Harris habla de economía, Trump de comunistas


La demócrata tuvo que declararse capitalista, mientras Trump le silba al sector más reaccionario del país. Igual que en España, sí hay una América negra.

Un abuelo español siempre advertía a sus nietos argentinos sobre “la España negra”, frase que tardaron en entender. No era sobre los afrodescendientes, que si los hay ibéricos son de inmigración reciente. El viejo, de pipa y boina, hablaba de los franquistas, de ese nudo reaccionario que parece un carozo en el durazno español: no se ve, pero por cierto que existe.

Esos nietos no se asombraron, entonces, cuando los independentistas catalanes terminaron acusados de traición al Rey, artículo medieval que parece que sigue en los códigos españoles. Es lo más parecido a levantarse contra el Generalísimo, Caudillo de España por Gracia de Dios, título completo del que te jedi. Hasta se les sentía alguna pena por no poder fusilarlos y enterrarlos en un bosque, como antes.

Estados Unidos nunca tuvo un Caudillo, aunque no le faltaron candidatos. Pero sí hay una América negra que no tiene nada que ver con Harlem: es la que cree que el comunismo es lo peor que hay y que sigue existiendo, como una bacteria en las salchichas. Este anticomunismo es viejo como el Manifiesto y los anarquistas sindicales, que EE.UU. ya se definía mentalmente como capitalista. Tuvo un pico en 1918, después del asalto al Palacio de Invierno, y volvió con todo en los cincuenta con Joe McCarthy y su runfla.

Y nada, ni la caída del Muro, ni Europa del Este en la Unión Europea, ni Rusia capitalista, ni el Tercer Mundo olvidándose de revoluciones, convence a tantos por allá arriba que el comunismo fue. Es una bacteria sin antibióticos recetables.

Con lo que gente como el senador Bernie Sanders, que por aquí sería considerado un progre, es allá un bolchevique. Es por eso que Donald Trump se dedicó a pintar de rojo a su rival demócrata Kamala Harris. Como al republicano no le sale el sutil, fue a brocha gorda, definiéndola como una comunista a la par de Lenin. Harris tuvo que salir a hacer control de daños y de paso explicar mejor sus planes económicos.

Esto es porque, más allá de la brocha gorda, una buena porción de indecisos sigue pensando que Trump puede ser mejor para su economía personal. Los indecisos son pocos, pero en una elección que lleva meses empatada, son fundamentales. La piedra que Harris tiene que levantar es la inflación post pandemia que se fumó Joe Biden, muy real a la hora de hacer las compras y pagar el alquiler.

Biden la piloteó tan bien que la Reserva Federal, el banco central norteamericano, acaba de bajar las tasas, privilegiando el empleo y la actividad económica, y avisando que ya no le teme a la inflación. Pero en esto es como si Harris fuera por una reelección, aunque es la vice y no la titular del gobierno.

Esta semana, entonces, la candidata dio un discurso importante en Pittsburgh, vieja capital industrial muy venida a menos. Ante una audiencia de empresarios en el Club Económico y sabiendo que le hablaba a muchos, Harris arrancó clarito diciendo “yo soy capitalista”. Luego agregó que Estados Unidos siempre tuvo como fuente de poder su industria, que hay que apoyarla por el empleo y por la autonomía nacional. Y anunció un “capitalismo para la clase media”, con menos impuestos para esa franja y ayudas como un bono de 25.000 dólares a las parejas que compren su primera vivienda.

También repitió que va a eliminar las bajas impositivas para las grandes corporaciones y las finanzas que impuso Trump y todavía siguen, para ayudar a las pymes. Y que su plan de reindustralización pasa porque “las nuevas tecnologías, la energía limpia, no sólo se inventen aquí sino que se produzcan aquí”. Esto ya es un mantra demócrata, la idea de que prevenir el cambio climático genera empleos bien pagos e industria nacional.

Mientras, Trump sigue bastante errático. El hombre no es muy afecto a dar planes, más vale tira ideas al pasar a ver si lo aplauden. Repite una y otra vez que cuando él era Presidente estas cosas no pasaban, no había inflación y la deuda nacional no crecía. Es una técnica muy de él, como cuando en el debate le preguntaban qué planeaba hacer con Ucrania y él repetía que si él estuviera en la Casa Blanca no hubiera habido una invasión.

Pero, dendemientras, como dicen en el campo, sus republicanos MAGA se están preparando a lo grande para el martes 5 de noviembre. El estado de Georgia acaba de pasar una ley que obliga a contar todos los votos a mano, sin computadoras, lo cual va a demorar días. Esto no es casual, porque entre más tarde el conteo, mejor se puede instalar la idea de un fraude, a ver si funciona mejor que en 2016.

Para darse una idea de la que se viene, un detalle enorme. Esta semana, el Comité Nacional Republicano, la máxima autoridad partidaria, invitó a dar una charla a Jack Posobiec, antaño un agitador de ultraderecha de los que le gustan a nuestro Javier Milei. En tiempos de Obama, Posobiec se hizo conocido por inventar el “pizzagate”, el bolazo de que en una pizzería de Washington los jerarcas demócratas tenían una base satánica donde llevaban chicos para abusarlos sexualmente.

Lo único cierto del bolazo era que la pizzería existía, pero no el sótano lleno de niños y niñas encadenados que describían los post, como lo comprobó un pobre extraviado que le hizo caso a Posobiec y se presentó armado al rescate. Antes de entregarse a la policía, tuvo que admitir que la pobre pizzería no tenía sótano, con o sin cadenas.

Ahora, este cuentero fue invitado a entrenar a voluntarios republicanos que van a fiscalizar el conteo de votos. Posobiec se la pasó hablando del fraude de 2016 y les dio un consejo tremendo: “No importa quién vote, lo que importa es quién cuenta los votos”.

Y mientras tanto, las encuestas siguen empatadas.

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