Viaje al corazón de los extremistas de mercado

Los ultras del liberalismo buscan acelerar el colapso de los sistemas políticos existentes para poder intervenir como los únicos que pueden solucionarla.

Los elementos que componen lo que podría dar en llamarse la derecha global expresan intereses contradictorios o muy contradictorios entre sí. Esa marcha con querellas no quita la existencia de vasos comunicantes. Al contrario: los hace necesario para homogeneizar lo que tengan en común cada tribu y darle respuesta a la necesidad política de ampliar el espacio de maniobra de los intereses en presencia. De la reseña de dos artículos recientes, uno del diario inglés The Guardian y otro de la revista norteamericana The Nation, salen datos e informaciones que delinean un escorzo de la anatomía y la fisiología del reticulado de la derecha global.

¿Qué vincula a Rishi Sunak, Javier Milei y Donald Trump?, pregunta retóricamente el periodista George Monbiot en la edición del domingo 7 de enero de The Guardian. Afirma: “El programa de Milei se encuentra fuertemente influenciado por los think tanks neoliberales argentinos pertenecientes a algo llamado Red Atlas, un organismo coordinador global que promueve en términos generales el mismo paquete político y económico en todos los lugares donde opera. Fue fundada en 1981 por un ciudadano del Reino Unido, Antony Fisher”.

Señala Monbiot que a medida “que se ha ido filtrando información hemos descubierto que la propia Red Atlas y muchos de sus miembros han recibido dinero de redes de financiación creadas por los hermanos Koch y otros multimillonarios de derecha, y del petróleo, el carbón y compañías tabacaleras y otros intereses que desafían la vida (…) Cuando un gobierno responde a las demandas de la red, en realidad responde al dinero que la financia (…) Podríamos describir ciertas políticas como las de Milei, Bolsonaro, Truss, Johnson o Sunak, pero todas son variaciones de los mismos temas, ideadas y perfeccionadas (por) think tanks de dinero oscuro y la Red Atlas [que] son medios muy eficaces para disfrazar y acumular poder”.

Monbiot describe que esas redes “son el canal a través del cual los multimillonarios y las corporaciones influyen en la política sin mostrar sus manos, aprenden las políticas y tácticas más efectivas para superar la resistencia a su agenda y luego difunden estas políticas y tácticas por todo el mundo. Así es como las democracias nominales se convierten en nuevas aristocracias (…) También parecen ser expertos en moldear la opinión pública”.

Deduce el periodista inglés que “en la Argentina, donde Milei ha llenado el vacío dejado por el flagrante desgobierno de sus predecesores y es capaz de imponer, al estilo de una auténtica doctrina de shock , políticas que de otro modo encontrarían una feroz resistencia, las clases media y pobre están a punto de pagar un precio terrible. ¿Cómo lo sabemos? Porque programas muy similares han sido aplicados a otros países, empezando por el vecino de Argentina, Chile, después del golpe de Augusto Pinochet en 1973”.

El capitalismo roto   

En la edición del 11 de octubre pasado de la más que centenaria revista The Nation, el académico Daniel Steinmetz-Jenkins publicó la conversación con el historiador Quinn Slobodian sobre las lagunas económicas, el neoliberalismo y su nuevo libro Crack-Up Capitalism (Capitalismo roto). Ese reportaje se inscribe en la serie regular de entrevistas que está realizando Steinmetz-Jenkins para la revista norteamericana, con los que se busca tomarle el pulso a la transición que en todos los ámbitos se está viviendo en el planeta.

“Los extremistas del mercado que quieren poner fin a la democracia”, titula esta conversación Steinmetz-Jenkins. Esa charla con Slobodian versó “sobre su noción del capitalismo de ruptura, por qué los espacios en el Sur Global han sido tan atractivos para el elenco de personajes libertarios que ha reunido, las implicaciones racistas de sus ideas y cómo Estados Unidos se ha convertido en un laboratorio para la formación de tales zonas”.

Slobodian en Crack-Up Capitalism, identifica al pasado reciente como una época de fragmentación, caracterizada por la desintegración de grandes entidades políticas, el surgimiento de nuevos actores transnacionales que operaban en espacios entre los dominios público y privado y, como lo han subrayado geógrafos y antropólogos durante décadas, tuvo lugar la proliferación de zonas que existen bajo la envoltura del Estado-nación, con conjuntos de leyes y regulaciones diseñadas a medida, para atraer al capital móvil.

A partir de esa descripción del pasado reciente que hace en Crack-Up Capitalism, Slobodian le dice a Steinmetz-Jenkins que se propuso “describir una ideología en el extremo más radical del pensamiento neoliberal”, y justifica esa dirección del análisis en que “había pasado algunos años insistiendo en que el Estado nunca desaparece en el neoliberalismo, pero pensé que era hora de tener en cuenta el hecho de que los pensadores de la llamada vena anarco-capitalista sí imaginaban la posibilidad de un mundo sin Estados; cuando todas las responsabilidades tradicionales de los gobiernos serían asumidas por proveedores y contratistas de servicios privados”.

Agrega el economista: “Estos pensadores anhelan la ruptura: quieren acelerar el colapso de los sistemas políticos existentes para construir algo nuevo sobre los escombros, donde tengan la ventaja y donde las herencias políticas de la era moderna -incluidas la democracia de masas, la justicia social, la democracia nacional, la autodeterminación y el Estado social- serán despojados y dejados atrás como una piel desechada de la que podrían surgir una serie de micro-políticas privadas revestidas de elegantes exo-esqueletos”.

Slobodian, tras hacer foco en que “en la gran carpa del pensamiento neoliberal siempre ha habido una pequeña mesa ocupada por aquellos libertarios extremistas que creen no sólo en un Estado pequeño, sino en ningún Estado en absoluto”, confiesa que le “pareció extraño que se haya prestado tan poca atención a este grupo, especialmente porque, en el último lustro, el anarco-capitalismo ha tenido una presencia importante en las nuevas formaciones políticas, a menudo en línea, que han ayudado a generar apoyo y cierto grado de confianza y peso intelectual para la política de extrema derecha, desde el bolsonarismo en Brasil hasta el partido Alternativa para Alemania en Alemania, la extrema derecha en Estados Unidos y, más recientemente, Konfederacja en Polonia y Javier Milei en la Argentina”.

Desde 2020, con la elección de Joe Biden y la disrupción por la pandemia, con sus muchas y marcadas desviaciones de la ortodoxia del libre mercado, el cada vez más desleído consenso sobre el libre comercio, la relocalización, la reducción de riesgos y la intensificada rivalidad económica con China, inducen a Slobodian a inferir que “el neoliberalismo ya no constituye el sentido común de los responsables de la formulación de políticas. Así pues, en el nivel de la alta política, el globalismo neoliberal al estilo de los ’90 ya no es hegemónico”. No obstante, alerta Slobodian que “si bien durante algún tiempo ha sido de sentido común que los neoliberales valoren el orden por encima de todo, los capitalistas del colapso en este momento más volátil reconocen que pueden hacerse un hueco capitalizando el desorden, profundizando así una crisis para poder intervenir como los únicos que pueden solucionarla”.

Para Slobodian Argentina y Brasil son “lugares donde lo que describo como la cepa neoliberal bastarda del capitalismo de ruptura sigue siendo la lengua vernácula política de los partidos insurgentes”. Y reseña acerca de esta “lengua vernácula” que “más recientemente en la Argentina, pero también en Brasil, hay una combinación de autoritarismo y libertarismo que podría haber surgido como Atenea de la frente de Murray Rothbard. (…) En este lenguaje político, uno no actúa para el colectivo —tomando ‘decisiones difíciles’ en nombre de una futura prosperidad común— sino partiendo del supuesto de que no sólo habrá ganadores y perdedores, sino también poblaciones enteras excedentes a las que se las deja morir si no pueden contribuir productivamente a la creación de riqueza”.

Frente a esta desgracia política, viene a la memoria el modelo de libre cambio de David Ricardo. Ese modelo –muy abstracto- arranca en una situación de autarquía en la que Portugal hace una unidad de vino y una de paño y emplea para esa producción 170 seres humanos, e Inglaterra hace su unidad de paño y su unidad de vino con 220 seres humanos. Comienza el libre comercio y se especializan Portugal en vino e Inglaterra en paño. El vino que se hace en Portugal porque bajó sus costos y ahora emplea 160 seres humanos. Igual para el paño inglés que ahora emplea 200 seres humanos. Antes de la especialización habitaban estas tierras 390 seres humanos. Después de la especialización sobreviven 360. ¿Qué paso con los 30 seres humanos que no parecen censados? Ésas son dos de las “poblaciones enteras excedentes a las que se las deja morir” puesto que “no pueden contribuir productivamente a la creación de riqueza”. Eso sí: ahora el vino y el paño es más barato.

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