Mucho palabrerío sobre la moneda fuerte, pero resulta que el peso queda debilitado. Primero, porque el habilitar movimientos en moneda extranjera es un incentivo a la utilización del dinero que no es controlado a discreción por el Estado, por el momento relativamente neutral debido a la existencia de los controles cambiarios. Pero fundamentalmente, porque se desincentiva el posicionamiento en pesos al sostener bajas tasas de interés.
Aseverar que la administración de La Libertad Avanza (cuando Argentina retrocede) perdió el rumbo indicaría implícitamente que alguna vez lo tuvo. Cuando en realidad, lo más próximo a una orientación que pudo observarse fueron sus medidas iniciales en política económica. Luego, se volvió tan errática como las decisiones institucionales.
En su conjunto, la gestión de este gobierno compone una desagradable repetición de lugares comunes de derecha reducidos al absurdo, como si se tratasen de un fin en sí mismo más que de una síntesis de políticas deliberadas que mantengan la finalidad refundacional de la que presumen tanto el Presidente Javier Milei y sus funcionarios cuando se encuentran en público respondiendo a problemas.
El momento actual tornó aún más evidente la falta de rumbo que siempre aquejó al gobierno. Cuando el Presidente hizo su campaña, se podía notar que varias de las posturas que sostenía no se correspondían con hechos realizables. Algo grave para un aspirante a la posición que alcanzó.
Ahora que se encuentra a cargo de la Nación, el peso de los verdaderos determinantes del proceso político y las contradicciones con las fantasías de quien lo conduce se hacen notar. Principalmente en la cuestión económica. Sin embargo, que sea más claro que antes o que se lo remarque con mayor frecuencia no significa que sus críticos sean conscientes de cuál es el origen de esta endeblez, ni de cómo superarla.
La trayectoria del IPC y la brecha
Un primer aspecto de la dificultad para vislumbrar en qué consiste el extravío gubernamental se observa en los comentarios sobre la intervención en el mercado del dólar financiero que el ministro de Economía Luis Caputo anunció por Twitter, para disminuir la brecha entre los dólares paralelos y el oficial.
Gran cantidad de economistas infirió que la importancia de la intervención radica en que un incremento del dólar ilegal muy pronunciado, que repercuta en una ampliación de su diferencia con el oficial, provocaría una presión alcista sobre los precios. De ocurrir, el suceso pone en riesgo el proceso de desinflación, que los análisis políticos vulgares ubican como el logro más tangible (o el único, según el analista) alcanzado hasta el momento por la administración libertaria.
En una nota anterior hicimos notar que la incidencia del tipo de cambio paralelo sobre los precios, si se hace presente, es transitoria. El determinante que predomina es el tipo de cambio oficial, por su impacto sobre las importaciones de insumos. Intervenir sobre la brecha con un sistema de este tipo es fútil, y además costoso, porque requiere utilizar dólares que servirían mejor a otros fines.
Esto es corroborado por los datos presentes. El Índice de Precios Internos Mayoristas (IPIM), que se asocia con los costos y anticipa las tendencias que adquirirá la evolución del Índice de Precios al Consumidor (IPC), presentó en junio una variación mensual del 2,7%, producto de una variación del 2,7% de los productos nacionales y del 2,2% en los importados.
Tampoco se manifiestan los factores estructurales que suelen constatarse en los procesos de alza continua del IPC. Los índices de precios de alimentos (Alimentos y Bebidas en el IPC y Canasta Básica Alimentaria) mantuvieron en junio la desaceleración que, desde diciembre, cuando se estableció el tipo de cambio y la tasa de devaluación del 2%, se volvió tendencial.
Lo anterior no significa que la incidencia de factores circunstanciales no pueda impulsar el IPC hacia variaciones superiores. Por caso, el incremento del último mes, del 4,6%, fue superior al de mayo, del 4,2%., por efecto de los cambios en las tarifas de transporte y servicios públicos. Lo que en todo caso sugiere es que no parece haber riesgos de que la trayectoria del IPC se altere. Es más realista concluir que cuando la desinflación llegue a sus límites estructurales, se observarán fluctuaciones como la de junio, de carácter contingente.
El mismo régimen de siempre
Otro tópico que produjo llamados de atención fue un desafortunado mensaje de Twitter de Caputo, del 19 de julio, en el que reafirmó que las acciones del gobierno se orientan a retirar pesos de circulación, concluyendo que “la realidad probará que en breve la gente va a tener que vender dólares para pagar impuestos y el peso va a ser la moneda fuerte”.
Para sus detractores, equivale a una confesión de haber establecido la meta de que la gente de a pie se desprenda de sus ahorros. Sin embargo, poco se hace por aclarar qué significa la competencia de monedas, o lo que Caputo llama “Moneda escasa”. ¿Escasa con respecto a qué?
Y sucede que las dos nociones no solamente son extrañas en sí mismas, sino que, además, los integrantes del gobierno jamás se ocuparon de dar cuenta de su contenido. Más aún, con la misma vaguedad con la cual refieren a la existencia de una meta trascendental de implicancias desconocidas, utilizan conceptos que tienen un significado preciso, que, para no escatimar comicidad, no condice con lo que se lleva a la práctica.
En la terminología de la Economía, “competencia” es un concepto aplicable a las empresas, y “escasez” a las mercancías. El dinero no es ninguna de las dos cosas, sino el medio de circulación. Es decir, el signo en el que se miden los precios de los bienes y los ingresos de las clases sociales que participan en la producción. Al tratarse el establecimiento del signo monetario de un mecanismo extrínseco a la voluntad de los participantes en el sistema capitalista, su carácter es coercitivo.
Es decir que el dinero en uso es impuesto y defendido por los Estados nacionales, en primera instancia mediante leyes, y en segunda mediante incentivos a utilizar la moneda nacional de curso legal para operaciones en las cuales el arbitraje puede conducir a la preferencia por otras que el Estado no controla. De lo último se trata la política monetaria.
No obstante, las aporías de la gloriosa competencia de monedas no arredran al oficialismo al exhumarla cada vez que sea necesario presumir para distraer la atención del escándalo que es la política económica. En un comunicado auto-adulatorio difundido por el Banco Central el martes 23 de julio, con el sugestivo título “El BCRA inauguró un marco monetario orientado a consolidar la estabilidad de precios”, se dejan entrever algunas indicaciones sobre lo que se entiende por la idea.
Por ejemplo, en una sección en la que se describe cómo el Banco Central pretende controlar la expansión de la base monetaria para, en acuerdo al ideario oficial, fortalecer al peso al tornarlo “escaso” cuando se introduzca la competencia de monedas, se inserta una nota al pie, en la cual se reseña lo siguiente: “El peso continuará siendo demandado como medio de pago exclusivo de impuestos y el BCRA continuará adecuando la normativa a efectos de facilitar la incorporación de moneda extranjera al sistema bancario doméstico. Recientemente, el BCRA equiparó las condiciones para la apertura de cuentas bancarias en moneda extranjera con las del peso y eliminó los límites al número de transferencias permitidas desde y hacia las cuentas en moneda extranjera”.
Hasta el momento es la explicación más clara sobre qué entienden los hacedores de política por “competencia de monedas”, y permite desmontar sus equívocos. Al repetir con Caputo que el peso se utilizará para pagar impuestos, es evidente que no hay ninguna competencia, sino una imposición del peso como moneda de curso legal. Porque de esta manera, se establece que todas las transacciones registradas en comprobantes estén nominadas en pesos para que se las pueda gravar.
Sencillamente, el gobierno hace lo de siempre: determina que la mayor parte de la circulación monetaria funcione con una moneda que emite, y, por ende, controla.
Ahora bien, mucho palabrerío sobre la moneda fuerte, pero resulta que el peso queda debilitado. Primero, porque el habilitar movimientos en moneda extranjera es un incentivo a la utilización del dinero que no es controlado a discreción por el Estado, por el momento relativamente neutral debido a la existencia de los controles cambiarios. Pero fundamentalmente, porque se desincentiva el posicionamiento en pesos al sostener bajas tasas de interés.
Con bajas tasas de interés frente a la inflación, el peso es moneda débil frente a otras. No por competencia, sino por decisión unilateral. En vez de la competencia de monedas, permanece el mismo régimen de siempre con mala política monetaria. Lo que se completa con el malentendido de que el peso se fortalece al ser “escaso”. La moneda que sea utilizada predominantemente en un entorno determinado necesariamente es más abundante cuanto más se expande la economía.
Obligados a errar
Criticar a Caputo por dejar al descubierto que su intención final es que la población argentina se encuentre incapacitada para ahorrar equivale a perder de vista algo importante. Se exagera la importancia de sus planteos, paradójicamente dejando pasar algo más relevante que la ocurrencia de algún furcio: no debiera ser gratuita la repetición de sandeces de parte de una autoridad pública. Es un indicio de desorientación muy grave que ante una situación crítica la política monetaria se conciba en la forma de estereotipos e incongruencias.
El gobierno no puede modificar esta posición. Por haber provocado las condiciones macroeconómicas que perduran hasta hoy en su inicio, se encuentra ante un dilema: no es posible que los salarios y la actividad económica se recuperen sostenidamente, porque en algún momento eso conduciría a una tensión con las reservas internacionales que abortaría el proceso. Pero tampoco es concebible continuar con su descenso sin amenazar la estabilidad política. De nada sirve la baja de la inflación si la mera posibilidad de una reanudación del crecimiento económico puede revertirla.
A falta de propuestas y frente a la necesidad de exhibir un horizonte, los exponentes del gobierno se ven obligados a incurrir en yerros. La oposición debería advertir estas contradicciones, para comenzar a conducir a la masa de la población argentina amenazada por las falencias de una política económica que desemboca en reacciones torpes y costosas.