Así como el desarrollo argentino es posible en un mundo que lo inhibe en general -de ahí también nuestro drama- una humanidad no pobre no es una esperanza inútil. La base está, la ideología que lo impide también. Nunca la humanidad se plantea problemas que no puede resolver, pero nada es automático para la gente.
La geografía mundial está parcelada en 193 Estados nacionales miembros de la ONU. No más de alrededor de 20 pueden ser considerados desarrollados. Los otros 170 y pico-entre los cuales está nuestro país- ¿podrán alguna vez desarrollarse? Alguno que otro sí, el grueso no.
En la excepción a esta regla –que la confirma- está la Argentina. En la explicación de la causa de por qué es posible para nuestro país lo que para las otras naciones que conforman la periferia no, se encuentra el dato de que es uno de los pocos países que al ser superavitario en alimentos y energía, al crecer con una razonable política de sustitución de importaciones (esa que fue denostada por el Presidente de la Nación, Javier Milei, en el discurso que pronunció en la Unión Industrial Argentina el lunes 2 de septiembre en el acto del Día de la Industria) no la ahogan la importación de esos sectores.
Al resto, la balanza comercial se lo impide. Pero no solo la balanza de pagos. La ecología es un límite. Si todos los habitantes del planeta consumieran autos como los norteamericanos o europeos, hace rato la atmósfera hubiera colapsado. Bastó que los chinos asomaran la nariz para que los desastres climáticos cundieran. Y si esos países desarrollados, en los que viven 1.200 millones de seres humanos, un octavo del total, pueden reciclar tantos materiales, es porque los otros siete octavos reciclan muy poco o nada.
Además como el crecimiento depende de la inversión y ésta depende del consumo, si la economía mundial quisiera pagar a todos los trabajadores del planeta (un 65 % de la actual población mundial tiene entre 15 y 64 años, de acuerdo a datos del Banco Mundial) el salario que cobran en promedio los trabajadores estadounidenses, el Producto Bruto Mundial tendría que triplicar su tamaño actual de 101 billones de dólares. Eso debería suceder durante el tiempo que insuma la igualación sin que crezca el producto bruto norteamericano actual de 25 billones de dólares, ni el delos otros países desarrollados.
Es una situación fantástica imposible. Máxime si se tiene en cuenta que triplicar el valor actual del PIB mundial, a una tasa anual promedio real de aproximadamente 2,5%, un valor aceptable de acuerdo a los estándares históricos, llevaría 47 años, durante los cuales la periferia sería la única zona de crecimiento. El centro, en el mientras tanto, cero crecimiento. La igualación por lo alto es improbable y sería políticamente traumática en grado sumo.
Que de cada 8 seres humanos que hay en la tierra 4 sean pobres, uno este ahí, uno flote un poco más arriba y sólo un par viva realmente en el siglo XXI manifiesta un problema orgánico.
La visión del Banco Mundial
En el Informe sobre el desarrollo mundial 2024 del Banco Mundial, dado a conocer a principios de agosto, redactado, según exponen sus autores con cierto tono de alarde, a partir de las enseñanzas de los últimos 50 años extraídas por los técnicos del organismo, “se concluye que a medida que los países se vuelven más ricos suelen caer en una “trampa” cuando su producto interno bruto (PIB) per cápita anual alcanza aproximadamente el 10 % del de Estados Unidos, lo que en la actualidad equivale a USD 8000. Este valor se encuentra en el medio del rango de ingresos de los países que el Banco Mundial clasifica como de “ingreso medio”. Desde 1990, solo 34 economías de ingreso medio o mediano han logrado pasar a la categoría de ingreso alto, y más de un tercio de ellas se beneficiaron con la incorporación a la Unión Europea o con el descubrimiento de petróleo”. El Banco Mundial cree haber trazado la ruta de escape para que los países en desarrollo puedan dejar atrás la “trampa del ingreso medio”.
A finales de 2023, el Banco Mundial categorizó a 108 países como de ingreso medio (entre ellos la Argentina), cada uno con un PIB per cápita anual que oscilaba entre 1.136 y 13.845 dólares. El Banco Mundial informa que esos 108 países están habitados por 6.000 millones de personas —el 75 % de la población mundial— y a dos de cada tres personas que viven en la pobreza extrema. Las 108 naciones clasificadas como de ingresos medianos generan más del 40 % del PIB mundial y más del 60 % de las emisiones de carbón. El Banco Mundial manifiesta que las 108 naciones de ingresos mediano “enfrentan desafíos mucho mayores que sus predecesores para escapar de la trampa del ingreso mediano: poblaciones que envejecen rápidamente, mayor proteccionismo en las economías avanzadas y la necesidad de acelerar la transición energética”.
“La batalla por la prosperidad económica mundial se ganará o perderá en gran medida en los países de ingreso medio”, expresó Indermit Gill, economista en jefe y vicepresidente senior de Economía del Desarrollo del Grupo Banco Mundial. «Pero demasiados de estos países recurren a estrategias anticuadas para convertirse en economías avanzadas. Se apoyan únicamente en la inversión durante demasiado tiempo o se orientan prematuramente a la innovación. Se necesita un nuevo enfoque: primero, centrarse en la inversión; luego, hacer hincapié en la incorporación de nuevas tecnologías del exterior, y, por último, adoptar una estrategia de tres pilares que equilibre la inversión, la incorporación y la innovación. Con las crecientes presiones demográficas, ecológicas y geopolíticas, no hay lugar para el error”.
Para salir de la trampa de ingreso medio y convertirse en un país de ingreso alto el Banco Mundial delineó un proceso (al que aludió Indermit Gill) que llamó “estrategia 3i” plasmada en el informe 2024. La fase 1i es la de las políticas destinadas a incrementar la inversión. Quemada esa etapa, se pasa a la fase 2i: inversión e incorporación, que consiste en adoptar tecnologías del exterior y promover su uso en toda la economía. Una vez alcanzado el nivel de ingreso mediano alto, deben volver a cambiar de rumbo para pasar a la fase 3i: inversión, incorporación e innovación. Durante la fase de innovación, ya no se limitan a tomar prestadas ideas de las fronteras tecnológicas mundiales, sino que expanden la frontera.
El gas coreano
Según el informe del Banco Mundial, Corea del Sur es un ejemplo destacado en las tres fases de la estrategia 3i. Relata el Banco Mundial que en 1960, su ingreso per cápita era de apenas 1.200 dólares. A finales de 2023, esa cifra había ascendido a 33.000 dólares. Corea del Sur comenzó con una combinación de políticas sencillas para aumentar la inversión pública y fomentar la inversión privada. Durante la década de 1970, esa estrategia se transformó en una política industrial que incentivó a las empresas nacionales a adoptar tecnología extranjera y métodos de producción más sofisticados. ¿Y de dónde salió el capital que aceleró este crecimiento? No lo dice el Informe. Esto ya se torna molesto en estos tipos de análisis. El más fastidioso es el caso de China. Nunca se menciona el hecho clave: de dónde salió el capital para alimentar semejante crecimiento acelerado. De los cañaverales de bambú de los que se alimentan los graciosos y queribles pandas, seguro que no. ¿Wall Street? Ni Joe Biden, ni Donald Trump ni Kamala Harris lo desmentirían.
Curiosamente, tampoco el Informe menciona el serio problema demográfico que padece Corea del Sur y que amaga con arruinar tan bello prospecto. Hace un par de meses el gobierno informó que estaba en trance de crear el “Ministerio de Natalidad” para tratar de revertir la tasa más baja de natalidad del mundo de 0,72 hijos por mujer en toda su vida. La tendencia es a que baje más: 0,65 en 2025; 0,59 nacimientos por mujer en 2026, de acuerdo a datos del organismo gubernamental Statistics Korea. Para que una población se mantenga el número debería ser de 2,1 hijos por mujer. En 2070 se estima que el número de personas en edad de trabajar bajará a la mitad y casi la mitad de la población tendrá más de 65 años. Corea tiene pocos inmigrantes y como resultado de todas estas tendencias la población de 2024 de 51,75 millones bajara a un rango de entre 36,22 millones y 30,17 millones de habitantes, para el 2072. Ese número de habitantes lo tuvo en 1967.
Luego de una inmensa diáspora en los ’60; en la vida cotidiana global verificable en que no hay gran ciudad en el mundo que carezca de su barrio coreano, Corea del sur fue el país periférico donde en los últimos 50 años más subieron los ingresos a partir de la inversión norteamericana para coronar una estrategia geopolítica centrada entonces en Japón. Los coreanos solían emigrar a Japón. El racismo japonés que desprecia a los coreanos mucho más de lo que ciertos sectores de la sociedad civil argentina maltratan a los limítrofes, iba derecho a una crisis política. Por eso también el desarrollo coreano.
Pero esos procesos desmienten el relato del Banco Mundial. El orden establecido del desarrollo desigual no le queda otra que recurrir a su desesperado del ofertismo por justificar que el atraso se debe al error de ser pobre. Al consumo, a la demanda ni la mencionan. Pero si la mencionar debería dar cuenta de la venganza de la demografía. Todo parece sugerir que hay una trampa demográfica del tipo “no te quedes a medio camino en los ingresos” presta a disolver la sustancia nacional. Subieron los salarios, pero no al nivel que permita desarrollar la familia tipo sin mayores privaciones. Subieron menos en su altitud en el centro que lo vieron caer debido a la incorporación de China. Las profundas limitaciones y regresiones demográficas de Corea del Sur reflejan el “no tanto” en el ascenso de sus salarios. Lo único que faltaba para redondear el la caparazón ideológica de la innovación del Banco Mundial.
El voluntarismo y la realidad
¿Tiene la igualdad alguna chance en la humanidad toda? Sí, claro que la tiene, pero ésta no va a provenir de un planeta que productivamente es divergente, de desarrollo desigual. Ni de los mitos de la “convergencia”, con la que amplios sectores del análisis económico neoclásico se mienten así mismos y confunden a los demás como en el informe 2024.
Si ese espantoso privilegio de nacimiento de ver la luz en el centro es posible que sea aminorado en gran forma a favor de la igualdad del género humano, esa potencialidad está en manos de la redistribución del ingreso mundial. Nadie hace un par de siglos pensaba que un impuesto sobre las ganancias fuera a financiar el gasto del Estado como lo hace en su medida actualmente. Nadie hubiera reclamado impuestos “progresivos”.
Por eso es tan importante lo que viene impulsando Lula de cobrarles un impuesto a los países ricos y redistribuirlo entre los países pobres. Tanta que el gobierno argentino se ubica aquí también en sus antípodas practicando una farsa del realismo periférico más bien mersa, ignorándola explícitamente y rechazándola explícitamente.
La discusión ahí es en cuál es la base imponible. Lula tiene razón en el objetivo, lo que no implica en los medios para alcanzarlo. Parece más lógico que la base imponible sea configurada a los términos del intercambio, dado que los precios se forman a partir de los salarios y estos son bajos en la periferia y no pueden subir para el conjunto a causa del desarrollo desigual. O sea hay pérdidas para la periferia en el intercambio comercial que se lo apropian directamente los consumidores de los países desarrollados.
Si ese es el caso, resta precisar que la referencia a la norma de una remuneración igual de los factores, no implica por sí mismo que la remuneración debe ser efectivamente igualada en el mundo, sino que los términos de intercambio deben ser fijados en función de esa igualdad. Si un país, por razones que le son propias, remunera un servicio productivo, por ejemplo la hora de trabajo de la mano de obra no calificada a la décima o vigésima parte de lo que paga su socio por el mismo servicio en su terruño, no hay ninguna razón por la que el socio se beneficie.
Todo lo que un acuerdo internacional sobre los precios puede hacer es asegurarse de que la diferencia se mantenga en el país en cuestión. En ningún caso puede intervenir en las políticas internas de distribución o redistribución. La no injerencia aquí también corre.
Hay más, bastantes más detalles para discutir. Ahí, por donde merodea el diablo. Pero con lo apuntado hasta acá, basta para tomar nota de que así como el desarrollo argentino es posible en un mundo que lo inhibe en general –de ahí también nuestro drama- una humanidad no pobre no es una esperanza inútil. La base está, la ideología que lo impide también. Nunca la humanidad se plantea problemas que no puede resolver, pero nada es automático para la gente.