La última visita del filósofo francés Éric Sadin sirvió para retomar varios temas de gran actualidad y comprender algunas herramientas comunicacionales que hicieron posible el acceso de la ultraderecha al poder en la Argentina.
El presente artículo a propósito de la última visita del filósofo francés Éric Sadin habrá de inclinarse y por inercia desembocar en un breve pasaje del libro Cicatrices de Juan José Saer, desbordante de humor sombrío. En efecto, las palabras de Saer (que mueven a risa, pero emergiendo irreverentes de cierta oscuridad) habrán de contribuir a una más ajustada comprensión del atractivo de la obra de Sadin en la Argentina, donde con cada visita incrementa el número de lectores entusiastas y deseosos de profundizar el análisis de varias de sus ideas cardinales.
Sadin es un pensador interesado en temas que ganan diariamente mayor trascendencia, y en los cuales nunca dejó de trabajar. Valga de ejemplo que durante la pandemia de 2019/20, e inmediatamente después, cuando Noam Chomsky veía un nuevo fracaso del mercado y del neoliberalismo o Maristella Svampa planteaba el riesgo de “un colapso ecosistémico de la mano de una derecha radical y nacionalista”, Éric Sadin y Naomi Klein, entre otros (y aunque varios pensadores profetizaran como efecto de la peste un cambio del sistema hegemónico hacia formas superiores de organización social), también continuaron interpelando a los avances de la tecnología digital y su derivación más notable, la Inteligencia Artificial. Entonces los estudiosos del pensamiento contemporáneo advirtieron que con Sadin regresaba la sombra de Michel Foucault, sobre todo cuando destacaba que la Inteligencia Artificial “enuncia verdades con tal fuerza de peritaje que nos interpela a obedecerlas”.
Asumiendo una tradición filosófica que arranca en la antigüedad clásica, en tiempos en que Aristóteles conjeturaba la posibilidad de sustituir a los esclavos y trabajadores con máquinas, pasa por quienes analizaron críticamente el despliegue del capitalismo y de la Revolución Industrial cuando, lejos de sustituirlos, las máquinas convirtieron a los trabajadores en sus apéndices, y llega a la actualidad, con la automatización y la robótica relativamente desplazadas del centro del escenario por las tecnologías de la información, Eric Sadin puso bajo la lupa a la pandemia y la planteó como un severo golpe al narcisismo. En efecto, la crisis sanitaria para él habría demostrado la vulnerabilidad de la fe desmesurada en la Inteligencia Artificial, así como de uno de los grandes mitos cultivados primorosamente desde fines de la Segunda Guerra Mundial, el referido a la información y la consecuente omnisapiencia planetaria, mediante sistemas de vigilancia y control que en el caso del covid-19 habían fallado todos; también Sadin destacó la caída del mito del transhumanismo, de la aspiración de acceder a esa especie de ser humano similar a un robot, corregido y aumentado por los avances tecnológicos hasta completar la obra de Dios.
Como no podía ser de otra manera, Sadin nunca perdió de vista que la Inteligencia Artificial envía potentes mandatos (con frecuencia casi imperceptibles) a fin de que sus destinatarios ejecuten las acciones que correspondan. Pero la idea funciona con mayor intensidad para quienes son reacios a procesar una metáfora: la Inteligencia Artificial no es inteligente, o es una expresión que constituye un verdadero oxímoron, aunque deshumanice a quienes limita en términos de capacidad de juzgar y de elegir libremente, reduciendo la autonomía humana al tiempo que resultan beneficiados otros sistemas que irradian luz propia. Es una inteligencia insana o un artificio maléfico, pero el auténtico problema radica en que la Inteligencia Artificial, apunta también Sadin, en última instancia responde a intereses privados, o es una herramienta útil para organizar a la sociedad de modo más optimizado. De ahí se deduce que el modelo de racionalidad de la Inteligencia Artificial promueva un “anti humanismo radical con el cual se quiere instalar una suerte de utilitarismo generalizado y de higienismo social”.
Puesta en paralelo con la de Naomi Klein, la crítica de Sadin devino algo tímida. En efecto, Klein advirtió, con la aspereza que la caracteriza, sobre la asociación de los grandes conglomerados digitales con los gobiernos para dar impulso a la Inteligencia Artificial “como clave del futuro postpandemia”. Para Klein, aunque digan que se viven los primeros pasos de un futuro basado en dicha Inteligencia Artificial, lo cierto es que el futuro no se mantiene unido por los convenios entre los grandes conglomerados informáticos y los gobiernos sino por “decenas de millones de trabajadores anónimos escondidos en almacenes, centros de datos, fábricas de moderación de contenidos, talleres electrónicos, minas de litio, granjas industriales, plantas de procesamiento de carne y las cárceles, donde quedan sin protección contra la enfermedad y la hiperexplotación; es un futuro en el que cada uno de nuestros movimientos, nuestras palabras y nuestras relaciones pueden rastrearse y extraer datos”.
En otro orden, frente a las máquinas capaces “de pensar”, existen quienes suponen la posibilidad de la realización de una utopía con máquinas que liberen a los humanos del trabajo y la obediencia, al tiempo que otros especulan un futuro distópico, con máquinas que puedan reemplazar a los seres humanos y ejercer su poder sobre ellos. A todos estos temas aborda, directa o indirectamente y siempre con solvencia teórica, Éric Sadin en su extensa bibliografía, en la que se destacan obras como La era del individuo tirano, La siliconización del mundo, La Inteligencia Artificial o el desafío del siglo. Anatomía de un antihumanismo radical y La humanidad aumentada, entre otras. También se refirió a temas por el estilo durante esta última visita, tanto en notas periodísticas como en la conferencia magistral que ofreció ante más de 500 asistentes en el Rectorado de la UNTREF bajo el título La era del individuo tirano y el poder de las redes sociales. Allí dijo que “cuando nadie cree en nada, cuando no hay un pacto común entre las personas, entonces llega el fin. Ese es el origen de la violencia y la locura.” Y centró su exposición en la idea de una transformación inducida por el advenimiento de las plataformas digitales, lo que generó un cambio significativo en la condición humana bajo el auge de la tecnología.
Según el filósofo francés los invisibilizados de siempre, los ninguneados por naturaleza fueron provistos de plataformas de expresividad que les brindaron la ilusión de centralidad. Fue una sensación de importancia, como si fueran tocados de la noche a la mañana por la magia de la fantasía y nutrieran su importancia con los like, las compras por las plataformas, el envío de fotografías, y la “publicación” de poemas y de opiniones varias. Pero también de ahí se registran expresiones desbordantes de rencor y de odio, lo que “genera la crispación de las relaciones interpersonales”. La nueva realidad comunicacional se expresa en manifestaciones políticas que décadas atrás eran impensadas, dijo Sadin, y trató entonces de explicar la irrupción del presidente Javier Milei: “Él dijo que todo es mentira, que nos mintieron, que nos desilusionaron. Es un individuo que se da cuenta de la falta de fe en un contrato social y entonces crea uno nuevo. Sus votantes no solo lo ven como una persona que dice lo que ellos piensan sino que además lo encarna. Eso en la década de 1990 o en la del 2000 no hubiera sido posible.” La falta de respuestas a las demandas sociales, para el filósofo francés, y la aparición de plataformas de interacción posibilitaron la irrupción de los Mileis en el mundo. El futuro inmediato será peor por la prevalencia de la Inteligencia Artificial, y más aún por la expansión de la Inteligencia Artificial generativa, por la cual es posible crear una imagen partiendo de un prompt. Según Sadin, merced a estas herramientas en los próximos años aumentará la desconfianza de los individuos, y esto se va a intensificar por la falta de referentes comunes. El panorama no parecería muy alentador, salvo que se logre generar un nuevo sistema de creencias, una suerte de fe compartida.
La visita de Éric Sadin fue exitosa y movilizadora. Una vez más se puede deducir que la derecha avanzó en el uso político de las nuevas tecnologías digitales en materia de comunicación, a pesar de existir un sólido aparataje crítico al respecto, y que los movimientos populares todavía no atinan a dar la batalla en ese terreno y con esas herramientas. Si quedara la situación así, cabría suponer que la subjetividad derivada de la expansión de las nuevas tecnologías y de la Inteligencia Artificial sería como escribió Saer en Cicatrices, donde uno de sus personajes sostiene, al mirar a otro, que “lo más probable es que esté pensando en un par de tetas, porque es uno de esos tipos que todo lo que tienen en el cerebro lo tienen atrás, contra la nuca, aplastado por un par de tetas grandes que ocupan el ochenta por ciento o más del volumen del cerebro”. Y eso no es admisible porque tampoco es cierto, al menos para quienes apuestan por un futuro mejor.