Salvador Martí sobre El Salvador: “Un sector amplio cede derechos a cambio de seguridad”

Profesor de la Universidad de Girona, España, y experto en política comparada de América latina, Salvador Martí i Puig analiza a fondo el fenómeno de Bukele en El Salvador. Reformas electorales, concentración de poder y pragmatismo para un rockstar de la ultraderecha internacional.

«Cuando se empiezan a ver los frutos (de las reformas), termina el mandato. Necesitas administrar los frutos.» Con esta frase, Nayib Bukele se pavoneó frente a un absorto Javier Milei, que viajó a El Salvador para participar de la asunción del segundo mandato del autoproclamado “dictador king”. Para conseguir la reelección consecutiva, Bukele forjó una reforma electoral que recibió críticas y halagos, dentro y fuera de las fronteras. Entre las principales críticas, sobresale la virtual eliminación de la oposición y, con ello, la desaparición de la pluralidad. Experto en sistemas políticos latinoamericanos, el profesor de la Universidad de Girona, Salvador Martí i Puig, dialogó con Y ahora qué? sobre la gestión Bukele, en particular su estilo de gobierno y los retos que vendrán. Para Martí i Puig, El Salvador atraviesa un proceso de “desdemocratización”, que incluye el empobrecimiento de la población, la suspensión de garantías ciudadanas producto un régimen de excepción indefinido, y la censura y represión de toda disidencia. 

–Según el informe de IDEA “El Estado de la democracia en el mundo 2022”, El Salvador se suma a los países en los que se ha degradado notablemente la democracia. ¿Coincide con este diagnóstico? ¿Qué dimensiones de la vida democrática de El Salvador permitirían sostener este argumento? 

–Yo coincido con lo que expone IDEA. El Salvador ha tenido una rápida erosión democrática en los últimos cuatro años. Por esa velocidad, se destaca sobre otros países, como Nicaragua por ejemplo, que tuvo un proceso de desdemocratización más lento: empezó en el año 2000 y se incrementó en el año 2007, cuando Daniel Ortega asumió nuevamente la presidencia. Desde entonces hasta hoy, ese proceso fue paulatino, con un pico álgido en la revuelta de los estudiantes y otros sectores de la población en 2018. Es decir, lo que otros países experimentaron en un periodo de diez a doce años, Bukele lo concretó en tres años aproximadamente, un periodo en el que contó con la capacidad de erosionar, sobre todo, elementos que preservan institucionalmente una democracia. 

–¿A qué elementos se refiere puntualmente?

–A mecanismos de accountability horizontal y vertical, sobre todo en términos electorales. A nivel vertical, las elecciones dejaron de ser competitivas. En términos horizontales, Bukele impide que el Parlamento y el Poder Judicial hagan un contrapeso. Eso se vincula con que hay una posición sólida y articulada, pero también con haber desmantelado agencias que son autónomas, como la Fiscalía o las agencias de protección de información, de datos, de transparencia, de censos, de estadística. El otro ámbito de erosión se enfoca en el ataque directo a los derechos civiles, tales como derecho de reunión, de expresión y de manifestación, con un despliegue militar en todo el país. 

–Usted afirma que el mandato de Bukele estuvo dominado por su estilo personalista y por una entente con sectores militares. ¿Cómo impactan estos rasgos en su gestión en el gobierno y, en particular, en el sentido de sus políticas públicas? 

–Aquí hay tres temas diferentes. El primero es el estilo personalista de Bukele. Me refiero a un rasgo de populismo llevado a cabo por una persona joven que viene del mundo de la comunicación, que utiliza distintos mecanismos de interlocución directa con los ciudadanos. A eso se suma su forma de vestir, de comunicar, de aparecer en espacios públicos. Un discurso que intenta ser didáctico y, al mismo tiempo, adquiere rasgos mágicos, casi religiosos cuando apela a Dios, a la religión, a la fe, a los milagros, al bien (él y sus políticas) y el mal (las maras, el extranjero, la oposición). Y tiene la capacidad de expresar ese discurso personalista sin ningún tipo de intermediación, gracias a los recursos que aportan las nuevas tecnologías. La pregunta es por qué puede hacer esto y no enfrenta críticas. 

–¿Usted por qué cree que lo logra? 

–Pues, en gran medida, porque detrás tienen una coalición robusta con intereses comunes. Uno de los sectores con los que se alió son las Fuerzas Armadas, un actor históricamente determinante en ese país. Bukele ha tenido la capacidad de vincularse con las facciones que mayor temor tenían con el despliegue de los Acuerdos de paz. Si bien pasó mucho tiempo desde esos acuerdos, ciertos compromisos se desarrollaron de forma muy lenta y se enfrentaron a la voluntad de las Fuerzas Armadas, que siempre fueron intocables. Contar con un mandatario como Bukele, que les perdona este tipo de vetos y les dice que no habrá ninguna comisión internacional que defienda los derechos humanos y los denuncie por crímenes de lesa humanidad, no deja de ser una buena noticia para el Ejército. A eso se suma el notable incremento de los presupuestos en el área de Defensa para el despliegue de policías y militares en todo el país. También apoyan a Bukele un sector de las élites económicas afines a su clan familiar. Y, finalmente, está por verse si hay sectores de la economía ilegal que también dan su apoyo a Bukele: la legalización del Bitcoin no deja de ser un mecanismo que facilita el blanqueo. 

–Bukele ampara su estilo autoritario de gestión en la lucha contra las pandillas. ¿En qué medida esta justificación le permitió avanzar sobre el sistema legal y los derechos civiles de los salvadoreños, tanto en su gestión en general como en su estrategia para lograr su reelección, en particular? 

–La política de lucha contra el crimen organizado ha sido la más exitosa de Bukele, por diversas razones. Entre ellas, se destaca la alianza con los militares y el despliegue de una política muy punitiva, que implica la suspensión del habeas corpus y de otras garantías de derechos humanos elementales. Gracias a ello, ha encarcelado a unos 70.000 jóvenes que, según el gobierno, son mareros (miembros de las pandillas salvadoreñas). Y aunque la población sabe que muchos de ellos no lo son (digamos, entre un 15-20%) y ahora no representa un desgaste, a mediano plazo puede generar muchos conflictos políticos. 

–¿Por qué su política en materia de seguridad es tan exitosa pese a la suspensión de garantías en materia de derechos humanos y a haber alcanzado una comunidad carcelaria que representa más del 1% de la población de ese país? 

–Esta estrategia ha sido exitosa porque un sector amplio de la ciudadanía en El Salvador no tiene reparos en ceder derechos a cambio de seguridad. Esto no impide que, a medio y largo plazo, la seguridad vuelva a entrar en crisis y para entonces la ciudadanía se habrá quedado sin seguridad y sin derechos. Y esos derechos democráticos son los que permiten cambiar de gobierno cuando las cosas no funcionan. Por eso digo que si bien la seguridad es la política exitosa del país, a pesar de los costos que ha tenido en su despliegue, está por verse qué tan duradera será. Entre algunas consideraciones, no sabemos cuál será la posición de los mareros a mediano y largo plazo, si es que realmente están todos en la cárcel, si se han rendido definitivamente o no, o si ha habido algún pacto entre ellos y el gobierno, y de qué tipo. Y, finalmente, también está por verse el desempeño económico del mandato de Bukele, que por ahora es muy magro.

–La irrupción de Bukele en la Asamblea Legislativa en febrero de 2020, escoltado por militares y policías armados, fue una acción elocuente de su estilo de gobierno. ¿Cómo fue capitalizado aquel evento, cuyo objetivo era presionar para garantizar la ampliación de presupuesto en el área de seguridad? 

–En esa ocasión, el Ejecutivo ingresó a la Asamblea Nacional en el momento de votar un presupuesto para la lucha contra la violencia amenazando a los diputados. Bajo esa amenaza, aprobaron definitivamente las leyes que buscaba Bukele. Aquel acto evidentemente reprobable, supone casi una especie de ruptura con la legalidad vigente, que encuentra antecedentes en América Latina y en otras partes del mundo. 

–¿Podría poner algún ejemplo?

–Yeltsin en Rusia bombardeó la Duma, en América Latina ha habido varios autogolpes, como el de Fujimori en Perú y el de Serrano en Guatemala. Así que esta voluntad de presionar y amedrentar a legisladores no es una idea nueva ni original de Bukele. Es un revival de cosas que han acontecido en la región cuando se han impuesto –o se han querido imponer– gobiernos autoritarios. 

–La reforma electoral, que estableció la reelección, también es demostrativa de la gestión Bukele. ¿Qué significó esa reforma y los resultados de las elecciones de 2024 en la correlación de fuerzas del partido de gobierno, Nuevas Ideas (NI), en la gestión que se inicia? 

–La reforma del sistema electoral se concretó con un cambio de fórmula electoral y un cambio de los distritos, tanto en el tamaño (la asignación de escaños) como en su diseño territorial, siempre en beneficio propio. La reforma no sólo ha permitido al Presidente acceder al poder violando la Constitución, si no que ha transformado la representación en la Asamblea Nacional y en el mundo local. A nivel legislativo ha supuesto la erosión de la oposición y la desaparición de la pluralidad. Y a nivel local, la cooptación de casi todo el poder territorial. 

–¿Qué produjo la reforma electoral concretamente? 

–Produjo una gran concentración del poder en pocas manos y espacios. Digo pocas manos, ya que las reformas han generado el hiperliderazgo de Bukele. En cuanto a la dimensión espacial, el poder a nivel territorial se ha concentrado al reducir el número de municipios en el país de forma exponencial. Pero lo peor no son las reformas técnicas del sistema electoral, sino cómo se ha gestionado la campaña electoral, la gobernanza de los comicios, los fondos y los medios. En este sentido, el gobierno ha tenido actitudes directamente autoritarias y desleales con la oposición. Al final todo se ha realizado con un solo fin: anular la oposición, silenciándola o expulsándola del país.

–Bukele quedó virtualmente sin oposición en la cámara legislativa y prácticamente arrasó en las elecciones municipales y en el Parlamento Centroamericano. ¿Qué implicancias tendrá en su segundo mandato gobernar prácticamente sin rivales; en particular en materia de derechos humanos y libertades civiles de la población? 

–En efecto, la oposición es casi inexistente: solo hay seis diputados opositores que no pertenecen al partido de gobierno NI, en la Asamblea Nacional de El Salvador. Imagínese la vida de seis diputados opositores: serán intimidados, presionados, extorsionados o comprados. Será una oposición con una gran vulnerabilidad y un partido de gobierno no único pero casi hegemónico, vinculado directamente a la figura del presidente. Lo mismo ha ocurrido en todos los municipios y en el Parlamento Centroamericano. Por eso, al principio de esta charla dije que es muy difícil hablar de democracia. Como dice Norberto Bobbio, la democracia es básicamente un sistema político cuya clave es la existencia de un gobierno y una oposición. La capacidad de oponerse, la capacidad de decir “no”, la capacidad de protestar es decisiva en una democracia. Si esto desaparece, no hay contrapesos y, por lo tanto, la democracia está condenada a la inanición. Esto parece estar sucediendo en El Salvador. 

–¿Cómo evalúa el grado de institucionalidad del proceso electoral, donde Bukele ganó con más del 80% de los votos? ¿Qué intuye de su próxima gestión en base a su discurso de asunción? 

–Si un presidente gana con el 80 por ciento, casi podemos decir que es un país donde la democracia está languideciendo. Si en los resultados hay más aclamación que competencia, es preciso dudar de la solidez de la democracia. 

–¿Cree que Bukele profundizará los criterios con los que gobernó hasta ahora o se prevé algunas modificaciones? De haber cambios, ¿qué sentido podrían tomar? 

–¿Qué puede ocurrir en este mandato? No lo sé. Las ciencias sociales nunca (o casi nunca) tienen capacidad predictiva. En cualquier caso, podemos pensar en tendencias. Yo creo que si a Bukele le ha funcionado lo que ha hecho, tiene pocos incentivos para cambiar. Y si lo hace, es porque no tiene más remedio. Uno de los elementos que puede forzarle a hacer cambios es la economía, pues la economía salvadoreña no está creciendo. Este es un eje crítico, porque en estos países pequeños, muchas veces el crecimiento de su economía no depende tanto de sus esfuerzos sino de flujos económicos transnacionales como las remesas, del valor del dólar, de la inserción en el mercado internacional de determinados productos. 

–Y también será un reto su política en materia de seguridad. Usted advirtió que podría no sostenerse en el tiempo la “efectividad” de su política de seguridad.

–En efecto, el otro reto de Bukele es la capacidad de sostener la seguridad alcanzada. No queda claro si Bukele ha podido pactar o no con las maras y de qué manera. Y respecto del Ejército, tampoco sabemos cuán posible es que se rompan ciertos consensos específicos y se vuelva a un país con un gran nivel de peligrosidad. Dicho de otra forma, creo que se proyectan pocos cambios en este nuevo gobierno y en sus políticas públicas. Bukele es, ante todo, un pragmático. Si cambian mucho las cosas, es posible que cambie de aliados, de ideología e, incluso, de los marcos simbólicos en base a los cuales articula su Presidencia. Quizá lo que más distingue a Bukele y sorprende a los salvadoreños es tener un presidente que marca tendencia y es invitado como estrella del rock en foros internacionales. Esto es la primera vez en la historia del país.  

–A nivel comunicacional, ¿crees que Bukele ha pasado de “dictador cool” a “Philosopher King”?

–Que Milei asistiera a la asunción de Bukele, que en Estados Unidos la plataforma de Trump lo tenga en cuenta, que la derecha internacional –desde Netanyahu hasta la extrema derecha europea– piense en Bukele como un referente, es algo inédito. Por lo tanto, pareciera que Bukele forma parte del Dream Team de la derecha radical internacional, que cobra cada día mayor proyección, tal como vemos en los resultados en las elecciones al Parlamento Europeo de la semana pasada. De todas formas, no podemos pontificar sobre Bukele, es demasiado temprano. La vida política es una carrera de fondo; una cosa es el arranque y otra, llegar entero.

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