De la reina al rey del ácido

El discurso refundacional fue propio de la dictadura y la mayor parte de los gobiernos de la democracia. La realidad es menos romántica. Al contraerse la actividad económica por el empeoramiento de los ingresos, y dejar de lado la planificación de una expansión de la estructura productiva y promover la apertura comercial, se desincentiva la inversión.

La novena canción de Tommy, el álbum con la cual el grupo inglés The Who se consagró como uno de los pioneros del rock de fines de la década de 1960, se llama The Acid Queen. Relata el momento en el que los padres de Tommy Walker, un chico ciego, sordo y mudo, lo dejan a cargo de una gitana, la autoproclamada reina del ácido, que le da una dosis de LCD y luego tiene sexo con él. Tommy experimenta una alucinación, pero no se cura de su condición.

Pete Towshend, guitarrista del grupo y autor de la canción, explicó que el personaje de la reina es un símbolo de la auto-indulgencia irreflexiva, y de la presión en el comportamiento colectivo para desentenderse de los problemas propios mediante la excitación y el uso de estupefacientes.

Algo de eso hizo el ministro de Economía Luis Toto Caputo en la Expo EFI 2025, cuando les pidió a los empresarios que inviertan ahora que están dadas las condiciones. Situación inédita en Argentina. Y a falta de precisión uno tiene que asumir que se refiere a la totalidad de su historia, a pesar de que sea trivial la constatación de que ya hubo inversiones en diferentes períodos.

No fue el único lujo que se dio. Instó a consolidar el nivel de crecimiento actual. Y sostuvo que la economía “está preparada para crecer incluso más que 6 por ciento”.

También expresó la intención del Gobierno de “remonetizar la economía”, puesto que la circulación monetaria se encontraría en un nivel muy bajo. Para lo cual, “en las próximas dos semanas vamos a anunciar alguna medida que va a sorprender y que va a fomentar el uso de los dólares. Va a haber y van a circular más dólares”. Todo enmarcado en una vulgar metáfora que compara a la economía argentina con un auto, y al dinero con su nafta.

Remató diciendo que “se terminó la época de la Argentina regalada en dólares”. Agregó que “los argentinos venimos de décadas de frustraciones, es medio inevitable pensar que acá algo seguramente va a pasar. Pero estamos en una situación que, insistimos, no hemos visto nunca”. 

Concluyó que las subas de precios como respuesta a las modificaciones en el esquema cambiario no son sostenibles, porque con estamos en una Argentina en la que los precios bajan, y la inflación va a colapsar.

Una Argentina en la que la inflación se desacelera, o incluso deja de haber movimientos de precios, ya hubo. Y varias veces. Plan Austral y Convertibilidad serían los dos últimos experimentos, más refinados que la política económica actual. Ambos fueron precedidos por endeudamiento externo, e implicaron reacomodamientos del régimen cambiario. La Convertibilidad fue esencialmente éso. 

Y también, como se sabe, son experiencias que terminaron en fracasos. La primera razón es que la relación entre precios e ingresos resultante, en el caso del Austral inmediatamente, y en el de la Convertibilidad a la larga y por el aumento del desempleo, era socialmente intolerable. Y la segunda, que la prioridad de la estabilidad de precios conlleva una rigidez del tipo de cambio que vuelve a los dos esquemas muy vulnerables.

A su vez, hubo gobiernos que hicieron reformas drásticas, que fueron reconocidas y celebrados internacionalmente. En sus diversas variantes, se ilusionaron con que estaban transformando la Argentina, desinfectando a la economía y sacándola del anquilosamiento al que la sometían su industria presuntamente sobreprotegida y su Estado elefantiásico. 

Fue el discurso de la dictadura de 1976-1983, y no se trató del último caso. Desde entonces, con diferentes formas y argumentos, las ilusiones refundacionales afectaron a la mayor parte de los gobiernos de la democracia.

Pero resulta que la Argentina sigue siendo un país subdesarrollado, hoy más convulsionado que hace unos años, y siempre los liberales que chocan la calesita son los que se presentan como los transformadores que hacen todo lo que los incompetentes precedentes no pudieron.

Necesariamente, la realidad es menos romántica que lo que describen fantasías tan pueriles. Al contraerse la actividad económica por el empeoramiento de los ingresos, y dejar de lado la planificación de una expansión de la estructura productiva y promover la apertura comercial, se desincentiva la inversión.

Una vez dado ese panorama, la economía fluctúa, dentro de los límites que le significa este funcionamiento. Sus picos usualmente se presentan en las épocas de elecciones de medio término, y si hay apuro para fijar el tipo de cambio, es cuando tiene lugar el endeudamiento externo.

Es un funcionamiento mecánico del elenco estable liberal en Argentina. Lo peculiar de este caso es la euforia en las arengas que presentan lo repetido como una novedad auspiciosa, para prometer desenlaces ilusorios.

Por caso, el crecimiento del 6 por ciento del que habla Caputo, responde a un resultado circunstancial de la estadística. Desde diciembre de 2024, la economía presenta tasas de crecimiento anuales muy pronunciadas, pero no porque el nivel de actividad se haya elevado notoriamente en esos meses, sino porque se miden contra los más severos de la recesión que empeoró este mismo Gobierno.

Ese proceso duró hasta marzo, y a partir de entonces la economía volvió a recuperarse. Aunque sin alcanzar los niveles del 2023. Hasta noviembre, la caída acumulada era del 2,4 por ciento. En el mes siguiente, cuando tiene lugar el sesgo estadístico, solamente desciende al 1,7, a pesar de que la variación contra el mismo mes del año anterior fue del 6.

Es decir que, pasado marzo de este año, lo más probable es que la economía no crezca más del 6 por ciento anual, cosa que requeriría un impulso vigoroso por parte de la propia política económica, sino menos. Solamente porque la base de comparación entre los dos años se vuelve más pareja.

Frente al estancamiento, ni los anuncios de que el Gobierno puede sorprender promoviendo el uso de una moneda que no emite, y por ende no controla, ni la invocación al colapso de la inflación, pueden hacer la diferencia. Pensar que eso desemboca en un final aciago no es una paranoia heredada de las malas experiencias, sino una inferencia basada en sus semejanzas con la actualidad.

Igual que la Reina Ácida, el Rey Ácido Caputo recurre a los estupefacientes para no afrontar las consecuencias de su incapacidad. A saber, la del Gobierno, y la de la dirigencia política argentina, de reparar y mejorar el nivel de vida de la población nacional. Entonces, primero se apela al mito del sacrificio, y luego a la cercanía del paraíso prometido. Una alucinación lisérgica ante otra catástrofe.


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