Los demócratas consagraron a Harris con una fiesta y lanzaron la consigna de ser felices.
La constitución de Estados Unidos contiene, única en el mundo, un derecho muy excéntrico. Está el de la libertad, la propiedad y la expresión, como en tantas otras, pero la de allá avisa que cada uno tiene además el derecho a buscar su felicidad. La convención demócrata de esta semana mostró que el partido decidió aprovechar la risa fresca de su ahora candidata oficial, la vicepresidente Kamala Harris, y recordarle a los votantes que se puede ser feliz. Es una apuesta audaz, pero los porotos indican que está funcionando.
La convención en Chicago fue una fiesta de esas que los vecinos del norte saben organizar y televisar, cuatro días de cotillón, carteles, globos, sombreritos raros y retórica exagerada. De lunes a jueves, los demócratas mostraron que siguen teniendo a las celebridades de la música y el cine de su lado, se dieron el lujo de poner a Oprah Winfrey en el escenario, y tuvieron la mejor música en vivo.
El evento fue también una oportunidad de presentar a los candidatos a una audiencia nacional. El candidato a vice Tim Walz, gobernador de Minnesota, se mostró con la imagen que ya viene perfeccionando hace años: un tipo simple, profesor de secundaria, entrenador del equipo local, divertido y bocón. De paso, y en contexto, puso en pantalla a un hombre ya maduro, del Medio Oeste y blanco, cosa de que los tímidos se calmen ante la idea de la primera mujer presidente y encima “étnica”.
La aristocracia demócrata se puso en fila para consagrar a Harris, empezando por las dos parejas imperiales, los Clinton y los Obama, que la pusieron por las nubes. Lo de Michelle y Barack fue simbólico, lejos la pareja más carismática, calibre Jackie y Jack Kennedy, bendiciendo a su “amiga” como nuevo líder. También estuvo su marido, el futuro “primer caballero”, contando qué madraza fue Harris con sus hijos de su primer matrimonio, y un par de sobrinas chiquitas enseñándole a Donald Trump, sin mencionarlo, que en inglés se dice “Kámala” y no “Kamála”.
Todo estaba planeado para crear el más vívido contraste con la mala onda republicana del país en decadencia, comido por el crimen y la inflación, la inmoralidad y el progresismo “woke”. La convención invitaba comparaciones entre los trumpistas y los kamalistas, estéticas y de posiciones. El mensaje aspiracional, como dicen los publicistas, quedó del lado del partido azul.
De lo que no hubo mucho fue de plataforma concreta. Harris llegó a su candidatura tarde en la carrera, cuando el presidente Joe Biden -muy homenajeado en la convención- hizo su renuncia histórica. A lo único que dio el tiempo fue para ir tirando algunos temas, como el combate a la inflación avisando que “vamos por las corporaciones” que suben sus precios y ganan más que nunca. Se habló mucho de bajarle los impuestos a la clase media y las pymes, de dejar caer los recortes fiscales a las grandes empresas que puso Trump, de crear empleos verdes.
Pero no se habló, por ejemplo, de China, Ucrania estuvo casi ausente y el conflicto entre Israel y los palestinos fue mencionado con la mayor cautela posible. Afuera del evento había miles de manifestantes con banderas palestinas y carteles sobre Gaza, pero en el escenario sólo se vio a parientes de los rehenes israelíes de Hamás. Que, nobleza obliga, sí mencionaron el costo humano de la guerra.
Con lo que ahora empiezan las largas nueve semanas de campaña hasta el voto del 4 de noviembre, las semanas de hablar de cosas concretas, de futuras medidas. Lo que ya se logró es dejar a Trump en el lugar del viejo chinchudo que quiere volver a una época dorada. Esto es enorme, porque desde hace nueve años los demócratas llamaban a votar más contra él que por ellos. La pregunta “¿se imaginan un segundo gobierno de Trump?” fue reemplazada por un “anímate a pensar en un gobierno Harris”.
El multimillonario se mostró, en reacción áspero y desconcertado, alguien que no sabe estar atrás en el rating. Siguió diciendo Kamála, y en un acto de campaña hasta llegó a decir que él es más lindo y buen mozo “que ellos”…
Y por primera vez los números pusieron a Harris por encima de Trump, por poco pero encima. El mapa de los contadores de porotos indica que ahora todo depende, por el extraño sistema de colegio de electores, de cuatro estados en pugna. Y en particular de Pensilvania, donde Harris pasó a su rival por un puntito.
por algo los americanos son los reyes del show, no? Mucha fiesta y poca (o nula) plataforma. Veremos como sigue.
PG