No debería pasarse por alto que, al margen de mostrar todas las miserias de la condición humana, uno de los efectos del escándalo es reforzar la demonización de la política, en especial del peronismo-kirchnerismo, cuando casualmente el gobierno de Javier Milei comenzaba a registrar los primeros signos de desgaste en su propia base electoral, según consignaron diversos estudios de opinión.
Junto a la reprobación ética y moral, y a la presunta comisión de delitos por parte del ex presidente, el escándalo provocado por la denuncia de Fabiola Yáñez contra Alberto Fernández derivó, como si se tratara de una serie guionada en sucesivos capítulos que van revelando nuevas facetas de una historia que aún está en pleno desarrollo, en el perfecto ejemplo de cómo un grave acontecimiento de índole privada, en este caso protagonizado por una figura pública que supo habitar la cúspide del poder institucional, puede transformar a la política, degradándola, en un espectáculo mediatizado. Tiene, en ese carácter, un indudable efecto de demolición que se proyecta principalmente no solo sobre el propio involucrado sino sobre el conjunto del espacio conformado por el peronismo, el kirchnerismo y sus fuerzas aliadas.
El “caso”, tal como se lo presenta, contiene todos los ingredientes para suscitar en las audiencias la atracción irrefrenable que producen los hechos que desnudan las peores miserias de la condición humana, en este caso amplificadas por tratarse de la figura de un ex presidente: abuso de poder, violencia de género, infidelidad, engaños, manipulación, corrupción, simulaciones, encubrimientos, ambiciones desmedidas, deslealtades y traiciones. Es decir, algunas de las facetas más oscuras que, según una creencia popular ampliamente extendida, se sospecha que siempre están presentes, aunque disimuladas u ocultas, en el hoy cuestionado mundo donde habitan el “poder” y la política.
Aquellos ingredientes, y fundamentalmente la constatación de la irremediable caída en desgracia de una figura que es percibida como un típico representante de la “casta”, con todos sus privilegios reales o imaginarios, como quedó inmortalizado en aquella imagen de la fiesta de Olivos en plena pandemia, contribuyen a transformar la trama de la historia en un reality show. Y su principal atractivo para las audiencias es el presenciar el merecido despellejamiento público del “villano”, tal como una de las protagonistas secundarias de la historia calificó al ex presidente.
Lo que salió a la luz no hizo otra cosa que confirmar las peores presunciones, alimentando con renovados argumentos la corriente de la anti-política que, a pesar del agravamiento de la situación económica y social producto de sus propias medidas de gobierno, mantiene aún a flote al presidente Javier Milei, quien no casualmente, en estos días, disparó insultos irreproducibles sobre sus contradictores para escenificar la firmeza de su cruzada irreductible contra la “casta”.
En un país como la Argentina, entrampado en un círculo autodestructivo alimentado por los que explotan el odio como recurso político y social, impidiendo formar los acuerdos necesarios para su verdadera reconstrucción, con una sociedad castigada cada vez más por la pobreza, la exclusión y el aumento del abismo que separa a ricos y pobres, cualquier episodio que funcione como válvula de escape para reaccionar ante la violencia de la que el propio pueblo es objeto, desencadena el acto catártico y la descarga de la indignación dirigida a quienes son percibidos, con o sin razón, como los responsables de las miserias que nos agobian.
En ese contexto, la cuestión de que los hechos denunciados sean verdaderos, como se presume que lo son, no significa que no puedan ser manipulados, amplificados y aun distorsionados con el agregado de ingredientes que, pudiendo ser falsos, resultan sin embargo verosímiles. Instalada una certeza condenatoria, a nivel público, todo aquello que contribuya a reforzarla suena creíble, mucho más cuando los resortes que activan los comportamientos y las reacciones de amplios sectores de la sociedad están gatillados por la ira, el castigo y la búsqueda de chivos expiatorios sobre los que depositar sus angustias y frustraciones.
Al tratarse de Alberto Fernández, una figura completamente devaluada, tanto por mérito propio como por el descrédito del que es objeto por parte de propios y extraños, refuerza todo este cóctel degradante que, desde hace días, viene ocupando el centro de la escena pública. No debería pasarse por alto que uno de sus efectos es, como se señalaba, reforzar la demonización de la política, en especial, del peronismo-kirchnerismo, cuando casualmente el gobierno de Javier Milei comenzaba a registrar los primeros signos de desgaste en su propia base electoral, según consignaron diversos estudios de opinión.
Y, no solo eso, justo en los días en que, además de que tomaran estado público nuevos indicadores que mostraban el desplome de la actividad económica y del consumo, producto del brutal ajuste, tuvieron lugar las gestiones fallidas del ministro Caputo ante el FMI y la titular de la Reserva Federal de los Estados Unidos en procura de lograr conseguir los dólares frescos que el gobierno necesita para evitar que sigan cayendo las reservas y trazar un horizonte de certidumbre respecto de la capacidad del país para afrontar los vencimientos de la deuda, que ahora se intenta parcialmente paliar con el blanqueo. Es decir, cuando comenzaba a instalarse en la agenda pública la discusión acerca de las inconsistencias del programa económico.
Si bien es verdad que el Presidente aún mantiene índices de aprobación superiores al 40%, el hecho es que antes de la irrupción del “caso Alberto”, en distintos distritos, especialmente en zonas del Conurbano, venían creciendo la desaprobación a su gestión al mismo tiempo que aumentaba su imagen negativa. No pocos investigadores venían recogiendo en sus estudios cualitativos que los propios votantes de Milei, si bien se mantienen aferrados a la esperanza que funcionó electoralmente como motivadora de su adhesión al libertario, reconocen, casi con unanimidad, que desde que se inició el nuevo gobierno su situación personal y la de sus familias y amigos no ha hecho otra cosa que empeorar.
¿Cuánto tiempo deberá transcurrir para que ese vínculo basado en las expectativas ilusorias creada por Milei se termine definitivamente dañando? Aunque se trate de un final anunciado, en tanto su política económica y social, en vez de abrir las puertas al progreso y la libertad, lleve a profundizar las condiciones de la miseria que esclaviza a sectores cada vez más amplios de la sociedad, lo único predecible es que su gobierno se verá forzado a explotar aún más el odio y las divisiones, para intentar seguir ganando tiempo y lograr eludir sus responsabilidades ante la sociedad, derivando la bronca social sobre la llamada “casta”. Una fórmula que, como lo venimos señalando desde Y Ahora Qué, todavía demuestra ser efectiva, aunque al precio de inocular más veneno a una sociedad sometida a los efectos tóxicos provocados por la conducta negligente de buena parte de la dirigencia.
Verdad y manipulación son los términos que tal vez sinteticen mejor lo que estamos presenciando. Mientras tanto el país real sigue huérfano de una dirigencia consciente de los desafíos que plantea hoy la reconstrucción del proyecto nacional. Que para lograrlo deberá demostrar ser capaz, sin sectarismos ni rigideces ideológicas, de hacer el esfuerzo de reunir bajo un mismo programa y plan político a todas las fuerzas dispersas que representan las reservas de un país que, así como va, se encamina a profundizar su desintegración.
Muy buena reflexión sobre lo que es el circo mediático y qué objetivos tiene : desviar la atención de lo que realmente es importante, generar más odios y rencores, generar aún más antipatía hacia la política.
Comparto totalmente el análisis de Prieto y cuando quieren seguir sacándole jugó al tema cambio de programa.
Es asqueante escuchar como a las noticias aparentemente reales, les agregan más y más chats probables.
Cómo si todo lo que se difundió no alcanzará.Hay excepciones que tratan más seriamente el tema.