En medio del debate peronista, no está de más una vuelta a los conceptos históricos: el partido, el movimiento, la conducción, la estrategia. Cómo juegan, qué se elige formalmente y qué no y cuál es la gran deuda.
A la eterna dificultad de aproximarnos a una verdad trascendente, a veces nos tranquilizan predicando que es una pretensión inútil y vana.
Y sin embargo, insistiremos sobre un tema que está nuevamente en discusión: el peronismo.
Algunas certezas
- El Movimiento Peronista es un producto original del Siglo XX, aún hoy objeto de análisis, de polémica y de desconcierto para la academia.
- Como fenómeno político y cultural, no dejó de ser protagonista central de la sociedad argentina – y subcontinental – durante los últimos 70 años, atravesando los cambios de escenario mundiales durante el período y habiendo sido proscripto, perseguido y sus militantes asesinados, torturados y desaparecidos por la última dictadura.
- El peronismo fue invencible en la disputa electoral en vida de su conductor, Juan Domingo Perón.
- En 1983, esa certeza desapareció, y el Partido Justicialista – o los frentes electorales con centro en el peronismo – sería derrotado en varias elecciones hasta hoy, no obstante haber accedido al gobierno en seis ocasiones consecutivas: dos con Menem, tres con Néstor y Cristina y luego una más con la fórmula Fernández-Fernández en 2019.
Precisiones
El primer peronismo fue la respuesta autónoma de nuestra Nación a las condiciones mundiales de la posguerra: bipolaridad geopolítica, vigencia de los estados-nación, margen para implementar el estado de bienestar y articulación de un capitalismo relativamente independiente, no exento de conflictos de intereses internacionales y al interior de la Argentina.
El Presidente Juan Perón en ejercicio había difundido ya su concepción de la sociedad como Comunidad Organizada, y del justicialismo como un movimiento que contenía todas las expresiones de la vida nacional, siendo el Partido Justicialista su herramienta electoral.
El escenario de proscripción abierto con el golpe criminal del ‘55 relegaría al Partido a la inoperancia durante 18 años. El resto de las formas más o menos orgánicas del movimiento protagonizaron la Resistencia, conducida por Perón en el exilio.
La “herramienta electoral” resucitaría del letargo con el retorno y posterior doble triunfo de 1973, aunque el “acontecimiento” fue la presencia del conductor en la Argentina y su capacidad única de aglutinar voluntades en un clima conflictivo. Lejos estábamos de campañas tecnologizadas.
Desde entonces hasta la actualidad el escenario geopolítico, el carácter del capitalismo y la conformación social de nuestro pueblo han cambiado drásticamente.
Cabe preguntarse si el peronismo como identidad política subsistente ha logrado hacerse cargo de esos cambios y si la debilidad de nuestras respuestas no es causa principal de nuestra suerte electoral diversa.
A poco de su regreso definitivo a la Patria, Perón declaró que la verdad justicialista que rezaba “para un peronista no debe haber nada mejor que otro peronista” debía cambiarse por “para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino.”
Cincuenta años después, venimos fracasando rotundamente en esa misión. Esta es otra lamentable certeza.
La conducción
En estos días ha cobrado nuevamente atención el tema de la Conducción, como continuidad del intento de comprender las notas claves del peronismo. (Señalo en particular la nota reciente de Jorge Alemán en La Tecla Ñ, sobre la distinción entre “conducción” y “liderazgo”, que remite a la clásica distinción entre “caudillo” y conductor formulada por Perón en 1951)
Podríamos al respecto consignar numerosas citas del General descriptivas del fenómeno. Fue una propuesta completamente novedosa en el ámbito de la política, entonces y ahora.
Pero sólo intentaremos establecer algunas pautas para la reflexión:
- La democracia occidental ha instituido la representación para mediar entre la “ciudadanía” y el gobierno, y ha consagrado a los partidos políticos legalmente establecidos como las organizaciones que compiten por esa representación.
- El peronismo no es un partido político, sino un movimiento, aunque incluye en su conformación al Partido Justicialista.
- La conducción del movimiento nunca fue electiva, aunque sí pueden serlo las autoridades de cualquiera de las expresiones orgánicas que lo conforman. Tenemos la facultad de votar por un secretario general para nuestro gremio, pero no para votar la conducción del movimiento.
- Esto último supone que la conducción del movimiento se consagra por otros métodos.
- Y no hay ni hubo nunca una “conducción natural”, como tampoco “vitalicia”.
Podemos acordar que el “modelo” de conductor del peronismo fue el mismo General Perón, encarnando hasta el último día de su vida la misión de unir no sólo a todos los sectores del movimiento sino de la sociedad toda.
Podemos disentir acerca de hasta qué punto los subsiguientes jefes de Estado peronistas pudieron “imitar el ejemplo” y aglutinar en lugar de dividir, incluir en lugar de excluir.
Es más, y contrario sensu, cuando el movimiento se manifiesta como una yuxtaposición de grupos de interés (gobernadores, gremios “fuertes”, gremios “débiles”, organizaciones sociales, los intendentes, el “kirchnerismo duro”, el “antikirchnerismo duro”, La Cámpora, Cristina y Axel…) cada uno con disensos internos notables y fuertes tensiones entre sí, esto significa que el movimiento no tiene conducción.
Las internas
Sin garantía alguna de victoria electoral por “una etiqueta peronista”, y con la sociedad en medio de una catástrofe, el Partido Justicialista adquiere una entidad estratégica, y la elección de sus autoridades debería adquirir una calidad institucional superior a la histórica, de modo de recuperar una credibilidad cuestionada.
La ausencia de una conducción estratégica en ejercicio no impide que el Partido Justicialista elija sus autoridades de modo transparente y democrático
Sería un logro táctico deseable en el camino de recuperarnos.
Con una salvedad fundamental: si las elecciones internas del PJ son un mero espacio para dirimir conflictos de poder relativo entre facciones, exponiendo fracturas abiertas a la sociedad, estaremos diseñando las condiciones de otra derrota.
Hay aquí un enorme desafío de grandeza para nuestros dirigentes.
Mi tía Chichi, desde sus 90, me pregunta perpleja: “¿Qué pasa, Negro, que no se juntan? Con el desastre que están haciendo los gorilas…”
Hace años que le debo una respuesta algo coherente.
muy bueno negro. Hoy todos somos tía Chichi. Hartos de vanidades y soberbias que nos han llevado a la derrota siendo gobierno u oposición. A bregar por la unidad como nos enseñó el general.