Guido Aschieri propone un debate sobre la relación con el FMI, que desde ya queda abierto en Y ahora qué. Sostiene que no suele examinarse la relación con el FMI en función de la política económica argentina, a pesar de que, en primera instancia, es la que determina los beneficios o perjuicios. Más bien, tienden a simplificarse las cosas dando por sentado que la política se subsume a las pretensiones del FMI, y de esta forma se disculpa accidentalmente a los gobiernos responsables de llevar adelante el ajuste.
La reunión entre la delegación encabezada por el ministro de Economía Luis Caputo, y los funcionarios del Fondo Monetario Internacional, el miércoles de la 23 de octubre, según la información oficial se realizó para revisar el progreso del programa que el país mantiene con este organismo internacional. Pero tuvo algo particular: se deslizó la posibilidad de buscar un nuevo acuerdo y al mismo tiempo se le restó importancia.
En sus comunicados públicos, los comentarios del FMI siempre mantuvieron el mismo tono: fueron elogiosos hacia el gobierno, pero observaron que debe desmontar los controles cambiarios y reforzar las ayudas sociales para asegurar su viabilidad política. Los últimos elogios hacia la gestión de Caputo no representan un cambio de tono en relación a estos antecedentes.
Las posiciones de los analistas locales se dividen en cuanto a si se alcanzará un nuevo acuerdo o no. Para algunos, el gobierno trata de ganar tiempo hasta que se aclare el panorama político con las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Otros no descartan que se pretenda evitar llevar adelante una devaluación, como lo pide el Fondo, quizás luego de las elecciones de medio término. Y, desde el lado del campo popular, son comunes las observaciones de que cada programa coordinado con el FMI entraña condicionalidades nocivas para la economía argentina y no se toma nota de sus impactos catastróficos para la población.
El rol del FMI
Las opiniones resumidas, que son las que se suelen encontrar en el debate argentino, no toman en cuenta las condiciones objetivas frente a las cuales obra el FMI. Ello a pesar de que, en un análisis que remite a una estrategia relacionada con la política exterior, la estructura de las relaciones internacionales que atañe a los actores concernidos (en este caso, Argentina y el Fondo) suele ser una cuestión seminal.
El FMI se originó en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas celebrada en el Mount Washington Hotel de Bretton Woods, en Estados Unidos, entre el 1 y el 22 de julio de 1944. Con los acuerdos de Bretton Woods se buscó erigir una arquitectura que permitiese mantener un control sobre los movimientos internacionales de capital, distinguiendo los flujos financieros de los productivos y evitando que los movimientos pertenecientes al primer tipo perjudicasen el crecimiento económico de los países desarrollados y vulneraran el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial, por entonces cerca de su conclusión.
En esa lógica, el FMI cumplía el papel de asistir en ajustes de balanza comercial. John Maynard Keynes y Harry Dexter White presentaron planes alternativos, que se orientaban, con sus diferencias, a centralizar y coordinar las políticas comerciales y monetarias de los países participantes, con el centro en la toma de decisiones en los países a los que cada uno representaba: Inglaterra y Estados Unidos.
El rol del FMI no tuvo la envergadura que se le pretendía dar, porque los asuntos en relación al movimiento internacional de capitales y la política monetaria de los países que eran centros de actividad económica no tendieron al acuerdo universal. Por el contrario, existieron tensiones frente a las cuales Estados Unidos consolidó progresivamente la primacía del dólar por sobre las demás monedas, asumiendo la prioridad de atender a sus intereses internos e imponiendo los costos de la estabilización al resto de los países desarrollados.
Por esa razón, hasta la década de 1980, el FMI tuvo una incidencia modesta en la economía internacional. Entonces adquirió un rol protagónico frente a las crisis de deuda de la periferia, en la cual los principales protagonistas eran Brasil, Argentina, y México, los tres países más endeudados del mundo. Pero no los únicos.
Razones de las deudas
El endeudamiento externo en el mundo subdesarrollado es un fenómeno demasiado universal como para circunscribirlo a una causa genérica. Países como Brasil y México se endeudaron para industrializarse, Chile y Argentina para y por desindustrializarse. En la lista figuran varios países de Asia y África que se endeudaron por razones diversas, pero que se pueden sintetizar atribuyéndoselas a las limitaciones de sus estructuras productivas en relación a sus necesidades de consumo, sea simplemente para conservar el nivel de actividad en ciertos niveles o para acelerar la industrialización sin producir los excedentes necesarios para el pago de la deuda.
Como la presión cultural lleva a que se intente mejorar el nivel de vida de la población para alcanzar a los países desarrollados, que no suele estar acompañado por el proceso de sustitución de importaciones necesario para mantenerlo en el largo plazo (lo cuál sería imposible si se extendiese al conjunto de la periferia), el proceso de “sobre-endeudamiento” deviene en endémico.
Sin embargo, hasta que un conjunto de países o un país individual satura su capacidad de endeudamiento y se encuentra frente a una crisis para afrontar pagos en la moneda que no emite, los grandes bancos internacionales que otorgan los préstamos anotan beneficios contables por las colocaciones que realizan, embolsan sus honorarios, ven incrementar el valor de sus acciones y desconocen los riesgos evidentes de incobrabilidad suscitados. Si las pérdidas se reconociesen, los balances de los bancos se tornarían negativos.
Por otra parte, las empresas localizadas en los países desarrollados mantienen ventas de sus insumos por la demanda de los países subdesarrollados, apalancados en el endeudamiento externo. Con lo cual, para los países desarrollados el endeudamiento externo de la periferia representa una forma de mantener su nivel de actividad
Si los países subdesarrollados pretendiesen pagar sus deudas, para lo que debería alcanzar un superávit comercial persistente y voluminoso, se toparían con tres tipos de obstáculos casi infranqueables.
Uno, que sus productos son también producidos por los países desarrollados en los que se origina el capital que compone los préstamos.
Dos, si se intentara encarar una sustitución de importaciones, es posible que el tiempo requerido sea incompatible con la necesidad de resultados inmediatos.
En tercer lugar, la alternativa de reducir las importaciones por mucho tiempo implica una recesión prolongada que se vuelve políticamente inaceptable y también comporta una reducción de las exportaciones de los países desarrollados.
Frente a estos hechos, el FMI interviene para evitar el desenlace con efecto dominó entre los otros grandes actores de las finanzas globales que acarrearía un gran episodio de falta de pagos, asegurándoles a los acreedores privados el retiro de una parte del capital. Su papel es el de ser el último eslabón del sistema de endeudamiento externo. Permite la continuidad de la acumulación en las condiciones del desarrollo desigual. Su comportamiento desde la crisis de deuda de la década de 1980 hasta la actualidad se rige bajo esas condiciones.
Sus contradicciones
Es de prever que cuando se trata de sostener un sistema contradictorio como éste, los atrasos en los reembolsos, las reestructuraciones y la falta de pagos sean recurrentes, como de hecho ocurre, y pasado un período de inestabilidad, no redundan en ninguna penalidad para los países involucrados. Si bien casi no se registran defaults con el FMI, desde 1950 a la fecha se anotan más de 600 defaults soberanos, que conciernen casi exclusivamente a los países subdesarrollados.
Una vez que se acaban estos procesos, la magnitud del endeudamiento externo resultante siempre es impagable. El FMI se limita a acordar programas de austeridad que ni siquiera tienen su centro de atención en el saldo comercial, sino meramente en la disminución del gasto fiscal. No se encuentra en condiciones de ofrecer alternativas muy congruentes a los países deudores. Por esa razón, en una columna de 1983 el Financial Times describía la conducta del FMI aduciendo que dice a los países endeudados: “Acepte el engaño de la austeridad y cerraremos los ojos sobre su aplicación”.
Fundamentalmente, sus intereses no consisten en una extorsión indiscriminada a los países deudores ni la persecución de ninguna clase de sometimiento, sino a la reanudación de la fluidez en las transacciones comerciales y los flujos financieros de los países afectados. Dado que es lo último lo que les interesa a los países que lo sostienen. De la misma manera, su capacidad de control sobre el cumplimiento de estos programas es limitada, puesto que cancelar un acuerdo significaría reconocer que los bancos privados a los que está asegurando queden expuestos al riesgo de reconocer la incobrabilidad de la deuda, que intentan evitar.
La posición argentina
Tampoco se examina la relación con el FMI en función de la política económica argentina, a pesar de que, en primera instancia, es la que determina los beneficios o perjuicios. Más bien, tienden a simplificarse las cosas dando por sentado que la política se subsume a las pretensiones del FMI, y de esta forma se disculpa accidentalmente a los gobiernos responsables de llevar adelante el ajuste.
El primer acuerdo con el FMI se alcanzó 1957, y fue utilizado por la Revolución Libertadora para mantener a la economía en el estado en el que se encontraba, que en ese entonces era de fuertes presiones sobre el sector externo. Es decir que fue inútil, sin ningún resultado tangible. Sí lo tuvo el acuerdo de 1958-1962, que permitió estabilizar la economía, pero eso no se debió al entendimiento con el Fondo en sí mismo, sino a la política económica desplegada en aquel período, con fuerte hincapié en el desarrollo industrial.
Desde entonces, el FMI fue un factor permanente en la política económica argentina. La economista Noemí Brenta, autora del libro Historia de las Relaciones entre Argentina y el FMI, señala que entre el ingreso de Argentina al organismo internacional (enero de 1956) y septiembre de 2006, solamente Argentina estuvo doce años sin mantener un acuerdo con el FMI.
Pero eso no se debió a su propia iniciativa, si no a la de los gobiernos nacionales, predominantemente gorilas e inclinados a llevar adelante programas macroeconómicos por sí mismos desestabilizadores. Con la dictadura de 1976, esa conducta alcanzó su culminación. La convertibilidad de Menem representó otro episodio en el que el financiamiento del FMI contribuyó a favorecer intereses ajenos que eran alentados desde el propio gobierno nacional. Cuando lo que antes era un negocio se volvió una carga y el gobierno presidido por Fernando de la Rúa se resistió a modificar la política económica, el FMI se retiró.
Identificar al FMI de manera directa como un actor determinante de lo que ocurrió en el período de 1976 hasta el presente conlleva cierto grado de ingenuidad. Antes que nada, porque no había manera de que este instigase programas de determinado tipo, que por otra parte es muy evidente que los gobiernos de turno, en todas sus variantes, estaban dispuestos a adoptar sin presiones ajenas. Pero también debido a que, como indican sus contradicciones de base, solamente puede disponer mayor o menor asistencia, sin ser nunca exigente al respecto de las posibilidades de repago.
Lo último sucedió con el gobierno del Frente de Todos, al cual se criticó acremente en varios comunicados, pero nunca se restringieron los desembolsos a pesar de la insólita erosión de las reservas internacionales con las que contaba el Banco Central Argentino que tuvo lugar durante la gestión de Martín Guzmán en el Ministerio de Economía, quién encabezó la renegociación del acuerdo alcanzado durante el gobierno de Mauricio Macri.
Análogamente, al gobierno actual se le pueden conceder cumplidos por simpatía ideológica, pero nada más. Seguramente el staff del FMI sea consciente que la carga de los 45 millones prestados durante la administración de Cambiemos es demasiado pesada como para esperar un repago genuino, y busque la manera de diluirla, algo de lo cual ya sucedió. Eso no significa que, en lo inmediato, prestarle más fondos al gobierno nacional tenga que interesarle.
Que la dilución de los pagos o un nuevo préstamo (en sí mismo una herramienta, no una caja de pandora) se produzcan de manera favorable a los intereses nacionales antes que los que defiende el Fondo depende de la política argentina, que puede tomar nota de las contradicciones sobre las que obra el FMI para utilizarlas a su favor.
Si en cambio, la actual oposición opta por criticar irreflexivamente al FMI, en lugar de aglutinarse para poner frenos a la política económica desplegada desde el gobierno, bien puede ocurrir que en algún momento el FMI facilite con financiamiento alguna política económica atractiva para el entramado financiero global, y perjudicial para la población argentina. Pero en todo caso, el FMI cumple su papel en las relaciones internacionales disponiendo lo que el gobierno nacional propone, y la oposición criticona y testimonial permite.