“El catolicismo debate cuánto continuar al papa Francisco en su idea de recrear la identidad desde la diversidad”, dijo el sociólogo Fortunato Mallimaci, entrevistado por Y ahora qué?, en momentos en que el Colegio de Cardenales prepara la elección del sucesor. Considerado una de las voces más autorizadas en Argentina para analizar el mundo de la religión, afirmó que “habrá asustados” con la concepción de Jorge Bergoglio de “avanzar en lo sagrado hacia temas sociales” en una “institución conservadora y reformista”.
El duelo por el fallecimiento de Francisco no fue impedimento. Afloró en todo su esplendor el oportunismo de la sociedad de consumo y negocio. Desde las apuestas sobre quién entrará cardenal y saldrá papa de la Capilla Sixtina del Vaticano, a partir del 7 de mayo, hasta el reestreno del filme ‘Cónclave’. Incluso hay gente que vuelve a ver la premiada película de Edward Berger e intenta adivinar quiénes serían en la vida real los cardenales ‘malos’ y los ‘buenos’ en la intriga por las misteriosas ‘roscas’ de fumata blanca. Aquí el diálogo con Fortunato Mallimaci, doctor en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París:
–¿Se tendrá en cuenta la herencia de Francisco en el Cónclave y, de ahora en adelante, en la Iglesia?
–Hay un debate en el catolicismo, al menos desde la década de 1960. Es sobre qué tipo de construcción realizar. En aquel momento se dijo que no se hable más de iglesia, que se hable de pueblo de Dios. Que se hable de los signos de los tiempos. Que se hable de un proyecto que incluya y no que destruya. Sin embargo, hay que ver la memoria que ha quedado de esos años para saber qué es lo que pueden hacer aquellos que tienen que decidir. La idea de apertura ha sido otro signo central en el papado de Francisco.
–¿La apertura no era ya una tendencia en la Iglesia?
–Francisco decía apertura a todos, no decía a todos y todas. En los años de los papados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI fue para pocos. Para una idea de catolicismo más centrado en lo doctrinal. Más centrado en un responder a mandatos de presencia. Sea desde la vestimenta, sea hasta el canto gregoriano, hasta las lecturas. Hay una idea de que la modernidad estaba destruyendo al mundo católico. Que el mundanismo, el hedonismo, estaban entrando. Se necesitaba una fortaleza. La gran apuesta de Juan Pablo II y de Joseph Ratzinger fue a nuevos movimientos religiosos. Dejar atrás órdenes religiosas históricas. Y sobre todo la sospecha de que esas órdenes, esos grupos, se politizaban. Y al politizarse dejaban lo religioso. Y al dejar lo religioso perdían sentido.
–¿No es la polémica que rodeó la renuncia de Benedicto XVI?
–Justamente, Ratzinger renuncia porque esos movimientos religiosos que él había impulsado tanto, junto con Juan Pablo II, son donde la pedofilia más avanzó. Con acaparamiento de dinero y negociados al interior de esos movimientos religiosos y hasta en el Vaticano. Hay un debate sobre cuánto continuar lo de Francisco de apertura, de universalizar, de recrear una identidad desde la diversidad. Y cuántos habrá asustados con eso. Porque ese proyecto de Francisco, hay que decirlo, trae mucha contra al interior de la institución. De personas acostumbradas a una sola identidad. A una sola manera de ser, a resguardarse, a sospechar del ambiente en el cual están.
–¿No tallan también las cuestiones de los nuevos poderes económicos?
–Es una sociedad en la cual las políticas de crueldad, de odio, de un capitalismo concentrado, de grandes grupos financieros, se han dedicado también a cuestionar muy fuerte esa figura de Francisco. Lo hicieron en los grandes medios, en las redes, a nivel global. Así que tenemos, por un lado, discusión sobre qué proyecto religioso católico continuar o seguir otro camino. Al mismo tiempo, ver qué respuestas dar a esos grandes grupos de poder que hoy también tienen a lo religioso como parte central de su discurso.
–¿Cuáles de esas tendencias le convienen más a la cristiandad, a los pueblos?
–La pregunta sobre lo que yo quisiera, la dejo. Lo que sí me parece importante, como investigador y como persona, es crear una sociedad más justa, de justicia social, de solidaridad, donde la pobreza y la desigualdad desaparezcan. No es un problema de una religión. Sobre todo es un problema de qué sociedad política, económica y cultural está hoy deseando ese tipo de proyecto, más emancipador.
–¿Son esperables nuevas reformas en la Iglesia?
–El papado se tiene que estar continuamente reformando, tratando de responder a lo que sea de la sociedad y a las demandas internas. Y a cómo lo ve el mundo. Ratzinger decía siempre que la Iglesia Católica es una institución que se está reformando continuamente. Pero debe hacerlo en la sana reforma. Los papas son todos reformistas. Las reformas que planteó Francisco son muchos gestos, muchos intentos, por ejemplo, a partir del diálogo interreligioso. Es el esfuerzo que hizo por ir a ver ayatolás e imanes. En la idea de descentrarse de ese mundo europeo, intentó otras reformas sobre la sinodalidad. Es decir, que haya mayor participación de otros actores, sobre todo populares. Sin embargo, no era un entusiasta de reformar las parroquias o la autoridad. O reformar quién elige a quién. En eso me parece que sigue siendo un papa de una identidad católica jerárquica.
–¿No abrió puertas hacia los sectores populares?
–Es lo otro que intentó. Abrir espacios del mundo de la pastoral popular. Sobre todo a partir de los movimientos sociales. Es la idea de las tres ‘T’: Techo, Tierra y Trabajo. Hacerla como algo sagrado. Ahí sí, él intenta avanzar en lo sagrado hacia temas sociales, que hasta ayer eran como un complemento. Pero la Iglesia es una institución patriarcal. En cuanto a las mujeres, las incorporó, pero la mayoría de ellas renunciaron. Estaba totalmente en contra con el rol de las mujeres más allá de algunos cargos. Se negó a aceptar que las mujeres puedan participar en el sacerdocio.
–¿Cuándo se puso en evidencia esa postura contraria al sacerdocio femenino?
–Fue en un importante encuentro que se hizo en el Mato Grosso. Obispos, sacerdotes católicos e invitados de diversas experiencias, dijeron que en ciertas circunstancias habría que elegir matrimonio y darle las posibilidades de ejercer el sacerdocio. Francisco dijo que no. Lo vetó. También vetó lo que la iglesia alemana venía proponiendo en eso. Si bien dijo ¿quién soy yo? para juzgar a homosexuales, lesbianas y travestis, mantuvo que el sacerdote, al entrar a la institución, debe ser una persona célibe. Heterosexual célibe u homosexual célibe.
–¿No ha comprobado una fuerte resistencia a Francisco en ámbitos eclesiásticos argentinos? ¿Qué pasará ahora?
–Es lo mismo que podemos decir sobre tantas otras Iglesias a nivel global. La foto del papa Juan Pablo II prima en muchísimos lugares del mundo. Quizás porque Francisco estaba vivo. La muerte siempre le da otro aspecto. Sin embargo, con las encuestas y trabajos de campo que hicimos, el caso argentino es el único donde es Bergoglio. Hay una memoria de Bergoglio en la sociedad argentina con presencia de Francisco por partes iguales.
–¿Qué surge de la medición que han hecho de Bergoglio-Francisco?
–Casi un 25 por ciento de la sociedad argentina decía que era un papa que hacía demasiada política. Que deja la religión con la idea que siempre debe estar separada de la política. O que son dos ámbitos distintos. Hay otro 25 por ciento, entre ellos católicos salidos de la religión y de otras experiencias religiosas, que lo ven como un líder humanista. Lo ven como una persona que se preocupa de los más pobres. En eso lo sienten muy, muy cercano y muy presente. La mayoría que queda, casi 50 por ciento, lo ve como una persona de bien, ni entusiasmado ni no entusiasmado. Indudablemente, hay sectores populares y sobre todo vinculados a ese mundo nacionalista y popular donde la figura de Francisco se destaca, moviliza, organiza. En los movimientos sociales. Y en el movimiento obrero, que históricamente ha tenido una presencia católica muy fuerte.
–¿Los obispos u otras autoridades que nombró en Argentina serán seguidores de su obra?
–La mayoría de los obispos que él eligió son personas valiosas, interesantes. Pero no necesariamente activas en mostrar otro tipo de catolicismo. O en salir de las rutinas, Este es un problema gravísimo. Hay una cierta conformidad, una cierta manera de ser de no tener líos. En el caso argentino, me parece muy importante decir que la parroquia sigue siendo el centro. Que Francisco no la tocó, ni la quiso tocar como modelo.
–¿En el resto de Latinoamérica es igual?
–América latina tuvo otras experiencias. Se llamaron comunidades de base o eclesiales. En Argentina no se tuvo esa experiencia. Entonces creo que hay un desafío enorme del catolicismo argentino de ser capaz. O bien se queda adentro, encerrado y no logra tener una voz más amplia en la sociedad . En la colegios católicos de la Ciudad de Buenos Aires cada vez se evoca menos el 24 de Marzo. Al mismo tiempo, hay expresiones, muy minoritarias, que tienen otra experiencia y habrá que ver hacia dónde van. La crisis en la Iglesia en todo el mundo es fenomenal. Francisco ha denunciado a empresarios, financistas, a poderosos, pero ellos van a buscar también la religión para criticarlo a él.
–No podemos evitar preguntarle sobre la sucesión ¿está de acuerdo en que se dirime entre un ala progresista o una conservadora?
–La elección será entre cuánto de continuidad y cuánto de transformación. Entre los 135 electores, hay quienes son de lugares de muy poca presencia católica. Con catolicismo muy minoritario. Habrá que ver si se sienten representados entre ellos o buscarán a alguien de los países del Norte que les asegure tener una voz. Es ahí donde la iglesia italiana o la gente de la Curia podría tener un diálogo con ellos. El catolicismo norteamericano, que fue uno de los grandes apoyos de Francisco, hoy está en una deriva muy identitaria, de rechazo de apoyar a los gobiernos republicanos en Estados Unidos, tanto sean los irlandeses como los latinos. El papado no es progresista. Es reformista, conservador, movimientista. Esas son las palabras que deben usarse.
–¿Qué fenómeno observa hoy en las religiones frente a los cambios políticos y culturales?
–Me parece central ver ese ser religioso a nivel global, que es muy buscado. Es muy deseado por los grandes grupos de las derechas y las derechas radicales. No estamos viviendo en sociedades cada vez más alejadas de lo religioso donde Dios desaparece. Al contrario. Dada la crisis de la política y de representación, hay una búsqueda de ese religioso muy, pero muy fuerte. Derechas, izquierdas, centros y periferias buscan a esos dioses que los acompañen. Quizás estamos viviendo una guerra entre dioses. Al interior del catolicismo, del judaísmo y del Islam. Por otro lado, el dios mercado, muy criticado por Francisco, se presenta con su emprendedurismo, su individualismo, su idea de la ganancia individual. Ese mundo católico, deseado en el sentido de su internacionalidad, habrá que ver cómo y con quién responde, y hacia dónde quiere ir.
–¿Cómo se lo va a recordar al papa Francisco? ¿En qué transformaciones tuvo incidencia?
–La mayor influencia de Francisco ha sido lograr que su figura haya sido de acompañamiento a los pobres. A partir de ahí, los distintos conceptos que usó de periferias existenciales, de personas descartables que necesitan atención. Fue una voz que se ha expandido a nivel global. Quizás, en soledad, se convirtió en el gran humanista.
–¿Cómo consiguió influir en un mundo que parece marchar hacia el lado contrario?
–Lo logró en una institución conservadora, como la Iglesia Católica, debido a la inoperancia o la desaparición, o la casi inexistencia, de las internacionales socialistas, comunistas, demócratas cristianas. Se convirtió en una voz legítima. Una voz que cuestionaba un desorden que lleva a la pobreza, a la desigualdad y al sufrimiento de millones de personas. Creo, también, que esa influencia de Francisco sirvió para una denuncia muy fuerte, intransigente, contra las guerras contra la presencia de la maquinaria industrial armamentista. Y logró así, también, convertirse en una manera de presentar esa violencia, esas guerras, en algo que no tiene nada que ver con las religiones ni con su Dios.
–¿Qué puede perdurar y qué puede perderse de su mensaje y de su acción?
–El legado de Francisco me parece que es múltiple. Primero, con la idea de construir desde los pobres, de los marginados, y desde allí dirigirse al resto de la sociedad. El otro legado es descentralizar ese mensaje católico. Sacarlo de Europa. Tenerlo hacia el resto de la humanidad. Hay una tarea muy importante que se comenzó y habrá que ver cómo llega.
–¿Valora que su ideario se haya expandido hacia afuera del universo católico?
–Es el otro legado. Ser una voz no solo para ese mundo católico. Una voz en el que la fraternidad universal es un derecho sagrado. Invita a las otras religiones que va a visitar para que se sumen. Y lo hace, especialmente, con el mundo islámico. También esa voz es de construir un tipo de presencia católica en la misma institución llevándola a los márgenes, sin cambiar la estructura.
–¿Tienen proyección histórica sus expresiones en materia de género?
–Es lo otro que me parece importantísimo, adentro de la Iglesia. También es un llamado a un compromiso individual. Es cuando él dice ¿quién soy yo? para juzgar. Es una idea entre la fraternidad universal de llegar a todos y a todas, y el respeto a esa individualidad. Es un camino a seguir complicado. Pero que tiene que ser parte de ese legado.
