Supremacistas de mercado

Paradójicamente, los Estados neoliberales se muestran muy activos en desarmar las funciones y regulaciones específicas que tienen como objetivo la defensa y promoción de los intereses generales.

La inspiración ideológica en la cual se sustentan proyectos como los impulsados por el actual gobierno (o el de Mauricio Macri, o el de Domingo Cavallo, o el de la dictadura) si bien apelan retóricamente al liberalismo se apoyan más en lo que el italiano Patrizio Bianchi denomina Supremacía del Mercado. Como todo supremacismo, así invoque también a la libertad, responde a un darwinismo social con una carga segregacionista de gran violencia. Basta reparar en algunas adjetivaciones y etiquetados peyorativos volcados por parte de nuestra dirigencia política para caracterizar a amplios sectores de la propia sociedad a la cual, teóricamente, pertenecen. 

Desde esta perspectiva, “el mercado” es considerado místicamente como el mecanismo suficiente para conducir, de la manera más eficiente, todas las actividades y relaciones humanas, sea tanto a nivel individual o para la sociedad en su conjunto (y con las demás existentes en el escenario global).

En consecuencia, para los supremacistas, sería preciso eliminar toda regulación o barrera que límite o se interponga a la iniciativa privada o al libre movimiento del capital. El Estado, y en realidad el Estado-Nación mismo, es presentado como agente del atraso y del obstruccionismo. Las personas que se desempeñan en un organismo tan aberrante como el Estado, como no podía ser de otra manera, terminan ejerciendo sus actividades con desidia y sin miramiento alguno hacia los intereses concretos de los ciudadanos, cuando no directamente dedicarse a la corruptela. Por lo tanto, sería preciso reducirlo a su mínima expresión. Tal vez sería conveniente recordar aquí la vieja consigna procesista: “Achicar el Estado es agrandar la Nación”. 

Si analizamos, así sea de manera somera, el escenario global, se puede constatar rápidamente que lo propuesto por el actual Gobierno o por Macri, es imposible de encontrar en la experiencia comparada tal como lo plantean.  Por lo menos en sus áreas centrales, donde los mencionados tendrían sus hipotéticos faros.  Por el contrario, lo que estos personajes nos presentan como perentorio en nuestras tierras para salvarnos, sí lo podremos encontrar profusamente en las zonas periféricas sometidas a diversas dinámicas de dominación, desintegración o precariedad extrema. 

Es cierto que los promotores de la supremacía del mercado se presentan tanto en las áreas centrales como en las periféricas por igual. Y también es cierto que en las áreas centrales tratan de desarmar una amplia gama de regulaciones que protegen o fomentan los bienes comunes y avanzar sobre derechos laborales y sociales que responden al ideario del estado de bienestar. Pero igualmente cierto sería que en proyectos y regulaciones que hacen a la preservación de sus status como actores en el escenario global, el esfuerzo de sus Estados por conservarlos u expandirlos no ceja un ápice. 

El proceso, entonces, conoce una existencia global pero adquiere distintas velocidades y alcances según éstos se presenten en las áreas centrales o periféricas. En las primeras podríamos hablar de una reformulación de la relación Estado-Nación. En las segundas, de una desestructuración. Como primer dato, este dispar comportamiento refuerza, siguiendo a Samir Amin, el monopolio de las áreas centrales sobre aspectos claves de los campos políticos, económicos, tecnológicos o militares con el fin de perpetuar un esquema jerárquico.

Consecuentemente, las asimetrías entre ambas áreas se incrementan, ayudadas como profecía autocumplida desde la periferia, al adoptar propuestas como las que impulsa el actual gobierno, y reafirma nuestra inserción subordinada en el tradicional esquema de división del trabajo a escala internacional. Que más allá de ciertas actualizaciones, no se ha desvanecido y conserva plena vigencia.         

Al cambiar esta relación del Estado-Nación, que es una categoría compleja compuesta por un conjunto de elementos tanto de continente como de contenido (una determinada sociedad con una cultura propia, por ejemplo) y avanzar el proceso desregulatorio, nuestra conformación nacional queda comprimida y convertida a un mero territorio. No es que el Estado se inhiba de actuar. Paradójicamente, estos Estados neoliberales se muestran muy activos en desarmar las funciones y regulaciones específicas que tienen como objetivo la defensa y promoción de los intereses generales.   

Así, el territorio es comprendido como un espacio en el que su única finalidad es que ciertos actores se apropien, a piacere, de todos los bienes públicos o privados que puedan para extraer ganancias de manera ilimitada. Históricamente, en el caso de los recursos naturales, hasta su fin. Y con un beneficio paupérrimo para las sociedades en los cuales se encuentran. Así se reduce al máximo, o directamente se suprime, toda responsabilidad medioambiental.

Su contenido, que es el pueblo que habita dicho espacio, también es observado solamente como un objeto del cual extraer ganancias. Y el primer paso es desestructurarlo. Retóricamente se busca la presunta libertad del individuo. También aparece el argumento de que una fuerza lo rescata de categorías supuestamente perimidas y retrógradas, como la categoría de clase, que no harían más que constreñirlo. Fácticamente, es la atomización de la sociedad con el fin de lograr una masa desorganizada para su mejor manipulación y explotación. Así ha sido históricamente, sin que importasen el estado de degradación de la condición humana y el grado de violencia necesarios para lograrlo.   

Las actividades económicas son comprendidas de manera aislada y utilitarista, asistémicas del conjunto –lo contrario a una economía integrada– y por lo tanto inoperantes en cuanto a la función social que puedan tener para con el propio espacio.  

El mercado interno, en el territorio, es secundario. Secundario, no irrelevante, porque nada de donde se puedan extraer beneficios lo es para el neoliberalismo. El mercado interno pierde de ese modo su carácter instrumental como factor de cohesión social y de distribución equitativa del bienestar, vía su profundización. Es posible pensar en una dialéctica entre el mercado interno, concebido como una parte de la superestructura, que contiene también al Estado, y el territorio, que es la base estructural. A medida que se constriñe al mercado interno y al Estado, se expande el mero territorio, la externalidad pura. Pero la constricción del mercado interno y la preservación o aumento de los niveles de renta, resultan del cumplimiento de la ley de concentración. O sea, de la consolidación y expansión de los monopolios.

Va de suyo que con estas máximas todo lo que tenga que ver con integración o distribución equitativa desde el punto de vista espacial de las actividades económicas –pero principalmente de sus beneficios– es una cuestión inexistente. La concentración geográfica, que es una tendencia siempre a tener en cuenta, y más cuando se torna una característica intrínseca a nuestra realidad, tiende a incrementarse bajo las propuestas de corte neoliberal. Solo podría ocurrir lo contrario con un programa y con recursos para combatir ese proceso de concentración. 

Si se minimizan o se eliminan el papel de controlador del Estado y las regulaciones socialmente acordadas, las reglas dominantes son las que imponen los grupos que tienen la fuerza suficiente para hacerlo con el fin de lograr la maximización de sus beneficios y proteger sus privilegios.

Se trata de un drama desgarrador. En la práctica se expresa en el sufrimiento y en las carencias reales que padecen millones de nuestros compatriotas diariamente. Pero el problema último, es la reiterada llegada de este tipo de proyectos a los mandos gubernamentales en un lapso muy acotado de nuestra historia. Y, a veces, más allá de las intenciones, intercalados con interregnos donde en el mejor de los casos no se acierta con el rumbo necesario. Siguiendo a Raúl Scalabrini Ortiz, en esto no existen los tiempos muertos. Lo que se estanca… termina pudriéndose. 

En cada presentación, se nos hace conocer nuevos grados de degradación, explotación y debilidad sobre una tendencia descendente en nuestras capacidades nacionales. 

La potencia de las fuerzas que impulsan estos proyectos de corte neoliberal nunca debe ser menospreciada. Basta como ejemplo el sanguinario inicio de este regreso en la actual etapa con la dictadura del ‘76. Pero el trabajo autocrítico sobre la correspondiente insuficiencia del campo nacional para sentar unas bases políticas y materiales sólidas que corten de una vez por todas esta dinámica, sería uno de los debates más relevantes. Y aún está pendiente.

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