Mejor recordar que los camellos son jorobados

El dólar está “atrasado” se dice aquí y allá y eso nos quita “competitividad”. Cuando está así, empiezan a sobresalir Cavallo y Martínez de Hoz. Desciende la inflación, se benefician los exportadores y suben los precios del mercado interno por esta baja en la competitividad, porque las empresas se ven obligadas a subir el precio de lo que exportan. ¿Y qué sigue? Aquí la explicación completa.

Todos dicen que el dólar está atrasado y que por eso los productos que se exportan pierden competitividad. De manera que si la cotización en pesos del dólar estuviera “adelantada”, devendríamos –ipso facto– competitivos. ¿Qué significan realmente estos calificativos? Un dólar “atrasado” expresa una cotización nominal de la divisa norteamericana que, por obra y gracia del Banco Central, aumenta a un ritmo mensual menor al que lo hace el nivel general de precios.

Cuando el dólar se “atrasa”, salta el prontuario donde descuellan las hazañas de bandoleros errantes de Martínez de Hoz y Cavallo. Se aplaca la inflación. Como somos caros en dólares exportamos menos. Pero el dale que te dale a la importación termina por agotar el flujo de dólares, empobrecer y desemplear a los trabajadores y todo concluye mucho peor de lo mucho peor que había comenzado, con un pasivo externo mastodonte lacerante, que fue tomado para financiar el ambigú.

Esa narrativa tiene su justeza en la desembocadura. El tema está en que pasa de largo de un par de detalles de la fuente –onda olvidar que los camellos son jorobados- que cambian el panorama. En principio, hay que distinguir dos tipos de dólares, el del tipo de cambio efectivo exportador y el de su contracara: el tipo de cambio efectivo importador. Lo de encasillar como “efectivo” al tipo de cambio procede cuando al valor nominal en pesos al que cotiza el dólar se le suman todos los aranceles que pagan las importaciones y los subsidios que embolsan las exportaciones o se le restan -a los dólares de estas últimas- los derechos de exportación, más conocidos como retenciones.

El tipo de cambio efectivo exportador retrasado es muy beneficioso para el país. Se vende más caro y –lógicamente- menos cantidad. Aumenta bastante más el precio de lo que cae bastante menos la cantidad. En jerga se dice que el precio de la demanda de exportaciones es completamente inelástico. Esto es comprobado desde siempre en todas las encuestas de comercio exterior, para que –a renglón seguido- el análisis económico neoclásico simplemente lo ignore porque lo obligaría a rehacer una parva de modelos y teoremas cuyo basamento es exactamente el contrario: que las exportaciones son elásticas. También, exactamente contrario a la realidad.

Lo que es verdad es que las empresas venden menos porque se ven obligadas a subir el precio de lo que exportan. Como quien dice, pierden competitividad. Justamente la devaluación del peso resulta exitosa a sus intereses si no se va de mambo desatando una inflación incontrolable, y en el remanso les permite bajar los costos internos en pesos y así abaratar el precio externo en dólares.

Pero el revalúo del peso es necesario para expandir el mercado interno porque los recursos que se asignaban para exportar deben reasignarse al mercado interno. Peso devaluado y expansión del mercado interno es una contradicción en sus términos. Lo que se dejó de exportar por el alto precio interno lo compra el mercado interno. Se consagra para alcanzar ese resultado el excedente de ingreso correspondiente al alza de los salarios (los beneficios permanecen prácticamente sin cambios gracias a que entran en el juego internacional). Este efecto compensador de la elasticidad ingreso de la demanda está ausente en el análisis tradicional neoclásico, ya que el ingreso es considerado implícitamente constante. La demanda tiene dos elasticidades: precio e ingreso, que funcionan en sentido contrario. Si la del precio es inelástica, como en el caso de las exportaciones, la del ingreso es elástica o sea el aumento del gasto de los trabajadores en esos bienes, es mayor al aumento del ingreso global que comenzaron a embolsar.

Así es que revaluando el peso el país en sus cuentas externas se mejora el resultado comercial y los términos del intercambio (relación precio exportación-precio importación). Mejora el empleo y el nivel de vida si es parte de una política de expansión. La austeridad liberal se las arreglo siempre para aumentar la pobreza, en nombre de frenar la inflación o las eventuales presiones inflacionarias.

Esta realidad los pone de muy mal humor a los gorilas liberales, siempre prestos a defender sobre la nada misma, a pura ideología e intereses de clase, la supuesta competitividad de los bajos salarios. Cabe consignar: no sin éxito y no solo entre los pelotudos. Es entre en extremo irónico y no menos paradójico que a la hora del atraso cambiario, hagan la conversión de los salarios en dólares y procedan a la comparación internacional y pontificar que estamos “caros”.

Nadie les reclama jamás que hagan la misma conversión con las ganancias. Si fuera válido su argumento deberíamos ser caros en toda la línea. Y así ganarían más en dólares. Sería una situación momentánea porque esa mayor ganancia atraería capitales del exterior hasta mocharla.

El efectivo importador

Pero eso no pasa porque en el paraíso liberal, atraso cambiario va de la mano con la meta de infringirles serias derrotas a los trabajadores y apertura importadora. En otras palabras, los crímenes que registra el prontuario-liberal-monetarista se deben al tipo de cambio efectivo importador y su empeño en hacer del mercado interno un bonsái.

Es claro, que en tanto dure la elasticidad precio de la demanda extranjera no siendo superior a la unidad –aunque el margen es muy grande nada es para siempre-, los buenos términos de intercambio puedan ser perfectamente compatibles con las buenas balanzas comerciales. Incluso, ni siquiera es necesario que la elasticidad precio de la demanda sea inferior a la unidad como en realidad lo es. Alcanza con que no sobrepase la unidad en más de un cierto porcentaje correspondiente a la relación de los insumos importados con el valor de las mercaderías exportadas.

Si este porcentaje no está superado, la caída del valor de las exportaciones (precio por cantidad) como consecuencia del aumento de los precios unitarios será contra balanceada por la caída del valor de las importaciones debida a la disminución del volumen de las exportaciones, y la balanza comercial será equilibrada a un nivel inferior.

Pero ni siquiera esa eventualidad es aceptada por los librecambistas. Al bajar los aranceles y suprimir los valores criterios o aforos (lo que la aduana dice que vale un bien y no lo que dice el importador, generalmente bastante menos), atrasar el tipo de cambio, sancionar una legislación antidumping cuyo bien jurídico tutelado –irónicamente- es la importación, y ciertas triquiñuelas cambiarias a favor de las importaciones en el Banco Central, rompen todo la trama industrial existente. En criollo: subsidian las importaciones en este reino del revés llamado Argentina.

Solo se trata de crecer

El papel del sector externo en el crecimiento también habla de los intereses de clase y el gran sesgo ideológico que rodea y merodea por toda esta trama. Y la disputa de poder mundial para preservar el equilibrio, no para estropearlo, pese a las apariencias en contra. Dicho sea no tan de paso, ese equilibrio buscado es el que corresponde a la consolidación de la fractura centro-periferia.

Al respecto resultan ilustrativas las recientes confesiones de invierno (boreal) vertidas en los medios de la directora del Banco Central Europeo, Christine Lagarde. El objetivo de las declaraciones fue enunciar las condiciones europeas para el armisticio con Donald Trump y su aduana de guerra. Se trata de un “¡Negociemos Mendieta!”, como si estuviera siguiendo las sabias enseñanzas del renegado Inodoro Pereyra. La prenda de cambio en este trato pampa es que China tampoco joda a los europeos.

Lagarde sostiene –con sensatez- que habría más quebrantos que ganancias en todos los que participen en una guerra comercial. Así lo expresa desde que era la mandamás del FMI. Dijo entender que están todos interesados que la sangre no llegue al río por la guerra comercial, pues de ocurrir la conflagración se registraría “una reducción global del PIB”. Y para señalar las contradicciones de Trump se preguntó retóricamente: “¿Cómo se puede hacer que los Estados Unidos vuelvan a ser grandes si la demanda global está cayendo?”.

Es cuestión de desarmar el mecanismo del comercio exterior en el crecimiento para calibrar el alcance de las afirmaciones de Lagarde. De forma directa, el comercio exterior no agrega nada al crecimiento mundial. Si el producto bruto mundial (o el producto bruto de cualquier país) surge de sumar el consumo más la inversión más el gasto público más –precisamente- el saldo de la balanza comercial (exportaciones menos importaciones), entonces se ve de dónde sale lo afirmado de la neutralidad directa del comercio hacia el crecimiento.

En efecto, a escala mundial las exportaciones de unos se compensan con las importaciones de otros. Unos países pueden tener superávits y otros déficits, pero a escala mundial unos se compensan con los otros y el resultado es cero. El comercio mundial no suma ni quita nada de forma directa al crecimiento mundial.

Pero sí de forma indirecta. Si se baja el grado en que el mundo exporta e importa, los recursos asignados a esos sectores quedan desempleados. Eso sí se registra como una caída del consumo, la inversión y el gasto público, pues afecta a los tres componentes de la absorción interna. ¿Pero ese proceso no se podría revertir haciendo lo que se apuntó líneas más arriba sobre el aumento del mercado interno? Sí, claro que sí, y es hacia dónde quiere ir Trump, repatriando los capitales que se fueron y cuidando que el endeudamiento externo norteamericano no les obligue a dejar el bello mecanismo de pagar con la imprenta, bienes reales y dotar al mundo de liquidez mediante el déficit de la cuenta comercial. Ese mundo al que el dólar le cuesta tanto como el oro le costaba antes, y a los norteamericanos no le cuesta nada más que tinta y papel.

En realidad lo que europeos, japoneses y norteamericanos, el G7 digamos, están buscando es que la reyerta interna norteamericana entre sus trabajadores y sus multinacionales llegue a buen puerto, sin mellar en el recorrido el comercio centro-periferia, lo que les permite comprar barato (por los miserables salarios de la periferia) y vender caro (por los altísimos salarios del centro) y así beneficiar a sus consumidores. Además, una parte considerable de la oferta de bienes primarios de la periferia no tiene sustitutos posibles. Caucho y cacao son dos buenos ejemplos para desayunarse sobre el punto acompañando el café.

Los países y el mundo

A nivel de cada país el comercio exterior únicamente puede incidir directamente en el crecimiento positivamente, mediante el superávit comercial y negativamente, cuando se incurre en un déficit comercial.

Indirectamente, en tanto el resultado de la balanza comercial sea cero, sí año tras año el país de que se trate asigna más recursos al sector exportador. Esa es una elección política de la sociedad civil. Si los reaccionarios neoclásicos argentinos se embalan desde hace incontables décadas con la salida exportadora, es en honor a su gorilismo y a sus sesgadas y débiles definiciones teóricas. En los días que corren el oficialismo libertario funge de primate insigne que encabeza y conduce esta marcha hacia el destino de grandeza de la brecha que separa a Belindia.

Como suponen que son los precios del mercado mundial los que determinan los salarios nacionales, asignar cada vez más recursos al sector exportador les augura el mejor de los mundos, pues con esa apuesta estratégica se sacan de encima a los trabajadores y al peronismo. Eso es pura superchería que se choca con la realidad de que los trabajadores –parece ser que en buena medida aún- siguen siendo peronistas, esa idea tan extraviada que pretende que entre el pueblo reine el amor y la igualdad o sea salarios altos. No se puede vivir del amor, pero tampoco sin amor.

Uia la UIA

Y entonces el Presidente en este mundo que se prepara para una temporada en el infierno proteccionista, rechazó ir a la conferencia anual de la Unión Industrial Argentina (UIA), acusando a los manufactureros de ser paniaguados proteccionistas remisos a volverse eficientes. Hizo más, al proclamar su fe inconmovible por el libre cambio. Y puso a su gobierno a la noble tarea de conseguir para los argentinos los precios más acomodados y ventajosos que puede ofrecer la economía mundial. ¡Viva el dumping, caramba!

La dirigencia de la UIA como con culpa y junando exclamó que no buscan protección sino que le nivelen la cancha sacándole la mochila de los impuestos. La verdad, qué estúpidos y qué intelectualmente insolventes. La protección es una necesidad macroeconómica desde el momento en que siempre y bajo cualquier circunstancia el producto es mayor que el ingreso –ambos en valor – porque el primero tiene adosada la ganancia que se cobra cuando se vende, antes no. Si la política económica tiene un norte, ese es mediante sus instrumentos el de igualar producto con ingreso. Y el superávit comercial (el verdadero objetivo de la protección) resta del producto e iguala al ingreso. ¿Tiene sesgo anti exportador? ¿No diga? ¿De noche está oscuro? Por como los análisis relacionados lo maldicen, debe ser muy pecaminoso eso del sesgo anti exportador.

De manera que para el interés nacional bien entendido que la UIA deplore la protección es contraproducente. Si a los industriales –por lo visto- les preocupa la opinión pública tienen plata para comprar un set de guerra psicológica que nivele esa cancha también. Pero no, quieren menos impuestos. Esa cancha está desnivelada de por sí, porque es una verdad sabida y a buena fe guardada (siempre que en los intercambios exteriores haya tal cosa, lo cual es muy dudosos) que en el comercio mundial sí hay algo que NO se exporta, son los impuestos. Encima las grandes peloteras son por los subsidios. Lo de la UIA es muy, pero muy ridículo.

Tanto como su apoyo decidido a la flexibilización laboral. Como en el plano del comercio exterior, en las relaciones laborales lo que se tiene especialmente en cuenta es el alcance global de las cargas fiscales. En este nivel, la contradicción micro-macro es aún más profunda. Una reducción de los costos empresariales solo puede realizarse en detrimento de los ingresos individuales y, por tanto, de los salarios. Sin embargo, los salarios, como dijo Henry Ford en 1925, no son solo un costo que grava la producción. También son ingresos que alimentan la demanda efectiva y, por tanto, las ventas y, por tanto, los beneficios.

El empresario individual da por sentado sus ventas. No puede tener en cuenta el hecho de que los empleados de unos son clientes de otros. Un numen de la gremial empresaria debería comprender que, cuando más del 20% del potencial de producción material queda sin utilizar dentro de las empresas, puede movilizarse con costo marginal cero. Además la contratación de desempleados no le cuesta a la comunidad más que la diferencia entre salario y prestaciones por desempleo. La baja de la presión fiscal que exige puede, al agravar la crisis y el desempleo, afectar a todos y, en última instancia, a ciertas empresas en particular.

Los esfuerzos ex ante de los empresarios por maximizar sus ventas en detrimento de los demás y sus ganancias en detrimento de los empleados (ya sea directamente reduciendo los salarios o indirectamente reduciendo los «cargas fiscales») conduce ex post a la reducción de las ventas y de las ganancias.

El miedo a no poder despedir mañana impide a menudo contratar hoy. Es indiscutible. Al ser procesos acumulativos, esta abstención de contratar en un lugar impide la expansión de oportunidades en otros lugares y bloquea la reacción en cadena de la recuperación. Ahora bien si las rigideces que denuncia la UIA y que le impiden ser “competitiva” frenan el «círculo virtuoso» de ascenso en el momento en que comienza la recuperación, también frenan el «círculo vicioso» de recaída en el momento en que el empleo se estanca y va para atrás como en la actualidad.

El Presidente ama la Argentina del Centenario. Teníamos el sistema liberal a pleno que añora en su idealización. Cuanto más retrocedemos en el tiempo, más pura y flexible se vuelve la economía de mercado. Conocemos como fue el funcionamiento de este Paraíso perdido. Desde principios del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial, las crisis se sucedieron con la famosa cadencia casi decenal, con un desempleo tan alto, si no mayor, que el de los años treinta.

Un sistema capitalista perfectamente puro es producto de la imaginación. Cuando se trata de la extraviada y obtusa imaginación libertaria y ésta se hace programa de gobierno, el problema con la historia es que se pone de culo.

El capitalismo que pulula por la sicalíptica imaginación libertaria se bloquearía permanentemente poco después de su instalación. A la primera de cambio, al más mínimo tropiezo, se desencadenaría la espiral deflacionaria. Están tan fuera de la realidad que se creen muy listos proclamando que “los empresarios deben bajar los precios”. Si los bajan, quiebran. La deflación así es como se convierte en la identidad de la crisis.

En ese alucinado universo libertario, los primeros despidos tras cualquier innovación técnica, provocarían una reducción de las oportunidades de empleo en las industrias de bienes de consumo. A su vez, restringirían sus inversiones provocando desempleo en las industrias de bienes de capital, y así seguirá hasta el punto cero.

Una vez allí, los seres humanos perecerían al lado de una montaña de máquinas oxidadas y otra montaña de brazos atrofiados, sin que nadie pueda tomar la iniciativa de reunirlas para producir, dado que el empresario individual (ese salame que aplaude a rabiar a los verdugos libertarios) sólo puede invertir sobre la base de un mercado que está listo para ser abastecido, lo que el librecambio y el odio de clases vuelven imposible.

He aquí la contradicción. Un escenario de ventas crecientes implica un poder adquisitivo preexistente y ningún poder adquisitivo puede existir sin una producción previa. Fue la lucha sindical y las impurezas y rigideces que acumuló, y la protección como condición necesaria, lo que sacó formal e informalmente al sistema del estancamiento. No inventen la pólvora que no explota. Está inventada y es la que explota. Para eso se inventó.

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