Yanina Welp: “Javier Milei tiene un liderazgo muy pernicioso para la Argentina”

Desde Barcelona, donde investiga los desafíos democráticos en América Latina, la politóloga argentina Yanina Welp sigue de cerca los movimientos que reconfiguran el mapa político global. Con una mirada crítica pero matizada, su trabajo desmonta etiquetas simplistas y pone el foco en las dinámicas profundas de la representación y la participación. Cofundadora de la Red de Politólogas #NoSinMujeres e investigadora senior en el Albert Hirschman Center on Democracy, Welp ha dedicado su trayectoria a desentrañar los mecanismos de la democracia y sus crisis. En esta conversación con Y ahora qué?, analiza el fenómeno de la polarización y su doble filo: por un lado, como un motor necesario para el debate político; por otro, como una trinchera que simplifica la realidad y anula el diálogo. También cuestiona el uso indiscriminado del término «fascismo» y alerta sobre cómo ciertas narrativas de resistencia pueden terminar cristalizando un statu quo que, hace apenas una década, también era objeto de críticas. 

Desde un enfoque comparado, Yanina Welp observa el ascenso de las extremas derechas en distintos países y sitúa el caso argentino en un escenario de inestabilidad política, donde el liderazgo de Javier Milei se sostiene tanto en su capacidad de desafiar el sistema como en la debilidad de sus opositores. Con precisión científica y el tono de quien no teme problematizar realidades complejas y disímiles, la politóloga reflexiona sobre el impacto real de los escándalos, el pragmatismo y liderazgo de Milei y el rol que, en este escenario, le cabe a la oposición argentina.

–Recientemente has planteado que la polarización no es mala en sí misma y que, en todo caso, es necesario repolitizar el mundo. ¿Qué querés decir con eso? ¿Qué tipo de polarización sí contribuye al juego democrático y en qué casos dejaría de hacerlo?

–La polarización es un concepto básico en ciencia política, sobre todo cuando se piensa como polarización ideológica o programática. La polarización ideológica permite agregar preferencias. Algunos expertos piensan que la democracia representativa puede funcionar sin partidos. Yo creo que no. Aun cuando no me gusten los partidos que haya en la actualidad, para contar con partidos que funcionen es necesario organizar la acción colectiva alrededor de ideas, de un programa. Es decir que la polarización sirve cuando permite organizar preferencias y agregarlas, para hacer diagnósticos, generar ideas y buscar soluciones mediante programas y acciones. En este sentido, asumo que ciertos grados de polarización no solo son buenos sino naturales en cualquier contexto, porque hay diversidad. O sea, lo opuesto sería habitar un sistema autoritario donde no haya polarización porque la diversidad de ideas se reprime. Insisto, es deseable que esa diversidad ideológica permita agrupar preferencias. 

–¿En qué casos la polarización dejaría de contribuir a la diversidad de preferencias políticas, necesaria para la convivencia democrática? 

–La polarización asociada a aspectos negativos es otra forma de polarización, con una naturaleza distinta, basada en la generación de comunidades de sentido, de mega identidades partidarias donde se crean grupos fuertemente identitarios que rechazan al otro distinto. Allí hay una suerte de moralización que despolitiza, porque me ubica a mí del lado del bien y al resto, del lado del mal; no hay ya nada que discutir. Digamos, si acuso a alguien de fascista, no puedo sentarme a discutir con esa persona ninguna idea. Es allí donde hay que recuperar la politización para sentarse y escuchar. Creo que en la conversación pública actual (en la que no hay mucha conversación) hay demasiadas líneas rojas. 

–La moralidad descomplejiza, al establecer un mundo dicotómico que distingue entre el bien y el mal; en ese punto no hay cambio posible. Usaste el término “fascismo” como ejemplo. Retomo este concepto a partir de tu participación en la presentación del libro de Santiago Gerchunoff, titulado “Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo”. Hay dos preguntas que plantea el autor al inicio del libro: por un lado, si es correcto llamar “fascistas” a los partidos de extrema derecha y, por otro, si la sociedad actual se encuentra efectivamente amenazada por el fascismo. ¿Qué responderías a estas dos preguntas? 

–Nuevamente, el componente de simplificación. La historiografía localiza el fascismo entre 1914 y el final de la Segunda Guerra Mundial, a partir de manifestaciones muy concretas, que permiten identificar continuidades y diferencias. Yo encuentro más diferencias que continuidades, lo que no significa desestimar riesgos. Algo interesante del libro de Gerchunoff es que invita a problematizar cómo, en el uso del término “fascismo”, hay una búsqueda de darle a la historia un sentido teleológico. El autor hace una interesante contraposición: si nos ponemos del lado del antifascismo, somos los triunfadores porque el fascismo fue derrotado. En el uso de la palabra fascismo así como en su recorrido, hay una reivindicación de las víctimas. Al mismo tiempo, hay una culpabilización de las víctimas. Lo que me resulta interesante, además, es la idea de cómo comportarse frente a la incertidumbre de lo que estamos viviendo. 

–¿Vos crees que es correcto o incorrecto llamar “fascistas” a los partidos de extrema derecha? 

–La acusación “son fascistas” da certezas en relación con tres dimensiones: 1) lo que ocurre: “volvió el fascismo”; 2) el lugar que nosotros ocupamos: “el de los buenos, el lado correcto de la historia, los antifascistas”; 3) ¿qué hacer?: denunciarlo. Creo que esa denuncia es profundamente improductiva, porque asumimos que es una repetición de lo mismo, y creo que no lo es. Esa simplificación nos impide diagnosticar y ver qué es lo que está ocurriendo. Estamos viendo cambios en el capitalismo que van por otro lado: en el fascismo había un repliegue hacia lo nacional; ahora hay una tensión enorme dentro de las extremas derechas, entre lo que puede representar un Trump, que quiere volver al proteccionismo, y empresarios de las tecnológicas que quieren todo lo contrario. La tensión está dentro de las propias derechas. Y al asumir que estamos del lado correcto de la historia, nos ahorramos pensar quiénes integran ese cuerpo de votantes: gente que puede autopercibirse como los perdedores de la globalización, los expulsados de la protección laboral… Creo que también es muy problemático eso. 

–¿Y respecto de la tercera dimensión?

–En cuanto al “¿qué hacer?” también pienso que es profundamente improductivo. No solo porque esa acusación no es homogénea sino porque, además, nos dejan a la izquierda y al progresismo defendiendo un estatus quo del que renegábamos hace 10/15 años. En algún sentido estamos defendiendo una democracia que no está funcionando bien. Yo me inscribo en la defensa de la democracia, pero creo que hace falta renovar el discurso, porque ya no interpela. La narrativa de la democracia no es capaz de encantar a las nuevas generaciones, tampoco a las viejas generaciones. Y en el nivel de política pública es necesario dar respuestas a otros desafíos. 

–Mencionaste la falta de homogeneidad en la dimensión propositiva: ¿qué hacer frente a esto? ¿Qué similitudes y diferencias encontrás –sobre todo en términos de institucionalidad y, en particular, de fusión de la derecha y la extrema derecha– en los distintos países de Europa? 

–Hace poco circuló el mapa electoral de Alemania. Lo interesante es que los votantes del partido de extrema derecha, Alternativa por Alemania, están ubicados en el Este del país. Son votantes que vienen de la Alemania dividida, la Europa del Este. Son los perdedores de la globalización, los colectivos que no se sienten cómodos hablando inglés y cuya expectativa no es viajar por Europa. El sentimiento anti-Unión Europea es muy fuerte en esos votantes. En Francia también es muy fuerte ese componente: buena parte de los votantes del Lepenismo (votantes de Marine Le Pen) y de las nuevas formaciones de la extrema derecha se inscriben en esos sectores donde se ha producido la desindustrialización y han quedado fuera de esos mercados. 

–¿Y Argentina? ¿Hay paralelismos? 

–Yo diría que el escenario es muy distinto. Europa del Este también muestra diferencias, sobre todo a partir de la actitud de Trump en relación con Ucrania y Rusia. Hay sectores de la extrema derecha que eran más pro-rusos y sectores que no; allí también vemos muchas tensiones. El caso argentino es un delirio más: hace poco tiempo, Milei defendía a Zelensky y en las últimas semanas lo vemos con Trump y con Putin. Creo que el comportamiento de las extremas derechas, tanto la expectativa de los votantes como de los actores políticos, es muy distinta y probablemente tenga que ver con el grado de institucionalización de estos partidos. 

–¿Qué observas a nivel de institucionalidad partidaria en el caso de Javier Milei? 

–En el último mes, Milei ha mostrado un pragmatismo muy notable, cuando pensábamos que Milei era profundamente ideológico. No digo que no lo sea, sino que está mostrando un pragmatismo mucho más condicionado por su ansia de poder que por el purismo ideológico. En cualquier caso, creo que la articulación de las extremas derechas es ser anti-status quo, pero el status quo difiere mucho entre los países. 

–¿Cómo ves la institucionalidad de la derecha política en España? ¿Cómo se da el vínculo o la tensión entre la extrema derecha y la derecha tradicional? ¿Hay similitudes con la relación que se estableció entre centro-derecha y extrema derecha en Argentina?  

–Una diferencia importante se da respecto del sistema político. No es lo mismo el parlamentarismo que el presidencialismo. En una coalición, el partido minoritario –sin importar su color político– suele salir perdiendo: queda subsumido al partido minoritario, no es capaz de capitalizar los triunfos y si hay derrota, sí que es responsable de las derrotas. Desde la izquierda, ocurrió con el partido “Podemos”, primero, y con “Sumar”, después. Desde la derecha, Vox no ha entrado al gobierno nacional en España, aunque sí ha participado en elecciones autonómicas. Allí ha tenido un rol bisagra que no lo perjudica ni lo beneficia. Y además, Vox no superó el techo del 15%. 

–Hiciste referencia a las diferencias entre presidencialismos y parlamentarismos. ¿Cuáles identificás como las principales?

–En los presidencialismos, la única experiencia que tenemos es la uruguaya, que es bastante atípica. El partido Cabildo Abierto entró como socio y el Partido Colorado logró neutralizarlo bastante. En cambio, en Argentina no hay un gobierno de coalición. En este caso hay que analizar cómo operan los liderazgos. En el caso del Pro, vemos que Mauricio Macri fue responsable, en buena medida, de la derrota de Patricia Bullrich y del triunfo de Milei. Fue muy ambiguo en la primera vuelta, lo que debilitó bastante a Patricia Bullrich. Y luego, “normalizó” muy rápida y explícitamente la candidatura de Milei, generándole apoyos internacionales. Los liderazgos importan. La construcción de un liderazgo es una construcción social y colectiva. A veces nos preguntamos ¿por qué no llegan ciertas personas que parecen más preparadas e inteligentes? Pues porque no son capaces de construir ese vínculo. Javier Milei tiene un liderazgo muy pernicioso para la Argentina, pero ha sido capaz de explotar muy bien su liderazgo: mantuvo su popularidad ayudado por las debilidades de la oposición para construir poder institucional. 

–¿Eso le resulta suficiente para mantener el liderazgo?

–Lo que veíamos cuando él llegó al gobierno era un líder con muy pocos apoyos institucionales, sin ningún gobernador en un país al borde de la bancarrota… Todo sugería que podía ser un gobierno muy efímero y, con toda esa debilidad, fue capaz de fortalecer su liderazgo, de generar apoyos en el exterior -aunque de momento son mucho más simbólicos que útiles para el país en términos materiales- y de debilitar enormemente a la oposición. Incluso, vemos que el escándalo cripto no termina de repercutirle, de generarle consecuencias muy negativas en términos de popularidad, aunque sí tiene impacto. Al mismo tiempo, los déficits de los liderazgos en la oposición son notables. Y al final del día parece que la relativa estabilidad económica y la expectativa de que las cosas mejoren de momento sigue siendo prevalente. Veremos por cuánto tiempo. 

–Inmediatamente después del cripto-escándalo, varios analistas vieron allí un acta de defunción de Milei, por lo menos en términos electorales. En cambio, vos planteaste que Carlos Menem, así como otros dirigentes políticos, fue reelecto pese a contar con escándalos, atentados y otros menesteres en su haber. ¿Qué pierde y qué no pierde Milei con este escándalo? 

–El escándalo lo analizo en tres etapas: la judicial, la político-institucional y la del apoyo popular. En términos judiciales, puede traer consecuencias. Menem tuvo el escándalo de la venta ilegal de armas y finalmente fue condenado por eso, pero mucho tiempo después. Los tiempos de la justicia son lentos, en el mejor de los casos. No es que no vaya a haber consecuencias, pero no creo que lo perjudiquen en el corto plazo. En términos político-institucionales, vemos que cuando la gente sale a la calle y hay una protesta fuerte, las oposiciones tienen más incentivos. En este momento, la impresión es que la oposición en Argentina está muy perdida, el peronismo está tratando de resolver su propia interna, mucho más preocupado por eso que por otra cosa. En un contexto de baja popularidad, muchos actores políticos priorizan la agenda inmediata, que es mantenerse en el poder. En términos de apoyo popular se da la paradoja de que una mayoría piensa que hubo corrupción pero sigue avalando su proyecto político. 

–Mencionaste al peronismo en la oposición. ¿Qué observás de los otros partidos? 

Lo que hacen los radicales no tiene nombre. El juicio político está a años luz en el contexto inmediato, porque ni siquiera lograron formar una comisión investigadora. En este marco, Milei ordena a una oficina que depende de Presidencia que lo investigue, absolutamente ridículo. Mucha gente desaprueba lo relacionado al escándalo cripto, pero frente a eso no hay ninguna alternativa. Al mismo tiempo, el voto económico en Argentina sigue siendo lo más importante: en ese punto, todas las encuestas coinciden en el apoyo social a la desaceleración de la inflación y la expectativa de que los indicadores económicos mejoren. El voto a Milei estuvo motivado por tres etiquetas: la “corrupción K”, que sea economista y que no sea casta. El escándalo cripto pone en duda estas tres motivaciones. Pero incluso para evaluar este caso, la gente es selectiva. 

–La atención y percepción selectiva indican que las personas prestan atención a ciertos aspectos del fenómeno y evitan atender a otros. ¿Qué vínculos observas entre percepción selectiva e intención de voto? 

Una parte de la población no entiende cómo funciona el mundo cripto. En el periodismo hubo una híper especialización meteórica en un fin de semana. Yo provengo de un entorno popular. Cuando hablo con la gente de ese entorno, no tienen idea de mundo cripto y tampoco les importa mucho. Allí hay una conversación en dos niveles: aun cuando todos los medios estén hablando de algo, una parte de la población se relaciona selectivamente con la información mediática. No lo entiende, no le importa: lo evita. Incluso el discurso de Milei, lleno de contradicciones, no llega a esas personas. Esas contradicciones, que algunos vemos con tanta claridad, no están permeando el debate público. Y finalmente, creo que estos escándalos terminan siendo realmente escandalosos cuando otras variables económicas afectan las condiciones de vida de la gente o cuando surge una alternativa política. Creo que esto afecta la imagen de Milei indudablemente, pero en menor medida de la que imaginamos.

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