El alegrón de Putin por la reelección de Trump no es porque sean amigos, sino porque lo ve como un síntoma de decadencia.
Alguna vez lo vieron, en alguna fiesta o recepción, en algún cumpleaños, llevarse una copa a los labios y mojarlos. Vladimir Vladimirovich Putin no bebe, en parte por el entrenamiento del KGB, en parte porque siempre vio el trago como una debilidad nacional. El zar es un tipo concentrado que no va por mujeres espectaculares, autazos o trajes de miles de dólares. Lo suyo es el poder.
Pero el 7 de diciembre debe haberse mojado los labios ante la noticia de que Donald Trump había ganado las elecciones en Estados Unidos, y las había ganado bien. No es que se hiciera ilusiones sobre una luna de miel, que ya lo conocía de los anteriores cuatro años. El tema para el nuevo zar fue que Trump es, para él, el Gorbachov norteamericano, el tipo que puede acabar con la potencia rival, llevarla a la disolución nacional.
Leyendas
Esta idea es mucho más compleja que la eterna expectativa de que los yankees abarcaron más de lo que pueden abrazar. Para entenderla hay que irse al siglo 19 ruso, cuando por allá desarrollaron su variante de nacionalismo, como hicimos todos. De todo el discurso monárquico y religioso quedó en pie una idea, la de que Rusia es un país excepcional, producto de una historia única, llamado a grandes cosas. Rusia no está ahí porque sí, está ahí para algo.
El nombre criollo de esta idea es “grandeza”, que en ruso hasta puede conjugarse. Rusia tiene que ser grande, no sólo en superficie sino en poder. Tiene que ser respetada y temida, no puede ser ignorada o humillada. Para obtener esto, cualquier sacrificio es admisible, lo que explica un país donde no había papel higiénico ni jabón, pero sí estaciones espaciales y arsenal atómico.
Los rusos pasaron a ser soviéticos, pero no dejaron de considerarse Grandes Rusos -en contraste con los pequeños rusos, como llaman a los demás eslavos- y sacrificarse por la grandeza nacional. La segunda guerra mundial todavía parece un milagro de sangre y trabajos indecibles en condiciones alucinantes. Pero la “raza inferior” llegó a Berlín y se transformó en potencia global.
Después vino la caída del Muro de Berlín y lo que tantos rusos, Putin explícitamente, vivieron como la humillación de sus vidas: el país dividido, empobrecido hasta la miseria, humillado, tratado con un paternalismo de pobre gente que no sabe qué es la democracia… Y el gran culpable fue Mijaíl Gorbachov.
El regreso
En este relato nacionalista, la única mención al socialismo es su rol como aglutinante y explicador de las instituciones de un Estado centralizado, autoritario, de mano firme. Gorbachov, visto como una figura vacilante, desorientada, sin un plan y sin carácter, es visto como el que debilitó las columnas que sostenían ese Estado y causó el desastre.
Trump, sueñan en el Kremlin, puede hacerle lo mismo a los Estados Unidos.
Rusia volvió a ser una potencia global, aunque no con el alcance que tuvo en la Guerra Fría. Volvió a tener un Estado fuerte y centralizado, que ejerce su autoridad por cortes que siempre fallan para donde quiere el gobierno. No hay una censura oficial, como hubo, porque para algo hay oligarcas amigos que compran medios que molesten y les cambian la línea editorial. Muchos rusos viven existencias de clase media como nunca soñaron, con la inmensa novedad de poder viajar al exterior sin permiso superior.
Este retorno de Rusia permite ver con otros ojos lo que pasa entre los rivales. Para Putin y su entorno, los aliados en la OTAN están en un avanzada estado de decadencia por permitir el discurso “woke”, legalizar la homosexualidad y el cambio de género, educar a sus hijos en la tolerancia y el progresismo. De paso, todos elementos judicializados en Rusia. El tema, esperan los nacionalistas, es que estas agendas corroen identidades nacionales y disparan guerras culturales.
Un ex director de Seguridad Federal de Rusia y todavía asesor cercano de Putin, Nicolai Patrushev, expresó el nuevo guión el año pasado en un reportaje a la revista oficial Rosiskaia Gazeta. Para Patrushev, Estados Unidos está a punto de quebrarse en por lo menos dos países, sino tres, con buena parte del sur volviendo a México y California armando a su alrededor algún tipo de federación, con el noreste armando otro y dejando al viejo Sur de la Confederación solito su alma.
Putin ya dijo varias veces que él mismo, habiendo visto la disolución de la URSS, sabe que los imperios tienen el problema de ver cómo se van acumulando los pequeños problemas hasta que estallan. Los problemas a los que se refiere el zar son el Black Lives Matter, la teoría de género y las crecientes divisiones entre ricos y pobres.
Los trolls rusos, una legión que nuestro Javier Milei ya quisiera poder pagar, trabajan a tiempo completo generando contenidos que critiquen esto y ofrezcan discursos opuestos. Eso de que Rusia apoya a Trump en las redes y en las elecciones es una simplificación, porque la tarea trasciende la coyuntura y el personaje.
El último mapa electoral, dividido en azules demócratas y rojos republicanos, es leído en Moscú como un posible agregado futuro al atlas, con un estado progre en cada costa y un medio republicano y chuzo, del que ellos pueden ser amigos. Por algo adoraron la película Guerra civil, que muestra el final de una secesión armada contra alguien muy parecido a Trump. La película fue estrenada en Rusia con el título, aparentemente desconcertante, de La caída del imperio… Para Patrushev, “por algo Hollywood la hizo”.
Con lo que no es irracional que Putin se alegre con la vuelta al poder del hombre de la cara anaranjada. Trump sería en este esquema el disparador que lleve a los norteamericanos de la guerra cultural a la guerra civil, con sus exageraciones y sus ganas de ir por todo. Exactamente lo que sueñan por allá.
Hola.
Cuando en un texto que habla sobre Rusia o Putin y leo la palabra oligarca (no se cual es el meridiano terrestre donde el concepto de ceo, millonario, empresario, etc., cambia automaticamente a oligarca. Que seria Larry Flint si fuera ruso?) me temo que ese texto se ira de escala, subestimando o sobrestimando al personaje o al teatro territorial de sus actos. Y este texto cumple esos preceptos de mis previsores prejuicios. Que haya descubierto que a un hombre que dirige el estado durante mas de 20 años, le importe el poder, es una perogrullada explicita.
Extraño en el periodismo argento a alguien formado o por lo menos leido en geopolitica. Es muy lamentable que no tengamos la mas minima idea de lo que esta pasando afuera de nuestro tradicional ombligismo y repitamos como loritos las opiniones del progresismo fantasmal europeo.