¿De verdad es antiinflacionario importar productos de consumo masivo que, según dice el Ministerio de Economía, son más baratos? El Gobierno dice que cerrar la economía fue un fracaso, y que abrirla sería un éxito. Pero esa afirmación no se sustenta en los hechos.
En un ataque de originalidad, los fervores del gobierno lo han llevado a regular el comercio exterior a favor de las importaciones y contra la producción nacional. Lo que se conoce normalmente como apertura de la economía es un objetivo histórico estratégico de los liberales argentinos, que hacen suyo los libertarios que detentan el gobierno de la Nación. Es curioso: la escuela austríaca nunca perdió oportunidad de trompearse con los neoclásicos, acusándolos de tibios en todos y cada uno de los renglones del análisis económico en pos de defender la libertad de mercados. Pero jamás objetó los beneméritos teoremas del librecambio.
Hace unos días, Domingo Cavallo, el padre putativo del Señor Presidente, sostuvo que las empresas líderes se habían pasado de vueltas con los aumentos de precios y sugirió ponerle coto con la apertura. A decir verdad, el propio Cavallo hizo eso en 1991 y por las mismas razones: la inflación no bajaba. Entonces fue la convertibilidad la que la bajó. La apertura alzó fuerte el desempleo.
El gobierno festejó el 13,2% de febrero, argumentado que iban en camino a la baja –aunque marzo parece desmentirlos marcadamente- y trascartón lanzó la apertura. Gente de poca fe, por lo visto. El vocero presidencial Manuel Adorni defendió la medida en términos coyunturales. Para él sería un instrumento para poner en caja y que vuelvan a redil “los amplios márgenes que tenían devenidos de precios excesivos en virtud de cubrirse de algo que no pasó: de un dólar de 2000, 3000 o 10.000 pesos”.
También ensayó argumentos estructurales a favor de la apertura. Adorni subrayó que “nunca el mercado estuvo tan cerrado como en los últimos 15 o 20 años”. Tras afirmar que “en términos generales cerrar la economía suele beneficiar a unos pocos y perjudicar a muchos”, Adorni recomendó tener “cuidado con cerrar el país para proteger la industria nacional porque ha dado muestras de absoluto fracaso. Terminemos con la farsa de ‘cerremos la frontera para jugar entre nosotros a vendernos cosas’. Lo único que hacemos es perjudicar a todos los argentinos, en especial al que menos tiene”.
Estructural y coyuntural
Tanto en términos estructurales como coyunturales, ¿es verosímil lo que manifestó el vocero presidencial sobre la apertura, en tanto pensamiento vivo del gobierno? En el plano estructural no. En el plano coyuntural tampoco. De a uno en fondo entonces.
La cuestión estructural lleva a preguntarse por qué se protegen los países. La hipótesis vulgar, que hace suya el gobierno, es que una banda de forajidos (los empresarios protegidos) captura la trama regulatoria del comercio exterior, sobornando a funcionarios venales o simplemente descerebrados que profesan un nacionalismo de opereta, e impiden importar barato los mismos productos que, por causa de los aranceles aduaneros acá, devienen caros o muy caros.
Más allá de una notable confusión entre inflación (aumento persistente a los largo del tiempo del nivel general de precios) con nivel de los precios (puede haber algo más caro o más barato sin que haya ni una pizca de inflación), la única manera de que aparezca la honestidad es que una minoría de gente piadosa, que no está contaminada por la procacidad, establezca la apertura.
Mejor dejar a un lado esa verdadera muestra de desagradable tilinguería y hablar más en serio de los fundamentos teóricos de la apertura y sus consecuencias. Para operar los efectos supuestamente benéficos que tiene la medida, necesitan de un mundo donde no hay movimiento de capitales entre países. O sea un mundo que no existe, porque el que existe se articula a base del movimiento internacional de capitales. De manera que para volver necesario lo que quieren demostrar –lo beneficioso que es el libre cambio– necesitan suponer que los elefantes vuelan. A todos los efectos prácticos –probóscide más, probóscide menos– es similar a decir que éste es un mundo donde los capitales no se mueven entre países.
¿Y qué pasa si hay movimiento de capitales, como sucede en la realidad? Que cuando uno le saca la protección a una industria, los capitales se van a otro país porque en éste ya no ganan la tasa normal de beneficio. ¿Pero cómo, no era que con sus altos precios estaban ganando mucho? En un mundo de capitales móviles, lo que significa que se mueven para hacer un billete, esa ganancia tiende a ser igual entre países. Si fuera más alta acá, se radicarían entre nosotros otros emprendimientos para hacer la diferencia respecto de la media mundial. Seguirían así hasta que esa diferencia desapareciera y recibiesen la tasa media de ganancia que se embolsa en todo el mundo.
Además, según los modelos teóricos de apertura del comercio que conmueve la refinada sensibilidad de los libertarios argentinos, una parte de la población argentina tiende a convertirse en excedente y tiene que salir de escena. Al menos acá ya no tiene más lugar. El ladero Adorni no aclaró ese punto. Dudamos seriamente de que tenga idea de que ese averno demográfico está en el edén que promete.
Protección
Ok, entonces. Digamos que es así, que la protección crea empleo y el librecambio lo destruye. ¿Pero qué justifica la protección cuando se trata de industrias muy maduras? Darle apoyo a una actividad que recién empieza, vaya y pase, pero las afectadas por el gobierno libertario son viejos zorros de albañal. Por otra parte, comprar más barato con un mismo ingreso, ¿no libera fondos que van a comprar más cosas creando empleos en otro sector?
Nada en el capitalismo realmente existente funciona de esa manera. Suponer que si uno deja de gastar menos en una cosa crea empleo en otra, es asumir que hay tendencia al pleno empleo. O sea: una petición de principios. O sea: poner en la premisa lo que se quiere concluir. Explicar eso y que la protección no es solo para apoyar al capitalismo o la empresa infantil, sino que es para siempre, remite a lo elucidado por el economista greco francés Arghiris Emmanuel a mediados de los ’70 en el ensayo “La ganancia y las crisis”.
La tesis central de ese libro es notablemente sencilla. Todas las teorías, sean estas neoclásicas, keynesianas o marxistas, han aceptado totalmente o en parte la ley del economista vulgar francés Jean Baptiste Say (1767-1832) y en todo caso su postulado fundamental. A saber: la producción (P) crea ipso facto un volumen de ingresos (R) correspondiente a su valor. Entonces tenemos que: (1) P = R.
Lo que Malthus, Rosa Luxemburgo, Keynes y otros han puesto en duda, es únicamente el primer corolario de este postulado: la igualdad entre la demanda global (D) y el ingreso (R); (2) D = R.
Si D ≠ R entonces se sigue P ≠ D. Ambas desigualdades, fundadas sobre la tendencia al atesoramiento. De tal forma que, sobre esa base, todas las explicaciones son parciales e incoherentes. Son impotentes para explicar un déficit persistente –hasta se diría perenne- de la demanda en tanto que la igualdad (P) Producción = a volumen de ingresos (R): la ya señalada (1) P = R, no es puesta en duda.
Para Emmanuel, la desigualdad de la producción y del ingreso es fundamental. Es decir (P) NO crea ipso facto un volumen de ingresos (R) correspondiente a su valor. Tal desigualdad hace a la naturaleza del sistema capitalista que crea normalmente una producción cuyo valor es superior a los ingresos distribuidos. La diferencia entre producción e ingreso está dada por la ganancia que sólo se cobra cuando se vende. Pero la producción está valuada con la ganancia en tanto los ingresos no. De ahí al diferencia, de ahí que P > (es mayor que) R.
El punto es que la producción no puede realizarse o venderse más que por la anticipación misma de su realización o venta, es decir, recurriendo a un poder de compra ficticio introducido por el crédito. Esta tendencia a la no realización puede ser sobrellevada por numerosos artificios pero no puede ser abolida. Resulta así el fundamento de la inestabilidad congénita del sistema capitalista.
¿Cómo sucede que, pese a esta contradicción fundamental, el sistema de la economía de mercado no se ha encontrado nunca completamente bloqueado? Esto se debe a que la producción efectiva es constantemente inferior a la producción potencial y puede por lo tanto variar independientemente de ésta última. Son estas variaciones, este «ciclo» entre un MAS y un MENOS en el subempleo del potencial, esta movilización y desmovilización de la reserva, las que hacen posible la variación simultánea en la misma dirección de estos dos componentes, asegurando así el equilibrio coyuntural sobre la base misma de un desequilibrio estructural.
Comercio exterior
Apliquemos todo este esquema al comercio exterior. Los mercantilistas repiten bajo todos los tonos con constancia y cinismo durante más de dos siglos, que es necesario vender más de lo que se compra. En sentido contrario a los economistas clásicos y neoclásicos, los responsables de la política económica y los Estados capitalistas siempre han buscado una balanza comercial superavitaria. Eso es vender más de lo que se compra: exportar más de lo que se importa.
Este “fervor por vender” es, en efecto, paradójico. En todo sistema diferente al modo producción capitalista, es naturalmente ventajoso importar sin exportar, comprar sin vender, porque esto permite cosechar allí donde uno no ha sembrado, diría Adam Smith. En el sistema capitalista, el empleo, la reabsorción del desempleo -que según Emmanuel alcanzaba proporciones enormes mucho antes del S XIX-, no puede realizarse más que gracias a una balanza superavitaria. Esto conduce naturalmente a la tesis central.
Si se debe admitir, en efecto, la igualdad de la producción y el ingreso, esto quedaría inexplicable. Tendríamos entonces un desequilibrio:
P – E (excedente de exportación) sería inferior a R. la protección es una gran macana que entonces bajaría innecesariamente el ingreso disponible.
Pero no funciona de esa manera. Parece que, más o menos conscientemente, los funcionarios y dirigentes del Estado escrupulosos de sus responsabilidades siempre estuvieron buscando un situación satisfactoria de equilibrio obtenido a través de alguna cosa como: P – E = R. Al hacer que el excedente ( E ) de exportación o superávit comercial iguale el producto (P) con el ingreso ( R ) se vuelve interesante invertir y generar empleo. Si hay déficit vía apertura se suma al producto y no hay ingresos para comprar la diferencia y entonces comienzan las ventas de liquidación y a echarse gente pues hay mucho producto para menos ingresos.
Mundo de quimeras
El mundo feliz del librecambio, como se ve, es un mundo de quimeras, basado sobre suposiciones que no tienen nada que ver con la realidad, que es duramente proteccionista. Una quimera llama mucho la atención: los libertarios joden y joden con la ganancia (no sin razón: es la música por la que baila el mono), pero a la hora de la verdad desaparece de su análisis. Eso es porque hay que estar muy faltos de argumentos para cancherear con la ganancia y vociferar la ley de Say según la que toda producción crea su ingreso en igual medida. ¿Y la ganancia? Qué mala, malísima, costumbre ésa de repartirse los ingresos por la venta de la piel del oso antes de cazarlo.
Bueno, ok, si con ser peligroso, muy peligroso, jugar estructuralmente a la apertura, ¿no es conveniente abrir coyunturalmente la economía para bajarles el copete a los que se pasaron de rosca aumentando los precios? Para empezar, el gobierno ha afirmado, pero nunca demostrado, que los precios de los productos del exterior puestos en las góndolas argentinas resultan más baratos.
Si así fuera, si lo demostrara, ¿cómo sería antinflacionaria esa movida? Inflación es aumento persistente del nivel de precios. A su vez, el que importe va a proceder a abastecer la demanda solvente, que es un tercio del mercado. No va a correr el riesgo de importar para los dos tercios de Belindia, obligada a vivir a los saltos por un bizcocho. Dom Pérignon sí, polenta no. Y aunque el importador lo hiciera, los productos masivos son proporcionados por las mismas multinacionales a las que se las conmina a bajar precios abriendo la economía. A menos que estén dispuestos a cerrar sus establecimientos acá, no se ve por qué accederían a esos requerimientos.
Estructuralmente las naciones se protegen para dejar en claro que el librecambio es una pésima idea. Como se vio, no es porque les falten ganas de jugar a la ventaja comparativa. Es el origen o causa de la inflación lo que finalmente explica que la apertura sea una gran metida de pata que se va a pagar -de seguir su curso- con más desempleo y pobreza. Pero al alza de precios no se inmutará.
El gobierno diagnosticó que la inflación es por la circulación monetaria desbocada por el déficit fiscal. ¿Cómo congenian este diagnóstico monetarista con que los precios subieron por un error de cálculo por el precio del dólar y no los quieren bajar pese a la caída impresionante de las ventas? Es un misterio muy misterioso. Lo cierto es que la circulación monetaria se acomoda a los precios y no a la inversa, como cree el gobierno. Esto implica que el alza de los precios es estructuralmente debida a las condiciones de la producción, que incluyen a las remuneraciones de los factores. Así es como la incoherencia de las medidas deflacionistas del gobierno aparecen a la luz del día. No solamente son inoperantes, en tanto que visan un desequilibrio que no existe, sino que son susceptibles de lograr objetivos opuestos a los buscados. En efecto, algunas de sus disposiciones destinadas a comprimir la demanda (tarifas, impuestos, quita de subsidios), tienen por efecto involuntario inflar los costos y, por lo tanto, los propios precios de venta. Otras, supuestamente destinadas a aliviar la demanda, cumplen el mismo papel aciago.
Abrir la economía es una de ellas. Los costos fijos son decisivos en las empresas. Si bajan la producción les suben los costos más que proporcionalmente. Si les bajan las ventas porque del exterior se practica dumping alentado por el gobierno, quiebran. A todo esto, curiosamente el gobierno habló de apertura y enumeró a las bananas y el atún. Ambas ofertas son desde siempre casi todas importadas. Si los opositores al gobierno acusan al gobierno de abrir la importación para favorecer a los amigos, ¿cómo se defenderá el gobierno cuando la verdad es que quiere abrir la economía con productos que se importan desde siempre?