En 1896, un año después de la invención del medio cinematográfico, León XIII se convirtió en el primer Papa en ser filmado en la historia. La breve película de solo dos minutos de duración finaliza con el sumo pontífice saludando y haciendo una bendición a cámara dirigida no solo a los que tuvieran la oportunidad de verlo, sino también al revolucionario invento que tenía delante.
Desde entonces hasta la elección de León XIV ha habido todo tipo de jerarquía vaticana en las películas y la TV.
El oportunismo comercial de las plataformas de streaming no podía perderse la oportunidad de la muerte, la pompa y la espectacularidad de la liturgia de sucesión papal.
La industria sabe construir sobre el imaginario cultural dominante. Sin duda la que mejor se preparó para explotar la muerte de Francisco fue FilmNation Entertainment con la producción Cónclave (2024). Una trama de intrigas palaciegas con final woke.
Su director, el alemán Edward Berger creó una historia de entramados políticos, tensiones internas y un Vaticano aferrado a secretos nunca revelados, a partir del proceso real que se lleva a cabo tras la muerte del sumo pontífice. Cónclave representa de manera casi calcada la solemnidad del rito y todos sus símbolos, pero en la cual la verdad de la elección no viene del Espíritu Santo sino de la corrupción y la codicia de las personas. Y está bien. La obra no busca documentar sino crear un thriller contemporáneo, que difiere de la realidad, un Vaticano que se prepara para renovar su mensaje, con nuevos gestos de cercanía y transparencia, siguiendo la línea del papado de Francisco.
Un antecedente inmediato del imaginario de la solemnidad clerical quizás haya sido meses antes la reinauguración de Notre Dame de París (dañada por un incendio en 2019). Este evento colorido fue transmitido en directo con drones, steadycams y una narrativa épica que confirma también que la Iglesia busca hoy inscribirse en el lenguaje del espectáculo global, poniéndose a tono con las formas de fabricación de Hollywood.
Otra película que reflotó tras la muerte de Francisco fue Los Dos Papas (Netflix, 2019), magistralmente protagonizada por Jonathan Pryce en el papel de Jorge Bergoglio y por el dos veces ganador del Oscar, Anthony Hopkins como Benedicto XVI. Esta entrega narra el cónclave de 2005 en el que el renunciante Ratzinger fue elegido Papa, y una conversación aparentemente basada en hechos reales, entre él y el argentino Bergoglio quien de manera casi confirmada se convertiría en su sucesor.
El guion fue diseñado a partir de los escritos, hechos y opiniones públicas de ambos. Retrata de manera extremista a un Benedicto XVI con su visión conservadora “rígida” y a un Francisco progresista “compasivo”. De hecho, al primero se lo representa como sediento de poder durante su cónclave, seduciendo a los cardenales con su conocimiento y formalidad. Sin embargo, durante el transcurso de la película, la conversación acerca posturas y permite que se comprendan mutuamente.
Ambas películas ofrecen una visión politizada de la iglesia. Las dos desde una perspectiva en la que se enfrenta a “obispos liberales” contra “obispos conservadores”. Una reducción al sentido común de una institución de dos mil años, que se inscribe en la tradición secular anglosajona.
Cónclave lo hace de una manera más “hollywoodense” y con disputas de género en el centro, preocupada por cumplir con una agenda simbólica antes que por explorar la complejidad espiritual del cargo que se disputa. Los Dos Papas, no evita caer en la caricaturización de los hechos (aunque Hopkins vuelve inevitablemente carismática cualquiera de sus interpretaciones), pero se permite momentos de silencio y reflexión, y aborda seriamente la profundidad teológica en torno a las figuras de Benedicto XVI y de Francisco.
La Reforma protestante es el estandarte en la geopolítica de la cultura mainstream (si no más, como dijera Max Weber, un estandarte de la ética misma del capitalismo). Con la expansión del imperio americano, esta visión crítica, ancló fuertemente en la cultura pop (cine y TV sobre todo) la representación de un Vaticano lleno de inquisiciones y leyendas negras.
Salvo excepciones, la representación de los papas en cine fue monopolizada por el anticlericalismo liberal. Las complicidades de la Iglesia católica con todos los excesos que le adjudican, por ejemplo, los libertinos del siglo XVII y los positivistas luego, la casi indiferencia durante la Shoah así como con las dictaduras latinoamericanas en la segunda mitad del siglo XX, contribuyeron poco a confrontar esas visiones.
La historia la representación de la Iglesia y sus jerarquías es de gran importancia, pues las producciones construyen sobre la herencia visual de sus mayores.
La lista es larguísima y hunde sus raíces en el origen mismo de las moving pictures. Solo unos pocos títulos para trazar génesis: desde La Passion de Jeanne d’Arc (1928) de Theodor Dreyer; pasando por Las Sandalias del Pescador (1968) protagonizada por Anthony Quinn, El Nombre de la Rosa, las sagas de Papas Borgia, y una Iglesia absolutamente corrompida de El Padrino III.
Imposible dejar de lado las sátiras (de las cuales los británicos de Monty Phyton sin duda siguen siendo los más efectivos burladores, ver sino los sketches de The Spanish Inquisition.
Pero si hay dos géneros a los que fueron a alojarse Iglesia, obispos y papas estos han sido los thrillers (algunos con aire conspiranoico como la saga iniciada por El Código Davinci en base a las novelas de Dan Brown) y las películas de terror en las siempre se requiere una intervención papal para autorizar un exorcismo.
Esta enumeración arbitraria no puede dejar afuera Habemus Papam (2011) dirigida por Nanni Moretti, en la que un papa flamante (Michel Piccoli) es asaltado por un brote de pánico escénico.
Finalmente, los que quieran aprovechar el “momentum” papal no deberían perderse el documental Pope Francis: A Man of His Word, dirigido nada menos que por Wim Wenders. Una buena oportunidad para descubrir una dimensión (humana, nueva, rara) del papa argentino. Consideren ver también Amén. Francisco responde (2023) donde jóvenes de todo el mundo y con distintas realidades van a Roma y hablan con el Papa. Las preguntas que le hacen no tienen demasiada profundidad ni intelectualismo pero lo vuelve muy interesante que estando esa figura presente, los jóvenes se ponen a debatir como si los estuviera escuchando el abuelo.
Quizás el cine en la era de las plataformas le deba a Francisco una cierta reconciliación de las grandes audiencias con la liturgia y las razones vaticanas.
El vivo en directo y la hiperconectividad a la que saturaron con imágenes desde San Pedro miles de fieles con sus telefonitos, también pueden haber aportado a reencantar el catolicismo herido por siglos de visiones maniqueas. El tiempo dirá.