Una lectura sobre Milei en el Luna Park. Más allá de su histrionismo, el Presidente hizo la defensa ideológica sobre la política que provoca la recesión. Esa es la gran lección para aprender de la disertación del maestro Jamoncito: las ideas, que John Maynard Keynes decía que suelen ser más peligrosas que los intereses creados, orientan la acción.
Varios analistas de distintas orientaciones coinciden en señalar que en el acto que protagonizó Javier Milei en el Luna Park para presentar el reciente libro de su autoría, Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica, tuvo un carácter extravagante y su exposición sobre economía fue abstrusa para la mayor parte de los oyentes.
Si se limita la descripción de lo ocurrido a esos términos, se puede concluir que se trató de una puesta en escena en la que el Presidente hizo lo que le resulta más natural: provocar y discursar agrediendo a sus contrarios, y buscar la adulación de sus allegados por sus conocimientos sobre economía y el haber accedido a la presidencia enarbolando las ideas que defiende. Como hecho político, es rimbombante, pero insustancial. En eso coinciden varias descripciones, que enfatizan el contraste entre la recesión que vive la sociedad argentina y la fiesta presidencial.
Un análisis más sutil, sin embargo, permite detectar en su discurso la defensa ideológica de las políticas económicas que provocan la recesión. Y no se trata de una cuestión baladí. Haciendo a un lado las bravuconadas que caracterizan al Presidente, mediante las que da a entender que todo seguirá como está y así mejorará nuestra situación, se encuentran en esa perorata elementos culturales que hacen a la ideología de la derecha argentina convencional. Ideología que Milei desdeña para evitar dejar en evidencia que no es un showman a secas, sino un showman tallado por las manos de UCEMA, más destacable por su histrionismo que por su originalidad.
En particular, dos elementos de la alocución tienen este contenido: el segmento sobre crecimiento económico y el referido la teoría del valor. Si los desbrozamos, encontramos rasgos distintivos del elemento reaccionario y disfuncional que caracteriza al sector de la política argentina con el que este gobierno se identifica.
La inestabilidad del crecimiento
Milei se refirió al modelo de Solow de crecimiento económico y los “parches” (sic) con los que los economistas enmiendan algunas de sus falencias. Comencemos por explicar de qué se trata.
Robert Solow fue un economista del Instituto de Tecnología de Massachusetts que publicó un ensayo en 1956, titulado Una Contribución a la Teoría del Crecimiento Económico. El mismo tenía la finalidad de responder a los ensayos de Roy Harrod y Evsey Domar, dos economistas que desarrollaron lo que se conoce como el modelo Harrod-Domar de crecimiento. Se trata de un modelo que Harrod expuso por primera vez en un ensayo publicado en 1939, con inspiración en las ideas de la Teoría General de la Ocupación, el Interés, y el Dinero de John Maynard Keynes.
La característica que distingue al modelo de Harrod, posteriormente extendido por Domar, es que la inversión, que determina la tasa de crecimiento del Producto Bruto de una economía en un período dado de tiempo, debería ajustarse a un nivel de producción que corresponda plenamente a la demanda agregada, pero no hay razón para que esto tienda ocurrir.
En la medida en la que la inversión sea insuficiente para cubrir la demanda, tenderá a acelerarse para adecuarse a un nivel más alto de producción. A la inversa, tenderá a decrecer cuando exceda los volúmenes que se corresponden con la demanda. El problema es que, aisladamente, los empresarios no conocen cuál será el nivel final de demanda agregada, y no necesariamente lo que convenga a sus planes de negocios sea compatible con la situación del conjunto de la economía.
Así, los vaivenes de aceleración y desaceleración de la inversión pueden entrelazarse e interrumpirse entre sí. Por lo cual, se concluye con este modelo que el crecimiento económico es inestable, y se explica que en la economía capitalista se alternen lapsos de auge y de depresión.
Solow adujo que la inestabilidad no se verifica porque, sencillamente, en el largo plazo los recursos y la mano de obra de una economía tienden a estar plenamente utilizados y se mantienen proporciones estables entre la inversión y el producto a lo largo del tiempo, determinándose que las economías tiendan a crecer a una tasa regular. A diferencia del modelo de Harrod, es estable.
La medida de su ignorancia
El problema es que el modelo de Solow lleva a concluir que a la larga el tamaño de una economía depende de los recursos disponibles, por lo que se entiende trabajo, capital, y si se quiere, tierra. Y de su productividad, que se mide con la difusa categoría de “productividad total de factores” (PTF), que aparece como un residuo que engloba los datos inobservables que inciden en el crecimiento.
En una medición empírica del crecimiento en la economía norteamericana entre los años 1909 y 1949, Solow obtuvo el resultado de que, de una tasa de crecimiento anual del 1,81% de la producción per cápita 1,49 puntos porcentuales se debían al “residuo”. Semejante desproporción de su incidencia entre las causas del crecimiento económico motivó que este residuo se refiera irónicamente como “la medida de nuestra ignorancia”.
En sucesivos perfeccionamientos del modelo se intentó adecuar la medición para que incluya más datos y disminuya la importancia de lo inobservable. A eso se refería Milei cuando hablaba de “parches”.
Justamente, si las cosas fuesen como Solow lo desea, la teoría del crecimiento se reduciría a un ejercicio trivial. Como en una economía la producción se corresponde automáticamente con la capacidad física existente, que siempre se utiliza en su máximo potencial, basta con medir qué se incrementó para describir qué explica su trayectoria.
Pero de lo que se trata es de poder dar cuenta de las fluctuaciones de la inversión, el producto, y el empleo, y los motivos que inducen a las empresas a realizar mejoras técnicas en sus métodos de producción, o a la fuerza de trabajo a capacitarse y mejorar su calificación. Es decir, reconocer la inestabilidad de las economías capitalistas y el rol de la política económica. Justamente, el modelo de Solow y sus variantes de las que abreva Milei tienen la finalidad opuesta, que es la de negar que estos procesos existan. De eso se desprende la medida de su ignorancia.
La teoría del valor
El núcleo de esta incapacidad que aqueja a la economía convencional para comprender el desarrollo de la economía capitalista se encuentra en la teoría del valor “superadora” que elogia Milei. Al inicio de la década de 1870 se publicaron tres trabajos, de William Stanley Jevons, Leon Walras, y Carl Menger, que proponían refundar una teoría del valor y de la distribución del ingreso basada en la utilidad subjetiva de los consumidores.
Se trataba de un contraste con la teoría clásica del valor que desarrollaron Adam Smith y David Ricardo, que tuvo una reelaboración ampliamente aceptada a mediados de John Stuart Mill para mediados del siglo XIX, y sirvió de insumo para los desarrollos del colectivista inicuo Karl Marx. A grandes rasgos, la teoría clásica prescribe que los salarios se determinan sobre la base de necesidades históricas alcanzadas por los trabajadores, y que del excedente resultante del trabajo humano una vez que se satisfacen estas necesidades y se reemplazan las herramientas utilizadas en el proceso productivo, surge la ganancia.
El razonamiento clásico deja entrever un conflicto: hay una relación inversa entre la ganancia y el salario, y esta es la razón objetiva sobre la que se desarrolla la lucha de clases, que puede desenvolverse de varias maneras y con distintos resultados.
Jevons y Walras se opusieron a las ideas de los clásicos, y el segundo fue especialmente enfático en contradecir sus conclusiones en torno al conflicto social. Para Walras, el sistema de precios tiende espontáneamente a la satisfacción máxima de los consumidores, por medio de un proceso de mercado, y el capital y el trabajo están en pie de igualdad. Su participación en el ingreso nacional no se determina por otra cosa que no sean las proporciones en las que son utilizados una vez que se determinen los ajustes de la producción.
El razonamiento expresado por Walras, que posteriormente se adoptó con diversas variantes en la economía convencional, se expone a múltiples problemas teóricos y metodológicos. En lo que respecta a la perorata de Milei, el más relevante es que el pago al capital no es la ganancia, sino el interés que pagan las empresas que hacen uso del mismo con los otros “factores”.
La ganancia propiamente dicha, el excedente neto que obtienen las empresas una vez descontada la totalidad de sus gastos, no existe en el conjunto de la economía. Y eso es una parte esencial del sistema de Walras, quién consideraba que cualquier intervención política extrínseca al sistema de precios para determinar la distribución del ingreso atentaba contra la realización de la fijación de precios óptima.
También vale la pena resaltar que, al descartar la existencia de un excedente, Walras se encontró con un problema insoluble, que fue el de la explicación de la inversión y la reproducción de los bienes de capital. Sucede que el sistema que propuso no podía incorporarlas porque hacía imposible su concepción. Casi cien años más tarde, y en el contexto de la teoría del crecimiento, a Solow le pasó lo mismo.
El componente reaccionario
Hasta aquí, tenemos expuestos los elementos que nos permiten detectar el componente reaccionario de una tradición teórica para comprender la sociedad que Milei elogia, en términos tan superficiales como poco claros para quienes lo escuchan.
Sencillamente, al mismo tiempo que se desploman los salarios, la economía y los gastos estatales, y enfrenta presiones políticas para que los integrantes de la población restauren el nivel de vida al que están acostumbrados, defiende una visión según la cual la economía funciona espontáneamente de manera óptima, según las preferencias de quienes la integran.
Es decir que para Milei los salarios a los que su gobierno les pone un límite obturando las paritarias, el tipo de cambio draconiano que determinó al iniciar su gestión, las bajas tasas de interés que atentan contra la estabilidad de la economía, las jubilaciones retrasadas, y el desfinanciamiento a las universidades hacen a un proceso de mercado que conduce a la satisfacción del óptimo social. La recesión brutal es la tendencia necesaria que asume la economía, porque cayó la productividad total de factores.
Si no piensa eso, entonces está hablando del sexo de los ángeles o es inconsecuente. No es impreciso aseverarlo, porque él mismo habla en un sentido contrario cuando se refiere al crecimiento económico, y parece realista pensar que a medida que se deteriore su poder político flexibilice sus principios. Así y todo, obra sobre la base de un pensamiento, del cual puede apartarse solamente dentro de ciertos límites.
Esa es la gran lección para aprender de la disertación del maestro Jamoncito: las ideas, que John Maynard Keynes decía que suelen ser más peligrosas que los intereses creados, orientan la acción. Pueden ser mejores o peores, como lo será su producto, pero no inexistentes. Vale tanto para Milei como para sus rivales, que deberían ocuparse de construir un pensamiento propio y entender el ajeno. Al fin y al cabo, la teoría económica no se trata sobre preferencias valorativas, sino sobre vertientes antagónicas que hacen a la comprensión del proceso central del desarrollo de la sociedad. En esa comprensión se hallan los intereses que es legítimo representar, y las posibilidades para darles forma.