El presidente Biden finalmente autorizó que su aliado use armas norteamericanas para atacar territorio ruso. Pero sólo bien cerca de la frontera.
Hay un viejo chiste de diplomáticos y militares norteamericanos que explica que la base fundamental, el dogma absoluto, de su política exterior es “nunca te metas con alguien de tu tamaño”. Esto explica la puntillosidad con que evitan matar a un ruso, y últimamente -sólo últimamente- a un chino. Cuando Barack Obama quiso castigar a Bashar al Assad por gasear a su propio pueblo, bombardeó una base aérea siria. Pero avisó un día antes porque ahí había personal ruso… no sea cosa.
Con lo que los ucranianos se pasaron meses y meses mordiéndose los dedos de frustración porque los armamentos que llegaban de Estados Unidos sólo podían usarse a la defensiva, en suelo propio. Por ejemplo, el Pentágono mandaba con cuentagotas misiles de alcance medio, capaces de entrar en territorio ruso, pero cada vez que se usaba uno esperaban un recibo que detallara dónde, cuándo y contra qué se había disparado.
Pues este jueves 30 de mayo, el presidente Joe Biden finalmente aflojó y le autorizó a su colega Volodimir Zelensky usar armas Made in USA a través de la frontera. El permiso vino con un gran “pero”: se limita al frente al norte de Kharkov y al área inmediata de operaciones rusas. Nada de objetivos de profundidad, nada de misiles norteamericanos cayendo en instalaciones estratégicas.
Biden aflojó porque varios de sus aliados -Francia, Polonia, Suecia y el mismo secretario de la OTAN- criticaban abiertamente el límite. Es que la situación estratégica de los ucranianos se deteriora, con los rusos de nuevo con la iniciativa y haciendo pesar su tamaño, en particular en el frente norte, cerca de Kharkov, la segunda ciudad del país.
Los ucranianos estaban atacando a los rusos en profundidad usando sus propios drones. Kiev invirtió fuerte en esas armas, produjo 60.000 el año pasado y ya lleva construidos 200.000 en lo que va del año. La mayoría son armas tácticas, pequeñas y baratas, muchas producidas por estudiantes de escuelas técnicas en un galpón de la capital. Pero también se empezaron a producir modelos mayores, de largo alcance, como el que bombardeó este lunes una estación de radar en Kazajstán, 1800 kilómetros tierra adentro.
El ataque preocupó en serio a los norteamericanos porque ese radar es parte del sistema de alarma temprana de Rusia, el que avisa si hay un ataque nuclear. Y el tema nuclear, por donde se mire, es sagrado. Ucrania no se inmutó y el martes atacó otro radar de ese sistema en Krasnodar. Según la inteligencia norteamericana, hubo un tercer ataque, que los ucranianos no admitieron.
La Casa Blanca entendió la lógica del ataque -distraer las defensas aéreas rusas, de modo que no puedan mandar más aviones al frente- y también el apriete. Ucrania señalaba que con o sin armas de EE.UU. iba a atacar a fondo. Funcionó.
El problema inmediato es que Rusia está bombardeando el frente y las posiciones ucranianas al norte de Kharkov desde el aire. El truco ruso es que los aviones no entran en territorio enemigo sino que lanzan bombas planeadoras desde su lado de la frontera. Estas bombas son la simplicidad misma, bombas convencionales con alerones de buen tamaño. Si se las apunta bien y se les da un buen envión, llegan a kilómetros de distancia.
Ahora Ucrania tendrá permiso para atacar a esos aviones dentro del espacio aéreo ruso, y también objetivos terrestres como sus bases o baterías de artillería, siempre y cuando estén directamente involucrados en la ofensiva contra Kharkov. El Pentágono está preparando una guía muy precisa de instrucciones para el uso de esas armas.
Armas que, hay que subrayar, todavía no llegaron.
La ofensiva
Los rusos están aprovechando esta situación para presionar en dos frentes. El principal es el del este, donde van consolidando la línea en la región del Donbas, que declararon formalmente parte de Rusia pero que todavía no controlan por completo. El otro es el del norte, donde forzaron a los ucranianos a retirarse a su segunda línea de defensa. Los combates ahí se parecen más a los de Flandes en 1915 que a una guerra moderna, aunque con mejor apoyo aéreo.
Ucrania dijo que detectó un agrupamiento de diez mil rusos recién llegados como refuerzos en un sector donde hace semanas que pelean por sostener la línea defensiva. Esto obliga a los ucranianos a destinar más reservas o sacar unidades de primera del este, lo que parece ser el objetivo ruso. Si los informes de otra concentración de tropas nuevas en el sector de Sumy, también al norte, son ciertos, la cosa se puede poner complicada, aunque los números de efectivos rusos no indican una ofensiva capaz de quebrar el frente.
Moscú parece haberse decidido por una estrategia de desgaste, triturando a los ucranianos con ataques y más ataques. Es una idea costosa, en sangre, tiempo y equipos, que deja la pregunta de si el armamento de alta tecnología, cuando llegue, puede cambiar la situación.