El salario, una disputa sobre ruedas

El conflicto del transporte asustó al gobierno y lo hizo aflojar los subsidios que permiten aumentar los salarios de los colectiveros sin que repercuta en los boletos. Pero hay mirar más allá, en la conformación de los ingresos de los trabajadores. Los que mandan en el centro no tienen el más mínimo interés en rectificar la situación de una humanidad partida en centro rico y periferia pobre. La legitimidad política opositora depende de mejorar mucho la distribución del ingreso y frenar la inflación implícita en esa meta.

El fuerte paro del miércoles 30 de octubre del sistema de transporte argentino de bienes y personas estuvo motivado –lateralmente- por el empeño del gobierno en sancionar regulaciones contrahechas para el sector. Paridas en nombre de la eficiencia del área que literalmente mueve el producto bruto y sus hacedores, los afectados directos las entienden -con razón- como destinadas a bajar sus ingresos, abatiendo la posibilidad de sostener los niveles históricos de precios que llevaron a la actividad a su volumen actual. Combinada con el objetivo de la supervivencia material del sector, la incitación central del paro fue la recomposición de los sueldos de los operarios que, en sí mismos, ya vienen maltrechos por la política despluma-salarios del marcadamente reaccionario gobierno de la Libertad Avanza. Que avanza sobre el bolsillo del trabajador antes que nada.

Formalmente el paro fue organizado por los sindicatos que se nuclean en la llamada Mesa Nacional del Transporte. La integran los gremios de Camioneros, Federación Marítima Portuaria y de la Industria Naval de la República Argentina (FEMPINRA); La Fraternidad; el Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU), la Asociación Argentina de Aeronavegantes (AAA) y la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA). Sindicatos de otras actividades y las organizaciones de desocupados se unieron a la protesta.

La Unión tranviarios Automotor (UTA), que agrupa a los trabajadores de los colectivos de corta, media y larga distancia no adhirió al paro y propuso su propia huelga para el jueves, en tanto sus afiliados –en casi todo el país-, el miércoles prestaron servicios con normalidad. El miércoles la UTA acordó con el gobierno y se levantó el paro del jueves. 

El comportamiento de huelguistas y esquiroles, frente a la quietud de la clase política, expresa las dosis en que se vienen sucediendo las contradicciones, dobleces, renuncios y verdadero compromiso del arco opositor y las dirigencias sectoriales. Se podría sospechar que la parte decisiva del amplio espacio político del que dispone este gobierno -notablemente gorila, anti popular y con una más que singular concepción del desinterés nacional- no se debe a sus uñas de guitarrero: son consuetudinariamente romas, y no podrían ser de otra calidad, tratándose de liberales argentinos. El margen del Gobierno se debe a que los opositores no han manifestado hasta el presente ninguna idea de cómo salir del estancamiento y el retroceso. No hicieron propuestas de salida sin que ésta derive en un fogonazo inflacionario que –por obra y gracia del orden establecido- se utilice para deslegitimar la alternativa y cortarles la carrera. Ese feo prospecto los inmoviliza.

Se han limitado a denunciar la crueldad y el cretinismo gubernamental. A farfullar un curioso “que la gente se derechizó”, como si ahora casi el 50% que no votó a los Hellboys libertarios, en vez de la bronca que les tienen les tuvieran algo más que alguna simpatía. También a configurar un intento de seguidismo de los mitos más caros de los malvados, sumándose al coro de canto gregoriano que entona que el déficit fiscal es feo y hace pupa. El mantra opositor se conforma con cosas por el estilo. Nada muy serio o que se pueda tomar en serio de estos corifeos. 

Si no hay un programa de salida, ordenador, cada cual atiende su juego. Prueba de que no lo hay, entonces, es la dinámica opositora de bolsa de gatos y su sesgo conservador. ¿Popular? Sí, pero conservador al fin y al cabo. El oportunismo es hijo putativo de la falta de hipótesis teóricas de peso que tracen el camino a transitar para hacer efectivo el igualitarismo moderno.

Llamame MacWages, pero no me pegues

Observada con cuidado la experiencia mundial frente a la propia, a partir de nuestra historia y necesidad se puede encontrar el camino por donde surge la virtud de la salida estructural de este verdadero pecado del subdesarrollo en el que estamos engrampados, profundizado en la mala hora coyuntural. Todo bien, pero, ¿qué mirar para ir tratando de formarse un criterio que permita olfatear que hay una salida factible, que hay equipo? 

De la comparación internacional de los salarios y del conflicto vernáculo del transporte, se desprenden una serie de indicios de consideración a este respecto que hacen, incluso, al funcionamiento de la acumulación a escala mundial, en la que la Argentina tiene que encontrar un mejor lugar para sacar provecho con la mira puesta en el conjunto de la sociedad.

En su edición del 18 de octubre la revista británica The Economist publicó un nuevo análisis de su célebre índice Big Mac. El índice Big Mac usualmente se aplica al tipo de cambio del dólar con cada una de las monedas nacionales, para inferir si la divisa norteamericana está atrasada (está barata) o adelantada (cara) respecto de la divisa propia. En esta ocasión The Economist lo utilizó para comparar entre países de la OCDE los ingresos anuales de los asalariados.

Se explica en el artículo de la revista inglesa: “La forma más convencional de comparar los ingresos es convertir los salarios de diferentes países a una moneda común. Pero eso es engañoso porque los tipos de cambio son volátiles. Además, un dólar estadounidense rinde mucho más en, por ejemplo, Filipinas que en los propios Estados Unidos. El Big Mac ayuda a resolver este problema como una explanación a mano del poder adquisitivo: representa un paquete de bienes (o, más bien, un conjunto de bienes) que es idéntico en todas partes, y por lo tanto sirve como criterio del costo real de las cosas de un país a otro”. Verdad, la Big Mac se hace igual en todo el mundo. 

Ese “criterio de costo” se pone en juego para calcular “¿cuántas Big Macs, en principio, puede adquirir un trabajador típico con su salario anual?” así es como a partir de esa premisa “Para el análisis de los salarios de Big Mac (MacWage, para abreviar, wage = salario en inglés), se comienza con los ingresos de tiempo completo antes de impuestos en 2023 según lo informado por la OCDE, un club de 38 países en su mayoría ricos. Luego se hace un ajuste simple, dividiendo los salarios por el precio de un Big Mac, todo en monedas locales. Eso nos da la cantidad de hamburguesas que el trabajador promedio a tiempo completo puede comprar anualmente”. Desde esa singular gradación es posible deducir por simpatía en cuales países los trabajadores ganan más y en cuales ganan menos y –entonces- enunciar una explicación de la diferencia.

La singular investigación de The Economist encuentra que “el trabajador estadounidense promedio se lleva a casa el equivalente a 14.000 Big Macs en salario por un año de trabajo a tiempo completo (…) Los suizos y los daneses ocupan, respectivamente, el segundo y tercer lugar en MacWages. En el último lugar se encuentran los trabajadores mexicanos, que con su salario anual promedio pueden permitirse comprar unos 2.500 Big Macs”.

The Economist analizó las horas promedio trabajadas, con base en datos de la OCDE y el Conference Board, un grupo de investigación empresarial. Esto arroja resultados ligeramente diferentes. Los estadounidenses todavía obtienen más que suficientes Big Macs (ganan el equivalente a aproximadamente 7,4 por hora en el trabajo), pero caen al tercer lugar en la clasificación. Los campeones de las hamburguesas son los daneses, que ganan 8,1 por hora, seguidos por los suizos. Y suben todos los países más desarrollados. O sea: en los países pobres (pero serios) de la OCDE como Chile, México o Colombia sus trabajadores -en promedio- cobran entre una sexta y una quinta parte de lo que embolsan sus pares de los países más prósperos de ese club. El índice Mac Wage refleja muy adecuadamente ambas tan disímiles realidades.

Como la Argentina no forma parte de la OCDE hicimos el cálculo del Mac Wage criollo con una metodología que se le asimila a la empleada por The Economist. Así es que se evaluó el ingreso anual de un trabajador argentino con los datos del índice RIPTE (Remuneraciones Imponibles Promedio de los Trabajadores Estables) de agosto, que es el último disponible. El RIPTE se estima con los valores de los salarios sujetos a aportes al Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) de los trabajadores en relación de dependencia y que fueron declarados de forma continua durante los últimos 13 meses. Ese ingreso anual dividido por el precio porteño de agosto de la Big Mac, dice que un trabajador argentino puede comprar 2.200 hamburguesas. Nuestro Mac Wage indica –con claridad- que estamos últimos culo de perro.

El otro, el mismo

Cuando se indagan las razones de semejantes diferencias se perfilan no sólo aspectos clave del funcionamiento de la economía mundial, de corriente maltratados y escondidos entre los pliegues del debate global ideologizado, sino además porque surgen las cosas que en la Argentina deben hacerse para salir del marasmo y que los avatares del conflicto del transporte muestran su total y absoluta factibilidad.

Los salarios subieron en los países desarrollados hace siglo y medio por un muy eficiente movimiento sindical. Coincidentemente se dio la represión de actividades similares en los países subdesarrollados bajo regímenes coloniales o semi-coloniales y el dragado por medio del el pillaje de la acumulación primitiva a escala internacional, que podrían haber permitido la negociación de aumentos salariales en estos países.

Mientras operaba esa asimetría, en paralelo se registraba una creciente movilidad del capital en el mismo período, que puso en marcha el mecanismo de nivelación de la tasa de ganancia a escala internacional. Movilidad del capital significa que si en un país gana menos y en otro más el capital se mueve de un lado al otro hasta que los rendimientos se igualan. Por supuesto es un equilibrio que se infiere por razones lógicas. Indica porque se mueve el capital. En la realidad impura nunca se da y el capital nunca se detiene.

Estas circunstancias históricas generaron salarios rígidos, ya sea al alza o a la baja, en los países desarrollados y en los subdesarrollados respectivamente, que no responden a los impulsos del mercado. El nivel de compra de los salarios se fija por una determinación extra-económica, institucional, por efecto de la relación de poder entre las clases sociales en cada país y en cada época. Además, la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia en el plano mundial impidió que las disparidades salariales sean apropiadas por las ganancias, es decir, que impidió que los salarios bajos de los países de bajos salarios se compensen con altos beneficios a fin de retener en el país la plusvalía extra exprimida a sus propios trabajadores. La sencilla regla de las leyes del mercado y la competencia interna de los empresarios de cada país subdesarrollado, así como la competencia entre estos países, eliminó esta plusvalía adicional en beneficio de los consumidores de los países desarrollados.

De suerte tal que la acumulación a escala mundial se caracteriza por una relativa movilidad de capital, suficiente para dar lugar a una tendencia a la igualación mundial de la tasa de ganancia, y una relativa inmovilidad de la mano de obra la que posibilita considerables disparidades predeterminadas en las tasas del salario entre los países. 12-14.000 hamburguesas anuales para cada trabajador del centro; no pidas más de 3.000 para el de la periferia.

Como la internacionalización de la tasa de ganancia impedía que los diferenciales de salarios nacionales percutan sobre los beneficios nacionales, estas diferencias tuvieron que repercutir sobre los precios. La causalidad se encuentra al revés: el precio ya no es el dato y el salario lo desconocido, sino que es el salario la referencia y el precio tendencialmente bajo o alto su consecuencia.

Desde este punto de vista, el trigo argentino no tenía pobres a los argentinos en el país anterior al 17 de octubre de 1945, más de lo que el mismo trigo había enriquecido a los Estados Unidos o Canadá. Es porque el trigo argentino era producido por personas que recibían un salario de subsistencia pura que su precio se estuvo cayendo continuamente en comparación con el de las manufacturas, y es porque es mismo trigo canadiense o norteamericano era el producto de países donde factores históricos e institucionales, a saber, la eficiente acción sindical, habían establecido salarios 20 o 30 y en algún momento 40 veces mayores que en los países subdesarrollados, que su precio relativo venía constantemente aumentando durante el mismo período. Uno no es pobre porque vende barato, vende barato porque uno es pobre.

Explotados y justificaciones

Lo anterior significa que el relativamente alto nivel de vida en los países industriales se debe, al menos en parte, al hecho de que el resto de los trabajadores del mundo trabajan por salarios bajos para producir algunas de las materias primas y algunos de los bienes de consumo que absorbe el mundo desarrollado. En última instancia, se debe al hecho de que existe un grupo particular de personas, básicamente dotadas con las mismas facultades físicas y mentales que poseen sus pares del centro y por lo tanto capaces de manejar las herramientas modernas, sin tener las necesidades actuales o sin ser capaces de sacar el máximo provecho de la situación. Eso es a lo que se llama explotación de un país por otro y eso es lo que lleva a afirmar que las clases trabajadoras de los países industriales participan de tal explotación. Las próximas elecciones norteamericanas son buena prueba de ello. 

Una vez activado, este proceso se hace acumulativo. Los bajos salarios dan lugar a una transferencia de valor desde los países atrasados a los países avanzados, y esta pérdida reduce, a su vez, el potencial material de una futura mejora en sus salarios. En contraste, esto provee, en los países receptores, con la necesaria potencialidad para que las concesiones de los empleadores amplíen aún más la brecha entre los salarios nacionales. Esta ampliación de la brecha empeora la desigualdad del intercambio comercial, y, eventualmente, el valor resultante transferido. Cuanto más pobre es uno, más explotado es, y más explotado uno es, en más pobre se convierte. Como en las relaciones entre trabajadores y empresarios dentro de una nación, del mismo modo entre los países, la pobreza condiciona la explotación y la explotación reproduce a través de sus efectos su propia condición.

Nunca faltan los que frente a esta tan desigual realidad, se ocupan en justificar su origen aduciendo que si esos países son más ricos y consumen más que otros, no es porque apropian una parte de la producción de otros, sino porque producen más que los otros. En otras palabras, consumen más porque ellos producen más. 

En efecto, si se demostrara que, año tras año y en el conjunto del período considerado, los países desarrollados sólo consumen lo que producen, todas nuestras sabias teorías sobre el imperialismo económico, la explotación de una nación por otra, etc., se derrumbarían. ¿Este es realmente el caso? Lo que un país consume («consume» en sentido amplio, es decir, englobando a los dos consumos, final e intermedio) es igual a lo que produce más lo que importa menos lo que exporta. Entonces, para poder decir que el consumo no excede a la producción, hay que confirmar que las importaciones no exceden a las exportaciones. Estos dos conjuntos heterogéneos de bienes son comparables sólo a través de los precios. Desde el momento en que esto último se pone en tela de juicio las afirmaciones del tipo “consumen más porque ellos producen más” se vuelven irrelevantes.

Al conjunto de los precios actuales, es cierto, las importaciones de los países desarrollados de bienes y servicios en el largo plazo no exceden significativamente sus exportaciones. Sin embargo, a otro conjunto de precios, las importaciones de estos países pueden perfectamente valer varias veces sus exportaciones.

Así que de cualquier manera que se la toma, se llega a la alternativa: o bien no hay explotación a nivel internacional y los países industrializados no le deben nada a la periferia que no sea caridad, o el vehículo de la expoliación es el sistema existente de formación de precios en el mercado mundial y ninguno otro.

Pintar la aldea

Hay que tener en cuenta que esta transferencia, si es rectificada en la dirección desde el norte hacia lo que ahora se llama el Sur Global, de llegar a suceder no podría ser materializada más que bajo la forma final de bienes adicionales que cruzan las fronteras de los Estados interesados. Les aguardarían gruesos déficits comerciales a los países desarrollados. Pero como ni las balanzas de pagos ni las deudas pueden ser acrecentadas hasta el infinito, el único vehículo posible que ponga en caja esa situación de reversa, será, una vez más, una modificación –en contra de la Periferia- en los términos de intercambio: la relación para un país del precio de los exporta y del precio al que importa. Es por esto que el precio mundial constituye actualmente el principal desafío, incluso, en última instancia, exclusivo del conflicto Norte-Sur.

Mientras el mundo no muestra ninguna tendencia a una rectificación de la situación actual por medio de una transferencia unilateral opuesta, por lo tanto a favor de la periferia, ¿qué podemos hacer nosotros para salir de un sistema que se autoperpetúa en la desigualdad que engendra y en el que nos tocó bailar con los más feos, sucios y malos del planeta? 

En principio, tomar nota de que si el Banco de Suecia otorgó el Premio en Ciencias Económicas en honor a Alfred Nobel (Sveriges Riksbank Prize) 2024 a Daron Acemoglu (MIT), Simon Johnson (MIT) y James Robinson (Universidad de Chicago) porque según el comunicado oficial su trabajo ayuda a resolver “uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo” a saber: «Reducir las enormes diferencias de ingresos entre los países”, en tanto “Los galardonados han demostrado la importancia de las instituciones sociales para lograrlo», estamos en el horno con papas. El conjunto de tautologías insulsas de estos investigadores ahora premiados, y – ciertamente- muy prestigiosos desde antes, ratifica lo afirmado de que los que mandan en el centro no tienen el más mínimo interés en rectificar la situación de una humanidad partida en centro rico y periferia pobre. 

En el trabajo de 2001 del trío en el cual se exponen sus tesis que motivaron premiarlos dicen que “Hay muchas cuestiones que nuestro análisis no aborda. Las instituciones se tratan hasta cierto punto como una “caja negra” (…) pero no señalan qué tipo de medidas concretas llevarían a una mejora en estas instituciones”. Lo suficientemente superfluo y ambiguo como para no faltar en ningún discurso reaccionario del orden establecido que abogue para que el mejor de los mundos posibles sea uno en que las instituciones salarios-derecho del trabajador resulten un peso muerto que frena el desarrollo. Un embuste tan jodido como ese.

Estamos solos en la madrugada argentina y global. Si queremos que amanezca otra Argentina necesitamos que las mayorías nacionales se expresen con unidad orgánica alrededor de un programa. En todo caso, las muy humanas naturales disputas por el liderazgo deberían acontecer teniendo como eje ese programa.

Ahora bien, ese programa tiene que tener como objetivo recomponer los salarios al alza. También subir los impuestos y el gasto público. Ambas cosas condiciones necesarias para reiniciar la sustitución de importaciones. Si no se marcha en esa dirección y a buen ritmo la legitimidad política se esfumará más rápido que inmediatamente.

El actual gobierno en sus sesgo de epitome del retraso insiste en que menos impuesto y gasto impulsan el desarrollo. ¿Fundamentos? Una teoría que no reconoce que el Estado es un factor de la producción como el trabajo y el capital. Pero sin orden político, como sin salarios y ganancias en el sistema que vivimos no se puede producir. Irónica estulticia la de los burgueses. Se creen muy listos aceptando la propuesta demagógica de la derecha de bajarle los costos de los factores. Cuando sucede quiebran –por falta de demanda- y culpan a los reflujos marcianos o –preferentemente- al peronismo. Se burlan de los negros por ser víctimas ilusas de demagogos gastadores –irracionalmente inflacionarios- y resulta que en el capitalismo la inversión es una función creciente del consumo. 

No se va a frenar la inflación por empuje de los costos que la recomposición de los ingresos populares y no tan populares supone irse bien arriba haciéndole perder pie y legitimidad política a sus demiurgos, solicitando un acto de bondad a los empresarios que no lo trasladen a precios o caer –una vez más-en esa idiotez del control de precios, porque los supermercados o el “capital concentrado” gana mucho robándole a los consumidores; todas afirmaciones sin mayores y mejores fundamente que el prejuicio.

Esa suba de los ingresos nominales que aumentan el poder de compra real debe ser financiada por el Estado. El conflicto del transporte –de paso cañazo- prueba a los escépticos de la mayorías nacionales – que lo son más que nada por férreos conservadores disfrazados de gente seria- que eso es perfectamente posible. El gobierno se cagó en las patas por el paro de Mesa Nacional del Transporte y aflojó los subsidios que permiten aumentar los salarios de los colectiveros sin que percuta en los boletos. 

Hasta el verso monetarista de aumento de inflación por aumento de emisión monetaria se deja a un lado cuando aparece la realidad del empuje de los costos. En el ámbito de las mayorías nacionales, entonces, las que van afuera no las metamos adentro. En un mundo regido por el intercambio desigual y el desarrollo desigual las opciones son más que claras.

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