Si a más tardar en abril los libertarios no aseguran el resultado electoral de las legislativas de fin de año, el caldo se va a poner muy espeso. Hay que considerar que los largos procesos de estanflación que venimos soportando desde el Rodrigazo de junio de 1975 -cuyo sosiego fue la década de la convertibilidad en los’90-, son consecuencia de no poder estabilizar la lucha de clases. No es que en los ’90 la sofrenaran. Fue un narcótico financiero y monetario poderoso que dejó desorientados a los trabajadores, hartos de los tres lustros previos de desastres inflacionarios atendidos con planes de estabilización que no estabilizaban nada, precisamente por su espíritu y su cuerpo monetaristas.
Hacia finales del año entrante se celebran elecciones legislativas nacionales. También en trece provincias se llama a comicios legislativos distritales. En lo que hace al país se elegirán 24 senadores nacionales (72 tiene el cuerpo) y 127 diputados nacionales (sobre un total de 257). A nadie se le escapa que, en el resultado de la renovación de un tercio de la cámara alta y la mitad de la baja, el país oficial y los opositores -por diferentes razones- comprarán o venderán su futuro inmediato y –posiblemente- algo más extendido en el tiempo el que les toque por lo que hagan, dejen de hacer y el grado en que los acompañe la fortuna.
En esta remake de “Busco mi destino”, el país oficial necesita dejar atrás su debilidad institucional intrínseca de contar con muy pocos diputados y senadores propios. Aunque ganas no les faltan, no nacieron para ser salvajes. Apenas descerebrados. Claro que el factor ¡do evolution baby!, siempre puede hacer de las suyas y siempre hay un Gordo Dan que juega a las bolitas al amparo del caveat emptor del Laje que le convenga.
Si el país oficial no logra su cometido, habrá que ver hacia a dónde apuntará la saga opositora. Uñas de guitarrero y aptitud para calzar las botas de potro aún no se le vieron. No se sabe a ciencia cierta si hay algo más a que aferrarse que no sean meras ilusiones.
El 2024 concluirá con una declinación importante del PIB (Producto Bruto Interno). Se proyecta 3,5%. En el primer trimestre el PIB cayó 5,2 %. En el segundo trimestre se atenúo el bajón y fue de 1,7 %. La tasa de variación anual del PIB (caída en este caso) se calcula como promedio de los cuatro trimestres del año que se trate y todavía no están disponibles los números oficiales del tercer trimestre. No obstante, los indicadores inmediatos que anticipan la marcha del PIB confirman esta tendencia bajista, la que –por otra parte- ya fue trazada en esa dirección negativa hace unos meses por el FMI, el Banco Mundial y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, entre otros organismos internacionales.
Como concepto contable el PIB es idéntico al llamado Ingreso Bruto Interno (IBI). De manera que PIB en declive implica otro tanto para los ingresos de la población, los que encima vieron degradada su distribución tanto –en lo principal- por la intervención del oficialismo libertario en el sector laboral, como por la mezquina e ideologizada política social que están llevando a cabo.
Salirle bien
Entre buena cantidad de opositores se persignan, incluso haciendo la señal de la cruz, afligiéndose por el potencial éxito de la gesta libertaria. El monetarismo ramplón (verdad, no hay de otro tipo) es un viaje de ida. Y ese monetarismo ramplón es el que está latiendo entre pecho y espalda en esas notables grandes porciones de dirigentes opositores que por los demás tienen pleno derecho a ser inscriptos como miembros naturales del movimiento nacional.
Resulta ser que lo que ese sentimiento preocupado connota es que se trató siempre de monetaristas culposos. Esa culpa es lo que les impidió –y quizás les impide- ir tan a fondo como el “Loco de la Motosierra” y sus secuaces. Primó el temor a las consecuencias necesarias de cortar la tasa de inflación al amparo del diagnóstico de que la solivianta el aumento del circulante, el que a su vez es incrementado por el nivel del gasto público y el déficit fiscal.
Justamente por eso nada de esto va a salir bien. El diagnóstico monetarista no tiene fundamentos teóricos atendibles. La inflación es un reflejo del aumento de costos. La cantidad de dinero se acomoda a los precios y no a la inversa. Los precios suben, la cantidad de dinero le sigue. La cantidad de dinero es incontrolable para el Estado emisor. Es un gran verso mítico de los monetaristas la pretensión imposible de controlar al dedillo la cantidad de dinero. Se entiende que sigan macaneando impunemente, contra toda evidencia. Si lo admiten se les derrumba el edifico falaz que edificaron.
A decir verdad más que inflación, se trata de estanflación. Entonces los largos procesos de estanflación que venimos soportando desde el Rodrigazo de junio de 1975 -cuyo sosiego fue la década de la convertibilidad en los’90-, son consecuencia de no poder estabilizar la lucha de clases. No es que en los ’90 la sofrenaran. Fue un narcótico financiero y monetario poderoso que dejó desorientados a los trabajadores, hartos de los tres lustros previos de desastres inflacionarios atendidos con planes de estabilización que no estabilizaban nada, precisamente por su espíritu y su cuerpo monetaristas.
Durante esos procesos, los trabajadores logran que se reviertan -en parte- las pérdidas en el nivel de vida que sobrevienen porque los bolsiquean con devaluaciones y violencia política. Una vez dados los aumentos de salarios, los empresarios tratan de borrar con el codo los aumentos de las paritarias que firmaron con la mano subiendo los precios. La deuda externa tomada para desindustrializar presiona sobre la cotización del dólar. También meten presión la renta inmobiliaria encendida por la renta agropecuaria. Hegel decía que la revolución es el vacilar de las cosas. La Argentina no necesita nada más que liberales convencidos y populistas culposos para que las cosas tiemblen hasta irse a la misma mierda. La contrarrevolución es la firmeza de la obcecación liberal.
Pecado y virtud
En ese pecado monetarista del populismo –como en todos los pecados- está la virtud. Si estructuralmente se quiere apaciguar el tembladeral de los precios hay que estabilizar la lucha de clases de la única forma posible y factible de hacerlo: consolidando la subida en el nivel de vida de los trabajadores. Hasta que eso no ocurra, la estanflación en trance de desbocarse esta aguardando su hora señalada. Y se parece tanto a Gary Cooper…
Las almas bellas del oficialismo y afines andan diciendo que la baja al ritmo en que crece el nivel general de precios, por efecto de la malaria y la devaluación del peso por debajo de la inflación, impulsa al alza el poder de compra de los salarios. De tan buena nueva suponen que hay una deficiente comunicación con el potencial electorado y eso está en el origen de la mala opinión del ciudadano de a pie que aparece en las encuestas.
¿Cuánto les durará la autosugestión? Si a más tardar en abril del año entrante las encuestas siguen por la pendiente declinante antes de que se imponga la realidad de que ningún salario hecho percha por la inflación recupera su poder de compra cuando ésta se aminora, si no media un aumento nominal de su cuantía, tratarán por todos los medios que dispongan de encontrarle otra punta al mismo ovillo. Porque una cosa siempre es cierta: el monetarismo es dejado a un lado cuando se trata de aumentos salariales. Ahí, los hasta hace instantes férreos monetaristas cambian de bando y diagnostican -sin el más mínimo prurito- que el aumento de salarios infla los costos y entonces los precios. Olímpicamente se olvidan de su propia estupidez de aducir que en tanto no aumento la circulación monetaria, si un precio sube otro tiene que bajar.
Como se ve encontrarle la otra punta al ovillo es perentorio. De lo contrario, si en julio –digamos- las encuestas ya pintan irremontables nada va a detener la huida del paraíso libertario, tornando incontrolable los precios y el dólar.
Overtrading
Pero las almas bellas tienen un arma que habrá que ver si como en el caso China les hace meter en el culo, lo que vociferaban por la boca. La cara hereje de la realidad tiene estos rasgos, no aptos para melindrosos. Esa arma es el overtrading. Un mismo PIB puede tener más o menos actividad o más o menos desempleo, dependiendo si hace o no overtrading.
El overtrading es una voz inglesa que alude al factor que tiende a aumentar el empleo y el nivel de actividad sin modificación de la estructura del producto. Es el más importante de todos y corresponde precisamente a la creación de un rédito extrínseco a la producción. Esquemáticamente se lo puede definir como gastar un ingreso virtual anticipándolo a la venta del servicio o bien que se trate. Es un problema que atañe exclusivamente a incentivar las ventas.
El overtrading actúa sobre la creación de un poder de compra extrínseco, pero se sobrentiende que ese poder adquisitivo sólo es extrínseco respecto de la producción corriente. A largo plazo no resulta extrínseco por cierto, puesto que se trata de un rédito futuro que se ha descontado.
El economista greco-francés Arghiri Emmanuel señala que “el overtrading reposa sobre el crédito, pero -y esto es lo que debe retenerse- sobre un crédito cualitativamente diferente del que hablaban los economistas clásicos. Este último en todas sus formas nunca hacía otra cosa que desplazar el poder de compra en el espacio, transferirlo de un sujeto a otro -del ahorrista al inversor o al consumidor, ya fuere directamente de prestamista a prestatario, o indirectamente por intermedio de un organismo especializado. Por el contrario, el crédito que torna posible el overtrading es un crédito que desplaza el poder de compra en el tiempo, desde el futuro hacia el presente”.
De manera que si los libertarios le dan pelota a la realidad van a aflojar todas las riendas de las tarjetas de crédito y el “Ahora 12” va a quedar como un programita de conservadores timoratos. Para el coleto de las “cosas vederes Sancho” hay que consignar que este tipo de crédito no es nuevo, sino que existe desde los orígenes del capitalismo y bajo diferentes formas, cuyo último avatar más desarrollado es el plástico.
El overtrading no interesa como inversión sino en cuanto overtrading y no se está jugando con las palabras. Esto es clave en sí y para sopesar las probabilidades electorales del oficialismo libertario. Permite evitar la trampa de la fetichización de la inversión en la que caen generalmente los keynesianos y que llevó por ejemplo a Joan Robinson a atribuirle un efecto de «multiplicación» al superávit comercial, mientras que permaneciendo iguales los demás elementos, esta salida de fondos posee un efecto opuesto (deflacionista). El superávit comercial de 2024 posiblemente sea inédito en su gran cuantía y el PIB se derrumbó.
Lo que torna factible y pone la condición necesaria del éxito electoral libertario de acudir al crédito popular desenfrenado es justamente que el overtrading así instrumentado permite rectificar una situación en la que el poder de compra global es inferior a la oferta global de bienes y servicios, en términos de valor.
Esta movida no busca utilizar una parte del poder de compra existente para adquirir bienes de capital más que bienes de consumo, sino la creación desde la nada misma de un poder de compra adicional para adquirir indiferentemente los unos y/o los otros.
No se estimula la actividad económica por el hecho de invertir sino por el de comprar. La anticipación del ingreso y no la manera de utilizarlo es lo determinante. Aun si en la realidad, dicha anticipación es especialmente cosa de los empresarios y se acompaña principalmente por una inversión.
Para que exista overtrading a escala social, es preciso que el monto total de esas ventas durante un período determinado supere al monto total de los ahorros de clase de los asalariados en su conjunto durante el mismo período, cosa que no es segura a menos que el crédito al consumo -ventas a plazos con tarjeta de crédito- a los asalariados sea un proceso de expansión galopante. El recuerdo de 1994-1995 está a flor de piel.
Mirá lo que quedó
Para que todo esto ocurra no hace falta como se dice en algunos sectores del oficialismo que les hayan quitado a los bancos el negocio de financiar al Estado y esos fondos ahora estén disponibles para estos loables, abnegados y heroicos objetivos electorales. La prueba de fuego es si vencerá la realidad o se impondrán las taras ideológicas libertarias, en cuyo caso la probabilidad de caerse solos es muy alta, y los problemas políticos del reemplazo algo peores si se van a enfrascar en hacer monetarismo compasivo.
Volviendo a Emmanuel con respecto a las taras ideológicas libertarias, el economista greco-francés nos recuerda la posición intransigente característica del modelo de clasicismo a ultranza, defendida por Ricardo ante la comisión designada en 1819 por la Cámara de los Lores para estudiar la oportunidad de restaurar la convertibilidad de la libra.
“- ¿Piensa usted -se le pregunta- que, durante los períodos de buena demanda para los productos manufacturados, el crédito creado por esta circunstancia le permite a la industria emplear su capital más extensivamente en la producción?”
Respuesta negativa de Ricardo:
“-No conozco un crédito que pueda contribuir a la producción de mercancías; éstas sólo pueden producirse mediante el trabajo, máquinas y materias primas, y si esos elementos deben ser empleados en un sitio, necesariamente tienen que ser retirados de otro. El crédito es el vehículo de esa transferencia y permite utilizar un capital ya existente, pero no crea capital. Lo único que hace es decidir por quién será empleado ese capital. En cuanto al desplazamiento mismo del capital de uno a otro empleo, puede por cierto resultar muy ventajoso, pero también puede ser sumamente pernicioso.”
Ésta es la quintaesencia de la doctrina clásica. Ricardo no concibe que pueda existir capital o trabajo vacantes, de modo que el crédito pueda ser sacado no de otro empleo -lo que por lo demás no es en ningún caso el efecto del crédito -, sino de su no empleo. También es la quintaesencia de la derecha argentina, independiente de sus matices.
Así es como los libertarios si se hacen eco de la realidad y le dan manija al overtrading para capitalizar electoralmente su efecto acelerador, será momentáneo. Servirá para decir que este último nos hace salir del subempleo pero que nos precipita en la crisis. En esta visión, la causa de las crisis reside en un aumento especulativo de la producción debido a facilidades crediticias y a la euforia general.
Discurso típico: la exageración del comercio interno y externo con precios inflados por la especulación y no según precios naturales, constituye la causa principal de todos los problemas. Arrastrados por la prosperidad, los empresarios producen en exceso. Especulación, inflación del crédito, del descuento, y luego frenada brusca de los bancos, liquidación precipitada de las posiciones, quiebras, etc. A continuación, restricción del crédito por el temor, exagerando en sentido opuesto al anterior.
Este esquema se derrumba en el mismo momento en que se plantea la sencilla pregunta: «producir con exceso». ¿Por qué y respecto de qué? Y así pasadas las elecciones los libertarios –como las oscuras golondrinas- volverán a sus viejos amores y procuraran para el mantenimiento del equilibrio económico el endurecimiento de la política monetaria.
Ésta tiene por principio el rechazo de toda creación de moneda que no tenga como contrapartida la oferta de riquezas de igual valor. Dicho de otro modo, prohíbe el descuento de créditos falsos, según razonan. Este «rechazo» no establece el equilibrio entre la oferta y la demanda, sino que consagra y consolida su desequilibrio original (el «exceso» inicial).Los opositores inscriptos en las mayorías nacionales tienen mucho trabajo político por hacer, bajo la condición necesaria de sacarse de encima el monetarismo y el ofertismo, esas grandes taras argentina.