El Presidente Actimel

El lenguaje es la realidad inmediata del pensamiento, y también de su ampliación, su reducción o su cambio. En el seno de una crisis de representatividad de gran envergadura, y con el concurso de las tecnologías comunicacionales de punta, la crisis de expresión manifiesta no sólo un batifondo de penosas ocurrencias libertarias, sino también un pensamiento político menos intenso cada vez, menos robusto, circulando paralelo al creciente deterioro de los lazos sociales.

No por leída y comentada hasta el éxtasis, no por sabida por todos los interesados en la cultura, el arte, la política y los turbios entresijos de la comunicación social, disminuye el atractivo de la broma que Borges publicó en 1939 bajo el título Pierre Menard, autor del Quijote en la revista Sur, y después incluyó en el libro Ficciones, de 1944.

El texto plantea la existencia de un novelista (Pierre Menard) que decidió escribir “los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del don Quijote y un fragmento del capítulo veintidós”. O sea, quiso reproducir textualmente como si fueran propios esos pasajes “sin incurrir en tautología”, copiándolos tres siglos después de su primera edición, porque “el Quijote —me dijo Menard— fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor”. Y para ejemplificar, agregó Borges:

«Es una revelación cotejar el don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo):

… la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio lego” Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe:

… la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen: La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales – ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir – son descaradamente pragmáticas.

También es vívido el contraste de estilos. El estilo arcaizante de Menard –extranjero al fin- adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época.»

Si fuera tomado en serio, merced a este relato de Borges los plagiarios del mundo quedarían unidos y exculpados, y la significación de todo texto resultaría en última instancia de su contingente intertextualidad. También quedarían desautorizadas las numerosas críticas al Presidente referidas al tema, como la que lanzara en otro momento su colega Hernán Lacunza, quien fuera ministro de Economía de María Eugenia Vidal y el último ministro de Mauricio Macri: “Es difícil entusiasmarse con un Gobierno que apalea a jubilados para no aumentarles unos miles de pesos –dijo–, o manda a científicos a testear sus investigaciones en el mercado, mientras decreta fondos oscuros para la SIDE, y cuyo presidente, probado plagiador, usa tono erudito para arrojar cifras a las que llega con razonamientos primitivos…”

Quizás algún ejemplo habilite mayor cercanía con estas cuestiones inabarcables en un artículo periodístico, aunque interesantes para promover el arranque de una debida reflexión. Hace un par de meses circuló por las redes un video del Presidente plagiando infraganti un texto ajeno, esto es, atribuyéndose la autoría casi palabra tras palabra y en contrapunto comparativo con el discurso de la publicidad de Actimel, un yogur bebible promocionado como suplemento dietario y complemento para la salud, particularmente para el sistema inmunológico.

El material puesto en circulación por las redes, además de precariamente confeccionado, groseramente apócrifo y participante de una hoax, una humorada hecha con la debida cadena de engaños (fakes o tricks) no es en sí mismo algo extraordinario, como lo demuestran centenares de piezas oratorias fatigadas (perdón de nuevo, Georgie) por Presidentes, ministros, secretarios, legisladores y jurisconsultos, que al amparo de una muralla defensiva de investiduras y micrófonos vuelven a lo mismo que sus predecesores, dando libre curso a sus manías de repetición. Y algo más: que un maestro de grado pronuncie el puñado de oraciones alusivas a la efeméride patria de turno en el acto pertinente, por ejemplo, y las pronuncie poniendo los ojos en blanco pero coincidiendo con las de años anteriores y profetizando de hecho las idénticas de los años venideros, no es causa de perplejidad para nadie. La autoría se da como algo propio de quien toma la palabra, al tiempo que también se asume verdadero lo que dice cuando la utiliza, aunque difunda una mentira flagrante.

Entonces lo anterior, en el seno de una crisis de representatividad de gran envergadura, debido al concurso de las tecnologías comunicacionales de punta irrumpe elevado a la enésima potencia. Los participantes del juego, desde Legión (como aquel endemoniado bíblico) con tanto influencer alucinado en su interior, hasta las patotas de troles vocacionales o asalariados, quisieran volver a la frasecita atribuida a Goebbels (miente, miente, miente…) sin advertir que de tanto ponerla en acto no sólo la estarían creando y cumpliendo, sino que también la estarían modificando por continuar la repetición de una mentira, hasta terminar convertidos en creyentes de ella. Pero no hay que sonrojarse: la performatividad propia del lenguaje, esa realidad inmediata del pensamiento, requiere que se pierda toda ingenuidad al respecto y se asimile una lúcida aseveración de George Orwell, quien advirtió que “el lenguaje político –y esto es cierto, con variaciones, para todos los partidos políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas– tiene como objetivo hacer que las mentiras suenen verdaderas…”

En un año electoral, entonces, será cada vez más difícil discernir qué mensajes circulan con anclaje en la verdad. Un reel como el seleccionado puede ejemplificar la cuestión, debido con seguridad al uso de algunas tecnologías comunicacionales de punta y la Inteligencia Artificial para intercalar un párrafo en el discurso de Milei ante la ONU, dado a fines de septiembre de 2024. Aunque salte a primera vista que es apócrifo, en el más amplio sentido de la palabra, el material merece una mirada atenta porque, apenas confeccionado y puesto en circulación, fue literalmente intervenido por quienes negaban la denuncia de plagio flagrante (sobreimprimiendo en él otros juicios), al tiempo que era motivo de numerosos dictámenes de estudios especializados y laboratorios de medios que lo calificaban como decididamente fake. Y corresponde agregar, finalmente, que un ligero repaso de las versiones intervenidas del producto originario arroja luz sobre una sórdida confrontación entre animadores del mundo digital, donde prima la pasión por monetizar sus desvelos. En efecto, una de las versiones intervenidas asegura que el dueto Milei/Actimel sería resultado de contrataciones a mansalva de escribas muy jóvenes y con precaria o nula formación que trabajan para el oficialismo, y no faltó quien intervino las imágenes para plantear que al autor (usó el singular) de ese discurso notablemente filosófico, deberían pedirle la renuncia del gobierno.

Ahora bien, por la tensión propia del año electoral, habrá que asimilar las propuestas de pensar a la gestión de la política como algo similar a una representación teatral. Es casi un lugar común: como bien escribió el dramaturgo argentino Javier Daulte, el creador pretende que su obra engañe al mundo, pero la ilusión se produce “sólo en la medida en que el mismo creador (yo) esté incluido en ese mundo”. Daulte despliega una reflexión estética con implicancias éticas, cuya lectura a la par del aserto de Owell resulta especialmente interesante y productiva. Dice Daulte: “Si no estoy incluido, es decir si yo no puedo ser cautivo del engaño de mi propia obra y quedo por fuera del procedimiento de verdad que mi obra propone; no es ya mi obra la que engaña al mundo, sino que soy yo quien lo está engañando. En este último caso estamos hablando de una suerte de Estafa. El Engaño está del lado de lo mágico. La Estafa está del lado del desastre.” 
Daulte asegura que puede haber estafas defensivas (las trampas), otras inocentemente neuróticas (como la repetición de sí mismo), unas terceras estafas gravemente psicopáticas (como la manipulación deliberada, la propaganda), y la cuarta versión de la estafa, que es el plagio. También revisita el cuento Pierre Menard, autor del Quijote y dice: “Creo que allí se sintetiza de modo genial un punto de imposible solución entre Estafa y Engaño. Yo, Pierre Menard, copio El Quijote de Cervantes de manera tal que yo también me asombro de la cautivante ambición de semejante empresa. Es decir, Menard se incluye en el mundo que pretende engañar.” Y el engaño, el engaño colectivo, está del lado de lo mágico, de la ilusión de un futuro que deje atrás al desastre que deriva de la estafa.


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