El fallo dictado por la justicia de Brasil condenando a Juan Darthés por abuso sexual cometido contra Thelma Fardin, en 2009, ha impactado en distintos planos: el personal, el social y el cultural. En lo personal, la condena resulta reparatoria para Fardin, después de un juicio en primera instancia que resultó muy hostil para la actriz.
La noticia del fallo en contra de Juan Darthés y a favor de Thelma Fardin coincide, además, con la escritura de su tercer libro “No callarás”, de Editorial Galerna. En el plano social, la decisión de la justicia brasileña permite “mirar este proceso a la distancia” y atender a la resonancia que generó aquella denuncia en mujeres y varones jóvenes. En términos culturales, constituye sin dudas un evento crítico, un punto de inflexión para tomar impulso en la resistencia al backlash -respuesta reaccionaria a los avances en derechos civiles- que vive el colectivo de mujeres en su lucha contra la violencia machista.
–Tu tercer libro “No callarás” estará en la calle en breve. Allí recuperás el recorrido de lo que fue el proceso judicial desde tu denuncia contra Juan Dartés hasta la actualidad. ¿Cuál es el mensaje que subyace a este recorrido de escritura en términos de acción colectiva?
–Mi libro anterior alude al momento en el que todo explota. Entonces, mi mirada de lo que pasaba estaba sumergida en ese asunto. Este libro me da la posibilidad de mirar ese proceso a la distancia y ver el eco que tuvo, los cambios que se produjeron a partir de mi denuncia, las sentencias que empezaron a surgir. No se trata de hablar solo de mi caso, sino de enmarcarlo en lo que ocurrió colectivamente, cuando otras mujeres se atrevieron a hablar a partir de aquella denuncia. Y también entender que yo denuncié porque otras habían hablado antes y por el colectivo de mujeres, que nunca dejó de dar la lucha. La masa crítica fue más o menos amplia según las distintas etapas, pero muchas estuvieron allí sosteniéndome. Eso fue permitiendo que se hablara de todas las violencias que sufrimos las mujeres. Allí, inevitablemente, está lo colectivo, aun cuando yo tenía mucha ignorancia respecto del tema cuando comencé este camino.
–¿Qué tan esencial fue el colectivo cuando hiciste tu denuncia?
–Soy de la generación del ‘90, cuando lo colectivo no era algo que se nos enseñara. Al contrario, el propósito en los ‘90 fue vaciarnos de ese contenido. Con más razón, haber podido hacer un “clic” y enmarcar mi historia personal en lo colectivo fue la posibilidad de tirar del ovillo y entender dónde estaba el conflicto: no solo era un problema mío y de mi abusador, formaba parte de un entramado social que naturaliza los abusos. Es muy particular lo que ocurrió con el reciente fallo que condena a mi abusador, porque otorga una reparación más amplia. Muchos y muchas lo vivieron como una victoria de todos; la siento en la calle. Hace unos días, caminaba por la calle cuando un pibe tocó la bocina desde un auto y gritó: “¡Vamos, Thelma!”. Como un grito de cancha en el que expresaba “ganamos todos”. Hay algo ahí que me excede.
–De hecho, en la conferencia que diste a raíz de ese fallo condenatorio dijiste que esta sentencia es un “mensaje de esperanza para aquellas que sufren abuso y no acceden a la justicia en sus casos”. En paralelo, en tu libro, hacés hincapié en dos caras de una misma moneda: qué significa “romper el silencio” y por qué “una se demora en hablar”. ¿Cuán relacionada está esa demora con que la culpa recaiga en la víctima? ¿Cuáles son los factores que le impiden hablar a una mujer abusada o sometida a una situación de violencia?
–Son muchos. Uno histórico es que en el derecho romano, el abuso sexual era calificado como un atentado al pudor, a la honra de esa mujer que sufría el abuso. En Argentina, hasta la reforma constitucional de 1994, el Código Penal establecía que si el abusador le pedía matrimonio a su víctima y esta aceptaba, dejaba de ser una violación porque se enmarcaba en un vínculo, por lo que no sería una deshonra. Eso es lo que culturalmente subyace al significado de sufrir un abuso. Creo que eso es algo que está ahora mismo en transformación; veremos qué pasa con los años.
–¿Cómo imaginás el impacto cultural de esta transformación, conforme avancen los años?
–En Argentina contamos con una buena legislación, según la cual no hace falta resistirse: la sola negación es considerada suficiente para entender que se está sometiendo a la víctima. Creo que estamos en un proceso de cambio. Veremos qué efectos provocaron denuncias como la mía en relación a la posibilidad de pensar: “lo que ocurrió no es mi responsabilidad, es culpa del victimario, y no siento más vergüenza”. Creo que con el tiempo lograremos que la vergüenza cruce de vereda. Y se reducirá la carga que recae sobre la víctima en relación a la vergüenza y la culpa. Lograremos acortar el tiempo que demora la víctima en hablar, sobre todo en los espacios donde estas historias pregnan. Hay cuestiones psicológicas también, pero yo no soy especialista, hablo desde mi experiencia personal.
–¿A qué cuestiones te referís?
–Dónde y de qué modo queda bloqueado el recuerdo. Es muy difícil acceder a ese recuerdo por lo traumático de la situación, entonces la psiquis crea mecanismos para poder seguir adelante. En la mayoría de los casos, las víctimas cuentan el hecho a alguien, inmediatamente después de ocurrido. La pregunta es qué hace la persona que recibe ese relato. En mi caso, fueron dos niñas de mi edad, no tenían herramientas para hacer nada al respecto, tampoco se les podía exigir que lo hicieran. En ocasiones, las víctimas se lo cuentan a alguien de su entorno y esa persona, lejos de incentivar a la víctima a hacer algo, la silencia por ignorancia, por algún interés personal o por miedo. Por eso es tan importante saber qué debemos hacer frente a las denuncias o a las historias de las personas. Entonces, al ser más las que sabemos qué hacer, somos más las que tenemos herramientas para escuchar esas historias y saber cómo accionar, porque la víctima está muy atravesada por el trauma en ese momento. Incluso si hoy la víctima le cuenta su historia a una piba que tiene más información que antes, tal vez esa piba de dieciséis años -que recibe el relato- le puede decir qué hacer o intuir que necesita contárselo a otra mujer que conozca más sobre estos temas. Hoy hay más redes, por lo menos en sectores sociales que tienen la posibilidad de pensar estas problemáticas.
–En tu relato de ese proceso están presentes conceptos como “acción colectiva” y “apoyo”. ¿Qué rol juegan los apoyos y, en particular, el colectivo de actrices argentinas?
–Fue la clave para animarme a hablar. Y no solamente eso, sola no habría llegado a Nicaragua para hacer mi denuncia. Cuando volví a Argentina (me encontraba viviendo en México) caí en una depresión muy grande al saber que debía enfrentar esta situación. Desde México no podía hacer nada porque no tenía las redes de contención necesarias. Ahí está la clave: sola no habría podido. Desde Argentina empecé a experimentar ese entramado que me permitió poner en palabras y elaborar mi trauma. Cuando llegué a Argentina, algunas estaban muy organizadas mientras que otras no contaban con la experiencia de militar una causa. Es decir, había cierta ignorancia y desorganización genuina entre quienes tenían la buena voluntad de denunciar pero no sabían cómo articularse.
–¿Cómo habitaste ese entramado?
–Al llegar me encontré con Luciana Peker, una referente en la temática. Ella me ayudó a tejer las redes para que yo pudiera viajar a Nicaragua, en un contexto político y social tremendo. En ese momento, Nicaragua estaba viviendo una realidad muy compleja: el presidente Daniel Ortega, en particular, tiene una denuncia por abuso sexual de su hijastra Soyla América, a quien su propia madre le exigió que pidiera perdón al pueblo nicaragüense y la obligó a exiliarse. En ese contexto viajé a Nicaragua, protegida por una red de mujeres que me recibió allá y me ayudó a organizar mi contacto con el sistema de administración de justicia. Sobre los apoyos a los que hacés referencia, yo viajé acompañada por mi mejor amiga: mi pasaje lo financió la organización Oxfam, pero el pasaje de mi amiga lo compramos colectivamente con el grupo de actrices argentinas. No teníamos un mecenas que nos financiara, pude viajar porque hicimos una vaquita con el colectivo de actrices argentinas. Incluso en esas cuestiones invisibles ha sido vital la experiencia colectiva. Y claramente, esa conferencia de prensa en la que hice la denuncia no habría tenido el mismo impacto. No me refiero a un impacto en términos sensacionalistas o espectaculares. Quienes estaban del otro lado no se habrían sentido tan identificadas si yo hubiera hablado sola. Se vieron identificadas porque había cincuenta mujeres diferentes arriba de ese escenario poniendo el cuerpo; eso reflejaba algo distinto.
–¿Cuál es el objetivo último, estructural, que excede a la denuncia de un caso puntual, de insistir y avanzar en un proceso que toma cinco años o más y cuyo recorrido se vuelve tan hostil, tal como describís en el libro?
–El proceso judicial fue dolorosísimo. Recibí un alto nivel de violencia por parte de los abogados defensores de mi abusador. Y habría sido mucho más hostil si no conseguíamos justicia en Brasil y el proceso hubiese llegado hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Yo declaré cinco horas, y fui sometida a una serie de preguntas que me ubicaban a mí en el banquillo de los acusados en lugar de a mi abusador. En cambio, mi abusador declaró 40 minutos con un texto totalmente armado; y cuando le preguntaron si iba a responder preguntas dijo que no respondería preguntas de nadie. Más allá del legítimo derecho a la defensa, hay un modo de maltratar a la víctima que ojalá podamos sacar a la luz en algún momento. Ellos han pedido sigilo, pero eso es algo que puede pedir la víctima más que el victimario. Sin embargo, no nos han concedido que se levante el secreto.
–Frente a tanta hostilidad en el proceso, ¿qué te mantiene en pie? ¿En algún momento pensaste en claudicar?
–Sin dudas, fueron muchos los momentos en los que quise bajar los brazos y muchas las personas que me sostuvieron para que eso no sucediera. A su vez, yo no tenía escapatoria. Por un lado, porque la investigación penal no es como la civil. Una vez que se hace una denuncia en la justicia penal, la investigación avanza porque el delito no es contra vos sola, sino contra toda la sociedad. La justicia está obligada a seguir investigando. Hasta que llegamos a Brasil, yo no pensaba claudicar.
–¿Qué pasó en Brasil?
–Cuando llegamos a la justicia brasileña y logramos que se iniciara el juicio contra él, incluso cuando comenzó el juicio, yo no había tenido la sensación de bajar los brazos. Después de mi declaración lograron quebrarme. Entonces sí fue más difícil sostener el proceso e ir hacia delante. Pero la propia realidad no me lo permitía porque la justicia penal estaba en pleno proceso de investigación. El fallo en primera instancia fue muy violento: se daban todos los hechos por probados aunque no se podía terminar de comprobar la penetración con el miembro y se decía que había prescrito. En esa ocasión, la apelación era natural para mí. No podía dar todo por terminado. Esa fue una instancia en la que podía abandonar, porque era tan aberrante el fallo que no tenía manera de decir “bueno, basta; hasta aquí”. Entonces llegó el proceso de apelación. Y, además, después de lo que había pasado públicamente en Argentina, tampoco tenía margen de decir “esto se terminó”. Podría haber bajado el perfil o dejar de opinar sobre ciertas cosas, pero es una responsabilidad que muchas mujeres se sientan identificadas con una. No usar eso tampoco me dejaba tranquila.
–Hay momentos que son condición de posibilidad de que determinados sucesos sean recibidos por la sociedad. Tu denuncia se dio en el marco del debate por la IVE en 2018, y quedó política y culturalmente asociada a ese evento. ¿Crees que esa lucha le dio impulso y resonancia cultural a tu denuncia?
–Mirando con perspectiva histórica, no solo el debate por el aborto sino el primer #NiUnaMenos. Es difícil rastrear un momento en el tiempo pero creo que el año 2015 y el grito de esa organización de mujeres que venían trabajando desde hacía mucho, empezó a generar las condiciones. Pero fue un derrotero: en 2015 fue el #NiUnaMenos. En 2016, el paro nacional de mujeres. En 2017, el paro internacional de mujeres. En 2018, se presentó por séptima u octava vez el proyecto de legalización del aborto. Para entonces, las mujeres se sentían interpeladas de muchos modos para dar esa batalla. La caja de resonancia fue tan grande que también los varones se sintieron interpelados: yo tengo amigos que han denunciado abusos que sufrieron después a partir de nuestra denuncia colectiva.
–Un escenario de alta resonancia fue el territorio digital y, en particular, el diálogo en redes sociales. A tal punto que la intervención del activismo feminista logró amplificar y legitimar su percepción de las violencias de género en los medios de comunicación. #MiraComoNosPonemos fue un evento crítico que dio una legitimidad muy extendida a tu denuncia. ¿Cómo viviste ese momento y cómo lo ves hoy a la distancia? En el libro hablás de “backlash” para describir el momento actual.
–Me parece que es inevitable que se dé el backlash que estamos viviendo. De hecho, yo escucho conferencias mías de 2019 donde hago referencia a un backlash que estaba por venir. Los teóricos de la ultraderecha en nuestro país empezaron a organizarse a partir del 2015. Durante el debate por el aborto en 2018 terminaron de aglutinarse. Muchas investigaciones muestran cómo esos eventos les permitió transitar la experiencia callejera y aglutinarse y gestar esa agenda común. Este contra movimiento se terminó de consolidar como respuesta al avance en la conquista de los derechos de las mujeres. Por eso creo que no puedo bajar los brazos ni dar por hecho y terminado mi intervención. Me parece que nuestra fuerza generó este contragolpe. Esto no significa que me haga cargo de afirmaciones de ciertos sectores progresistas que son injustas, como decir: “las feministas se pasaron tres pueblos y pidieron demasiado”. Justamente, lo que pasó es que no fuimos acompañadas por las políticas públicas. No se llegó a dar una respuesta desde allí. Por supuesto que lo vivido hasta aquí era mejor que la realidad actual, donde se han desmantelado todas las herramientas que se habían conquistado. Lo que no lograrán desmantelar son las redes que construimos como mujeres. Allí es donde está la resistencia y donde se volverá a gestar la lucha para conquistar las políticas públicas que se necesitan.