«La gente no odia lo suficiente a estos sicarios, supuestos periodistas», dijo el presidente Javier Milei hace apenas unos días. Y el 8 de mayo atacó así: “Los periodistas son históricamente las prostitutas de los políticos”. La frase no fue casual, ni mucho menos improvisada: fue una pieza programada de tecnopolítica, parte del dispositivo de gestión emocional del caos que sostiene el modelo libertario argentino. No se trata sólo de una opinión temeraria. Es una declaración de guerra simbólica.
Desde que comenzó el actual gobierno, las agresiones físicas, simbólicas y digitales contra periodistas se multiplicaron: golpes y disparos a periodistas y fotoperiodistas por parte de las fuerzas de seguridad, trompadas en la vida cotidiana a periodistas opositores, hostigamientos en redes sociales a comunicadores que investigan, amenazas de fanáticos que actúan como tropas de choque materiales y cognitivas. Hasta críticas mileístas en medios a reconocidos “zurdos” como Alfredo Leuco, Carlos Pagni o Marcelo Bonelli y a todos los habitantes de “mandrilandia”, geografía devenida de la obsesión sexual-anal del presidente.
Particularmente alarmante es la violencia sistemática ejercida contra mujeres de la comunicación y la cultura, que se expresa tanto en el discurso presidencial como en los ataques digitales misóginos por parte de sectores libertarios organizados. Las periodistas, comunicadoras, actrices, escritoras y artistas han sido blanco frecuente del odio amplificado por las redes de desinformación y disciplinamiento ideológico.
La comunicación política de Milei no está desbordada: está programada para estimular ese clima.
Detrás de esta estrategia no hay improvisación. El libro «Los ingenieros del caos», del científico político Giuliano da Empoli, funciona como manual de uso para derechas, ultraderechas y fascismos del siglo XXI. Su lectura permite entender cómo opera la emocionalización extrema, el descrédito sistemático de las instituciones y la producción algorítmica del enemigo. Santiago Caputo, cerebro estratégico del mileísmo, parece haber tomado nota.
Ay, país…
En lo que va de 2025, Argentina descendió 47 posiciones en el ranking del índice de libertad de prensa de Reporteros sin fronteras, en uno de los descensos más pronunciados a nivel global que nos llevó al puesto número 87.
El aumento porcentual de agresiones documentadas contra periodistas y medios respecto al año 2023, según observatorios independientes, fue del 53%.
Los discursos estigmatizantes constituyen casi la mitad de los ataques documentados, con el presidente Milei como protagonista en el 65% de estos casos. Estas expresiones públicas suelen incluir términos como «ensobrados», «mentirosos» u «operadores», generando explícitamente un clima de deslegitimación del trabajo periodístico.
El 31% de esos ataques son producidos por el presidente Milei. Lo hace en discursos oficiales hostiles, en publicaciones en sus redes sociales oficiales y en entrevistas en medios afines. Luego el 27% corre a cargo de “militantes organizados” (consultar a Adorno, a Juan Doee, al Gordo Dann y al propio Santi Caput).
Las agresiones físicas han aumentado alarmantemente, mientras que las restricciones al acceso a fuentes oficiales y la censura por vía judicial completan los principales mecanismos de presión contra la prensa independiente.
Los medios más afectados son los canales de televisión, radios y prensa digital con líneas editoriales críticas al gobierno, y son especialmente vulnerables aquellos con menor respaldo económico o empresarial.
Se han realizado informes y denuncias internacionales a este respecto por parte de Amnistía Internacional, FOPEA, el CELS y otros organismos, colectivos de Derechos Humanos y asociaciones gremiales regionales.
No se puede vivir con tanto veneno
En su acto en Parque Lezama en septiembre del año pasado y ante una fervorosa aunque mermada concurrencia presencial, Milei afirmó: «A ustedes: ¡Periodistas corruptos, ensobrados! Estos son los trolls, son los que les muestran la realidad que ustedes nunca dejaron ver por tener el monopolio de los micrófonos».
Y siguió: “Escuchen periodistas ensobrados: esto es lo que siente la gente por ustedes que les envenenan la vida!” Allí la concurrencia coreó: “¡Hi-josde-puta! ¡Hi-josde-puta!”
El discurso estigmatizante de Milei se caracteriza por un uso frecuente de términos como «ensobrados», «mentirosos», «zurdos» y «operadores» en referencia a periodistas críticos. Estas expresiones se han normalizado en el lenguaje oficial y se replican en seguidores.
Poniendo diversas tecnologías al servicio de este hostigamiento, se promueve la generación de canciones y mensajes estigmatizantes mediante inteligencia artificial para ridiculizar periodistas. Estos contenidos son amplificados desde cuentas oficiales y redes de apoyo coordinadas.
Paralelamente, periodistas críticos son bloqueados de eventos oficiales, conferencias de prensa y acceso a fuentes gubernamentales. Se establecen «listas negras» de comunicadores “no gratos”, limitando su trabajo profesional. Al mismo tiempo se realizan señalamientos directos desde cuentas presidenciales que desencadenan oleadas de hostigamiento coordinado. Investigaciones revelan patrones de ataque sistemáticos contra periodistas específicos tras menciones presidenciales.
Pequeñas anécdotas sobre las instituciones
Había una vez… una agencia nacional de noticias llamada Télam.
La histórica agencia estatal fue cerrada abruptamente con presencia policial impidiendo el ingreso de trabajadores en marzo de 2024. El cierre se presentó como medida de «racionalización» pero sin plan de reestructuración.
Como consecuencias inmediatas presenciamos la desaparición de la única red de corresponsales que cubría todo el territorio nacional, más de 700 trabajadores despedidos y la pérdida de cobertura periodística en provincias que dependían de Télam para visibilizar sus realidades.
El acervo documental de más de 75 años quedó en situación incierta. Millones de fotografías, textos y registros audiovisuales que documentan la historia reciente argentina permanecen inaccesibles sin plan de preservación.
Medios pequeños y del interior que reproducían contenidos de la agencia quedaron sin fuentes confiables. El vacío ha sido parcialmente ocupado por agencias internacionales y privadas con agendas y prioridades diferentes.
La eliminación de contenidos culturales en medios públicos ha significado la desaparición de espacios para manifestaciones artísticas que no tienen cabida en medios comerciales. El desmantelamiento de la TV Pública, Radio Nacional y otros medios estatales ha impactado particularmente en la difusión de producciones nacionales independientes.
La pérdida del archivo audiovisual nacional, junto con el abandono de políticas de preservación patrimonial, pone en riesgo la memoria cultural colectiva y dificulta el acceso de las nuevas generaciones a la historia cultural argentina.
Al mismo tiempo que deshacían a Télam, con la eliminación del sistema mediante el cual se asignaba el financiamiento público a los medios de comunicación han generado un efecto intimidatorio adicional, ya que muchos medios moderan sus críticas por temor a represalias económicas o a perder los escasos canales de financiamiento que aún mantienen con el sector público.
La eliminación total de la pauta publicitaria oficial, anunciada como medida de austeridad, ha impactado severamente en medios pequeños y regionales que dependían parcialmente de estos ingresos para su funcionamiento. Sin embargo, sabemos que la restricción es selectiva: si bien se anunció el fin total, investigaciones periodísticas han revelado que ciertos medios afines al gobierno continúan recibiendo recursos por vías indirectas o a través de empresas públicas que aún mantienen presupuestos publicitarios. Con alto impacto en la pluralidad, la consecuencia ha sido el cierre de numerosos medios independientes, especialmente en el interior del país. La concentración mediática se ha intensificado, reduciendo la diversidad de voces y perspectivas disponibles para la ciudadanía.
En el país del Nomeacuerdo
El Protocolo 943/2023 estableció nuevos procedimientos para el manejo de protestas públicas que han resultado en criminalización del trabajo periodístico. Fotoperiodistas como Pablo Grillo resultaron heridos por fuerzas de seguridad mientras documentaban manifestaciones, mientras que figuras como Roberto Navarro sufrieron agresiones físicas por parte de simpatizantes del gobierno.
Los medios que intentan cubrir protestas sociales enfrentan hostigamiento sistemático, confiscación de equipos y detenciones temporales. Estas prácticas han generado «zonas silenciadas» donde la cobertura periodística es prácticamente imposible.
Este clima de persecución sistemática ha generado efectos sin precedentes en la historia democrática reciente de Argentina. Organizaciones de derechos humanos han documentado casos de periodistas que han debido abandonar el país como Luciana Peker o cambiar de profesión ante las amenazas constantes y la imposibilidad de ejercer su trabajo con seguridad.
Los ataques no distinguen entre medios grandes o pequeños, afectando a toda la prensa crítica y creando un efecto amedrentador que promueve la autocensura.
Debo partirme en dos
En los últimos meses se eliminaron prácticamente las conferencias de prensa abiertas, han sido reemplazadas en general por comunicados unilaterales o entrevistas exclusivas con medios afines. El periodismo crítico no puede formular preguntas directas a funcionarios públicos.
En el mismo sentido, y pese a la vigencia formal de la Ley de Acceso a la Información Pública, las solicitudes son sistemáticamente demoradas o respondidas con información parcial e insuficiente. También se han documentado casos de represalias contra periodistas solicitantes.
Se ha establecido un sistema donde solo ciertos periodistas «autorizados» reciben información oficial, creando un círculo privilegiado que reproduce sin cuestionamientos la versión gubernamental a cambio de acceso.
Y desde el punto de vista del acceso ciudadano, la transición forzada hacia modelos de pago en medios que luchan por sobrevivir ha excluido a sectores vulnerables del acceso a información de calidad, profundizando la brecha informativa.
Sueño con serpientes
Como es sabido, este modelo que venimos describiendo no nace en Argentina. Donald Trump, en su primer mandato, ante una periodista que lo confrontó con fotos que mostraban menos público en su asunción que en la de Obama, respondió con lo que se transformaría en doctrina: «son verdades alternativas». El poder intenta no necesitar el ocultamiento de la verdad: quiere poder reemplazarla con una emoción convincente.
Bajo esa misma lógica, Google también eligió un lado. Desde marzo, y como producto de la disputa que le plantean los medios de comunicación que reclaman mayores ganancias como retribución a sus aportes de contenido a la red, la función “Discover” -su sistema de recomendación de contenidos- dejó de priorizar noticias de medios periodísticos para ofrecer servicios «útiles para cada individuo». Así el imperio Google les hace ver a los medios de comunicación que puede prescindir de ellos, mientras devasta el derecho a la comunicación de 4900 millones de usuarios de la plataforma.
Una racionalidad algorítmica que, en lugar de ofrecer diversidad informativa, afirma la individualidad segmentada: cada quien encerrado en su burbuja de percepción de realidad y pulsión de consumo.
Apenas gana Trump las últimas elecciones, Meta abraza el discurso de odio y desafía la normativa anti discriminación. La plataforma de Mark Zuckerberg anunció cambios en sus normas: cuando empezaran a aplicarse, los comentarios misóginos y LGTBIAQ+fobos no violarían su política.
Entonces, el odio a los periodistas expresa también una prescindencia de la información y por tanto del derecho a la comunicación, que caracteriza esta etapa del tecnofeudalismo.
Para la libertad
Los escenarios futuros oscilan entre una intensificación de la censura y violencia contra periodistas críticos, o un posible cambio de rumbo frente a la presión internacional y la movilización social. El periodismo argentino y la democracia misma enfrentan el dilema entre adaptarse a estas nuevas reglas o mantener su rol crítico asumiendo crecientes riesgos.
La experiencia de otros países con procesos similares sugiere que la recuperación de espacios de libertad dependerá tanto de la resistencia periodística como de la capacidad de los pueblos para defender activamente el valor de una prensa comprometida con la verdad.
La experiencia reciente muestra que sólo la presión internacional efectiva logra contener los impulsos autoritarios contra la prensa. Los organismos multilaterales deben incluir la libertad de expresión y la garantía del cumplimiento del derecho a la comunicación como condiciones para acuerdos con Argentina.
Se requieren mecanismos de protección concretos para periodistas amenazados, incluyendo sistemas de alerta temprana y recursos de emergencia para comunicadores en riesgo.
La defensa del periodismo debe entenderse como parte de una resistencia cultural más amplia. La preservación de espacios de expresión diversos es inseparable de la lucha por una sociedad más democrática y plural.
La ciudadanía puede contribuir apoyando medios independientes, movilizándose, denunciando ataques a periodistas y exigiendo compromiso con la libertad de expresión a todos los actores políticos, más allá de afinidades ideológicas.
Este no es un análisis para la impotencia. En estos días, las raíces más profundas de la identidad argentina le están hablando al mundo y la atención lograda ha evidenciado que hay una sensibilidad social latiendo debajo del ruido y de cualquier nevada mortal en nuestro país. Los argentinos y las argentinas ya fuimos capaces de construir culturas de lo común en las condiciones más atroces. Hoy, frente a una ofensiva que quiere destruir la posibilidad misma de lo compartido, encarnamos la fuerza histórica de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré, de los Oesterheld, de los Walsh, de los 30mil, de unas Madres…
Esa potencia tiene que reorganizarse, recuperar la calle, el vínculo, la palabra. Porque si el futuro está en disputa, también está en juego la forma en que elegimos habitarlo. Y esa elección, como siempre, no será individual. Será colectiva, o no será. Porque incluso en las ficciones, que también nombran la realidad cuando se narran desde nosotros, la historia late con heridas abiertas que resultan sorprendentemente fecundas para anidar en ellas las convicciones, la fuerza y la esperanza.