La ruptura del hechizo que obnubiló a buena parte de los argentinos lleva a que el “Milei Presidente” comience a ser juzgado por los resultados de sus propias acciones, perdiendo peso aquello que antes representaba el basamento de su fortaleza: el haberse convertido en el símbolo excluyente de la “anti-política” o de la “anti-casta”. Entretanto, se hace imprescindible formar verdaderos acuerdos programáticos, que en ningún caso deben confundirse con la enumeración de consignas y principios generales.
Comencemos por resumir lo que a esta altura de los acontecimientos representa una obviedad: en su carrera vertiginosa hacia la presidencia, Milei “funcionó” como el “vehículo” utilizado por un amplio sector de la sociedad argentina para castigar a la dirigencia política, devenida en “casta”.
Ahora, cuando los hechos de la realidad ponen al desnudo el carácter fantasioso – y en no pocos casos delirante – de las afirmaciones y promesas que sirvieron para alimentar las expectativas de cambio entre quienes lo apoyaron, el actual Presidente se enfrenta a las consecuencias de aquello que él mismo se ocupó de crear. Y que, como si fuera un designio del destino, hoy comienza irremediablemente a volverse en su contra.
Sin poder evadirse de las pesadillas que lo persiguen, Milei está condenado a recoger los frutos amargos de su propia siembra.
La progresiva pérdida del halo místico que contribuyó a formar su carisma cuando muchos, en la etapa idílica de la relación con sus votantes, lo endiosaban al “proyectar” sobre su figura sus propios deseos y aspiraciones, hace que sean cada vez más los que ahora, muy a pesar de su voluntad, deben enfrentarse a la imagen del “Milei real”. Así, la ruptura del hechizo que obnubiló a buena parte de los argentinos lleva a que el “Milei Presidente” comience a ser juzgado por los resultados de sus propias acciones, perdiendo peso aquello que antes representaba el basamento de su fortaleza: el haberse convertido en el símbolo excluyente de la “anti-política” o de la “anti-casta”.
Esa transformación en la relación que une a Milei con buena parte de la sociedad representa la peor de las amenazas que lo atormentan, porque lleva implícita, la pérdida de buena parte del poder que supo acumular, comenzando por el llamado “voto blando”. Esa pérdida ya se expresa en la caída de su imagen y en el aumento de los índices de desaprobación de su gestión que, según lo vienen reflejando diversos estudios de opinión, marcan una tendencia. Hay que señalar, además, que dada la naturaleza del vínculo construido por el libertario con sus votantes, centrado en una empatía de base emocional, su deterioro bien puede acelerarse en la medida en que se vaya generalizando la decepción entre quienes creyeron ver en el líder libertario la encarnación de un verdadero y definitivo cambio.
Desde Y Ahora Qué venimos insistiendo en que, por imperio de la propia necesidad que lo obliga a mantener viva su condición de símbolo de la anti-política, lo previsible es que el líder libertario se vea impulsado a radicalizar aún más sus posiciones, acentuando incluso su sesgo autoritario. La serie de agravios dedicados a denostar a distintos sectores, incluyendo al periodismo que lo critica o a los encuestadores que registran su involución, es una clara manifestación de dicho comportamiento.
Pero ese mismo movimiento, que significa una huida hacia adelante, lo lleva necesariamente a acentuar la contradicción que lo tiene atrapado y que es la causa que motoriza su propio deterioro político. Cualquier golpe de efecto que le permita transitoriamente recomponer expectativas, en la medida que no vaya acompañado por una mejora palpable de la situación económica y social, está destinado a profundizar el desencanto que sobrevuela sobre buena parte de sus votantes.
Pérdida de la centralidad
El deterioro de Milei va generando un debilitamiento de su poder referencial, o dicho de otro modo, un vacío que comienza a ser ocupado por otros actores sociales y políticos. La masividad que adquirió en todo el país la macha en defensa de la educación pública y la dificultad que afronta el gobierno para lograr en este caso una mayoría parlamentaria que le posibilite consolidar el veto presidencial, bien puede ser el anticipo de lo que, previsiblemente, marcará los tiempos que se vienen.
En ese contexto, en el escenario político están en desarrollo la pérdida paulatina de la centralidad política de Milei, el agotamiento de sus recursos argumentales y, como parte de ese mismo proceso, el inicio de un nuevo ciclo de reacomodamiento de la oposición y de las propias fuerzas aliadas al oficialismo, que comienzan a realizar sus movimientos al compás de la erosión del poder del Presidente, y teniendo como horizonte las elecciones de medio término.
Nuevamente, en perspectiva, la lógica electoral, en este caso centrada en las próximas elecciones legislativas, se presenta como la lógica excluyente, como aquella que determinará la dinámica del proceso político, dejando en un segundo plano -por lo menos hasta ahora- toda discusión de fondo de alcance nacional, amplia y abarcativa, orientada a clarificar cuál es el camino que permita ponerle un freno cuanto antes al descalabro que está produciendo el gobierno. Y tan importante como aquello, elaborar el plan o el programa concreto para sacar definitivamente al país del estancamiento y encontrar lo que hace tanto tiempo está ausente y que, en última instancia, explica el rechazo de amplios sectores de la ciudadanía con la política y la dirigencia: una vía cierta hacia el desarrollo sostenido e inclusivo de la Argentina que reúna el respaldo político necesario para llevarse a cabo.
Aunque, dada la lógica que impulsa la dinámica política de la Argentina, la instalación de esta discusión se presenta como una verdadera utopía, la incapacidad manifiesta de la dirigencia de llevarla a cabo y transformarla en el centro de gravedad de sus preocupaciones y de sus acciones, más allá de lo electoral, explica en buena medida la naturaleza de la crisis dirigencial que se ha instalado en el país y que nos expone a la constante reiteración de los errores ya cometidos.
Y sin embargo, ante el avance del programa libertario, con sus efectos destructivos en lo económico y en lo social, se hace imprescindible formar verdaderos acuerdos programáticos, que en ningún caso deben confundirse con la enumeración de consignas y principios generales sobre los que nadie puede mostrarse en disidencia. Se trata de encontrar, más allá de lo anecdótico, una explicación clara y convincente sobre lo que sucedió para que una figura como la de Milei pudiera llegar a la presidencia, junto a la evaluación crítica y autocrítica de las experiencias anteriores que explican las razones del porque caló hondo en la sociedad el sentimiento de la anti-política. Y, lo que es tan importante como aquello, el trazado del camino que lleve a la reconstrucción del país y su desarrollo inclusivo.
La prueba de que impera la lógica electoral sobre cualquier motivación de orden superior es el desarrollo actual de las pujas internas en el interior de los espacios políticos de las distintas fuerzas o fracciones, incluyendo al propio oficialismo. Disputas que no se basan en la exposición pública de diferencias de índole programática sino, simplemente, en la puja por dirimir la influencia, el posicionamiento y la centralidad política entre los dirigentes que participan de esas mismas contiendas. Por esa vía, como se señalaba, la reiteración de los errores que llevaron al país a sufrir las crisis cíclicas que marcan su retroceso, es una posibilidad cierta que se encuentra a la vuelta de la esquina.
Volver a la política
El significado de la política, que al inicio de la recuperación de la democracia hace 40 años, representaba una función socialmente respetada y valorada, fuente en muchos casos de prestigio e inspiradora de los mejores sueños colectivos, se trastocó hasta llegar a la instalación en sectores mayoritarios de la sociedad argentina de la corriente que alimentó el profundo y marcado sentimiento de la anti-política, que hoy sigue marcando en buena medida el compás de los acontecimientos.
Entre los dos extremos opuestos pasó mucha agua bajo el puente, pero en ambos casos se trata de hechos de la realidad que tiene una verificación empírica difícil de refutar. Y así como es verdad que el proceso que dio lugar a la recuperación de la democracia estuvo caracterizado por la revitalización de la política y, como factor inherente a ese fenómeno de oxigenación de la vida democrática, por la participación activa de amplios sectores de la sociedad que se sintieron convocados por una causa común que trascendía los límites de sus propias reivindicaciones de sector o partido. También es verdad que los hitos que marcaron el deterioro de la relación de sociedad con la dirigencia, caracterizada ahora como “casta”, es un proceso que convive con un marchitamiento de la vida política que llevó a los partidos a degradarse a la condición de meros aparatos o maquinarias electorales, perdiendo la substancia en la que basaban sus identidades. Un fenómeno que tiene su expresión, a su vez, en el alejamiento de la sociedad que fue perdiendo compromiso con lo colectivo y que, cada vez más, reacciona o se moviliza en función de causas más o menos circunscriptas a la afectación de intereses específicos o sectoriales.
Ese trasfondo, naturalizado por las prácticas que repiten las mismas rutinas con las que se administra el status quo, está presente y actúa como una fuerza retardataria que nos condena a repetir los fracasos.
El mundo de la fragmentación es la otra cara de la moneda del marchitamiento de la política. Justamente ésta, en su verdadero concepto, cumple la función de reunir voluntades que, por sí mismas, espontáneamente, no confluirían en una causa común. Aquello de que para “ser nación” se necesita la fuerza de una férrea voluntad orientada a ese fin, es una expresión que habla, precisamente, del papel insustituible de la política, en este caso de una política de rango nacional, centrada en un objetivo que para alcanzarlo debe ser capaz de aglutinar y movilizar en una misma dirección a un conjunto heterogéneo de fuerzas sociales, e incluso ideológicas, que poseen entre sí marcadas diferencias y antagonismos.
Claro está, que en la medida que la fragmentación real que afecta a la base económica y social se hace más aguda, multiplicando las diferencias en el interior del mismo grupo, clase o sector social, acentuando el abismo que marca las desigualdades sociales reales, el reto de amalgamar aquello que está en conflicto se hace más difícil, mucho más aún en etapas de estancamiento o retroceso como sucede hoy en la Argentina. Y justamente es allí donde la verdadera política se hace aún más necesaria. Porque se trata de lograr, en condiciones muy difíciles, que el ideal de la promesa que significa imaginar una superación de lo que hoy sucede, e imaginar un país mejor para el conjunto, adquiera una fuerza mayor que la que poseen los conflictos que en la realidad actual nos enfrentan y nos dividen.
La ausencia de esa voluntad consciente y hacedora, capaz de sobreponerse a los obstáculos que impiden la unidad en torno a un proyecto de país que existe como posibilidad, propósito o fin, lleva indefectiblemente a debilitar el carácter nacional de la dirigencia, a reducirla bien a la expresión de representaciones sectoriales o territoriales, como parecería suceder con la mayoría de los gobernadores, o bien a terminar asimilada, por la propia dinámica de los hechos (incluso involuntariamente), a la categoría de “casta dominante”, ocupando, ya sea por derecha o por izquierda, un papel funcional al proceso de desintegración que no solo asfixia y reprime a la sociedad argentina, sino que va erosionando las bases de nuestra capacidad de autodeterminación nacional.
Es tan claro el análisis de Prieto en esta columna como desalentador y angustiante. Si se articula con lo que sostiene Ariza en “O abrir la cabeza o más de lo mismo”, se puede agregar impotencia. Es que no se ve reacción alguna en la dirigencia de los partidos políticos más que la ingenua actitud de esperar para permanecer. Ni siquiera perciben que la sociedad ya no entona espontáneamente el “vamos a volver”, como se escuchaba ni bien asumió Macri en teatros y plazas.
Sentarse a esperar que estalle o implosione esta nueva experiencia neoliberal lo escuché en el Instituto Patria. La estrategia la bajó Oscar Parrilli hace dos meses, en la presentación del libro “Los tres modelos en disputa”, compilado por Santiago Franchina. Sugirió no criticar a Milei y esperar.
Ese día, el compilador, director de la carrera de Economía en la Universidad Nacional de Avellaneda, al definir las alternativas entre el neoliberalismo, el desarrollismo y la economía justicialista, puso en evidencia que desde la academia, como desde los partidos tradicionales, se siguen confundiendo categorías al afirmar que el gobierno de Frondizi abrevó en el plan Pinedo y abrevó en el cepalismo de Prebisch. Y para confirmar la ocurrencia destacó con ironía: “fíjense los apellidos del gobierno de Macri, Pinedo, Frigerio…”, conceptos reafirmados por Iatí Hagman, que estaba en la mesa como autor de uno de los capítulos del libro.
No sabemos si es ceguera ideológica, táctica partidocrática, o ignorancia. Buen tema para desarrollar en Y ahora Qué.
Menciono este episodio, para abonar lo que dice Prieto. “dada la lógica que impulsa la dinámica política de la Argentina, la instalación de esta discusión (construir más que una alianza un frente elaborar el plan o el programa concreto para sacar definitivamente al país del estancamiento) se presenta como una verdadera utopía, la incapacidad manifiesta de la dirigencia de llevarla a cabo y transformarla en el centro de gravedad de sus preocupaciones y de sus acciones, más allá de lo electoral, explica en buena medida la naturaleza de la crisis dirigencial que se ha instalado en el país y que nos expone a la constante reiteración de los errores ya cometidos.
Y por lo que señala Ariza en su nota, no es el camino elegido por Cristina Fernández de Kirchner que produce documentos “sin revisar las razones que a lo largo de sus dos mandatos, junto con aciertos, llevaron al estancamiento de la producción y que en consecuencia el empleo dejara de ser un factor dinámico de integración social”.
Pareciera que la dirigencia de los partidos tradicionales no advierte que el famoso péndulo de Marcelo Diamand no oscila de un supuesto extremo populista a otro neoliberal. Es evidente que de cada experiencia neoliberal, la de Martínez de Hoz, la de Cavallo y la de Macri, se vuelve con más restricciones estructurales, con más deuda, con menos soberanía. El RIGI de Milei que dejará enajenada la explotación de nuestros recursos naturales será una herencia que se sumará a los desaguisados de Caputo en el sector financiero.
La sociedad argentina optó en 1983 por el camino de la democracia republicana, cuando sufrió en carne propia las desregulaciones y desnacionalizaciones del nuevo ciclo neoliberal, optó en 2003 por preservar el rumbo democrático pero con acento en las demandas más urgentes de los sectores más vulnerables, sin trabajo y sin ingresos suficientes.
Si como dice Ariza, “lo bueno es que el voto sucesivo permitiría ir corrigiendo los desvíos”, porque “una vez más, los errores en democracia se corrigen con más democracia”, la sociedad debería exigir que esa democracia se sustente orgánicamente.
Pero la democracia está ilusoriamente sustentada en leyes electorales, boletas únicas, en vetos o contra vetos sino en la dinámica interrelación de las instituciones y el desarrollo.
Y un repaso de los posicionamientos y el declaracionismo de la dirigencia política de los últimos días, no alienta perspectiva alguna. Frente a Milei, existe el vacío que sienten las notas de este blog.
Está claro que la alternativa no pueden ser los que trajeron a Macri primero y a Milei después con sus malos gobiernos. Deberá surgir algo distinto, verdaderamente transformador. Es difícil pero puede pasar. Escuché muchas veces a Rogelio Julio Frigerio decir que «los pueblos no se suicidan», aunque parezca.. Respecto del comentario de Alamo.. La «Academia» normalmente representa normalmente la izquierda de la derecha, antidesarrollista y está llena de prejuicios, cuando no de prebendas paralelas de Fundaciones más o menos opacas. Por lo cual no es extraño que critique livianamente o confunda , con muy honrosas excepciones (Rapoport/Musacchio de Económicas de la UBA) me vienen a la cabeza ahora pero puede haber alguno más) el contenido del desarrollismo.