Trump IV: El riesgo y el oro

Lo que no se ve a simple vista y acá se cuenta. The Economist ya tiene un índice para medir qué puede suceder si Trump gana las elecciones de noviembre. La causa de las oscilaciones en el oro y la razón de sus movimientos.

En el plano mundial, un buen botón de muestra de las circunstancias enculadas con la candidatura de Trump, es el proveído por el Trump Risk Index (TRI) confeccionado y calculado por la Economist Intelligence Unit (EIU) la división de investigación y análisis de The Economist Group, editor de la ya bicentenaria revista inglesa de frecuencia semanal, que sigue siendo el principal medio donde abrevan las corporaciones y los que no sufren de misoneísmo hacia la visión conservadora de la geopolítica.

El TRI -de acuerdo a EIU- intenta mediar el impacto global de una posible nueva presidencia de Trump, en vista de que esperan “una contienda extremadamente reñida entre candidatos demócratas y republicanos” en la que –tras salir airoso- el candidato republicano Donald Trump, “iniciaría cambios radicales de política en áreas que van desde la política comercial hasta la seguridad nacional si regresa al cargo. Las ramificaciones globales de estos cambios significan que vale la pena explorar a fondo las implicaciones de una presidencia de Trump”.

EIU explica que el Índice de Riesgo Trump (TRI) utiliza indicadores cuantitativos para medir la exposición amplia de los 70 países mayores socios comerciales de los Estados Unidos basando la puntuación de riesgo general “en una evaluación de vulnerabilidad en tres áreas (comercio, inmigración y seguridad) donde esperaríamos cambios políticos importantes bajo el gobierno de Trump”. El TRI pondera con 40% los potenciales aranceles más altos y restricciones comerciales. Igual ponderación para seguridad y 20% para cuestiones migratorias. Estiman que con “algunas exenciones y excepciones, creemos que Trump cumpliría con su intención declarada de imponer un arancel general sobre las importaciones estadounidenses; ha propuesto un tipo fijo del 10%, aunque creemos que al final esto sería diluido. Probablemente se aplicarían medidas punitivas adicionales a importaciones políticamente sensibles como el acero”.

El TRI, que asume un valor cero para nada de expuesto y cien para totalmente expuesto (por ejemplo en comercio: México 100 y China 76,7), “muestra – dice EIU- que los aliados y socios de Estados Unidos se encuentran entre los más expuestos en general a los cambios de política bajo el gobierno de Trump, ya que tienen los vínculos comerciales, culturales y de seguridad más profundos con Estados Unidos. Este mayor nivel de dependencia también los expone a cambios importantes en la dirección de la política estadounidense”. Nuestro país ponderado los tres elementos que componen el TRI anda merodeando por los valores medios, ni muy muy ni tan, tan. 

Las ironías del destino se hacen presente y justo en el momento del atentado Trump estaba señalando un gráfico (movimiento que dice que lo salvó porque lo obligó a girar la cabeza y la bala pasó de largo) en el que se plasmaba que durante su presidencia se logró uno de los momentos con menor ingreso de inmigrantes a los Estados Unidos, de donde provienen las mayores remesas para Latinoamérica. Dice Trump que los inmigrantes las están “pudriendo” (spoiling) y ha hecho trascender que impulsará la mayor deportación de la historia. El banco de inversiones Goldman Sachs sostiene que la inmigración impulso el inesperado crecimiento no inflacionario norteamericano y que el desempleo haya bajado. Gallup registra por tercer mes consecutivo que la inmigración es el principal problema para los norteamericanos. De cada cien que votan republicano y ven como amenaza a la inmigración, hay 60 que votan demócrata que temen lo mismo.

No sólo por oro 

Obvio, entonces, que Trump no está para pagar otros costos políticos distintos a los muy onerosos internos que le generan las finanzas del terruño. Más teniendo en cuenta que el MAGA (Make America Great Again: Hagamos grande de nuevo a los Estados Unidos) es un eslogan que interpreta perfectamente lo estipulado en la plataforma oficial del Partido Republicano de preservar el dólar como moneda de reserva mundial. La fórmula Trump- Vance, ha criticado la fortaleza del dólar como una amenaza a la capacidad comercial global de las empresas estadounidenses y a los empleos, especialmente en el sector manufacturero. Esa tara hay que leerla como una disidencia para alcanzar el mismo objetivo. 

El resto de las finanzas globales está muy conteste de estos escarceos. Mientras acá se sospechaba de los movimientos del oro del Banco Central, el oro que cotiza en Londres –referencia mundial- alcanzaba otro pico desde mayo, tras subir un 6% este mes. Una razón de fondo es que esperan, efectivamente, que la Fed recorte las tasas y que Trump sea el nuevo presidente norteamericano. El martes la onza troy (31 gramos de oro 24 kilates; en un kilo entran 32 onzas) llegó a los 2.465 dólares, arriba del récord anterior alcanzado en mayo. Por menor inflación que la esperada en los Estados Unidos subieron las expectativas de recorte de tasas -dos o tres hasta diciembre- lo que tiende a impulsar activos que no generan intereses, como el oro. La incertidumbre por el atentado a Trump puso su grano de arena en el alza. 

Las tendencias a la baja del oro o –mejor dicho- al amesetamiento en este nivel alto, a mediano plazo vienen dadas por el proteccionismo de Trump y el aumento importante del déficit fiscal que augura su meta de bajar impuestos. Ambas circunstancias, si además se considera –de acuerdo a Goldman Sachs- que menos inmigrantes más inflación, a la par de exacerbar los encontronazos geopolíticos le dan máquina a la inflación. Como consecuencia las tasas subirían y los activos que no generan intereses –como el oro- pierden atractivo hasta el punto en que las tensiones geopolíticas reverdezcan su condición de refugio. 

Luego de 20 meses en que el oro aumentó sin parar 50%, las tendencias a que continúe el encarecimiento del metal amarillo viene dada por la misma razón que lo impulsó: la compra récord volúmenes de lingotes de los bancos centrales para que sus reservas no estén tan atadas al dólar. ¿Habrán parado de comprar o seguirán en vista del aislacionismo republicano, correlato de tensiones con China y demás deudos? A la par se agrega la percepción de Trump metiendo mano en la Reserva Federal bajando las tasas. Geopolítica y activo que no rinde interés y da refugio como el oro se iría más para arriba.

Y hay algo más y más importante, que es la música con la que baila este mono. ¿Cuál es el límite de pagar con su propia moneda las importaciones y que en el endeudamiento externo sea en su propia moneda? ¿Hasta dónde llega ese “privilegio exorbitante” que denunciara el ex presidente francés Valéry Giscard d’Estaing, cuando en los ’60 era ministro de Finanzas y Economía de Charles de Gaulle? Creer que es ilimitado es confundir la capacidad de los B 52 -y su carga de cariño explosivo- de hacerle pagar al resto del mundo la cuenta de la corrección de la situación que los perjudica.

Cuando a principios de los ’70 se terminó el orden de Bretton Woods, un elemento nuevo, en apariencia cuantitativo, pero en realidad cualitativo, se injertó en el sistema, después de que todas las cuentas corrientes (o casi a la vista) de los bancos comerciales y las reservas de los bancos centrales son remuneradas en tanto que son invertidas en títulos de créditos, en gran parte en los emitidos por el Tesoro norteamericano.

Desde entonces, todo dólar primario creado fuera de los Estados Unidos por el déficit de la balanza de pagos de este país es automática e inmediatamente, un activo financiero que tiene de monetario nada más que la apariencia. Cuando se compran o venden esos dólares en los mercados cambiarios, lo que se hace es vender y comprar títulos de crédito liberados en dólares sobre los Estados Unidos. Cuando un no-residente adquiere esos dólares a otro no residente, para invertirlo en tal o cual activo específico de los Estados Unidos, su operación no constituye un pasaje de monetario a financiero sino un cambio de especie en el campo del género financiero.

Lo que ha cambia ahora es que esas “reservas” son mantenidas remuneradas, cuando no lo eran antes de que cesara Bretton Woods. La no-exigibilidad y, por lo tanto, la sobrecapacidad de endeudamiento de los Estados Unidos -emisor de la moneda internacional- se ven afectados. Porque la tasa de interés sobre los títulos que constituyen las reservas normalmente supera la tasa de crecimiento a largo plazo de la economía y el comercio internacional. De ello se desprende que no sólo el mundo no necesita un nuevo aporte de dinero «primario» para cubrir el suplemento representado por el crecimiento, sino este exceso de intereses vuelve el stock original gradualmente súper abundante. Con el cuento de bajar la tasa por cuestiones interna Trump parece encubrir su conciencia y la de su banda sobre esta realidad, no muy vendible a un electorado aislacionista.

Esta no es una simple diferencia cuantitativa, es un cambio de naturaleza. Los Estados Unidos dejan de ser un deudor «eminente». Su deuda comienza a ser degradada y posiblemente la actual compra de oro de los bancos centrales sea una medida de ese proceso. Al nivel de la expresión contable, su déficit por cuenta corriente podrá subsistir, ya que los intereses devengados por el resto del mundo se registran como pasivos de su balance externo. Pero este déficit no representa más una entrada de valores reales sino de «servicios» financieros. El extranjero no le da más productos del trabajo por sus signos. Le da signos por signos. 

Así que el impasse se perfila. Esto, debido a que el saldo de la cuenta corriente de la balanza de pagos de los Estados Unidos ya no es suficiente para recobrar el equilibrio global. Debería hacer que esta cuenta devenga excedentaria hasta yugular la diferencia positiva entre los intereses acumulados en las reservas de los bancos centrales en el resto del mundo y la parte de la expansión no cubierta por los euro-dólares. 

Si esto sucede, entonces se invierten los papeles. Son los Estados Unidos los que pagan ahora una renta al extranjero. En la medida en que la suma de estos intereses supere al déficit total de la cuenta corriente de la balanza de pagos, compensado por el saldo positivo de la sub-balanza comercial, es el extranjero quien da signos por valores reales.

¿Es imaginable un ajuste de austeridad entre los gringos, por el funcionamiento de la economía mundial? No jodamos. Si están o no en ese lugar o se le acercan, es materia de debate. Por si las moscas, pasar del déficit comercial al superávit comercial, pinta congruente. Igual que las iniciativas para prohibir directa o indirectamente a los no residentes toda inversión en los Estados Unidos. 

El resultado de esa prohibición sería que los Estados Unidos tendrían un excedente de importaciones por nada (ya sea por el principal o por los intereses) y el resto del mundo vería aumentar su pila de dólares estériles sin elevar la cuantía de las necesidades crecientes de la circulación.

Esta operación tampoco representaría un riesgo para el tipo de cambio. Los poseedores originales de estos dólares podrían inyectarlos en el mercado. Pero, si el déficit externo norteamericano se mantuviese igual al grado de expansión en que se incrementa la economía mundial, los bancos centrales estarían obligados a adquirir dólares para ajustar sus reservas con relación al nivel de actividad, de la misma manera que lo hacían en la época de plena vigencia del gold standard integral o del gold exchange standard (algo así como el lapso 1880-1971), pese a que en aquellas épocas el instrumento de reserva haya sido igualmente estéril, en el primer caso a causa de la naturaleza del metal, en el segundo a causa de la obligación que imponía la ley de mantener sus reservas en forma ultra-líquida no remunerada.

Estos son rasgos de la discusión de fondo que parece estar dándose en los Estados Unidos –independiente de lo rocambolesco de Trump o la senectud de Biden. Es lo que diferentes indicios sugieren que observan con marca preocupación en Londres, Frankfurt, Paris, Tokio y Beijín. Mientras tanto, en medio de este enorme berenjenal, bajo la Cruz del Sur, un despeinado primer mandatario se ilusiona con la bondad del perenne avaricioso del Tío Rico del Pato Donald. Se ilusiona en vivir dolarizado en un mundo que los tiene que esterilizar por cuenta y orden del que los emite. Nada hay como vivir en Disneylandia. Lástima las responsabilidades frente al Estado. 

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