Realidad en demasía

La realidad, si es excesiva, deviene insoportable, según sentenció el poeta Thomas Stearns Eliot. El debate político actual en la Argentina, tan grandilocuente como distractivo, pone a prueba la inventiva de la comunidad nacional para dar una respuesta superadora al avance de los libertarios, sin poner en riesgo a las instituciones.

Nacido estadounidense pero inglés por opción desde 1927, ganador del Nobel de Literatura en 1948, dramaturgo y gran poeta, Thomas Stearns Eliot escribió cierta vez que “la humanidad no puede soportar demasiada realidad”. La sentencia, como tantas otras que derramó a lo largo de su vida, fue merecedora de muy diversas interpretaciones. Hubo quienes vieron allí que los seres humanos son severamente propensos al autoengaño y la negación de alguna parte de la realidad que les toca. Y esa parece la interpretación menos audaz, menos rica y productiva, porque no poder soportar (cannot bear) no tiene por qué necesariamente promover comportamientos evasivos; antes bien, son múltiples los caminos que se abren cuando la realidad se vuelve un exceso y, dando vuelta el sentido develado por su intérprete, insoportable de tanto estar presente en (y con) los seres humanos que participan de ella.

Un ejemplo. Para la sesión del 2 de mayo el Honorable Concejo Deliberante de San Isidro convocó a José Mauricio Castillo, ex combatiente de la Guerra de las Malvinas, con la idea de homenajearlo “en vida” y hacerse eco de la comunidad del barrio La Cava (donde residía cuando fue reclutado) que pretende erigirle un monumento en la Plazoleta de avenida Andrés Rolón e Intendente Tomkinson. El proyecto, presentado por un vecino, mereció que la concejala libertaria Déborah Ruiz Zeballos pidiera el pronto despacho, y que su colega María Feldmann de Maurette mocionara, además de apoyar al homenaje, que se declarara de interés municipal un documental sobre la Guerra de las Malvinas. Hasta allí la mera realidad transcurría solemne pero sin excesos, cuando se conmemoraban 42 años del hundimiento del Crucero ARA General Belgrano, atacado por el submarino nuclear inglés HMS “Conqueror” a las 16.00 horas de aquel infausto 2 de mayo de 1982, en latitud 55º 24 ‘ S. y longitud 61º 32 ‘ W., fuera de la zona de exclusión fijada por Gran Bretaña. Esa fue la tragedia naval argentina más grande de su historia, y arrojó la muerte de 323 tripulantes. Por entonces Margaret Thatcher gobernaba el Reino Unido, ocupando el cargo de Primera Ministra.

La bancada de Unión por la Patria planteó el apoyo al homenaje, pero tomó la palabra Manuela Schkuppisser para responsabilizar por el hundimiento a la señora Margaret Thatcher, la misma de quien “dijo Milei [que] es su ídola”. Por lo tanto, agregó la concejala, “no podemos no repudiar que nuestro presidente haya levantado la figura de esta mujer que fue asesina de nuestros pibes en Malvinas”. Así la realidad aludida por el poeta T. S. Eliot, dada la evocación de la concejala Schkuppisser, comenzó a ganar más peso específico, sobre todo cuando Feldmann de Maurette manifestó su adhesión a las palabras de Milei referidas a Thatcher, porque “nuestro presidente la ha destacado como una estadista que ha sacado a su país adelante”. Y agregó con énfasis: “Más allá de que nosotros hayamos vivido una guerra contra Inglaterra, quiero destacar las palabras del señor presidente.” En ese punto debió intervenir Martín Vázquez Pol, del Bloque Unión Cívica Radical–Juntos San Isidro y presidente del Honorable Concejo Deliberante, quien tras demorar un par de segundos la continuidad de la sesión y crear la debida expectativa dijo, como si emergiera de la incredulidad: “¿Es un homenaje? Pregunto, ¿no? Porque, ¿es un homenaje a Thatcher?”.

Coronado por la estela de manifestaciones de apoyo, críticas y recortes del alcance y la intención de la realidad puesta en juego, para ser decididamente insoportable el episodio no podía ceñirse a la valoración de Milei del thatcherismo. Aunque tal vez esos hechos sean útiles desde la perspectiva de quienes entienden que el poeta T. S. Eliot sugirió que hay un límite a la aceptación de la realidad, algo así como una barrera necesaria, incluso fabricada por los seres humanos a fin de protegerse. Y que en determinadas circunstancias la comunidad se aproximaría a tales límites, como cuando la ministra de Relaciones Exteriores argentina Diana Mondino, luego de realizar una visita a China y reunirse con el canciller Wang Yi, participó en París de una reunión de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En esa ocasión la canciller Mondino respondió a la requisitoria periodística sobre una reciente inspección gubernamental a la base espacial que instaló China en la provincia del Neuquén, y lo hizo en términos curiosos y sorprendentes en labios de una funcionaria de su jerarquía. Dijo que la inspección oficial, en línea con un gobierno garante de que las actividades en la base fueran exclusivamente civiles, como establece el convenio firmado entre Argentina y China, no pudo establecer que allí hubiera personal militar porque “son chinos, son todos iguales”. Palabras poco felices y rápidamente criticadas por la oposición, que no vaciló en calificarlas como discriminatorias, cuando no “repugnantes” (Juan Grabois dixit), pronunciadas por quien “menos mal que es la diplomática (ironizó Myriam Bregman), o insultantes para China y su cultura milenaria (Eric Calcagno).

Por supuesto que después se ofrecieron las aclaraciones del caso, apelando a una de las modalidades preferidas de los miembros de la casta gubernamental: lo que se dijo no se dijo del todo como sonó, o fue sacado de contexto, o fue mal interpretado. Funcionan como abanderados de un lenguaje polisémico, desbordante de significantes desquiciados, y dan por hecho que los destinatarios saldrán inocentemente a correr por la campiña detrás de los significados en fuga con una red para cazar mariposas. Por su parte Manuel Adorni, vocero presidencial, dijo el consabido: “Fue una mala interpretación, o una expresión que tal vez no se entendió como debió haber sido.” Y luego de culpar al auditorio real o potencial se tomó la libertad de exculpar a la canciller Diana Mondino, poniendo los ojos en blanco mientras aseguraba que “la discriminación no está dentro de su alma”.

Este episodio y sus derivaciones ponen a prueba la capacidad de soportar la realidad en grandes cantidades, como plantea la sentencia de T. S. Eliot, aunque no falten quienes suponen que el poeta también tiene en cuenta ciertas sinonimias entre realidad y verdad. Otros piensan que no hay sinónimos en tal sentido, porque tanto la verdad como la mentira participan de la misma realidad, contribuyendo a su aumento hasta volverla insoportable. Y hace poco así fue, por ejemplo, cuando frente a un puñado de estudiantes en un coloquio sobre comunicación y redes sociales de la Escuela de Gobierno del PSOE, el ministro de Transportes español aconsejó: “Sed vosotros mismos, sin miedo, hay gente muy mala que siendo ella misma ha llegado a lo más alto. Milei, por ejemplo, Trump.” Y agregó que a su criterio Javier Milei habría consumido “sustancias” para participar en un programa de televisión, y que en ese momento él jamás hubiera pensado que ganaría las elecciones. La réplica por las redes de la Oficina del Presidente de la República Argentina no se hizo esperar, asegurando que “el gobierno de Pedro Sánchez tiene problemas más importantes de los que ocuparse, como las acusaciones de corrupción que caen sobre su esposa, asunto que lo llevó incluso a evaluar su renuncia”. Munición gruesa, claro que sí, del calibre utilizado por el lado español, habida cuenta de que el ministro de Transportes difundió un video probatorio de sus dichos, aunque luego la cancillería dijera que “el Gobierno y el pueblo español seguirán manteniendo y fortaleciendo sus lazos fraternales y sus relaciones de amistad y colaboración con el pueblo argentino, voluntad compartida por toda la sociedad española.”

La tensión diplomática con España prologó la cuarta visita del presidente Milei a los EE.UU. para participar de la conferencia global de inversores organizada por el Milken Institute de Los Ángeles. Allí logró un encuentro y la foto soñada, donde se lo ve junto a su hermana Karina, el híper empresario exitoso Elon Musk y el embajador ante los Estados Unidos, Gerardo Werthein, todos ellos (excepto Werthein) con los pulgares apuntando para arriba, seguramente invocando a las fuerzas del cielo. También el presidente mantuvo encuentros con personalidades de diversos ámbitos, desde el artista plástico Fabián Pérez, autor de una suerte de Napoleón otoñal con rostro de Milei, hasta Gianni Infantino, el titular de la FIFA, o el DT Guillermo Barros Schelotto. Pero su momento de gloria tendría lugar en el salón del Hotel Hilton, donde sería presentado como uno de los principales oradores, al nivel de una Kristalina Georgieva, titular del Fondo Monetario Internacional, o del ex presidente estadounidense Bill Clinton.

El discurso de Milei, más allá de la similitud con los que brindara desde el Foro Económico de Davos, constituye en sí mismo una sobrecarga de realidad difícil de soportar. Son llamativos el título algo gracioso (“Oda al capitalismo”) y los agradecimientos que abarcan “a todos los involucrados en la organización de este evento y personalmente a Michael Milken por hacer este encuentro posible”. Pero habrá que demorarse en el punto, porque mientras en las palabras del orador los empresarios ya eran algo más que héroes y se transformaban en benefactores, no faltaron los memoriosos evocando una experiencia del anfitrión extraordinaria. En efecto, Michael Milken fue ganador del Premio Ig Nobel, esa gran parodia norteamericana del Premio Nobel sueco, en 1991, por haber inventado los bonos basura, hazaña que le valió la debacle empresarial, multas multimillonarias, diez años de prisión que se redujeron a dos, gracias a su colaboración con las autoridades, y el indulto de Donald Trump, que de todas maneras no alcanzó para habilitar su retorno laboral al mercado de valores. Ciertamente, enfermo de cáncer de próstata Milken realizó donaciones para investigar la cura de esa enfermedad, aportando al conjunto otra dosis de realidad excesiva, como tantas, pero útil para preparar la visita de Milei a España a mediados de mayo, cuando participe de un encuentro organizado por Vox, el Europa Viva 24, sin protocolo oficial alguno.

Es tanta la realidad, tan excesiva, que de acuerdo con la sentencia de T. S. Eliot se vuelve insoportable, aunque se la presente con formato apto para el mercado. No sería ocioso preguntarse hasta cuándo y cuánto resultaría soportable, siendo un exceso enriquecido incluso por los mecanismos que sirven para difundirlo, especialmente por las nuevas tecnologías en materia de comunicación, y el uso político que se hace de ellas. Pero por detrás está el mercado, la codicia, la voracidad, y entonces también pueden aplicarse unas palabras escritas por el dramaturgo Bernard-Marie Koltès en una obra que se estrenó en Buenos Aires en 1996, En la soledad de los campos de algodón,con la dirección de Alfredo Alcón y la actuación de Horacio Roca y Leonardo Sbaraglia. Dice uno de los personajes premonitorios, el personaje que la ve, como se autodefinen ahora los presuntos ganadores: “No es que yo haya adivinado lo que usted puede desear, ni que esté apurado por conocerlo, porque el deseo de un comprador es lo más melancólico que existe.”

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