La guerra en Ucrania marca una novedad. No se trata de una simple época de cambios, sino de un cambio de época, de la transformación del sistema internacional. La etapa que se extiende, aproximadamente, del siglo XVI al siglo XX, que podemos llamar «la época de la occidentalización del mundo», comienza a declinar.
El siglo XXI comenzó traumáticamente. El país más poderoso de la tierra sufrió el 11/09/2001 un ataque, con sus propios aviones y en su territorio, que apuntó al plexo de su poder financiero, militar y político: Wall Street, el Pentágono y el Capitolio. Antes de que concluyera la primera década, la crisis financiera de 2008 (comparable a la de 1929), que estalló en Wall Street; no sólo hizo crujir los cimientos de su sistema financiero, sino que se expandió rápidamente a los mercados europeos, asiáticos y del resto del mundo. A fines de 2019, la primera pandemia global el COVID19 asoló al mundo, registrándose un récord de víctimas y una caída de la economía mundial que ni los países más desarrollados pudieron evitar. Al comenzar la tercera década, el conflicto bélico que estalló en febrero de 2022 y empezó librándose entre Rusia y Ucrania, se convirtió -rápidamente- en un conflicto global entre EUA y la OTAN contra Rusia; en el que están involucradas 4 potencias atómicas que son, al mismo tiempo, miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, el órgano encargado de preservar la paz y la seguridad internacional.
¿Qué es lo que está en juego, detrás de estos sucesos? No se trata de una simple época de cambios, sino de un cambio de época, de la transformación del sistema internacional. La etapa que se extiende, aproximadamente, del siglo XVI al siglo XX, que podemos llamar «la época de la occidentalización del mundo», comienza a declinar. Ella consistió, además de las brutales conquistas militares y el saqueo de las riquezas de los pueblos colonizados por las potencias europeas, en la constitución de un amplio orden de todas las cosas: la política, la economía, las sociedades y la cultura de la periferia colonizada. Ese orden impuesto estuvo sustentado por relatos de la configuración, jerarquía y organización del mundo, de los cuales se derivaron conocimientos, formas de conocer teológicas, políticas, económicas, científicas y filosóficas. En suma, la constitución de un orden colonial confundido con la realidad, y con los criterios de verdad ligados a una idea establecida de realidad. Ahora bien, para construir la idea de realidad que logró la occidentalización del mundo, se necesitó «destituir» todo otro orden de conocimientos, de creencias, de filosofías y de formas de vida. Tal proceso de destitución comenzó en 1492 con el descubrimiento de América y se extendió hasta el siglo XX.
Pero las cosas comenzaron a cambiar y los cambios fueron generados por la propia constitución del orden occidental del mundo, porque destituir el orden anterior generó conflictos. Tales enfrentamientos comenzaron a ser difíciles de contener a comienzos del Siglo XXI. Subrayo el verbo contener porque es precisamente el verbo que el Atlántico Norte (en actores como la OTAN, EUA y la Unión Europea) emplea con respecto a Rusia y China. El argumento para contenerlos es que representan una «amenaza» para el orden constituido. Y en verdad así es. Pero no porque ataquen al orden constituido sino, al contrario, porque Rusia, China, la India y otros países emergentes, están en un proceso de reconstitución de lo que la colonización occidental destituyó.
Este es el punto sin retorno en la confrontación de la OTAN y Rusia en Ucrania. La reconstitución de lo destituido implica la desobediencia del orden occidentalizante. Dos pilares del orden occidental son la «universalidad» del conocer y del conocimiento y, por lo tanto, de los criterios de verdad y la «unipolaridad» del orden interestatal planetario. La des-occidentalización pone ambos pilares en cuestión. Aboga por la «multipolaridad» en el orden interestatal y la «pluriversalidad» en el conocer y en las formas del conocimiento. La respuesta a la des-occidentalización y la pluriversalidad es la re-occidentalización u Otanización del mundo, consistente en mantener, a toda costa, los privilegios alcanzados durante cinco siglos de occidentalización. Los vocablos «contener» y «amenaza» son reveladores: es necesario contener algo que se ha escapado de las manos, pero que la occidentalización misma generó, como la veloz emergencia de China, Rusia e India y otros países de la periferia.
La declinación de Europa y el eurocentrismo
Según la mitología griega, Europa era una princesa fenicia que fue raptada por Zeus y trasladada a Creta. Incluso en el mito, observamos la vinculación que ha existido siempre entre Europa y Asia. Un vínculo que va más allá de la geografía puesto que, geográficamente hablando, Europa no es un continente, sino una parte, una península de Asia.
Está claro pues, que la diferenciación de Europa como continente obedece más bien a elementos culturales que geográficos. Sin embargo, incluso esta diferenciación contiene sus puntos débiles ya que, durante la historia, las diversas realidades culturales han convivido y se han influenciado mutuamente. ¿Por qué considerar pues, a Europa como eje central de todo el proceso histórico? Por el triunfo y la imposición del «eurocentrismo» en la guerra cultural librada desde el siglo XVI al siglo XX.
Se puede definir «eurocentrismo» como la posición que sitúa el continente europeo y su cultura como centro de la civilización humana. Esta perspectiva eurocéntrica se da tanto a nivel histórico como económico, social y cultural. Europa se establece, como eje central desde el que gira el resto del mundo.
El eurocentrismo es una forma de etnocentrismo. Y, ¿qué es el etnocentrismo? Es la visión de una etnia, cultura o sociedad que se sitúa a sí misma como centro desde donde interpretar y juzgar al resto de culturas, etnias y sociedades. Esta perspectiva comporta, en general, una actitud de superioridad para con el resto.
Es importante señalar que, a pesar de que todas las culturas son, en mayor o menor grado, etnocéntricas, el etnocentrismo europeo ha sido el único que, históricamente, se ha identificado a sí mismo como una universalidad, es decir, como una pauta a seguir para el resto del mundo. En todo ello, como veremos, ha tenido mucho que ver el establecimiento y expansión del capitalismo a través de la conquista y colonización de América, Asia y África.
El eurocentrismo se presenta como el «modelo universal de desarrollo» es una manera de universalización, un modo de homogeneizar el mundo. Como afirma Samir Amin en su libro El eurocentrismo. Crítica de una ideología, esta visión etnocéntrica de Europa «propone a todos la imitación del modelo occidental como única solución a los desafíos del desarrollo histórico». En otras palabras, según el concepto eurocéntrico, solo siguiendo el modelo europeo, el resto de las sociedades del mundo pueden adaptarse, avanzar y salir de la barbarie. De esta forma, se construye el mito de una Europa «redentora», paternalista, cuya única intención es «salvar» al resto de culturas de su propia «barbarie» e ingresar al mundo civilizado.
Samir Amin, en el libro ya citado, hace hincapié en que las raíces de este concepto universalista europeo se encuentran en el Renacimiento del siglo XV y la Ilustración del siglo XVIII. Más tarde, durante el siglo XIX, el concepto es masivamente difundido.
Esos momentos históricos coinciden con expansiones colonialistas europeas, ya sea hacia la América del siglo XV, hacia el Asia en el siglo XVI y hacia el África durante tres siglos XVIII, XIX y parte del XX.
El eurocentrismo afirma su supuesta superioridad en base a varios aspectos. El primero, la afirmación de que el capitalismo es la cúspide evolutiva de las sociedades que supone, según esta teoría, la mejor manera de construir una sociedad. Y el segundo, la presunción de una continuidad histórica que, según Samir Amin, es inexistente.
¿Qué queremos decir con esto? Simplemente, que la construcción de Europa como eje civilizador es un mito que nació en la Ilustración. No existió este eje, como tal, en la antigüedad. El centro cultural de la antigüedad pasaba por Egipto y Oriente Próximo, no por lo que hoy en día consideramos Europa. Sin embargo, el discurso histórico europeo ha introducido tradicionalmente estas culturas en su línea evolutiva, estableciendo de esta forma un eje Mesopotamia-Egipto-Grecia-Roma-Europa que es absolutamente artificial, con la única intención de incluir estas civilizaciones como parte de la historia europea.
Además, con anterioridad a este discurso universalista europeo, no existía una «historia universal». Cada región, cada realidad geográfica tenía su propia historia y evolución. Encontramos así una multiplicidad de realidades culturales que, simplemente, coexistían unas con otras y, eso sí, se influían mutuamente. Pero en ningún caso podemos hablar de una historia universal. Por tanto, podemos concluir que fue la necesidad europea de construir una historia lo que facilitó el surgimiento de esa «historia universal», que ha monopolizado los libros de texto durante siglos. Una «historia universal» que, en realidad, de universal tiene muy poco
¿Qué quiere decir todo esto? Que la uniformidad cultural europea, circunscrita al ámbito geográfico que conocemos actualmente y que coincidiría, más o menos, con la Unión Europea, es una idea que no se corresponde del todo con la realidad. Por tanto, y siguiendo a Enrique Dussel autor de Europa, modernidad y eurocentrismo, es sólo a partir del siglo XVIII, con la Ilustración y, sobre todo, con el Romanticismo alemán, que la cultura helenística es «raptada» y se etiqueta como exclusivamente europea. Ya hemos visto como esto no es así, puesto que mundos alejados de lo que hoy llamamos Europa, como el mundo árabe y el mundo bizantino, bebieron también de la cultura griega.
¿Des-occidentalización u otanización del mundo?
En el presente siglo, se acentúa el ocaso del Sistema Liberal de relaciones internacionales, establecido en la Conferencia de Versalles (1919) que crea la Sociedad de las Naciones y la de San Francisco (1945) que crea la Organización de las Naciones Unidas. La crisis de la ONU, evidenciada en: 1) la proliferación de grupos que no integran su Sistema: el G-7, G-20 los BRICS; 2) en su incapacidad para prevenir, evitar o cesar las guerras y mantener y fortalecer la seguridad internacional; 3) en la existencia de diferentes esquemas de integración o bloques regionales; 4) la crisis del multilateralismo y 5) el retorno de la geopolítica y los avances de la geoeconomía. Todas ellas, expresiones de la desarticulación del sistema creado en Versalles y reformulado en San Francisco.
Sus consecuencias se hacen patentes en un conflicto aparentemente bilateral y limitado, en su comienzo, que se convierte en un conflicto global rápidamente. Me refiero al conflicto entre Rusia y Ucrania, que se transforma en una guerra entre EUA y la Unión Europea (a través de la expansión de la OTAN) contra Rusia. En rigor, se trata de una confrontación entre EUA y Rusia que se localiza en Ucrania. Se trata de una guerra de desgaste de Occidente contra Rusia, que apunta a debilitar al principal adversario de EUA, China. Porque lo que está en disputa no es sólo la región del Donbás, sino establecer un antecedente para internacionalizar el conflicto entre China y Taiwán. Ello explica la expansión de la OTAN que –aceleradamente- le ha puesto un cerco a todo lo largo de su frontera a Rusia y que proyecta expandirse al Asia Pacífico, a través de Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda y Australia, para ponerle un cerco a China.
Como respuesta a ese despliegue geopolítico de la OTAN, los países emergentes del Asia, el África y América Latina, reunidos en los BRICS, amplían su membresía incorporando a cinco nuevos miembros: Egipto, Etiopía, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos e Irán. Antes de esta incorporación, los BRICS superaban, ampliamente al G-7, expresión económica de la OTAN, en población y extensión territorial. Luego de estas incorporaciones igualarán (o tal vez superen) el PBI del G-7. Además, tienen una larga lista de espera de países emergentes en la fila, para ingresar a los BRICS.
En suma, el destino del siglo XXI se dirimirá según evolucione la correlación de fuerzas entre EUA y China. Por primera vez, luego de cinco siglos, Europa no será ni el escenario, ni el actor principal de la Historia. Hoy Europa, se ha convertido en un actor secundario del atlantismo del norte, sirviendo los intereses geopolíticos globales de los EUA.
Esta potencia se expande instrumentando la Otanización del mundo, mientras China lo hace a través de los países emergentes de Asia, África y América Latina. No mediante un órgano militar de seguridad colectiva como la OTAN, sino por medio de la cooperación en infraestructura, económica, comercial, crediticia y tecnológica, establecida con los BRICS y el resto de los países emergentes. La otanización intenta mantener la Unipolaridad occidental, los BRICS tratan de construir un mundo Multipolar. Los primeros se apoyan en su neta superioridad militar, con bases en casi todo el mundo y el control de todos los océanos. Los segundos se apoyan en su competitividad económica, la rápida expansión de sus economías y la conquista de nuevos mercados. Podemos sintetizar que la disputa por la hegemonía entre EUA y China se disputa en siete campos: 1) la guerra comercial; 2) los temas de la defensa y el equilibrio militar y geopolítico; 3) La competencia en la generación y control de la tecnología que asegure la primacía en la Cuarta Revolución Industrial; 4) la guerra monetaria que desafía la supremacía del dólar como divisa de reserva y de cambio internacional; 5) la disputa entre unipolaridad y multipolaridad; 6) la primacía entre globalización o soberanismo y 7) la carrera espacial.
¿Qué significa des-occidentalización?
Des-occidentalización es una categoría analítica creada por el diplomático e historiador de Singapur Kishore Mahbubani en su libro El nuevo hemisferio asiático. El irresistible desplazamiento del poder global hacia el Oriente (2014). Además de Mahbubani han tratado este tema autores ya citados como Samir Amín y Enrique Dussel, así como el notable sociólogo peruano Aníbal Quijano autor de Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. En esta obra, Quijano argumenta que la globalización es un proceso que comienza con la consumación del saqueo de América, cuyas riquezas en oro, plata, minerales, pieles, y otros bienes posibilitan la acumulación primitiva que da origen al capitalismo colonial/moderno y eurocéntrico, como un nuevo patrón de poder mundial. Otro importante autor que aborda los temas de esta corriente intelectual es el politólogo germano-brasileño Oliver Stuenkel autor de Mundo post-occidental: como las potencias emergentes están rehaciendo el orden global (2016), Los BRICS y el futuro del orden global (2015), entre otros.
La des-occidentalización es el camino hacia la multipolaridad. Ya no se trata de una nueva Guerra Fría. Aquella era una guerra entre dos ideologías moderno-occidentales (liberalismo o marxismo económicos). Hoy la economía de acumulación, desposesión, explotación e inversión del excedente del capitalismo es global. Todos son capitalistas, en unos el proceso lo orienta el mercado y en otros el Estado. El conflicto que se plantea deberá dirimirse entre la declinación de la occidentalización unipolar del planeta o el ascenso hacia una era multipolar. El orden multipolar aparenta ser irreversible. Está frente a nosotros. Occidente ya no puede decidir por sí solo, unilateralmente, el destino del planeta. El dilema, entonces, es determinar si un orden mundial multipolar favorece más el bienestar global que un orden unipolar o fin de la historia. Lo que es evidente es que un orden unipolar tiende a la concentración del poder en un hegemón universal a diferencia de la multipolaridad que asegura la redistribución y el equilibrio de poderes en el sistema internacional. Ucrania es un barómetro que nos indicará si la balanza se inclina hacia la re-occidentalización unipolar o si es un paso más hacia la des-occidentalización y la multipolaridad.
Hacia un «no alineamiento activo» como camino para América Latina
Más de medio siglo después de la creación del Movimiento de Países no Alineados (MPNA), en la Conferencia de Bandung, Indonesia de 1955, el mundo ha cambiado dramáticamente. En esta tercera década del siglo XXI se requiere una renovación conceptual de la idea de «no alineamiento», que le sirva a América Latina, en esta nueva etapa caracterizada por la disputa hegemónica entre EUA y China.
Ese vacío conceptual ha venido a ser cubierto por un libro: El no alineamiento activo y América Latina: una doctrina para el nuevo siglo. Los compiladores y autores de esta obra Carlos Fortín, Jorge Heine y Carlos Ominami, plantearon una cuestión crucial: ¿estaría América Latina, de diversas formas, condenada a jugar el juego de los poderosos en el siglo XXI? Para responder ese interrogante convocaron a excancilleres, diplomáticos y académicos, entre ellos Celso Amorín, Jorge Taiana, José Miguel Insulza, Jorge Castañeda, Ruy de Almeida Silva, Alicia Bárcena, Roberto Savio y Oliver Stuenkel. Entre los académicos se cuentan varios argentinos como Juan Gabriel Tokatlian, Diana Tussie, Andrés Servín, Esteban Actis y Nicolás Creus, entre otros destacados internacionalistas. Latinoamérica navega en la incertidumbre por la gravedad de la crisis actual. Agobiada por las deudas; la pandemia del Covid19 y sus secuelas económicas, políticas y sociales; la guerra en Ucrania, su impacto en la geopolítica mundial y en la economía; las crisis energética y alimentaria, a lo que se añade la disputa hegemónica entre China y EUA. El no alineamiento activo intenta poner fin a la creciente marginalidad de la región que amenaza convertirse en irrelevancia. Es decir, incapacidad para conducir su propio destino y someterse a los designios de las potencias dominantes. Para evitarlo, América Latina debe unificar su voz y orientar sus acciones según sus intereses nacionales y regionales.
Se trata de construir una visión del mundo contemporáneo como un sistema internacional en transformación, con un poder hegemónico en declinación, nuevos actores, nuevas alianzas y rivalidades, así como nuevas agendas y desafíos. En ese contexto, Latinoamérica necesita desplegar una política exterior que enfrente los desafíos contemporáneos de manera integral y coherente. Esa política debe incluir la negativa a tomar partido en las disputas derivadas de las luchas hegemónicas por el poder global. Es la única manera de no pasar de la periferia a la marginalidad internacional.
Esta idea de la no alineación activa que nació en la reunión de Puebla de 2019 y se conceptualizó en un artículo aparecido en Foreign Affairs Latinoamérica, en julio de 2020 (vol.21, núm.3), concluye plasmándose en una agenda para el no alineamiento activo que propone: 1) mantener una posición equidistante respecto de ambas potencias en pugna; 2) fortalecer las instancias y organizaciones regionales; 3) comprometerse con el multilateralismo; 4) participar de una gobernanza económica internacional; 5) reorientar y coordinar la política exterior y las cancillerías de los países de la región; 6) redefinir las nociones obsoletas de seguridad nacional; 7) incorporar las nuevas instituciones financieras internacionales; 8) trazar un plan acción contra el cambio climático; 9) hacer un esfuerzo persistente por garantizar la igualdad de género y el equilibrio de las relaciones laborales, y 10) establecer un centro regional de monitoreo y control de enfermedades.
En 2023, se cumplieron 200 años de la Doctrina Monroe y hay intereses en Washington de reactivarla. Este afán de retrotraer la historia al siglo XIX es inaceptable. De igual manera, la relación con China debe ser objeto de una política que anteponga nuestras preferencias nacionales y regionales. La paradoja de la presencia China en la región es que, por una parte, disminuye la dependencia tradicional de EUA y Europa. Pero la forma de relacionamiento internacional, resultante de los vínculos comerciales con China, no es sustancialmente distinta de la clásica relación centro-periferia. Ello reproduce un patrón de comercio basado en exportaciones de materias primas de la región y la importación de productos manufacturados chinos, continuando las clásicas formas de dominación.
Finalmente, para completar esta nueva visión de la proyección internacional de la región, debemos asumir que, en el nuevo milenio, el concepto de Sur Global viene a reemplazar al de Tercer Mundo que había dominado el discurso de los países en desarrollo desde 1955. Sus nuevas plataformas institucionales, que se suman a las tradicionales (el Movimiento de los Países No Alineados y el Grupo de los 77 en la ONU). La más importante de ellas es el GRUPO BRICS + 5. Aprovechando el dinamismo económico de los países emergentes surge la idea de movilizar recursos financieros colectivos, de lo que es un ejemplo emblemático el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, con sede en Shanghai. En comercio internacional, se ve que el libre intercambio puede ser una palanca de desarrollo en la medida que coexista con la salvaguarda de los intereses fundamentales de las sociedades nacionales. Estas bases materiales son la condición de posibilidad de un no alineamiento activo para un nuevo orden multipolar internacional.
José Amiune es Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad Nacional del Litoral, Argentina. Estudios de posgrado en las universidades de Harvard y Tufts. Máster en Relaciones Internacionales por The Fletcher School of Law and Diplomacy. Exembajador y Secretario de Obras y Servicios Públicos de la República Argentina.