Si no crece el gasto público, la Argentina no crecerá

Los argumentos libertarios para fundamentar el rechazo a la política fiscal son rústicos, y además están muy alejados de los sitios donde abrevan las clases dirigentes conservadoras de los países centrales.

El veto anunciado por el Ejecutivo a la reforma jubilatoria sancionada por el Senado de la Nación que supone un aumento menor del gasto público y de los propios ingresos que percibe la clase pasiva, ratifica la recusación completa de los libertarios a la política fiscal y su principal fobia: el engendro monstruoso del déficit fiscal.

Los argumentos libertarios para fundamentar el rechazo a la política fiscal son rústicos y alejados de los sitios donde abrevan las clases dirigentes conservadoras de los países centrales. Para más desazón libertaria, en los países más desarrollados actualmente, la visión heterodoxa favorable a la política fiscal se está imponiendo antes que por virtud de una reivindicación de las ideas de Lord John Maynard Keynes, por la necesidad de hacerle frente al notable fracaso de los profetas de la austeridad.

Al desgranar estos puntos enumerados, se cae rápido en la cuenta que el problema real que atemoriza a los libertarios argentinos en el timón del país oficial: la devaluación del peso que liquidaría su gobierno –según caracterización del economista Ricardo Arriazu, de más peso en la (AEA) Asociación Empresaria Argentina, y cuando joven uno de los cerebros de la política monetaria de José Alfredo Martínez de Hoz- lejos de encontrar una solución en la austeridad fiscal, se ha comprado todos los boletos para tener primacía en el desasosiego cambiario. Pero una cosa es la realidad y otra la ideología. Y la ideología libertaria de ver en la solución el problema, los perderá y dejará al país en la lona. 

Si se aplican los cálculos y el criterio del economista inglés Alan Taylor, por el próximo lustro la vamos a pasar realmente mal con la manía anti-Estado y anti gasto público de los libertarios a cargo del país oficial.

La visión mileísta del gasto público, la política fiscal y el déficit fiscal es totalmente infundada, puramente ideológica. Máxime cuando los distintos estudios que se hicieron sobre la recuperación argentina desde 2003, sugieren que sin el crecimiento del gasto público la cosa no se mueve. Un espanto cuando en vez de eso hay austeridad y retranca fiscal.

Un último argumento es que el déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos (exportaciones menos importaciones, más o menos el saldo que arroje la cuenta entre los intereses que cobramos y dividendos que recibimos y los que pagamos y remitimos respectivamente) está relacionado con el déficit fiscal. A mayor déficit fiscal más demanda de dólares al mercado internacional de capitales. Y dólares hay pocos y renuentes.

Un superávit del sector privado solo es posible si: 

(1) el sector público tiene un déficit que supera cualquier déficit de la balanza de pagos;

(2) el superávit de la balanza de pagos es lo suficientemente grande como para compensar con creces cualquier superávit del sector público; o 

(3) el sector público tiene un déficit y la balanza de pagos está en superávit. Si el sector público tiene un superávit mayor que el superávit de la balanza de pagos o su déficit es demasiado pequeño para compensar el déficit de la balanza de pagos, el sector privado debe estar en déficit. Téngase en cuenta que esto no implica nada sobre la causalidad. La conclusión se desprende meramente de una identidad contable ex post.

Pero aun aceptando esa realidad contable ex post, ¿de dónde se sigue que más austeridad es menos déficit fiscal? Por el contrario, más actividad –menos austeridad- es a la postre menos déficit fiscal. Ahora bien, si la recuperación impulsada por la política fiscal beneficia adecuadamente en su mayor parte a la producción nacional, no resta menos que esperar que una parte, por pequeña que sea, se irá fuera de las fronteras generando un déficit en las cuentas exteriores. El arreglo de este déficit coloca un problema.

Es ése el único grano de verdad contenido en la tesis en cuestión. Pero es ahí también donde estalla un gran día la contradicción fundamental del sistema económico en el cual vivimos. Para no permitir que se escape al extranjero un 15% del poder de compra adicional que uno podría distribuir en el marco de la recuperación, se priva a la industria nacional de producir, utilizando factores no empleados, por lo tanto a un costo nulo o caso nulo, de riquezas equivalentes a 85% de ese mismo poder de compra y sin tener en cuenta los efectos de multiplicación sobre la actividad económica.

¿Podríamos salir adelante por esta esta vía? Bajo dos condiciones es posible.

a) negociar la «recuperación» con Brasil y China –principales socios comerciales- en vistas de mantener los intercambios externos en statu quo ante;

b) estar dispuesto a sacrificar una parte de sus reservas monetarias y/o de endeudarse para cubrir durante el tiempo que sea necesario un déficit eventual residual de la balanza comercial.

Esto le daría un sentido preciso a la negociación de la deuda externa en función de los intereses nacionales. En cuanto al pequeño déficit residual posible después de una tal operación, no se ve verdaderamente para que pueda servir las «reservas», si no es justamente para hacer frente a tales situaciones. Por otro lado, si se trata de cubrir este déficit, en todo o en parte por medio del endeudamiento, el consentimiento explícito de los proveedores no es necesario, porque, materialmente no existe ningún medio de venderle a otro más de lo que se le compra sin aceptar ipso facto su moneda de crédito.

A resulta de todos esto queda claro que el sentido político gorila de los libertarios a cargo del país oficial es lo que está detrás de haber hecho entrar a escena al monstruo de la laguna negra. El déficit fiscal y Roger Corman no merecen semejante afrenta.

El monstruo

Desde siempre los libertarios han erigido al déficit fiscal como el origen de la inflación. En consecuencia, derrotar a la inflación y –desde esa serenidad- aquietar hacia casi nada el ritmo al que sube anualmente el nivel de precios, implica como condición necesaria yugular el déficit fiscal. Últimamente han diagnosticado que la Argentina posterior a la del Centenario entró en decadencia irremediable por efectos del déficit fiscal. 

Afirman que la madre del mal estuvo en que durante estos 114 años solamente hubo en total una década de superávit fiscal, o sea se recaudó más por impuestos de lo que se gastó. Para completar el cuadro, el gobierno libertario propala la añeja idea ortodoxa de que los impuestos bajan el bienestar de la población y son contrarios al crecimiento. El manejo de la comunicación pública de los libertarios hace el resto para que el déficit fiscal resulte igual de horripilante, sanguinario y bestial que el monstruo de la Laguna Negra, un clásico del cine clase B. 

¿Qué genera que un presupuesto público tenga déficit, o sea que gaste más de lo que recauda? Para la tradición que expresa la actualidad del país oficial libertario, el déficit es consecuencia de la descerebrada demagogia populista, que para legitimar su inutilidad política gasta más de lo que debe; gasta sin freno en función del narcótico pan y circo. Como eso se financia emitiendo dinero y el nivel de precios –bajo circunstancias determinadas- crece al ritmo de la circulación monetaria, entonces la inflación se desboca. En ese caso, tan caro al sentir monetarista ortodoxo, se dice que las causas de déficit son exógenas.

Endógeno 

El diagnóstico heterodoxo sostiene que la política fiscal es absolutamente necesaria para alentar el crecimiento, en una país estancando y en retroceso como la Argentina. Si la política fiscal resulta expansiva o no eso no se identifica con déficits o superávits fiscales. Como observan los economistas Wynne Godley y George McCarthy: «El déficit presupuestario, medido ex post facto, es una mala medida del impacto de la política fiscal, ya que notoriamente no puede distinguir el efecto del presupuesto sobre la economía de los efectos de la economía en el presupuesto». 

Pero, si atendemos lo que en su momento sostuvo el economista polaco Michal Kalecki –contemporáneo de Keynes- se infiere que el déficit fiscal se produce por caída de la demanda y no por aumento demagógico del gasto, lo cual antes que otra cosa es un desagradable mito derechista reaccionario. 

Irónica y paradojalmente, los derechistas reaccionarios no se privan de ser muy demagógicos. Por caso, cuando sostienen -contra toda evidencia y prueba en contrario- el sambenito de que la flexibilización laboral es lo más adecuado para alcanzar el pleno empleo y que la no flexibilización es la que explica la cantidad de trabajadores parados. Tirarles trabajadores a los leones de los burgueses descerebrados, es parte del circo con pan para unos pocos. O, en relación al tema, que el déficit fiscal es producto del despilfarro sin ton ni son. 

Las cosas políticamente son más densas, realmente densas. Sobre esta macicez política señala Kalecki que “el mantenimiento del pleno empleo mediante el gasto público financiado con préstamos ha sido ampliamente discutido en los últimos años. Esta discusión, sin embargo, se ha concentrado en los aspectos puramente económicos del problema sin prestar la debida atención a las realidades políticas. El supuesto de que un gobierno mantendrá el pleno empleo en una economía capitalista, si sólo supiera cómo hacerlo es una falacia”.

¿Por qué es una falacia? El historiador de Columbia Adam Tooze –en un escrito de estos días- desentraña el factor político para no impulsar en todo momento un alto nivel de empleo, una alta inversión y un alto crecimiento si la política fiscal es lo indicado para ello (y que tal renuencia genera déficits fiscales). Tooze puntualiza que la situación es interpretada por Kalecki a partir de la relación capital-trabajo para explicar la forma aleatoria en que se convocó al poder a la política keynesiana progresista y luego se la desestimó. 

Tooze especifica que esta dinámica de te uso y te tiro “se derivó de la lógica de clase por la cual en momentos de depresión incluso los intereses empresariales conservadores más acérrimos podían ver el atractivo de una acción estatal vigorosa para estimular la demanda y restablecer las ganancias. Eso es lo que finalmente ocurrió en los Estados Unidos, en Alemania y en el Reino Unido en la década de 1930. 

Entonces se hizo presente Mr. Hyde. Apunta Tooze que “cuando regresó el pleno empleo, hacer funcionar la economía a toda marcha perdió su atractivo”. La fuerte demanda y un mercado laboral ajustado desplazan el equilibrio de poder a favor del trabajo. Esto se hizo sentir tanto en las negociaciones salariales como en las fábricas. Kalecki predijo que, en ese momento, cuando se inclinara la balanza, la era de la “mentalidad abierta”, en la que se propugnaba una “buena” política keynesiana, daría paso a una nueva fase en la que los propagandistas del capital exigirían austeridad en aras de “restaurar la confianza”. Si no se salían con la suya, una “huelga del capital” daría lugar a la cancelación de la inversión y a una caída de la demanda agregada. Los intereses de clase provocarían un “enfriamiento” y una recesión”.

Ellos

Hace unas semanas atrás en Inglaterra luego de tres lustros de austeridad conservadora ganaron la elección los laboristas. Asumió como Prime Minister Sir Keir Starmer, con un programa favorable a los trabajadores y contra la austeridad conservadora. A mediados de este mes Alan Taylor, un economista inglés que estaba enseñando en la Universidad de Columbia de Nueva York, fue designado para el comité de fijación de tasas de interés del Banco de Inglaterra.

Desde hace poco más de una década Taylor dedicó sus principales trabajos académicos a medir y denunciar el daño causado por la austeridad conservadora a la economía del Reino Unido. El diario inglés The Guardian publicó que “mientras el ex chancellor of Exchequer (así se titulan los ministros de economía ingleses) George Osborne congelaba los salarios del sector público, reducía el gasto estatal, la inversión y los pagos de asistencia social, Taylor sugirió que sin la austeridad, la economía del Reino Unido habría estado volviendo a subir de manera constante por encima de su pico anterior a la crisis financiera de 2008”. Los datos de los déficits fiscales basados en políticas fiscales expansivas dejan poco lugar a dudas sobre sus efectos benéficos sobre el crecimiento. 

Esto se constata cuando se contrasta con las disparidades mundiales en 2002 por clases de ingresos. La tabla muestra a los países agrupados en tres categorías con datos del Banco Mundial. El Banco Mundial divide al mundo en tres categorías de ingresos: países de ingresos altos (PIA), países de ingresos medios (PIM), y los países de bajos ingresos (PIB). 

Los países de ingresos medios se dividen en países de ingresos medios bajos (PIMB) y países de ingreso mediano alto (PIMA). Los países de bajos ingresos constituyen el 40,2% de la población mundial. La primacía de los Estados Unidos, -el país con mayor déficit fiscal, posibilitado por su carácter de emisor de la moneda mundial- sobre los países de ingresos bajos es de 17,2. La ventaja de los Estados Unidos, sobre los países de ingreso mediano, que dan cuenta del 44,2% de la población mundial, es considerablemente menor: de 6,2. Los países de ingresos altos -menos los Estados Unidos- con el 10,9% de la población mundial, se rezagan de los Estados Unidos por un factor de 1:1,4, un retraso relativamente pequeño. Por lo visto el déficit fiscal no es la cuestión que frena el crecimiento.

Volviendo a Taylor, en un trabajo académico -de corte completamente empírico- basado en datos de la economía inglesa, el ahora funcionario del Banco de Inglaterra concluye que “la austeridad es siempre un lastre para el crecimiento, y especialmente en economías deprimidas: una baja del gasto fiscal del 1% del PIB se traduce en una pérdida del 4% por ciento del PIB real en cinco años cuando se implementa en una crisis”. 

Taylor observa que “pocas cuestiones de política económica generan tanta controversia como el actual argumento de la austeridad y, mientras Europa y el Reino Unido sufren un doble estancamiento, el debate probablemente esté lejos de terminar”. No obstante, consigna Taylor: ‘“La contracción fiscal prolonga el sufrimiento cuando el estado de la economía es débil (…) Después de todo, Keynes sigue teniendo razón: “El auge, no la crisis, es el momento adecuado para aplicar medidas de austeridad en el Tesoro”’.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *