Bullrich vigila y castiga

Inmediatamente después de la represión en el Congreso la ministra de Seguridad Patricia Bullrich viajó a El Salvador, donde visitó el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), una cárcel para 40.000 reclusos construida por Bukele, se hizo fotografiar profusamente y subió a las redes las imágenes, completando en el plano virtual un mensaje doloroso para la democracia argentina en el plano real.

La virtualidad puesta en circulación desde el poder y multiplicada por ejércitos de troles hasta el paroxismo requiere, en determinadas circunstancias, su trasposición al plano de la realidad ordinaria. Los discursos de odio, a título de ejemplo, con el auxilio de las nuevas tecnologías digitales en materia de comunicación y el aporte creativo de la Inteligencia Artificial, generan cierta subjetividad apta para sobrevivir en su caldo de cultivo; pero eso no alcanza: también demandan periódicas incursiones en la realidad ordinaria, o realizaciones (al igual que las mercancías a través de un precio en el mercado, por decirlo así), de manera que el odio se convierta en terror.

Hubo una virtualidad intensa en las vísperas de la aprobación de la Ley Bases en el Senado, matizada con imágenes alusivas a leones empoderados y belicosos alentando a los propios y persiguiendo a los ajenos, fueran éstos ratas o multitudes sin redención posible. En el plano de la realidad ordinaria el jefe de Gabinete negociaba voto por voto, habilitando que sus actos marchitaran la transparencia de algunos procedimientos hasta volverlos indiferenciables de los que fueran “exclusivos” de la tan denostada “casta”, como fue el caso de la senadora neuquina de Juntos por el Cambio Lucía Crexell, premiada con la embajada ante la UNESCO en París justo cuando aportó su voto a favor del proyecto del oficialismo.

El hecho provocó derivaciones escandalosas, al punto que el diputado Oscar Zago, sinuoso radical de origen que ahora lidera la bancada del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) en la Cámara Baja, aliado de los libertarios, de alguna manera reconoció el intercambio pero intentó justificarlo, apelando a un reservorio de cinismo pocas veces visto. A Zago lo eyectaron hace apenas dos meses de la jefatura del bloque en diputados de la Libertad Avanza, pero el hecho no desactivó su aparente solidaridad oceánica con el oficialismo, habida cuenta de que aseguró que el intercambio de un voto por una embajada de altísima gama derivó de un “consenso”, o de un “acuerdo” de los que siempre hay cuando se entablan discusiones con las bancadas, gobernadores o intendentes. Y Zago pronunció las palabras menos felices para estos casos, cuando dijo que no le gustaba “poner el rótulo a alguien de que la compraron”, y que para lograr gobernanza se requieren consensos y arreglos porque hay que cubrir lugares, cargos y posiciones. Y concluyó: “De eso se trata la política, el consenso y el diálogo.”

Pero la virtualidad, a raíz de la movilización convocada frente al Congreso contra la votación de la Ley Bases, también requirió para sus fines ser traspuesta a la realidad ordinaria y actuar en consecuencia. La calle anula toda exuberancia metafórica y por eso los miembros de las fuerzas represivas, cada vez más parecidos a RoboCops (como si animaran imágenes tributarias de la Inteligencia Artificial generativa), salieron a reprimir al estilo de la vieja usanza. Pero con algunos matices adicionales: lo hicieron para impedir la llegada de las columnas más robustas, detuvieron al azar a numerosos viandantes a varias cuadras de distancia, violentaron a los detenidos antes y después de darles caza, permitieron que los maltratos fueran sabidos por quienes todavía preservaban la libertad, derramaron miedo, acusaron a los detenidos de delitos gravísimos, y los liberaron lentamente; o sea que generaron, en definitiva, terror estatal.

Inmediatamente después la ministra de Seguridad Patricia Bullrich viajó a El Salvador, donde recorrió uno de los motivos de orgullo del presidente Nayib Bukele, el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), una cárcel con capacidad para 40.000 presos que ha merecido numerosas críticas de parte de los organismos de derechos humanos, tanto salvadoreños como también internacionales. Imágenes de los maltratos a reclusos casi desnudos que por el aspecto habilitan la presunción de que no son precisamente carmelitas descalzas, han recorrido el mundo. Que respondan a los estereotipos fabricados por la industria cultural, sin embargo, y no sean carmelitas descalzas sino conspicuos miembros de las maras, con esos cuerpos todos tatuados, la masticación rumiante del idioma español y cierta adiposidad mal distribuida, no los despoja de los derechos humanos elementales. Entonces, ¿por qué los maltratos en este caso son objeto de exhibición, pese a que el gobierno deba pagar un costo político por ello? Como dijo Michel Foucault en Vigilar y castigar, la exhibición pública de la ejecución de una condena, de un castigo, excede a la ejecución en sí misma y se convierte en un hecho pedagógico, en una pieza más del mecanismo para disciplinar a la comunidad. O sea que los presos de Bukele están siendo castigados públicamente, y la visita al penal de la ministra de Seguridad de la República Argentina difícilmente responda a la necesidad de asesoramiento salvadoreño en materia de sistemas carcelarios. La caminata de Bullrich por corredores enrejados que permitían ver el hacinamiento de los reclusos, y la profusión de fotografías y videos al respecto subidos a las redes, compusieron el corolario digital de la experiencia, completando un mensaje amenazante en el plano de la virtualidad. Mientras en Buenos Aires la represión había dado sus frutos y la calle no lo interpelaba, el discurso del odio retomaba la virtualidad y se tonificaba con las imágenes del Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) de Bukele.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *