podría aportar la solución, pero a nivel planetario.

Las penurias propias de una encrucijada apocalíptica también serían el caldo de cultivo para ideologías perversas, ferozmente opuestas a su resolución. En Davos el presidiente Milei criticó “a la doxa de izquierda” que cuestiona al capitalismo por motivos de moralidad, “por ser –según ellos–, dicen sus detractores, que es injusto”. Entonces Milei lanzó dardos contra la justicia social (que “no sólo no es justa sino que tampoco aporta al bienestar general”), ya que por añadidura se banca con impuestos que el Estado cobra de manera coactiva. Y algo más asombra a Milei, y lo dijo en Davos: “¿Cómo puede ser entonces que desde la academia, los organismos internacionales, la política y la teoría económica se demonice un sistema económico que no sólo ha sacado de la pobreza extrema a más del 90% de la población mundial, y lo hace cada vez más rápido, sino que además es justo y moralmente superior?”

También en Davos el presidente Milei se refirió, ratificando la impronta ecuménica de su discurso, a los animadores de las herejías de mayor entidad. Dijo que “el problema esencial de Occidente hoy es que no sólo debemos enfrentarnos a quienes, aun luego de la caída del Muro y la evidencia empírica abrumadora, siguen bregando por el socialismo empobrecedor; sino también a nuestros propios líderes, pensadores y académicos que, amparados en un marco teórico equivocado, socavan los fundamentos del sistema que nos ha dado la mayor expansión de riqueza y prosperidad de nuestra historia”. Y prosiguió: “El marco teórico al que me refiero es el de la teoría económica neoclásica, que diseña un instrumental que, sin quererlo, termina siendo funcional a la intromisión del estado, el socialismo, y la degradación de la sociedad.” 

Para Milei, el problema “radica esencialmente en que ni siquiera los economistas supuestamente libertarios saben qué es el mercado, ya que si se comprendiera se vería rápidamente que es imposible que exista algo así como fallos de mercado”. O sea que la existencia de los monopolios es imposible, aunque sí pueden existir grandes concentraciones que resultan altamente beneficiosas para el sistema. Y esta sutileza no sería fácilmente perceptible porque, entre otras cosas, los neomarxistas  han sabido cooptar el sentido común de Occidente merced a la apropiación de los medios de comunicación, “de la cultura, de las universidades, y sí, también de los organismos internacionales”.

Por supuesto que los neoclásicos no agotan la galería de animadores de otras diversas herejías, las cuales en su mayoría son variantes colectivistas, aunque se manifiesten “abiertamente comunistas, o socialistas, socialdemócratas, demócratas cristianos, neokeynesianos, progresistas, populistas, nacionalistas o globalistas”. Y hay más herejes: allí están quienes dan batalla desde las trincheras del feminismo radical (cuando es sabido que para el libertarismo “todos los hombres somos creados iguales, que todos tenemos los mismos derechos inalienables otorgados por el Creador”), o los socialistas que plantean el conflicto entre el hombre y la naturaleza, que puede dañar al planeta, llegando “a abogar por mecanismos de control poblacional o en la agenda sangrienta del aborto”.

En apariencia sería deducible de las palabras del presidente Milei en Davos que el acecho de quienes promueven la justicia social es incesante, y ellos constituyen una Legión (como el endemoniado bíblico) altamente peligrosa. Los adherentes y promotores de la justicia social parten de la idea de que la economía en su conjunto es una torta que, aunque no esté dada, puede repartirse de modo diferente, haciendo caso omiso de que “es riqueza que se va generando en lo que Kirzner llama un proceso de descubrimiento”.

En efecto, la riqueza se va generando, como se cansó de predicar y escribir el nonagenario Israel Meir Kirzner, hijo de un reconocido rabino talmudista y también él ordenado rabino haredí. Israel Meir Kirzner ejerce en la congregación donde lo hiciera su padre, en Brookling, Nueva York, y es un reconocido economista perteneciente a la Escuela Austríaca. En varios libros fundamentó y propuso los mecanismos para que los emprendedores descubran los mercados y en ellos la mejor manera de abordarlos, sin interferencias nocivas, y con la condición de que  nada obstaculice la generación de productos con la mejor calidad y a precios atractivos. O sea que la clave virtuosa de la prosperidad pasaría, en última instancia, por la instauración de un libre proceso de descubrimiento; y por evitar que el colectivismo, en cualquiera de sus variantes, pueda inhibir los descubrimientos de los emprendedores y apropiarse de lo descubierto.

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