Un análisis económico de la carta de CFK. Las fortalezas y las debilidades de la presidencia de Néstor Kirchner y de las dos presidencias de Cristina. El salario real y el mercado interno. Ojo con las críticas conservadoras. La experiencia del Frente de Todos.
La ex Presidenta y Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner publicó una carta abierta en la que sugiere que la pérdida de peso político del peronismo debe inducir a “su propia reconstrucción abordando todos y cada una de las nuevas demandas sociales”, y que “esto plantea la necesidad de crear un ámbito de discusión y participación que hoy no existe y que su ausencia sólo genera confusión y vacío”. Asevera que “debemos aceptar que nada está grabado en piedra y que todo debe ser repensado y discutido” y se refiere a cuestiones que, señaló, debieran incorporarse al debate. Entre ellas se cuentan la reversión del déficit fiscal por medio de un rediseño del sistema tributario y la remoción de subsidios a sectores concentrados de la economía, la mejora de los servicios y la educación públicas (aludidos como “nueva estatalidad”), además de otros factores que no son de índole económica.
La invitación a debatir de CFK es oportuna, puesto que es necesario establecer ideas de referencia para orientar la conducta de la oposición. Sin embargo, entre las cuestiones que enumera no se cuentan los principales factores críticos que afectan a la política en el presente. Por ejemplo, cómo mejorar los ingresos e impulsar el crecimiento económico de manera sostenida, contemplando el desarrollo de la estructura productiva.
Son cuestiones que vinculan el estado crítico de la actualidad con el pasado, y vale la pena repasar sus raíces, que no son accesibles al conocimiento inmediato. La falta de claridad en torno de ellas conforma el origen de la crisis política actual.
Es útil entonces, para elaborar una propuesta superadora, examinar los límites y las virtudes de la política económica desplegada por los gobiernos kirchneristas, y los retrocesos experimentados por sus sucesores.
Las condiciones de vida
En los años que van entre 2003 y 2008, el Producto Interno Bruto (PIB) de Argentina creció en tasas próximas al 9 por ciento anual. Esto permitió que en 2006 se superase el PIB por habitante de 1998, que fue el más alto alcanzado en la década de 1990, y por ende el pico previo a la crisis que se desató luego.
La tasa de desocupación, que estuvo cerca del 20% para 2002, cayó por debajo del 10% para 2006. Desde entonces se mantuvo estable entre el 5% y el 10%, incluso hasta hoy.
Las explicaciones de esta recuperación, por fuera de lo descriptivo, no suelen ser profundas. Algunos analistas destacan el impulso del sector externo por el incremento del precio de la soja. También el aliciente que significó la devaluación al permitirle a la industria local posicionarse frente a productos que antes se importaban.
Otro punto mencionado es la célebre renegociación de la deuda externa con los acreedores privados (el canje de bonos con un valor 62.000 millones de dólares por otros de 35.300 millones en 2005) y el pago de 9.800 millones de dólares al FMI en 2006. Serían elementos que hicieron posible la independencia en la toma de decisiones internas.
Pero por sí mismo, ninguno de estos hechos explica la recuperación transitada: se debe principalmente a la disposición del gobierno encabezado por Néstor Kirchner para no obstaculizar el avance del mercado interno.
Los salarios tuvieron una recuperación en términos de su poder de compra, cuyo nivel general en 2005 ya era superior al anterior a la crisis de 2001, y siguieron creciendo hasta la crisis de 2008. En concomitancia, el gasto público se mantuvo en alza, mayormente en las categorías de seguridad social, por la mejora en las jubilaciones y los programas de inclusión previsional.
Estas tendencias continuaron con los dos gobiernos siguientes, adquiriendo más profundidad en algunos aspectos. En 2009 se creó la Asignación Universal por Hijo en 2009, en conjunto con la estatización de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP).
Tras la caída del PIB en 2009, el crecimiento a tasas altas se retomó en 2010 y 2011. Ese último año marcó el PIB más alto de la economía kirchnerista. Entre otros de los resultados, la población bajo la línea de pobreza, que era la mitad al iniciar 2003, se redujo al 20% hacia 2015.
Debe tomarse nota de que en el corazón de las políticas económicas practicadas en los tres períodos presidenciales que van de 2003 a 2015 radica la mejora de las condiciones de vida en Argentina. Incluso luego de 2011, cuando las dificultades económicas se acentuaron, el Gobierno evitó retroceder en este aspecto.
Por eso es que a pesar del desgaste y los desaciertos que tuvieron lugar en los años transcurridos, el kirchnerismo produjo una revitalización sobre el peronismo y mantuvo una fidelidad política significativa aun habiendo perdido la elección de 2015.
Las limitaciones de la política económica
Los señalamientos sobre las limitaciones de la política económica del kirchnerismo se ubican habitualmente en la reaparición de la inflación a partir de 2008 (para ser precisos, de variaciones continuas y cada vez mayores del nivel de precios) y en la erosión progresiva de la holgura que antes se constataba en el sector externo, y se revirtió luego de 2011.
Los críticos conservadores del kirchnerismo suelen atribuirle unilateralmente el origen de estas limitaciones al descuido por los “equilibrios macroeconómicos”, que no son mucho más que la prudencia fiscal y salarial. En definitiva, dicen que un estímulo continuo hacia la actividad económica es impracticable. Un ejemplo de este tipo de análisis lo encontramos en la segunda parte de la obra de Jorge Remes Lenicov 115 días para desarmar la bomba.
Otros trabajos matizan la perspectiva mencionada con el examen de la reaparición de problemas estructurales de la economía argentina, principalmente el que se conoce como restricción externa, que consiste en la mayor presión de las importaciones a medida que la economía crece. Aunque también se critican los excesos dispendiosos, en conjunto con la existencia de pretendidas malas decisiones, como el subsidio a las tarifas de servicios públicos, que daban lugar a derroches sin un criterio distributivo muy claro.
Tras este tipo de objeciones subyace, en diferentes medidas proporcionales a la importancia que se le asignan a los “desequilibrios” como causales del estancamiento económico, la noción de que las condiciones de vida de la población no pueden ser alteradas de manera continua. Dentro de tal marco intelectual pueden concebirse algunas reformas ocasionales que les impliquen a los trabajadores una mayor participación en el ingreso nacional, pero no una transformación profunda y duradera de su calidad de vida.
Los críticos que toman esa línea de razonamiento tampoco reparan en las consecuencias políticas y económicas del “equilibrio” que se persigue. Más allá de los mitos atenientes a la caracterización del déficit fiscal como algo indeseable, vale la pena preguntarse si en aras de conservar el equilibrio se deberían haber establecido metas que significasen postergar a los trabajadores del sector público, los jubilados que vieron mejorada su situación o los receptores de un nivel de ayuda social antes inexistentes. Razonar tan livianamente sobre la imprudencia en torno de los equilibrios macroeconómicos es rayano con atentar contra lo más loable del kirchnerismo.
En realidad, lo ocurrido con la inflación se explica de una manera más sencilla: al sostenerse tan prolongadamente el incremento de los salarios, es lógico que emerjan presiones sobre las estructuras de costos. La incapacidad técnica de apaciguar esa tendencia debería reconocerse para evitar que se repita, en un programa en el que la mejora de ingresos se sostenga y se diseñen los instrumentos requeridos por ese objetivo. Uno puede ser el financiamiento de los incrementos salariales del sector privado por parte del Estado, manteniendo una planificación y ciertas pautas. El otro, la administración de precios relativos, de la cual un elemento esencial son las retenciones, para que la volatilidad en los precios internacionales vinculados a la producción de alimentos no repercuta en el mercado interno. Lo que es evidente es la incompatibilidad de esta necesidad con la satisfacción del anhelo supersticioso de evitar el déficit fiscal y conservar el equilibrio macroeconómico.
Por su parte, el problema del sector externo comenzó a manifestarse en 2011. En ese año, la acumulación de reservas en la economía argentina pasó de registrar signo positivo a negativo. En 2013, se agravó por la disminución del superávit proveniente del comercio exterior, que cayó a volúmenes magros. Lo que indicaba que, con independencia de los egresos financieros, los ingresos comerciales se redujeron sustancialmente. En 2015 se registró déficit comercial, el único del período kirchnerista.
Las autoridades económicas no respondieron al problema de una manera adecuada. Insistieron en mantener las tasas de interés de referencia por debajo de las variaciones de precios, lo cual dificultaba la estabilidad cambiaria al desalentar la preferencia por activos financieros nominados en pesos en comparación a la compra de dólares. Y ya de por sí, el problema de la inflación era imposible de controlar por la incompatibilidad de las prioridades de política económica con sus limitaciones técnicas.
Fue una gestión mal orientada que agravó los límites estructurales impuestos por la desintegración de la estructura productiva argentina, los cuales se convirtieron en una restricción por efecto del crecimiento mismo y los éxitos obtenidos anteriormente. Esencialmente, los bienes de capital y los insumos difundidos continuaron importándose sin que existiese ninguna política al respecto.
En el tercer capítulo del libro Endeudar y fugar, Pablo Manzanelli y Eduardo Basualdo calculan que los saldos comerciales de 2013 hasta 2015 hubiesen sido notablemente superiores si se excluyesen los déficits del sector energético, la industria automotriz y la producción electrónica de Tierra del Fuego. Se trata de actividades que por su naturaleza recibieron una mayor demanda debida a la expansión de la economía nacional. Pero por su desintegración productiva no hubo una reacción concomitante de la producción, sino un incremento de las importaciones.
Respecto de la energía, existieron reacciones y se retomó la cuestión durante el gobierno del Frente de Todos, aunque no con la prioridad que hubiese ameritado.
Los otros dos casos permanecen ignorados, y no son sino un reflejo de algo que no se limita a ellos: la dependencia de la industria de base foránea para el crecimiento representa un condicionamiento a la independencia nacional.
La nueva conducción
Desde 2016 en adelante, solamente se experimentaron retrocesos. Comenzaron durante la administración de Cambiemos y se ahondaron durante la del Frente de Todos, justamente por la falta de ideas sobre los objetivos a perseguir, que hubiesen dado lugar a los compromisos y alianzas necesarios para su realización. En lugar de eso, fueron visibles la ineficacia y la disgregación del último gobierno. Y la degradación de la situación económica continúa sin encontrar frenos, debido a que la política tiende a ignorar o a denostar lo más venerable que alcanzó el kirchnerismo: la mejor situación de la población argentina. Cabe preguntarse qué otra cosa tendría la política para ofrecer a la humanidad en lugar de eso.
Puede resultar útil que esos méritos sean explicitados de manera más activa, puesto que la crisis del presente consiste, en definitiva, en la persistencia de la política argentina para hacer todo lo contrario.
Esto no equivale a volver a lo anterior sino a aprender tanto de lo correcto como de las limitaciones políticas o económicas que impidieron seguir adelante.
Desgraciadamente, figuras importantes de ese período insisten en hacer propias posiciones superficiales que nada dicen sobre el fondo de las cosas, entorpeciendo la discusión e inhibiendo la aparición de alternativas superadoras de un desastre que es necesario dejar atrás con urgencia.
Sería interesante que la aparición de una nueva conducción de la oposición se vea mancomunada con la discusión y elaboración de propuestas con un contenido concreto, relacionado con el nivel de vida. Eso conduciría a que las fuerzas políticas intermedias tengan claro cuáles deben ser su papel y sus acciones en la actualidad, y la población argentina recupere la contención de una parte de la dirigencia política. De lo contrario, continuaran extendiéndose la apatía y la confusión de las que se busca salir.
Una debilidad
La crisis que atraviesa la coyuntura nacional, aunque se desarrolla con las contradicciones que le son propias, no da signos de agotarse en poco tiempo. Importa aquí la debilidad de la conducción política opositora para preparar una ruta de superación que se inicie en la forma de presiones homogéneas tendientes a ponerles un límite a las acciones del gobierno.
No se trata de impedirle gobernar a Javier Milei, sino de hacer valer ciertas pautas relacionadas con el nivel de vida y las expectativas de la población argentina. La ausencia de tales frenos permitió que las condiciones de existencia se degradasen a niveles impensados. Los estudios de opinión pública recogen una mayor preocupación con la situación económica por parte de los encuestados y un menor nivel de adhesión al gobierno que el que se observaba antaño.
No obstante, la pérdida de popularidad de Milei no equivale a una vigorización de la iniciativa opositora, ni a una mayor firmeza por parte de ella. Los episodios de vacilación primero y validación después de los vetos presidenciales hacia el cambio de la fórmula jubilatoria, y la ley de financiamiento a las universidades, son ejemplos de algo que desde el principio debería haberse sabido: no alcanza con que Milei se degrade. Los dirigentes políticos deben mantener convicciones propias y una agenda propositiva a escala nacional, de la cual se desprenda de manera natural una acción opositora que opere como mecanismo de defensa.
Creo que es necesario establecer empresas testigo que puedan jugar en la producción y precios. Hay acciones como el canal Magdalena, que increíblemente no se produjeron. Otra una empresa o la coordinación efectiva de los distintos laboratorios de medicamentos e insumos
Vicentin o en su defecto una empresa productora de alimentos y exportadora de productos agrarios. Sería fuente de ingresos y ordenadora de los oligomonopolios que existen